“Ninguna bestia es tan salvaje como el hombre cuando tiene el poder para expresar su ira”.
Hannibal Lecter, “El silencio de los inocentes”, 1991.
Hacía rato que un orco con poder y mucha ira no se animaba a tanto. Ni siquiera en el mundo se venían escuchando diatribas tan radicales, provocadoras y amenazantes como las que pronunció Javier Milei esta semana en el foro de Davos, el lugar en donde se reúne la crema y nata del poder económico y político del mundo.
Es tal la perversa realidad virtual en la que vive el presidente argentino que traspasar los límites se convirtió en su arma predilecta para seguir edificando su ira.
Subir la apuesta es lo que mejor le sale. Disfruta no tener límites. Y mucho más que nadie se los ponga. Cree que es un predestinado, un mesías, un león en medio de una manada de corderos que lo adora en público y le teme en privado, pero que no deja de caminar en silencio hacia el matadero.
Sus promesas contra los enemigos van in crescendo día a día: desde ir a buscar hasta el último rincón a los “zurdos hijos de puta” y a los “mandriles” que se le oponen, hasta demonizar a las personas trans, a las parejas gay que adoptan hijos que para él son “pedófilos”, y a las mujeres, sobre todo a las mujeres, a las que claramente odia y descalifica por sus presuntos “privilegios” sobre el género masculino. Salvo a su hermana, a la que masculiniza con el apodo de “El Jefe” y a la que parece estar sometido de manera casi enfermiza.
El discurso “fascista contemporáneo” de Milei, como lo denomina el psicoanalista y escritor Jorge Alemán, cuadra con el auge de la ultraderecha europea y norteamericana. Son esos sectores los que ahora se autoperciben “populares” porque se apropiaron del terreno (básicamente, del voto) que antes ocupaban los partidos tradicionales de centro, centroizquierda o izquierda, a los que los ultraderechistas gustan llamar “populistas”.
Inclusive, los tradicionales partidos de derecha como el Republicano de Estados Unidos, el Conservador de Gran Bretaña y el Popular de España, por nombrar ejemplos históricos, o la más cercana y local alianza liberal-radical Cambiemos/Juntos por el Cambio, han quedado a la izquierda de las cada vez más expansivas expresiones ultraderechistas que ahora no sólo ganan elecciones y dominan parlamentos, sino que están dispuestas a borrar de prepo los límites jurídicos, políticos, sociales, ambientales y culturales que se han venido demarcando durante décadas.
Define el mismo Alemán al fenómeno mileísta vernáculo: “El libertario no es más que el término evanescente de la operación ultraderechista en marcha. Después de usarlo, lo tirarán y lo emplearán como el símbolo que han superado, cual resto caído. El presidente argentino es el nombre, el fuego artificial a disolver para que luego la operación culmine su recorrido”.
Y sentencia: “Sólo una comunidad constituida sobre un nuevo mito del amor, el deseo, lo sagrado de la existencia y el legítimo uso de la política frente a los poderes de la época, puede permitir pensar un comienzo distinto”.
Un análisis certero y también preocupante porque lo primero marcha viento en popa, pero lo segundo no es, por ahora, más que una expresión de deseo de lo que debería ser y está lejos de ser.
Detrás de la máscara
Atrás de la parafernalia ideológica y discursiva de Milei, alimentada a paladas por la corte mediática que se beneficia económicamente y a la que el debate de fondo le importa un rábano, hay una especie de somnífero colectivo que primero parece exacerbar los ánimos y luego adormece a la mayoría.
El problema no es analizar, discutir y condenar el discurso fascista de Milei, sino circunscribirse solamente a eso. Algo así como obnubilarse con el árbol sin apreciar el bosque.
El modelo 2025 de “la duda es la jactancia de los intelectuales”, la frase que el energúmeno carapintada de Aldo Rico entregó para la posteridad a finales de los años 80, vestido de fajina y atentando contra la democracia, parece ganar terreno en la actualidad.
Hay mucha gente analizando lo obvio, multitudes condenando las barbaridades libertarias pero muy pocos actuando en consecuencia. Es como si estuvieran convencidos de que las consignas democráticas, la tolerancia y el futuro no estuvieran en riesgo. Error.
Ganadores y perdedores
Los indicadores de la economía argentina tras un primer año de fuerte ajuste fiscal ponen al descubierto un modelo económico cuyo combustible es la destrucción del empleo y de la industria, que además requiere de una constante inyección de dólares para sostener la estabilidad de la balanza de pagos y del tipo de cambio.
“Lo que estamos viendo es un modelo muy parecido a la década de los 90, con un tipo de cambio muy apreciado que le pega negativamente sobre todo al sector industrial, que pierde competitividad; pero que a la vez está caracterizado por la necesidad constante de inyección de dólares para compensar la cuenta corriente de la balanza de pagos que es deficitaria”, sentencia Hernán Letcher, director del Centro de Economía Política Argentina (CEPA) y uno de los más lúcidos analistas económicos de la actualidad.
No es un intelectual jactándose de sus dudas sino uno sentenciando desde los resultados incontrastables de la economía.
Los ingresos de divisas por el superávit comercial se han moderado en los últimos meses, lo que combinado con el desmesurado nivel de apreciación del peso ha ido convirtiendo a la Argentina en el país más caro del mundo.
Basta con ver cómo el turismo extranjero se desploma mientras los turistas argentinos de clase media gastan dólares baratos en el exterior. La balanza deficitaria se va a agravar más temprano que tarde y el retoque será inevitable, poniendo en riesgo el único logro del Gobierno: la inflación “contenida”.
Es por eso que el Gobierno sigue mendigando dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI) para resolver la crisis de divisas que no tiene. El Fondo se va en elogios pero exige más, y más, y más. Si Milei y Toto Caputo no devalúan, no habrá fondos frescos suficientes para contener al dólar y, por ende, a los precios.
Ambos están ante una encrucijada: el Presidente parece no tener problemas en seguir prendiendo fuego todo antes que recular en su osadía mesiánica. Mientras el ministro de Economía intenta contener a algunos sectores como el campo, a los que le tuvo que bajar las retenciones fuera de agenda, porque no quiere que nadie detenga su único objetivo, que es sostener el negocio de “carry trade”.
La lógica de Toto es ganar y hacer ganar a sus amigos y aliados todo lo que más se pueda en el menor tiempo posible, porque cuando las papas quemen no les quedará otra que huir, literalmente, del país.
Detrás de este festival de improvisación, la mayoría de las estadísticas son contundentes. Los sectores de la construcción, la industria y el comercio, que han sido impactados de manera negativa por el plan de Milei y Caputo, son las que generan casi el 45% de los puestos de trabajo. Mientras que los más beneficiados, como la minería, la energía o la intermediación financiera, explican sólo el 4% del empleo.
Ahí está el meollo de la cuestión. Ni los salarios ni el empleo han sido contemplados hasta ahora ni van a ser contemplados en el futuro por Milei, Caputo y Sturzenegger.
Incautos, abstenerse.
“Ninguna bestia es tan salvaje como el hombre cuando tiene el poder para expresar su ira”.
Hannibal Lecter, “El silencio de los inocentes”, 1991.
Hacía rato que un orco con poder y mucha ira no se animaba a tanto. Ni siquiera en el mundo se venían escuchando diatribas tan radicales, provocadoras y amenazantes como las que pronunció Javier Milei esta semana en el foro de Davos, el lugar en donde se reúne la crema y nata del poder económico y político del mundo.
Es tal la perversa realidad virtual en la que vive el presidente argentino que traspasar los límites se convirtió en su arma predilecta para seguir edificando su ira.
Subir la apuesta es lo que mejor le sale. Disfruta no tener límites. Y mucho más que nadie se los ponga. Cree que es un predestinado, un mesías, un león en medio de una manada de corderos que lo adora en público y le teme en privado, pero que no deja de caminar en silencio hacia el matadero.
Sus promesas contra los enemigos van in crescendo día a día: desde ir a buscar hasta el último rincón a los “zurdos hijos de puta” y a los “mandriles” que se le oponen, hasta demonizar a las personas trans, a las parejas gay que adoptan hijos que para él son “pedófilos”, y a las mujeres, sobre todo a las mujeres, a las que claramente odia y descalifica por sus presuntos “privilegios” sobre el género masculino. Salvo a su hermana, a la que masculiniza con el apodo de “El Jefe” y a la que parece estar sometido de manera casi enfermiza.
El discurso “fascista contemporáneo” de Milei, como lo denomina el psicoanalista y escritor Jorge Alemán, cuadra con el auge de la ultraderecha europea y norteamericana. Son esos sectores los que ahora se autoperciben “populares” porque se apropiaron del terreno (básicamente, del voto) que antes ocupaban los partidos tradicionales de centro, centroizquierda o izquierda, a los que los ultraderechistas gustan llamar “populistas”.
Inclusive, los tradicionales partidos de derecha como el Republicano de Estados Unidos, el Conservador de Gran Bretaña y el Popular de España, por nombrar ejemplos históricos, o la más cercana y local alianza liberal-radical Cambiemos/Juntos por el Cambio, han quedado a la izquierda de las cada vez más expansivas expresiones ultraderechistas que ahora no sólo ganan elecciones y dominan parlamentos, sino que están dispuestas a borrar de prepo los límites jurídicos, políticos, sociales, ambientales y culturales que se han venido demarcando durante décadas.
Define el mismo Alemán al fenómeno mileísta vernáculo: “El libertario no es más que el término evanescente de la operación ultraderechista en marcha. Después de usarlo, lo tirarán y lo emplearán como el símbolo que han superado, cual resto caído. El presidente argentino es el nombre, el fuego artificial a disolver para que luego la operación culmine su recorrido”.
Y sentencia: “Sólo una comunidad constituida sobre un nuevo mito del amor, el deseo, lo sagrado de la existencia y el legítimo uso de la política frente a los poderes de la época, puede permitir pensar un comienzo distinto”.
Un análisis certero y también preocupante porque lo primero marcha viento en popa, pero lo segundo no es, por ahora, más que una expresión de deseo de lo que debería ser y está lejos de ser.
Detrás de la máscara
Atrás de la parafernalia ideológica y discursiva de Milei, alimentada a paladas por la corte mediática que se beneficia económicamente y a la que el debate de fondo le importa un rábano, hay una especie de somnífero colectivo que primero parece exacerbar los ánimos y luego adormece a la mayoría.
El problema no es analizar, discutir y condenar el discurso fascista de Milei, sino circunscribirse solamente a eso. Algo así como obnubilarse con el árbol sin apreciar el bosque.
El modelo 2025 de “la duda es la jactancia de los intelectuales”, la frase que el energúmeno carapintada de Aldo Rico entregó para la posteridad a finales de los años 80, vestido de fajina y atentando contra la democracia, parece ganar terreno en la actualidad.
Hay mucha gente analizando lo obvio, multitudes condenando las barbaridades libertarias pero muy pocos actuando en consecuencia. Es como si estuvieran convencidos de que las consignas democráticas, la tolerancia y el futuro no estuvieran en riesgo. Error.
Ganadores y perdedores
Los indicadores de la economía argentina tras un primer año de fuerte ajuste fiscal ponen al descubierto un modelo económico cuyo combustible es la destrucción del empleo y de la industria, que además requiere de una constante inyección de dólares para sostener la estabilidad de la balanza de pagos y del tipo de cambio.
“Lo que estamos viendo es un modelo muy parecido a la década de los 90, con un tipo de cambio muy apreciado que le pega negativamente sobre todo al sector industrial, que pierde competitividad; pero que a la vez está caracterizado por la necesidad constante de inyección de dólares para compensar la cuenta corriente de la balanza de pagos que es deficitaria”, sentencia Hernán Letcher, director del Centro de Economía Política Argentina (CEPA) y uno de los más lúcidos analistas económicos de la actualidad.
No es un intelectual jactándose de sus dudas sino uno sentenciando desde los resultados incontrastables de la economía.
Los ingresos de divisas por el superávit comercial se han moderado en los últimos meses, lo que combinado con el desmesurado nivel de apreciación del peso ha ido convirtiendo a la Argentina en el país más caro del mundo.
Basta con ver cómo el turismo extranjero se desploma mientras los turistas argentinos de clase media gastan dólares baratos en el exterior. La balanza deficitaria se va a agravar más temprano que tarde y el retoque será inevitable, poniendo en riesgo el único logro del Gobierno: la inflación “contenida”.
Es por eso que el Gobierno sigue mendigando dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI) para resolver la crisis de divisas que no tiene. El Fondo se va en elogios pero exige más, y más, y más. Si Milei y Toto Caputo no devalúan, no habrá fondos frescos suficientes para contener al dólar y, por ende, a los precios.
Ambos están ante una encrucijada: el Presidente parece no tener problemas en seguir prendiendo fuego todo antes que recular en su osadía mesiánica. Mientras el ministro de Economía intenta contener a algunos sectores como el campo, a los que le tuvo que bajar las retenciones fuera de agenda, porque no quiere que nadie detenga su único objetivo, que es sostener el negocio de “carry trade”.
La lógica de Toto es ganar y hacer ganar a sus amigos y aliados todo lo que más se pueda en el menor tiempo posible, porque cuando las papas quemen no les quedará otra que huir, literalmente, del país.
Detrás de este festival de improvisación, la mayoría de las estadísticas son contundentes. Los sectores de la construcción, la industria y el comercio, que han sido impactados de manera negativa por el plan de Milei y Caputo, son las que generan casi el 45% de los puestos de trabajo. Mientras que los más beneficiados, como la minería, la energía o la intermediación financiera, explican sólo el 4% del empleo.
Ahí está el meollo de la cuestión. Ni los salarios ni el empleo han sido contemplados hasta ahora ni van a ser contemplados en el futuro por Milei, Caputo y Sturzenegger.
Incautos, abstenerse.