Por Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Podcast: Lorena Leeming
Despertó -y despierta- fascinación y misterio. Su nombre es inmortal; pero su imagen no es nítida. Lo que sí despertó amores y odios sin igual. Y nunca pasó desapercibida. Soberana. Leyenda. Mujer.
Cleopatra. La reina del Nilo.
Llegó muy joven a ser soberana de Egipto bajo la dinastía ptolemaica; aquella raíz sobreviviente del imperio macedónico de Alejandro Magno y no tuvo inconveniente alguno en despachar a su hermano Ptolomeo XIV a la muerte y a su media hermana Arsínoe IV al exilio en una feroz interna por el poder.
Cleopatra fue la reina de Egipto durante 22 años en una época en la que la historia la dictaba Roma, cuyos dominios se extendían hasta las fronteras de Egipto y ansiaba el control del país del Nilo: granero del Mediterráneo con una exótica y erudita cultura. Y vivió romances de novela con Julio César y Marco Antonio, dos de los personajes más poderosos de ese contexto con quienes tuvo hijos.
Por si fuera poco, tuvo un final dramático.
Cleopatra VII Thea Filopátor (así fue su nombre completo), pretendió defender la independencia de su reino frente al poder del pueblo nacido bajo las siete colinas del Tíber; pero fracasó en el intento. De nada valió su erudición, su notable capacidad diplomática y su carácter y capacidad estratégica. Sus amores con aquellos fueron -además- parte de proyectos políticos que se derrumbaron con la muerte del primero y la derrota y posterior suicidio en la batalla de Actium del segundo. Tenía 39 años cuando todo se acabó. Cuando la reina egipcia era vencida.
Su azarosa existencia y los tiempos en que transcurrió su biografía, convirtieron a Cleopatra en un mito, que nació tras su suicidio y que no dejó de aumentar con el paso del tiempo.
Es que temiendo ser llevada a Roma como trofeo y que sus hijos fueran utilizados como símbolos de la victoria romana, decidió tomar su propia vida, dejándose morder por una áspid.
No cargó letras en su voz ronca, las cargó en su corazón. El pecado sí estuvo en sus labios; el deseo en la mirada, muchos sueños sobre el amor en la cabeza y los sentimientos a flor de piel. Sin embargo, nunca la leyeron entre líneas; ni le entendieron sus cicatrices que llevaba grabadas en el alma y en el cuero. Tatuadas. Hasta muchísimos años después.
Hoy, ella tiene más historias que años, más heridas que trofeos y muchas soledades que abrazos.
Cleopatra, la reina del Nilo.
Por Juan Miguel Bigrevich
Edición: Marcelo Maidana
Podcast: Lorena Leeming
Despertó -y despierta- fascinación y misterio. Su nombre es inmortal; pero su imagen no es nítida. Lo que sí despertó amores y odios sin igual. Y nunca pasó desapercibida. Soberana. Leyenda. Mujer.
Cleopatra. La reina del Nilo.
Llegó muy joven a ser soberana de Egipto bajo la dinastía ptolemaica; aquella raíz sobreviviente del imperio macedónico de Alejandro Magno y no tuvo inconveniente alguno en despachar a su hermano Ptolomeo XIV a la muerte y a su media hermana Arsínoe IV al exilio en una feroz interna por el poder.
Cleopatra fue la reina de Egipto durante 22 años en una época en la que la historia la dictaba Roma, cuyos dominios se extendían hasta las fronteras de Egipto y ansiaba el control del país del Nilo: granero del Mediterráneo con una exótica y erudita cultura. Y vivió romances de novela con Julio César y Marco Antonio, dos de los personajes más poderosos de ese contexto con quienes tuvo hijos.
Por si fuera poco, tuvo un final dramático.
Cleopatra VII Thea Filopátor (así fue su nombre completo), pretendió defender la independencia de su reino frente al poder del pueblo nacido bajo las siete colinas del Tíber; pero fracasó en el intento. De nada valió su erudición, su notable capacidad diplomática y su carácter y capacidad estratégica. Sus amores con aquellos fueron -además- parte de proyectos políticos que se derrumbaron con la muerte del primero y la derrota y posterior suicidio en la batalla de Actium del segundo. Tenía 39 años cuando todo se acabó. Cuando la reina egipcia era vencida.
Su azarosa existencia y los tiempos en que transcurrió su biografía, convirtieron a Cleopatra en un mito, que nació tras su suicidio y que no dejó de aumentar con el paso del tiempo.
Es que temiendo ser llevada a Roma como trofeo y que sus hijos fueran utilizados como símbolos de la victoria romana, decidió tomar su propia vida, dejándose morder por una áspid.
No cargó letras en su voz ronca, las cargó en su corazón. El pecado sí estuvo en sus labios; el deseo en la mirada, muchos sueños sobre el amor en la cabeza y los sentimientos a flor de piel. Sin embargo, nunca la leyeron entre líneas; ni le entendieron sus cicatrices que llevaba grabadas en el alma y en el cuero. Tatuadas. Hasta muchísimos años después.
Hoy, ella tiene más historias que años, más heridas que trofeos y muchas soledades que abrazos.
Cleopatra, la reina del Nilo.