Por: Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Juana era la futura reina de España. Era. Pero estaba loca.
Estaba loca de atar. Loca de amor.
A Juana la casaron con 16 años con un joven al que llamaban Felipe, El Hermoso; aunque no lo era. Más bien era feo. Muy feo era el archiduque de Austria, hecho que no impidió que tuvieran seis hijos.
El tipo se benefició desde el primer día de todas las cortesanas. Y Juana se enojaba y levantaba en cólera, porque exigía un respeto que a ella no se le daba.
Ni como mujer, ni como reina, ni como esposa.
Y por eso la llamaban loca.
Cuando su marido murió, Juana reivindicó el trono de reina de Castilla que a ella estaba destinado.
El rey Fernando, su propio padre, no quería que Juana reinara. A él, lo llamaban El Católico. Así que decidió que estaba loca. Y la encerró.
Juana, además, aún era joven y muy culta y todos temían que volviera a casarse y contara con un hombre que la apoyara en la lucha por el trono.
Por eso, mejor encerrada. Por loca.
Cuando su hijo Carlos fue a visitarla, ella le cedió graciosamente el poder. El de los reinos de Castilla y Aragón de aquella España unificada.
Por loca.
Le obligaron a firmar su reclamo futuro. Y quedó allí, encerrada. En Tordesillas. Obvio, si estaba loca.
Bella. Muy bella. E inteligente y enamorada.
Sin embargo, el mundo la conoce como Juana, la Loca y no Juana, la cautiva. A la que le negaron su verdadera voz.
Ingenua. Creyó ser una dama y resultó ser sólo un peón de una trama oscura. La del poder. De los propios y ajenos. Y terminó encerrada hasta su muerte. Por medio siglo. Abandonada a su suerte. Sometida a un matrimonio forzado, a un marido infiel y abusivo, a un padre autoritario y a un hijo desleal. Al silencio y al olvido. Por loca. Juana.
Por: Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Juana era la futura reina de España. Era. Pero estaba loca.
Estaba loca de atar. Loca de amor.
A Juana la casaron con 16 años con un joven al que llamaban Felipe, El Hermoso; aunque no lo era. Más bien era feo. Muy feo era el archiduque de Austria, hecho que no impidió que tuvieran seis hijos.
El tipo se benefició desde el primer día de todas las cortesanas. Y Juana se enojaba y levantaba en cólera, porque exigía un respeto que a ella no se le daba.
Ni como mujer, ni como reina, ni como esposa.
Y por eso la llamaban loca.
Cuando su marido murió, Juana reivindicó el trono de reina de Castilla que a ella estaba destinado.
El rey Fernando, su propio padre, no quería que Juana reinara. A él, lo llamaban El Católico. Así que decidió que estaba loca. Y la encerró.
Juana, además, aún era joven y muy culta y todos temían que volviera a casarse y contara con un hombre que la apoyara en la lucha por el trono.
Por eso, mejor encerrada. Por loca.
Cuando su hijo Carlos fue a visitarla, ella le cedió graciosamente el poder. El de los reinos de Castilla y Aragón de aquella España unificada.
Por loca.
Le obligaron a firmar su reclamo futuro. Y quedó allí, encerrada. En Tordesillas. Obvio, si estaba loca.
Bella. Muy bella. E inteligente y enamorada.
Sin embargo, el mundo la conoce como Juana, la Loca y no Juana, la cautiva. A la que le negaron su verdadera voz.
Ingenua. Creyó ser una dama y resultó ser sólo un peón de una trama oscura. La del poder. De los propios y ajenos. Y terminó encerrada hasta su muerte. Por medio siglo. Abandonada a su suerte. Sometida a un matrimonio forzado, a un marido infiel y abusivo, a un padre autoritario y a un hijo desleal. Al silencio y al olvido. Por loca. Juana.