“La recesión ha terminado y el país ha empezado a crecer”, dijo el presidente Javier Milei el jueves ante los popes de la Cámara Argentina de Comercio (CAC), sin siquiera sonrojarse. “De aquí en adelante, todos los días seremos cada vez más ricos”, fanfarroneó, ante las risas de los empresarios presentes, que saben que no dice la verdad pero que les encanta ver en el atril presidencial a un “loco” que hace más de lo que promete en beneficio de los sectores más concentrados y trata de “soretes”, “zurdos de mierda”, “terroristas” o “degenerados” a todos los que osan criticarlo.
Aunque sea obvio es necesario decirlo: no es verdad que la economía haya empezado a crecer y, mucho menos, que todos los días seremos más ricos. Pero hay algunos datos de la economía que empiezan a entusiasmar a Milei porque después del desastre que causó apenas asumió, destruyendo lo que estaba bien y empeorando lo que estaba mal, algunas variables de la economía parecen haber tocado su piso tras la profunda recesión que causó la llegada del libertario al poder.
Nada de todo esto significa el final del daño que ha hecho Milei a la economía argentina, ni mucho menos el nacimiento de una etapa virtuosa. Nada más lejos de eso. Sin embargo, no se puede soslayar que el Gobierno nacional ha encadenado una racha positiva con la inflación hacia la baja (anuncian un 3% o hasta un poco menos para octubre), un blanqueo de capitales que superó las expectativas y llenó de dólares hasta ahora “negros” al sistema financiero, y una reactivación del crédito para algunos sectores que todavía consumen y lograron evitar la caída del carro.
Es la sociología, estúpido
Está claro que la gente no come dólar contenido, ni riesgo país en baja, ni déficit cero ni recuperación de algunas otras variables macroeconómicas. Pero tampoco se puede ignorar que buena parte de la sociedad que le sigue dando crédito a Milei (lo haya votado o no) no se ha movido hasta ahora de su lugar a pesar del efecto negativo de sus medidas económicas.
Esto no ha pasado con ningún otro gobierno democrático, al menos desde 1983 a la fecha. La primavera alfonsinista se convirtió rápidamente en un duro invierno cuando el líder radical no acertó con la economía; Carlos Saúl Menem se cortó las patillas y se travistió al ultraliberalismo cuando el “salariazo” y la “revolución productiva” naufragaron; y Fernando de la Rúa se tuvo que ir en helicóptero cuando Domingo Cavallo se quedó con los depósitos de la gente e instauró el “corralito”.
Sólo Néstor Kirchner expuso una etapa virtuosa desde lo económico y político, y así y todo muchos no se la reconocen; Cristina heredó gran parte de ese rédito, pero tuvo que capitular en 2015 ante el “cambio” cuando no hubo mayores respuestas a las demandas económicas de la mayoría y la soberbia le ganó al amor, que antes había vencido al odio; Macri se fumó todo su capital político en dos años sin que nunca llegara “el segundo semestre” y después la bicicleta financiera que armó con “Toto” Caputo (sí, el mismo que está ahora) tras el regreso del FMI en 2018, se tuvo que volver con el “récord” de haber sido el primer presidente democrático de la Argentina que se presentó a una reelección y fue ejecutado al amanecer.
La llegada de Alberto Fernández fue un resoplo de esperanza tras la etapa inútil del macrismo (o del macrismo inútil), pero primero la pandemia y luego la tibieza de un dirigente que no estaba para dar grandes batallas sino para sufrirlas, más un peronismo alejado de la gente que prefirió limar al propio antes que sostenerlo y construir una alternativa seria, aceleró la llegada de un payaso mediático que para la gran mayoría terminó siendo una mejor opción a cualquiera de los conocidos.
Este último paso del electorado argentino es el que parece haber roto la Matrix con la que se sostenía el sistema político argentino. Por muchas menos situaciones críticas que las que está haciendo atravesar Milei al Pueblo argentino, han echado a patadas a Alfonsín y De la Rúa, u obligado a cambiar de rumbo a Menem, le pusieron fin a la “decada ganada” o mandaron a Macri a jugar al bridge.
No se puede apelar a la lógica para analizar a Milei. La mayoría de los argentinos -inclusive muchos de los más desprotegidos económica y socialmente- siguen bancando al personaje que insulta, degrada, atrasa y miente. Milei no es un fenómeno político sino uno sociológico. Hay que medirlo con otras herramientas y perspectivas o se cometerá el error de esperar que pase lo que no va a pasar.
Tiene, además, ayuda extra: el peronismo deambula en su interna y el macrismo entre los intereses de Macri y su séquito. Milei tiene grandes chances de hacer una buena elección parlamentaria el año próximo no tanto por lo que hizo sino por lo que no supo hacer la oposición.
En el país de la carne y el mate, los consumos de estos dos productos que son un símbolo cultural y económico de la Argentina han caído a mínimos históricos. El salario se sigue pulverizando, la desocupación y la pobreza no encuentran techo, y los que vienen pronosticando que Milei se va a caer “en breve” siguen viendo pasar los meses, empeorar las cosas y, sin embargo, él sube la apuesta todos los días.
No habría que acostumbrarse pero, tal vez, no quede más remedio que bancarse esta montaña rusa sin frenos, que gira y gira cada vez más rápido, mientras una claque de ricos, clase media y hasta vulnerables aplaude desaforada las locuras del loco.
La pesadilla va a ser larga.
“La recesión ha terminado y el país ha empezado a crecer”, dijo el presidente Javier Milei el jueves ante los popes de la Cámara Argentina de Comercio (CAC), sin siquiera sonrojarse. “De aquí en adelante, todos los días seremos cada vez más ricos”, fanfarroneó, ante las risas de los empresarios presentes, que saben que no dice la verdad pero que les encanta ver en el atril presidencial a un “loco” que hace más de lo que promete en beneficio de los sectores más concentrados y trata de “soretes”, “zurdos de mierda”, “terroristas” o “degenerados” a todos los que osan criticarlo.
Aunque sea obvio es necesario decirlo: no es verdad que la economía haya empezado a crecer y, mucho menos, que todos los días seremos más ricos. Pero hay algunos datos de la economía que empiezan a entusiasmar a Milei porque después del desastre que causó apenas asumió, destruyendo lo que estaba bien y empeorando lo que estaba mal, algunas variables de la economía parecen haber tocado su piso tras la profunda recesión que causó la llegada del libertario al poder.
Nada de todo esto significa el final del daño que ha hecho Milei a la economía argentina, ni mucho menos el nacimiento de una etapa virtuosa. Nada más lejos de eso. Sin embargo, no se puede soslayar que el Gobierno nacional ha encadenado una racha positiva con la inflación hacia la baja (anuncian un 3% o hasta un poco menos para octubre), un blanqueo de capitales que superó las expectativas y llenó de dólares hasta ahora “negros” al sistema financiero, y una reactivación del crédito para algunos sectores que todavía consumen y lograron evitar la caída del carro.
Es la sociología, estúpido
Está claro que la gente no come dólar contenido, ni riesgo país en baja, ni déficit cero ni recuperación de algunas otras variables macroeconómicas. Pero tampoco se puede ignorar que buena parte de la sociedad que le sigue dando crédito a Milei (lo haya votado o no) no se ha movido hasta ahora de su lugar a pesar del efecto negativo de sus medidas económicas.
Esto no ha pasado con ningún otro gobierno democrático, al menos desde 1983 a la fecha. La primavera alfonsinista se convirtió rápidamente en un duro invierno cuando el líder radical no acertó con la economía; Carlos Saúl Menem se cortó las patillas y se travistió al ultraliberalismo cuando el “salariazo” y la “revolución productiva” naufragaron; y Fernando de la Rúa se tuvo que ir en helicóptero cuando Domingo Cavallo se quedó con los depósitos de la gente e instauró el “corralito”.
Sólo Néstor Kirchner expuso una etapa virtuosa desde lo económico y político, y así y todo muchos no se la reconocen; Cristina heredó gran parte de ese rédito, pero tuvo que capitular en 2015 ante el “cambio” cuando no hubo mayores respuestas a las demandas económicas de la mayoría y la soberbia le ganó al amor, que antes había vencido al odio; Macri se fumó todo su capital político en dos años sin que nunca llegara “el segundo semestre” y después la bicicleta financiera que armó con “Toto” Caputo (sí, el mismo que está ahora) tras el regreso del FMI en 2018, se tuvo que volver con el “récord” de haber sido el primer presidente democrático de la Argentina que se presentó a una reelección y fue ejecutado al amanecer.
La llegada de Alberto Fernández fue un resoplo de esperanza tras la etapa inútil del macrismo (o del macrismo inútil), pero primero la pandemia y luego la tibieza de un dirigente que no estaba para dar grandes batallas sino para sufrirlas, más un peronismo alejado de la gente que prefirió limar al propio antes que sostenerlo y construir una alternativa seria, aceleró la llegada de un payaso mediático que para la gran mayoría terminó siendo una mejor opción a cualquiera de los conocidos.
Este último paso del electorado argentino es el que parece haber roto la Matrix con la que se sostenía el sistema político argentino. Por muchas menos situaciones críticas que las que está haciendo atravesar Milei al Pueblo argentino, han echado a patadas a Alfonsín y De la Rúa, u obligado a cambiar de rumbo a Menem, le pusieron fin a la “decada ganada” o mandaron a Macri a jugar al bridge.
No se puede apelar a la lógica para analizar a Milei. La mayoría de los argentinos -inclusive muchos de los más desprotegidos económica y socialmente- siguen bancando al personaje que insulta, degrada, atrasa y miente. Milei no es un fenómeno político sino uno sociológico. Hay que medirlo con otras herramientas y perspectivas o se cometerá el error de esperar que pase lo que no va a pasar.
Tiene, además, ayuda extra: el peronismo deambula en su interna y el macrismo entre los intereses de Macri y su séquito. Milei tiene grandes chances de hacer una buena elección parlamentaria el año próximo no tanto por lo que hizo sino por lo que no supo hacer la oposición.
En el país de la carne y el mate, los consumos de estos dos productos que son un símbolo cultural y económico de la Argentina han caído a mínimos históricos. El salario se sigue pulverizando, la desocupación y la pobreza no encuentran techo, y los que vienen pronosticando que Milei se va a caer “en breve” siguen viendo pasar los meses, empeorar las cosas y, sin embargo, él sube la apuesta todos los días.
No habría que acostumbrarse pero, tal vez, no quede más remedio que bancarse esta montaña rusa sin frenos, que gira y gira cada vez más rápido, mientras una claque de ricos, clase media y hasta vulnerables aplaude desaforada las locuras del loco.
La pesadilla va a ser larga.