Las brujas de la noche

14 OCT 2024 - 9:25 | Actualizado 15 OCT 2024 - 10:08

Por : Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Podcast: Paloma Caria
Edición: Marcelo Maidana

Los propios las llamaron “Hermanitas” o en el peor de los casos “Muñecas”; también “Criaturas celestiales” cuando borraron las barreras de la discriminación. Algunos ajenos, como los franceses, “Hechiceras”; pero pasaron a la historia como “Las brujas de la noche”, cuya definición fue patentada por los jerarcas y soldados alemanes que en su avanzada de la operación “Barbarroja” las padecieron bajo sus penumbras y su valentía inigualable, volviéndolos locos y despavoridos.

Es que gran parte del fracaso nazi en su invasión a la Unión Soviética fue obra y gracias al escuadrón de aviación 588 de bombardeo nocturno conformado por 115 mujeres que sombraron el terror entre los invasores; tanto que entre los teutones se llegó a pensar que tomaban algún medicamento que les hacía tener una visión felina nocturna perfecta. Incluso, el mismo Adolfo Hitler comenzó a otorgar la distinción de la “Medalla de hierro” a aquellos compatriotas que “cazaran” a alguna de “esas brujas”.

Conducido por Marina Raskova, una heroína nacional que había recorrido la distancia entre Moscú y el Lejano Oriente sin escalas a bordo de un ANT-37 "Ródina", “las brujas…” vestían uniformes masculinos y utilizaban botas que debían rellenar con ropa de cama para evitar de que se deslizaran de sus pies, y combatían con unos aeroplanos hechos de madera contrachapada y lona que no ofrecían protección alguna contra los elementos naturales y fabricados.
La Raskova había obtenido el pasaje gracias a su amistad con Josef Stalin, el jefe supremo ruso y a pesar de la desconfianza del politburó bolchevique, que nada decía cuando ellas se alistaban como francotiradoras, zapadoras y conductoras de tanques.

Para formar parte de aquel batallón se reclutaron voluntarias de entre 17 y 22 años, y lo primero que se les ordenó fue que se cortaran sus rubias trenzas para que su cabello se asemejase más al de sus compañeros masculinos. En un tiempo récord de seis meses, aquel grupo de inexpertas mujeres recibió un entrenamiento intensivo en técnicas de combate, pilotaje y supervivencia que normalmente duraba año y medio. Una vez finalizado, todo lo que el ejército rojo les pudo entregar fueron unos anticuados aviones Polikarpov 2, biplanos de los años veinte dedicados a tareas de fumigación y entrenamiento.
Eran tan pequeños que no tenían ni bodega para almacenar las bombas, y como sólo podían transportar dos artefactos explosivos, éstos iban apoyados en el regazo.

Apodados kukurúznik (“Mazorca de maíz”), aquellos biplanos de marcha lenta llevaban la cabina abierta y contaban con una protección de vidrio que no protegía nada a sus ocupantes de las balas enemigas ni del fuerte viento. Sin embargo, volando a una altura de tres mil metros y a 120 kilómetros por hora, eran difíciles de detectar. Todas sus misiones las realizaban de noche, llegando a efectuar entre diez y quince salidas en una sola jornada, volando de a tres y después de apagar el motor y planear más lentamente que un paracaidista, lanzaban las bombas sobre el objetivo. Con una rapidez de bofetada.

El ruido de las alas de los Polikarpov al rozar el aire era comparado por los alemanes con el de una escoba y de ahí el apodo que se ganaron por parte del enemigo: “Nachthexen”; es decir, las brujas de la noche.
Pero no todas salieron con vida. El escuadrón perdió 32 pilotos, incluida su mentora. Mientras tanto, otras 23, entre ellas la legendaria Nadezhda Popova, obtuvieron el prestigioso título de heroína de la Unión Soviética.
Sin embargo, las brujas nocturnas fueron excluidas del desfile del día de la victoria en Moscú y algunas de ellas, como Polina Guelman, Irina Rakobolskaia, Raísa Arónova o Lilya Litvyak, nunca fueron homenajeadas.

Aquellas "escobas voladoras", sin radio ni paracaídas, llevaban dos tripulantes y tenían capacidad para dos bombas que, en algunas ocasiones y debido a los obsoletos sistemas de lanzamiento, debían tirar a mano y que totalizaron alrededor de 23.000 toneladas, produciendo -entre las filas enemigas- el pánico y el espanto reflejándolos en sus ojos y en sus bengalas.
Las hechiceras no jugaban. Arrollaban. Tampoco usaban maquillajes para ocultar sus heridas. Pero desafiando la gravedad, los prejuicios y las mentes cerradas y estériles, tuvieron fuego en sus almas y vida en sus sueños; aunque el frio quemara; aunque el miedo mordíera; defendiendo lo suyo como si ello le atravesara todo su ser.

Hostiles y sus dolores a media asta, fueron un gran temporal atravesado por soles cegadores. Le dijeron hermanitas, hechiceras, muñecas. Fueron (y son) más, mucho más. Fueron (y son) las brujas de la noche. Con sus escobas voladoras. Cortando el aire con su coraje.

14 OCT 2024 - 9:25

Por : Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Podcast: Paloma Caria
Edición: Marcelo Maidana

Los propios las llamaron “Hermanitas” o en el peor de los casos “Muñecas”; también “Criaturas celestiales” cuando borraron las barreras de la discriminación. Algunos ajenos, como los franceses, “Hechiceras”; pero pasaron a la historia como “Las brujas de la noche”, cuya definición fue patentada por los jerarcas y soldados alemanes que en su avanzada de la operación “Barbarroja” las padecieron bajo sus penumbras y su valentía inigualable, volviéndolos locos y despavoridos.

Es que gran parte del fracaso nazi en su invasión a la Unión Soviética fue obra y gracias al escuadrón de aviación 588 de bombardeo nocturno conformado por 115 mujeres que sombraron el terror entre los invasores; tanto que entre los teutones se llegó a pensar que tomaban algún medicamento que les hacía tener una visión felina nocturna perfecta. Incluso, el mismo Adolfo Hitler comenzó a otorgar la distinción de la “Medalla de hierro” a aquellos compatriotas que “cazaran” a alguna de “esas brujas”.

Conducido por Marina Raskova, una heroína nacional que había recorrido la distancia entre Moscú y el Lejano Oriente sin escalas a bordo de un ANT-37 "Ródina", “las brujas…” vestían uniformes masculinos y utilizaban botas que debían rellenar con ropa de cama para evitar de que se deslizaran de sus pies, y combatían con unos aeroplanos hechos de madera contrachapada y lona que no ofrecían protección alguna contra los elementos naturales y fabricados.
La Raskova había obtenido el pasaje gracias a su amistad con Josef Stalin, el jefe supremo ruso y a pesar de la desconfianza del politburó bolchevique, que nada decía cuando ellas se alistaban como francotiradoras, zapadoras y conductoras de tanques.

Para formar parte de aquel batallón se reclutaron voluntarias de entre 17 y 22 años, y lo primero que se les ordenó fue que se cortaran sus rubias trenzas para que su cabello se asemejase más al de sus compañeros masculinos. En un tiempo récord de seis meses, aquel grupo de inexpertas mujeres recibió un entrenamiento intensivo en técnicas de combate, pilotaje y supervivencia que normalmente duraba año y medio. Una vez finalizado, todo lo que el ejército rojo les pudo entregar fueron unos anticuados aviones Polikarpov 2, biplanos de los años veinte dedicados a tareas de fumigación y entrenamiento.
Eran tan pequeños que no tenían ni bodega para almacenar las bombas, y como sólo podían transportar dos artefactos explosivos, éstos iban apoyados en el regazo.

Apodados kukurúznik (“Mazorca de maíz”), aquellos biplanos de marcha lenta llevaban la cabina abierta y contaban con una protección de vidrio que no protegía nada a sus ocupantes de las balas enemigas ni del fuerte viento. Sin embargo, volando a una altura de tres mil metros y a 120 kilómetros por hora, eran difíciles de detectar. Todas sus misiones las realizaban de noche, llegando a efectuar entre diez y quince salidas en una sola jornada, volando de a tres y después de apagar el motor y planear más lentamente que un paracaidista, lanzaban las bombas sobre el objetivo. Con una rapidez de bofetada.

El ruido de las alas de los Polikarpov al rozar el aire era comparado por los alemanes con el de una escoba y de ahí el apodo que se ganaron por parte del enemigo: “Nachthexen”; es decir, las brujas de la noche.
Pero no todas salieron con vida. El escuadrón perdió 32 pilotos, incluida su mentora. Mientras tanto, otras 23, entre ellas la legendaria Nadezhda Popova, obtuvieron el prestigioso título de heroína de la Unión Soviética.
Sin embargo, las brujas nocturnas fueron excluidas del desfile del día de la victoria en Moscú y algunas de ellas, como Polina Guelman, Irina Rakobolskaia, Raísa Arónova o Lilya Litvyak, nunca fueron homenajeadas.

Aquellas "escobas voladoras", sin radio ni paracaídas, llevaban dos tripulantes y tenían capacidad para dos bombas que, en algunas ocasiones y debido a los obsoletos sistemas de lanzamiento, debían tirar a mano y que totalizaron alrededor de 23.000 toneladas, produciendo -entre las filas enemigas- el pánico y el espanto reflejándolos en sus ojos y en sus bengalas.
Las hechiceras no jugaban. Arrollaban. Tampoco usaban maquillajes para ocultar sus heridas. Pero desafiando la gravedad, los prejuicios y las mentes cerradas y estériles, tuvieron fuego en sus almas y vida en sus sueños; aunque el frio quemara; aunque el miedo mordíera; defendiendo lo suyo como si ello le atravesara todo su ser.

Hostiles y sus dolores a media asta, fueron un gran temporal atravesado por soles cegadores. Le dijeron hermanitas, hechiceras, muñecas. Fueron (y son) más, mucho más. Fueron (y son) las brujas de la noche. Con sus escobas voladoras. Cortando el aire con su coraje.


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