Mary Wollstonecraft

25 NOV 2024 - 12:48 | Actualizado 26 NOV 2024 - 13:11

Por: Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Podcast: Paloma Caria

Entre una infancia complicada y tragedias amorosas, emergió esta escritora británica, rompiendo moldes preestablecidos como si fuesen verdades inapelables.
Nacida en el seno de una familia burguesa londinense venida a menos en 1759, conoció las limitadas posibilidades del ámbito femenino en una reducida función de a “ángeles del hogar” previctorianas. Fue víctima de la autoridad abusiva de un padre alcohólico y la apatía de una madre sometida a su marido, de quien hará un retrato en su primera novela.

Ella y sus hermanas recibieron una educación muy superficial en una pequeña escuela de Yorkshire, mientras que su hermano mayor estudió Derecho. Sin embargo, esa dura enseñanza le sirvió para ser un resplandor ante tanta oscuridad y se convirtió en una activa militante radical de los cambios sociales que comenzaban a amenazar con la Revolución Francesa y una feminista de vanguardia. Con sus compañeros abogó por el abolicionismo esclavista y la independencia en Estados Unidos, reformas parlamentarias e invenciones científicas; despertando la ira del conservadurismo británico ante una mujer que hablaba sobre la “desafortunada situación de las mujeres y la falta de equidad con los hombres”. Intolerable. Inaceptable. Una herejía. ¿La culpable de toda esa “herejía”. Mary Wollstonecraft que ya había comenzado a publicar sus libros y novelas con cierto suceso, lo que daba no sólo prestigio, sino independencia económica y financiera. Otro delito. Y más por ser mujer. Allí aparece su primer gran éxito. “La educación de las hijas”, en 1787, que se convirtió en un gran instrumento de su lucha.

Pero fue la Revolución francesa (dos años después) la que produjo en ella el punto de inflexión más significativo. Escribió “Vindicación de los derechos del hombre” que la convirtió en una intelectual reconocida, bien establecida en los círculos radicales (y masculinos) de la metrópoli; hizo pareja con William Godwin y escribió su obra más significativa: su “Vindicación de los derechos de la mujer”. Corría el año 1792.

Allí condenó la condición “degradada” de las mujeres como resultado no de una mala educación, sino de una sistemática opresión, una esclavitud organizada por la tiranía masculina. Pero entre ambas Vindicaciones hay más que una simple transferencia. En la primera, su crítica reiterada al “velo” que la pompa de la realeza y aristocracia arrojaba sobre el pueblo. Y en la segunda produce un texto revolucionario desafió las nociones arraigadas sobre la inferioridad intelectual y social de las mujeres, argumentando que la falta de educación y oportunidades las relegaba a un papel subordinado.

Para ella, la mente no tenía sexo.

De hecho, se contentaba con luchar para que la carrera liberal se abriera al talento femenino y soñaba con el día en que las mujeres se convirtieran en diputadas, sin reclamar ni siquiera el derecho al voto. La imposibilidad de escribir sobre el deseo femenino, en un momento en el que el simple hecho de ser escritora ya era bastante inmoral, se refleja en su obra mediante sorprendentes disyunciones estilísticas entre una filosofía asexual mezcladas con fantasías sentimentales que le hacen caer en los defectos femeninos que denuncia.

Fue demasiado. La despedazaron por su ”conducta impropia” y por sus amantes; tantos masculinos como femeninos; con quienes tuvo una relación con prólogos y epílogos tormentosos.

Tras su muerte a la edad de 38 años, durante el nacimiento de su segunda hija, la propagación de sus ideas será lenta, frenada por la virulencia de la prensa conservadora en su contra y del colapso del movimiento radical con un poco bastante de misoginia. Recién, un siglo más tarde, aparecerá en Inglaterra el primer movimiento feminista relativamente organizado.

En cierto sentido, el legado más directo de Wollstonecraft puede haber sido su segunda hija, Mary, que reproduce en la siguiente generación la audacia a la vez intelectual y sexual de su madre, al huir a los 16 años con un hombre “casado y padre de familia” y al publicar -con tan solo 20 años- Frankenstein, una de las grandes novelas de la modernidad.

En el escenario histórico del siglo XVIII, marcado por las tensiones políticas y los cambios sociales, una figura emergió como una pionera del feminismo y una defensora apasionada de los derechos de las mujeres: Mary Wollstonecraft. Su legado perdura como un faro que ilumina el camino hacia la igualdad de género, y su vida tumultuosa y sus escritos visionarios la sitúan en un lugar destacado. De la historia, claro está.

25 NOV 2024 - 12:48

Por: Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Podcast: Paloma Caria

Entre una infancia complicada y tragedias amorosas, emergió esta escritora británica, rompiendo moldes preestablecidos como si fuesen verdades inapelables.
Nacida en el seno de una familia burguesa londinense venida a menos en 1759, conoció las limitadas posibilidades del ámbito femenino en una reducida función de a “ángeles del hogar” previctorianas. Fue víctima de la autoridad abusiva de un padre alcohólico y la apatía de una madre sometida a su marido, de quien hará un retrato en su primera novela.

Ella y sus hermanas recibieron una educación muy superficial en una pequeña escuela de Yorkshire, mientras que su hermano mayor estudió Derecho. Sin embargo, esa dura enseñanza le sirvió para ser un resplandor ante tanta oscuridad y se convirtió en una activa militante radical de los cambios sociales que comenzaban a amenazar con la Revolución Francesa y una feminista de vanguardia. Con sus compañeros abogó por el abolicionismo esclavista y la independencia en Estados Unidos, reformas parlamentarias e invenciones científicas; despertando la ira del conservadurismo británico ante una mujer que hablaba sobre la “desafortunada situación de las mujeres y la falta de equidad con los hombres”. Intolerable. Inaceptable. Una herejía. ¿La culpable de toda esa “herejía”. Mary Wollstonecraft que ya había comenzado a publicar sus libros y novelas con cierto suceso, lo que daba no sólo prestigio, sino independencia económica y financiera. Otro delito. Y más por ser mujer. Allí aparece su primer gran éxito. “La educación de las hijas”, en 1787, que se convirtió en un gran instrumento de su lucha.

Pero fue la Revolución francesa (dos años después) la que produjo en ella el punto de inflexión más significativo. Escribió “Vindicación de los derechos del hombre” que la convirtió en una intelectual reconocida, bien establecida en los círculos radicales (y masculinos) de la metrópoli; hizo pareja con William Godwin y escribió su obra más significativa: su “Vindicación de los derechos de la mujer”. Corría el año 1792.

Allí condenó la condición “degradada” de las mujeres como resultado no de una mala educación, sino de una sistemática opresión, una esclavitud organizada por la tiranía masculina. Pero entre ambas Vindicaciones hay más que una simple transferencia. En la primera, su crítica reiterada al “velo” que la pompa de la realeza y aristocracia arrojaba sobre el pueblo. Y en la segunda produce un texto revolucionario desafió las nociones arraigadas sobre la inferioridad intelectual y social de las mujeres, argumentando que la falta de educación y oportunidades las relegaba a un papel subordinado.

Para ella, la mente no tenía sexo.

De hecho, se contentaba con luchar para que la carrera liberal se abriera al talento femenino y soñaba con el día en que las mujeres se convirtieran en diputadas, sin reclamar ni siquiera el derecho al voto. La imposibilidad de escribir sobre el deseo femenino, en un momento en el que el simple hecho de ser escritora ya era bastante inmoral, se refleja en su obra mediante sorprendentes disyunciones estilísticas entre una filosofía asexual mezcladas con fantasías sentimentales que le hacen caer en los defectos femeninos que denuncia.

Fue demasiado. La despedazaron por su ”conducta impropia” y por sus amantes; tantos masculinos como femeninos; con quienes tuvo una relación con prólogos y epílogos tormentosos.

Tras su muerte a la edad de 38 años, durante el nacimiento de su segunda hija, la propagación de sus ideas será lenta, frenada por la virulencia de la prensa conservadora en su contra y del colapso del movimiento radical con un poco bastante de misoginia. Recién, un siglo más tarde, aparecerá en Inglaterra el primer movimiento feminista relativamente organizado.

En cierto sentido, el legado más directo de Wollstonecraft puede haber sido su segunda hija, Mary, que reproduce en la siguiente generación la audacia a la vez intelectual y sexual de su madre, al huir a los 16 años con un hombre “casado y padre de familia” y al publicar -con tan solo 20 años- Frankenstein, una de las grandes novelas de la modernidad.

En el escenario histórico del siglo XVIII, marcado por las tensiones políticas y los cambios sociales, una figura emergió como una pionera del feminismo y una defensora apasionada de los derechos de las mujeres: Mary Wollstonecraft. Su legado perdura como un faro que ilumina el camino hacia la igualdad de género, y su vida tumultuosa y sus escritos visionarios la sitúan en un lugar destacado. De la historia, claro está.


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