Por: Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Podcast: Paloma Caria
"El heroísmo no consiste en carecer de miedos, sino en superarlos. Aquellos que no tienen miedo, como Batman o Superman, son todopoderosos, no pueden tener miedo. Pero el Chapulín Colorado se muere de miedo, es torpe, débil, tonto... y consciente de esas deficiencias, se enfrenta al problema. ¡Eso es un héroe!. Y los héroes pierden muchas veces y después sus ideas triunfan”. La extraordinaria definición de heroísmo del autor de ese personaje (como de otros tantos), el mexicano. Roberto Gómez Bolaños, bien puede caber a Boudica, una líder de las tribus británicas que se enfrentó al poderosísimo ejército romano cuando éste hincaba sus colmillos por todo el por entonces conocido mundo civilizado. Tanto fue que los imperialistas nacidos al borde las siete colinas del río Tíber dudaron en continuar en esas islas de la neblina y el frio.
¿Pero quién era esa mujer que tuvo un principio y final trágico en su pelea con aquel gigante?
Su nombre era Boudica. Que en celta significa Victoria. Alta, con la voz áspera y amenazadora y feroz. Sus cabellos eran largos y pelirrojos como ondas de lava y se ataviaba con una túnica abigarrada y un capote, que ajustaba sobre sus pechos con un enlucido broche y un torque de oro adornaba su cuello.
Nacida en una familia aristócrata, se desposó con el rey de los icenos, Prasutago con quién tuvo dos hijas El reino había sido aliado de Roma durante la invasión del año 43. A cambio, el rey había firmado un pacto por el cual se declaraba al emperador romano como coheredero al reino Iceno, sin prever el conflicto que se iba a generar con sus hijas.
Al morir Prasutago sin descendencia masculina, Roma actuó como si hubiese anexionado el terreno y no reconoció a las hijas del soberano como legítimas herederas. El rey muerto había gobernado a base de préstamos y su impagable deuda se transmitió a sus súbditos. Al declararse en bancarrota, los romanos arrasaron las aldeas vecinas en busca de su tributo.
Como escarmiento, la reina de los icenos fue desnudada y azotada delante de su pueblo mientras era testigo de la violación de sus hijas. La vergüenza y el escarnio público a la que se sometió a la tribu britana era para que todos se enteraran que con Roma no se jodía y que el infierno tan temido era ese.
Sin embargo, Boudica, sólo no acató la orden romana ni se amilanó por aquella escena atroz; muy por el contrario se rebeló, perfilando su venganza aunando los esfuerzos de su tribu con la de algunos de sus vecinos también humillados. Se le rieron cuando comenzó con 100. Después ya no.
Aprovechando que el gobernador de la recién conquistada provincia romana se encontraba ocupado en una campaña en Gales, las tribus unidas lo atacaron y lo destrozaron. Corría el año 60 DC. No sirvió a ayuda de una nueva legión, que también fue aniquilada.
No conforme con ello, la diosa reina sitió Londinium, hoy Londres, la que fue completamente arrasada. Así una y otra y otra guarnición fueron cayendo mientras que el pavor y la sorpresa de los romanos iba creciendo ante un ejército que comenzó con un centenar y que ya eran cien mil. Ya no se reian más.
Pero ya se sabe lo que se decía sobre Roma: pierde batallas pero no guerras. Y vino la respuesta. Catapultas, onagros y balistas y legiones fueron demasiado para el ardor combativo local pero lleno de indisciplina. La ira no alcanzó. Ni tampoco los miles de insurgentes que desde los 10 a los 85 años peleaban por su libertad y conducidos por una pelirroja arriba de su carro y acompañadas de sus dos hijas, Todos pintados de azul y con sus torsos desnudos.
Nada fue suficiente. Las líneas visitantes resistieron y cuando agredieron fueron letales.
Fue el fin de la heroína; pero el comienzo del mito. Nunca se supo que sucedió con ella. Si se envenenó como marcan las crónicas o falleció por una herida de guerra.
Lo que si se conoció con certeza es que los guerreros britannos vieron en Boudica a Andraste, su fiera divinidad de la guerra, y la reina los guio hacia la libertad y la grandeza que desde esa isla gobernaría al mundo. Y que una mujer se convertiría en la principal amenaza.
Sin embargo, y pese a su impresionante liderazgo, la memoria de Boudica se perdería durante muchos años, y solo fue rescatada durante la época para ensalzar a la reina Victoria en el inicio de su período colonial. Igualito que Roma.
Actualmente su rastro es apenas perceptible en una sociedad que venera preferentemente a héroes como el rey Arturo o Robin Hood; aunque más allá de su estatua, es hora de la reivindicación de una mujer cuya pasión caótica condujo a su pueblo pues tenía un don especial para reparar mucho más de lo visible con el ritmo de su aguja. Ella no sólo unió pedazos de esperanzas donde sólo quedaban fragmentos de desilusión; sino que reparó el símbolo dañado de una nación fragmentada en busca de la libertad.
Por: Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Podcast: Paloma Caria
"El heroísmo no consiste en carecer de miedos, sino en superarlos. Aquellos que no tienen miedo, como Batman o Superman, son todopoderosos, no pueden tener miedo. Pero el Chapulín Colorado se muere de miedo, es torpe, débil, tonto... y consciente de esas deficiencias, se enfrenta al problema. ¡Eso es un héroe!. Y los héroes pierden muchas veces y después sus ideas triunfan”. La extraordinaria definición de heroísmo del autor de ese personaje (como de otros tantos), el mexicano. Roberto Gómez Bolaños, bien puede caber a Boudica, una líder de las tribus británicas que se enfrentó al poderosísimo ejército romano cuando éste hincaba sus colmillos por todo el por entonces conocido mundo civilizado. Tanto fue que los imperialistas nacidos al borde las siete colinas del río Tíber dudaron en continuar en esas islas de la neblina y el frio.
¿Pero quién era esa mujer que tuvo un principio y final trágico en su pelea con aquel gigante?
Su nombre era Boudica. Que en celta significa Victoria. Alta, con la voz áspera y amenazadora y feroz. Sus cabellos eran largos y pelirrojos como ondas de lava y se ataviaba con una túnica abigarrada y un capote, que ajustaba sobre sus pechos con un enlucido broche y un torque de oro adornaba su cuello.
Nacida en una familia aristócrata, se desposó con el rey de los icenos, Prasutago con quién tuvo dos hijas El reino había sido aliado de Roma durante la invasión del año 43. A cambio, el rey había firmado un pacto por el cual se declaraba al emperador romano como coheredero al reino Iceno, sin prever el conflicto que se iba a generar con sus hijas.
Al morir Prasutago sin descendencia masculina, Roma actuó como si hubiese anexionado el terreno y no reconoció a las hijas del soberano como legítimas herederas. El rey muerto había gobernado a base de préstamos y su impagable deuda se transmitió a sus súbditos. Al declararse en bancarrota, los romanos arrasaron las aldeas vecinas en busca de su tributo.
Como escarmiento, la reina de los icenos fue desnudada y azotada delante de su pueblo mientras era testigo de la violación de sus hijas. La vergüenza y el escarnio público a la que se sometió a la tribu britana era para que todos se enteraran que con Roma no se jodía y que el infierno tan temido era ese.
Sin embargo, Boudica, sólo no acató la orden romana ni se amilanó por aquella escena atroz; muy por el contrario se rebeló, perfilando su venganza aunando los esfuerzos de su tribu con la de algunos de sus vecinos también humillados. Se le rieron cuando comenzó con 100. Después ya no.
Aprovechando que el gobernador de la recién conquistada provincia romana se encontraba ocupado en una campaña en Gales, las tribus unidas lo atacaron y lo destrozaron. Corría el año 60 DC. No sirvió a ayuda de una nueva legión, que también fue aniquilada.
No conforme con ello, la diosa reina sitió Londinium, hoy Londres, la que fue completamente arrasada. Así una y otra y otra guarnición fueron cayendo mientras que el pavor y la sorpresa de los romanos iba creciendo ante un ejército que comenzó con un centenar y que ya eran cien mil. Ya no se reian más.
Pero ya se sabe lo que se decía sobre Roma: pierde batallas pero no guerras. Y vino la respuesta. Catapultas, onagros y balistas y legiones fueron demasiado para el ardor combativo local pero lleno de indisciplina. La ira no alcanzó. Ni tampoco los miles de insurgentes que desde los 10 a los 85 años peleaban por su libertad y conducidos por una pelirroja arriba de su carro y acompañadas de sus dos hijas, Todos pintados de azul y con sus torsos desnudos.
Nada fue suficiente. Las líneas visitantes resistieron y cuando agredieron fueron letales.
Fue el fin de la heroína; pero el comienzo del mito. Nunca se supo que sucedió con ella. Si se envenenó como marcan las crónicas o falleció por una herida de guerra.
Lo que si se conoció con certeza es que los guerreros britannos vieron en Boudica a Andraste, su fiera divinidad de la guerra, y la reina los guio hacia la libertad y la grandeza que desde esa isla gobernaría al mundo. Y que una mujer se convertiría en la principal amenaza.
Sin embargo, y pese a su impresionante liderazgo, la memoria de Boudica se perdería durante muchos años, y solo fue rescatada durante la época para ensalzar a la reina Victoria en el inicio de su período colonial. Igualito que Roma.
Actualmente su rastro es apenas perceptible en una sociedad que venera preferentemente a héroes como el rey Arturo o Robin Hood; aunque más allá de su estatua, es hora de la reivindicación de una mujer cuya pasión caótica condujo a su pueblo pues tenía un don especial para reparar mucho más de lo visible con el ritmo de su aguja. Ella no sólo unió pedazos de esperanzas donde sólo quedaban fragmentos de desilusión; sino que reparó el símbolo dañado de una nación fragmentada en busca de la libertad.