Las prostitutas de San Julián

23 SEP 2024 - 18:44 | Actualizado 24 SEP 2024 - 16:50

Por: Juan Miguel Bigrevich
Pocdcast: Paloma Caria
Edición: Marcelo Maidana

Fueron 5. Cinco. En números o en letras. Cinco. 5. Parias. Prostitutas. Locas. Las que dijeron que no. Con asesinos no. Dignamente. Sin importar que pasaría en el después. Dijeron no. Ni siquiera borrachas. Ni con opio. Ni con láudano. Ni obligadas por el “imperio de la ley” ni por el goce. No fue no.

Fue un 17 de febrero de 1922; hace más de un siglo cuando las argentinas Consuelo García, Angela Fortunato y Amalia Rodríguez; la española María Juliache y la inglesa Maud Foster, se negaron a brindarle sus servicios a milicianos que meses antes asesinaron a 1.500 trabajadores rurales de los campos santacruceños en una de las masacres a obreros más brutales de la historia argentina y que se llamó La Patagonia trágica. O la Patagonia rebelde. Que para el caso es lo mismo. La masacre y la tragedia.

La crónica rigurosa de aquel día indica que el suboficial y los soldados del Décimo Regimiento de Caballería del teniente coronel Héctor Benigno Varela, de festejo, llegaron a la casa de tolerancia “La catalana” de Paulina Rovira; pero cuando la primera tanda de soldados se acercó al prostíbulo, la Madama salió presurosa a la calle llevando en su garganta el grito herido de sus mujeres. Algo insólito: las cinco prostitutas de ese episodio se negaban. No es no, dijeron dicen que dijo la dueña del lupanar que no las iba a obligar bajo ninguna circunstancia. Indignados pretendieron ingresar por la fuerza y fueron recibidos a escobazos, palos y alguna faca por las mujeres, al grito de “¡asesinos!, ¡porquerías!”, “con asesinos no nos acostamos”, “cabrones malparidos” y “también otros insultos obscenos propios de mujerzuelas”, según el protocolo policial relevado de aquel tiempo.

Ante la queja de los soldados, que las acusaron de “insultar el uniforme de la patria”, las mujeres fueron detenidas, golpeadas, denigradas y se le retiraron las tarjetas sanitarias que las autorizaban a ejercer la prostitución. Las mojaron y las dejaron expuestas a la intemperie con la ropa puesta.

Sin embargo, el comisario de San Julián aconsejó al teniente primero a cargo de la guarnición militar local, para dirimir el destino de las rebeldes. Este militar no quería más escándalos, ni que el acto pasase a mayores, por lo que las prostitutas fueron finalmente puestas en libertad. Tras su liberación, serían expulsadas de Puerto San Julián, siendo la única que volvería a posteriori Maud Foster, tras trabajar durante un tiempo en un prostíbulo en Cañadón León (actual Gobernador Gregores).

Del resto de meretrices, se desconoce su destino, no su dignidad. Esa que el sabio sintetizó con que “jamás creció una flor en las tumbas masivas de los fusilados. Sólo piedra, mata negra y el eterno viento patagónico. Están tapados por el silencio de todos, por el miedo de todos. Sólo encontramos esta flor, esta reacción de las pupilas del prostíbulo”. Las que dijeron que no.

23 SEP 2024 - 18:44

Por: Juan Miguel Bigrevich
Pocdcast: Paloma Caria
Edición: Marcelo Maidana

Fueron 5. Cinco. En números o en letras. Cinco. 5. Parias. Prostitutas. Locas. Las que dijeron que no. Con asesinos no. Dignamente. Sin importar que pasaría en el después. Dijeron no. Ni siquiera borrachas. Ni con opio. Ni con láudano. Ni obligadas por el “imperio de la ley” ni por el goce. No fue no.

Fue un 17 de febrero de 1922; hace más de un siglo cuando las argentinas Consuelo García, Angela Fortunato y Amalia Rodríguez; la española María Juliache y la inglesa Maud Foster, se negaron a brindarle sus servicios a milicianos que meses antes asesinaron a 1.500 trabajadores rurales de los campos santacruceños en una de las masacres a obreros más brutales de la historia argentina y que se llamó La Patagonia trágica. O la Patagonia rebelde. Que para el caso es lo mismo. La masacre y la tragedia.

La crónica rigurosa de aquel día indica que el suboficial y los soldados del Décimo Regimiento de Caballería del teniente coronel Héctor Benigno Varela, de festejo, llegaron a la casa de tolerancia “La catalana” de Paulina Rovira; pero cuando la primera tanda de soldados se acercó al prostíbulo, la Madama salió presurosa a la calle llevando en su garganta el grito herido de sus mujeres. Algo insólito: las cinco prostitutas de ese episodio se negaban. No es no, dijeron dicen que dijo la dueña del lupanar que no las iba a obligar bajo ninguna circunstancia. Indignados pretendieron ingresar por la fuerza y fueron recibidos a escobazos, palos y alguna faca por las mujeres, al grito de “¡asesinos!, ¡porquerías!”, “con asesinos no nos acostamos”, “cabrones malparidos” y “también otros insultos obscenos propios de mujerzuelas”, según el protocolo policial relevado de aquel tiempo.

Ante la queja de los soldados, que las acusaron de “insultar el uniforme de la patria”, las mujeres fueron detenidas, golpeadas, denigradas y se le retiraron las tarjetas sanitarias que las autorizaban a ejercer la prostitución. Las mojaron y las dejaron expuestas a la intemperie con la ropa puesta.

Sin embargo, el comisario de San Julián aconsejó al teniente primero a cargo de la guarnición militar local, para dirimir el destino de las rebeldes. Este militar no quería más escándalos, ni que el acto pasase a mayores, por lo que las prostitutas fueron finalmente puestas en libertad. Tras su liberación, serían expulsadas de Puerto San Julián, siendo la única que volvería a posteriori Maud Foster, tras trabajar durante un tiempo en un prostíbulo en Cañadón León (actual Gobernador Gregores).

Del resto de meretrices, se desconoce su destino, no su dignidad. Esa que el sabio sintetizó con que “jamás creció una flor en las tumbas masivas de los fusilados. Sólo piedra, mata negra y el eterno viento patagónico. Están tapados por el silencio de todos, por el miedo de todos. Sólo encontramos esta flor, esta reacción de las pupilas del prostíbulo”. Las que dijeron que no.


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