Ella, tenía 14 años y esperaba, inevitablemente, su reclusión en un convento para convertirse en monja, como marcaban los mandatos de esa época. El, 21 y estudiaba teología y derecho. Ella, hija de una familia acomodada de Chuquisaca fue a hacerse un retrato con un costumbrista de la época.
El, se había entusiasmado con Rousseau en la Universidad de aquella ciudad y comenzaba a defender a los indios, afroamericanos y viudas desclasados y olvidados, tratando de evitar su destino de servir. Ella, se fue a su casa, feliz de la vida. Sola. El, pasó por al atelier de aquel pintor y vio el retrato.
Ella, ni idea tenía. ¡Qué iba a tener!.
l, sí y se enamoró. Del retrato y no paró hasta encontrarla. Y ella…ella, también se enamoró a pesar de los pesares, sobre todo de los ajenos. Ella se fue con él. A Buenos Aires.
El se embarazó junto a ella, para parir a Manuelito. Ella le afiló la espada de sus rebeldías. Día tras día. El se convirtió en un jacobino furioso, un revolucionario, en un libertario, en un patriota y en un enemigo de sus enemigos, voraces.
Con el filo de ella, defendió, como nadie, a los indígenas explotados en las minas del Potosí por los mismos de siempre, a los afroamericanos esclavizados y destinados a servir, por los mismos de siempre.
Y a las viudas que no cobraban pensión por los mismos de siempre y eliminó a la Inquisición, una vergüenza histórica de la Iglesia Católica que no van a alcanzar los años para el arrepentimiento. Ella lo cobijó en su regazo. El se dejó cobijar. Ella lloró el día de su partida obligada. El también. Ella le envió diez cartas de amor, de celosía, de devoción.
El no le contestó ninguna. En cuatro meses. Ella recibió un listón negro, dentro de una caja, cual mensaje mafioso. El, ni enterado. Ella, emitió una canción desesperada, al darse cuenta. El había muerto, envenenado. Y ella se fue muriendo, poquito a poco. Y él la esperó. Para toda la eternidad. Juntos. Ella, María Guadalupe Cuenca.
El, Mariano Moreno. A 213 años de un romance de distintos, que tenían un pedal más que el resto. Donde tuvo que haber mucha agua, para apagar tanto fuego. El del amor. Ese que se llevó el océano.
Ella, tenía 14 años y esperaba, inevitablemente, su reclusión en un convento para convertirse en monja, como marcaban los mandatos de esa época. El, 21 y estudiaba teología y derecho. Ella, hija de una familia acomodada de Chuquisaca fue a hacerse un retrato con un costumbrista de la época.
El, se había entusiasmado con Rousseau en la Universidad de aquella ciudad y comenzaba a defender a los indios, afroamericanos y viudas desclasados y olvidados, tratando de evitar su destino de servir. Ella, se fue a su casa, feliz de la vida. Sola. El, pasó por al atelier de aquel pintor y vio el retrato.
Ella, ni idea tenía. ¡Qué iba a tener!.
l, sí y se enamoró. Del retrato y no paró hasta encontrarla. Y ella…ella, también se enamoró a pesar de los pesares, sobre todo de los ajenos. Ella se fue con él. A Buenos Aires.
El se embarazó junto a ella, para parir a Manuelito. Ella le afiló la espada de sus rebeldías. Día tras día. El se convirtió en un jacobino furioso, un revolucionario, en un libertario, en un patriota y en un enemigo de sus enemigos, voraces.
Con el filo de ella, defendió, como nadie, a los indígenas explotados en las minas del Potosí por los mismos de siempre, a los afroamericanos esclavizados y destinados a servir, por los mismos de siempre.
Y a las viudas que no cobraban pensión por los mismos de siempre y eliminó a la Inquisición, una vergüenza histórica de la Iglesia Católica que no van a alcanzar los años para el arrepentimiento. Ella lo cobijó en su regazo. El se dejó cobijar. Ella lloró el día de su partida obligada. El también. Ella le envió diez cartas de amor, de celosía, de devoción.
El no le contestó ninguna. En cuatro meses. Ella recibió un listón negro, dentro de una caja, cual mensaje mafioso. El, ni enterado. Ella, emitió una canción desesperada, al darse cuenta. El había muerto, envenenado. Y ella se fue muriendo, poquito a poco. Y él la esperó. Para toda la eternidad. Juntos. Ella, María Guadalupe Cuenca.
El, Mariano Moreno. A 213 años de un romance de distintos, que tenían un pedal más que el resto. Donde tuvo que haber mucha agua, para apagar tanto fuego. El del amor. Ese que se llevó el océano.