Isidoro Pichilef, coraje de albañil

Fue apoderado del mítico sindicalista cordobés Gregorio Flores. Liberado, volvió a Trelew como pudo. Fue perseguido, se sintió olvidado y recién en los últimos años pudo saborear la reivindicación de aquellas luchas populares.

09 OCT 2022 - 18:04 | Actualizado 09 OCT 2022 - 18:12

Mario Pichilef y su mesa llena de fotos de su padre Isidoro. Un libro de las primeras ediciones de La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez, leído y releído. Mario y su relato. Su papá vivía en Trelew en 1972 cuando el 11de octubre fue detenido junto con Manfredo Lendzian. Es el segundo de los cuatro hijos de Isidoro.

"De chico siempre le preguntaba y él me contaba lo que había vivido. Siempre le insistía para que escribiera lo que había pasado y nunca me hizo caso. Ahora tendríamos sus palabras, lo que él transmitía, y no lo que yo recuerdo”. Isidoro nació en Barril Niyeo, Río Negro. Integró la Comisión de Solidaridad con los presos políticos de Rawson. “Cuando entró a la Comisión y luego cuando lo detuvieron conoció gente del Partido Justicialista, pero nunca militó. Es más, luego de lo que le sucedió conoció más gente y participó más pero no militó”.

Fue apoderado de Gregorio Flores, el sindicalista de Córdoba, que “había pedido que fuera un obrero. Y mi viejo era uno de l o s menos instruidos: era albañil y de Gregorio aprendió un montón”. Padre de pocas palabras, “no era muy hablador”, se ríe Mario. “Pero conmigo en particular siempre hablaba mucho aunque quedó la deuda de que lo escribiera”.

A Isidoro siempre le llamó la atención el movimiento político de Trelew. “Esa madrugada le golpearon la puerta y entraron, ellos estaban durmiendo con su amigo y se los llevaron a unas carpas, estuvieron unas horas y siempre tenía patente que los subieron a un Hércules”. Los militares enfurecieron y le pusieron un cuchillo en el pecho cuando el albañil les juró que no era afiliado a ningún partido político. Subido en la caja de un camión, con lona, Isidoro no sabía qué pasaba. En las carpas del aeropuerto viejo le sacaron fotos, le dieron sándwiches y gaseosas. “Pese a saber que era apoderado de un detenido que ni siquiera intentó fugarse; no sabía qué le iba a pasar. Los llevaron a El Palomar, de ahí a la penitenciaría.

Siempre dijo que les daban de comer y le cortaron el pelo pero no le pegaron”. Le sacaron las huellas digitales y en otro interrogatorio insistió con su falta de afiliación política. Un policía federal le dijo “te vamos a afiliar a la Nueva Fuerza”. Era un partido conservador que no duró nada, fundado por Álvaro Alsogaray. Sí lo maltrat a r o n psicol ógi - c a - mente. “No pudo comer de los nervios durante esos días, eso tenía muy presente: su falta de apetito. Sufrieron mucho maltrato verbal, sumado a la incertidumbre de no saber qué pasaría. No sabían nada”.

Hasta su liberación, el 16 de octubre, su mundo era sopa, guiso y mate cocido. Pichilef no regresó en avión. Cuando salió del penal llegó tarde a la terminal con el pasaje que le dieron los militares. “Por sus propios medios fue a lo de su hermana Martiniana, que vivía en Buenos Aires, y lo recibió mi otra tía, Telésfora. Cuando les contó estuvieron orgullosas de su gesto, que no era otra cosa que acompañar a alguien que necesitaba con quien hablar, que le llevara yerba, algo que hizo mucha gente y les costó su secuestro”.

Sus padres ya eran viejos, no quiso disgustarlos con la noticia. Sus hermanas le prestaron ahorros propios. En tren hasta San Antonio Oeste y de allí micro a Trelew. “Hasta que llegó pasó otro par de días. Por eso pudo leer los diarios que decían ´Continúa detenido el estudiante Isidoro Pichilef´, y él se reía mucho de eso, porque no era estudiante sino albañil”. Llegó a la 1.30 y “cuando entró al Teatro Español la gente gritaba”. Al regreso Isidoro no la pasó bien en Puerto Madryn. “Mi padre no se sentía cómodo, con los meses se le complicó estar en la zona. Sentía que habían quedado marcados y le costaba conseguir trabajo de lo que él sabía, que era ser albañil. Cada vez tenía menos puertas abiertas para trabajar”.

Pichilef y su señora se marcharon a Mar del Plata. “Estuvieron unos años allá; la pasó muy mal de salud pero en la nueva ciudad comenzó a enderezar su pasar económico. Allí también hizo nuevos contactos”, relata Mario. Hubo persecución. “Sintió que por ser él le costaba conseguir trabajo en la zona: estuvo en Trelew, Rawson y Madryn, pero nada”. Pese a estas barreras, “siempre sostuvo que Trelew en ese entonces se movió mucho, que la gente era mucho más política. Lo que vivieron, que detuvieran a la gente de esa manera, que asesinaran, que desaparecieran, que se llevaran gente porque sí, hizo un click: que Trelew se moviera y ser parte de eso lo llenaba de orgullo”.

En 1978 Isidoro volvió a Madryn. En el ´79 nació Mario. Pichilef siempre quiso regresar a la ciudad del Golfo mucho más que a Trelew, que traía mal recuerdo. De todas formas, “mi padre conoció Madryn en el ´68, antes de que esté Aluar, cuando hizo el servicio militar. Lo mandaron en barco y como Madryn era un pueblo y Trelew era más grande se quedó en el Valle. Al final el mar lo hizo decidirse, aunque políticamente siempre le tiró más Trelew” . Ante el avance de la causa por la Masacre de Trelew, “antes de que falleciera, hace dos años y medio, ya se comentaba sobre el juicio, y él dijo enseguida que iba a estar ahí todos los días”. 1972 lo marcó para siempre.

“A 50 años estaría contento, sobre todo porque en estos últimos años se reconoce más a la gente y al hecho en sí. Estaría más que alegre. Los años antes de morir lo invitaban siempre a recordatorios y actos. Siempre participaba porque estaba orgulloso de haber sido parte”. Según Mario, “él hubiera ido todos los días al juicio en Rawson; el destino no quiso que lo vea pero le hubiese encantado”. Isidoro habló de política hasta sus últimos años de vida. Creía que nadie había reconocido lo suficiente aquella movilización. “Decía que estaba bueno, miraba 10 años para atrás y notaba la diferencia, era necesario que se reconociera la Masacre, que hubo persecución política y que se hicieran más actos”.

“Usaría palabras distintas a las mías: diría que hay que recordar, tener presente el pasado pero no vivir en él, seguir luchando para estar mejor. Diría algo más completo porque tenía el don de plasmar su idea de manera concreta, yo soy más vueltero”. Sonríe Mario. Internado en Buenos Aires, a Isidoro “lo visitó mucha gente que la vida le dio como compañeros de lucha”. El Trelewazo no es un tema de charla habitual en la familia. “Pero yo lo recuerdo mucho, siempre hablé con él de esto. Hace 13 años que mis viejos se separaron y siguieron su camino, pero tengo siempre presente lo vivido y teníamos en cuenta las fechas”. Los otros hijos son Fabio, el mayor, nacido en Mar del Plata, Ivana y Anabel. En cuanto a La Pasión según Trelew, “mi viejo lo leyó varias veces y decía que en las ediciones viejas contaba bien lo que había pasado; cuando estuvo en Buenos Aires le regalaron la última edición y decía que estaba cambiado y no coincidían sus relatos y los de sus compañeros tanto como en la primera”.

Isidoro era loco por la lectura y saltaba de libro en libro. Murió a los 63 años en Madryn, luego de cuatro meses de internación en la Fundación Favaloro de Buenos Aires.#

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09 OCT 2022 - 18:04

Mario Pichilef y su mesa llena de fotos de su padre Isidoro. Un libro de las primeras ediciones de La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez, leído y releído. Mario y su relato. Su papá vivía en Trelew en 1972 cuando el 11de octubre fue detenido junto con Manfredo Lendzian. Es el segundo de los cuatro hijos de Isidoro.

"De chico siempre le preguntaba y él me contaba lo que había vivido. Siempre le insistía para que escribiera lo que había pasado y nunca me hizo caso. Ahora tendríamos sus palabras, lo que él transmitía, y no lo que yo recuerdo”. Isidoro nació en Barril Niyeo, Río Negro. Integró la Comisión de Solidaridad con los presos políticos de Rawson. “Cuando entró a la Comisión y luego cuando lo detuvieron conoció gente del Partido Justicialista, pero nunca militó. Es más, luego de lo que le sucedió conoció más gente y participó más pero no militó”.

Fue apoderado de Gregorio Flores, el sindicalista de Córdoba, que “había pedido que fuera un obrero. Y mi viejo era uno de l o s menos instruidos: era albañil y de Gregorio aprendió un montón”. Padre de pocas palabras, “no era muy hablador”, se ríe Mario. “Pero conmigo en particular siempre hablaba mucho aunque quedó la deuda de que lo escribiera”.

A Isidoro siempre le llamó la atención el movimiento político de Trelew. “Esa madrugada le golpearon la puerta y entraron, ellos estaban durmiendo con su amigo y se los llevaron a unas carpas, estuvieron unas horas y siempre tenía patente que los subieron a un Hércules”. Los militares enfurecieron y le pusieron un cuchillo en el pecho cuando el albañil les juró que no era afiliado a ningún partido político. Subido en la caja de un camión, con lona, Isidoro no sabía qué pasaba. En las carpas del aeropuerto viejo le sacaron fotos, le dieron sándwiches y gaseosas. “Pese a saber que era apoderado de un detenido que ni siquiera intentó fugarse; no sabía qué le iba a pasar. Los llevaron a El Palomar, de ahí a la penitenciaría.

Siempre dijo que les daban de comer y le cortaron el pelo pero no le pegaron”. Le sacaron las huellas digitales y en otro interrogatorio insistió con su falta de afiliación política. Un policía federal le dijo “te vamos a afiliar a la Nueva Fuerza”. Era un partido conservador que no duró nada, fundado por Álvaro Alsogaray. Sí lo maltrat a r o n psicol ógi - c a - mente. “No pudo comer de los nervios durante esos días, eso tenía muy presente: su falta de apetito. Sufrieron mucho maltrato verbal, sumado a la incertidumbre de no saber qué pasaría. No sabían nada”.

Hasta su liberación, el 16 de octubre, su mundo era sopa, guiso y mate cocido. Pichilef no regresó en avión. Cuando salió del penal llegó tarde a la terminal con el pasaje que le dieron los militares. “Por sus propios medios fue a lo de su hermana Martiniana, que vivía en Buenos Aires, y lo recibió mi otra tía, Telésfora. Cuando les contó estuvieron orgullosas de su gesto, que no era otra cosa que acompañar a alguien que necesitaba con quien hablar, que le llevara yerba, algo que hizo mucha gente y les costó su secuestro”.

Sus padres ya eran viejos, no quiso disgustarlos con la noticia. Sus hermanas le prestaron ahorros propios. En tren hasta San Antonio Oeste y de allí micro a Trelew. “Hasta que llegó pasó otro par de días. Por eso pudo leer los diarios que decían ´Continúa detenido el estudiante Isidoro Pichilef´, y él se reía mucho de eso, porque no era estudiante sino albañil”. Llegó a la 1.30 y “cuando entró al Teatro Español la gente gritaba”. Al regreso Isidoro no la pasó bien en Puerto Madryn. “Mi padre no se sentía cómodo, con los meses se le complicó estar en la zona. Sentía que habían quedado marcados y le costaba conseguir trabajo de lo que él sabía, que era ser albañil. Cada vez tenía menos puertas abiertas para trabajar”.

Pichilef y su señora se marcharon a Mar del Plata. “Estuvieron unos años allá; la pasó muy mal de salud pero en la nueva ciudad comenzó a enderezar su pasar económico. Allí también hizo nuevos contactos”, relata Mario. Hubo persecución. “Sintió que por ser él le costaba conseguir trabajo en la zona: estuvo en Trelew, Rawson y Madryn, pero nada”. Pese a estas barreras, “siempre sostuvo que Trelew en ese entonces se movió mucho, que la gente era mucho más política. Lo que vivieron, que detuvieran a la gente de esa manera, que asesinaran, que desaparecieran, que se llevaran gente porque sí, hizo un click: que Trelew se moviera y ser parte de eso lo llenaba de orgullo”.

En 1978 Isidoro volvió a Madryn. En el ´79 nació Mario. Pichilef siempre quiso regresar a la ciudad del Golfo mucho más que a Trelew, que traía mal recuerdo. De todas formas, “mi padre conoció Madryn en el ´68, antes de que esté Aluar, cuando hizo el servicio militar. Lo mandaron en barco y como Madryn era un pueblo y Trelew era más grande se quedó en el Valle. Al final el mar lo hizo decidirse, aunque políticamente siempre le tiró más Trelew” . Ante el avance de la causa por la Masacre de Trelew, “antes de que falleciera, hace dos años y medio, ya se comentaba sobre el juicio, y él dijo enseguida que iba a estar ahí todos los días”. 1972 lo marcó para siempre.

“A 50 años estaría contento, sobre todo porque en estos últimos años se reconoce más a la gente y al hecho en sí. Estaría más que alegre. Los años antes de morir lo invitaban siempre a recordatorios y actos. Siempre participaba porque estaba orgulloso de haber sido parte”. Según Mario, “él hubiera ido todos los días al juicio en Rawson; el destino no quiso que lo vea pero le hubiese encantado”. Isidoro habló de política hasta sus últimos años de vida. Creía que nadie había reconocido lo suficiente aquella movilización. “Decía que estaba bueno, miraba 10 años para atrás y notaba la diferencia, era necesario que se reconociera la Masacre, que hubo persecución política y que se hicieran más actos”.

“Usaría palabras distintas a las mías: diría que hay que recordar, tener presente el pasado pero no vivir en él, seguir luchando para estar mejor. Diría algo más completo porque tenía el don de plasmar su idea de manera concreta, yo soy más vueltero”. Sonríe Mario. Internado en Buenos Aires, a Isidoro “lo visitó mucha gente que la vida le dio como compañeros de lucha”. El Trelewazo no es un tema de charla habitual en la familia. “Pero yo lo recuerdo mucho, siempre hablé con él de esto. Hace 13 años que mis viejos se separaron y siguieron su camino, pero tengo siempre presente lo vivido y teníamos en cuenta las fechas”. Los otros hijos son Fabio, el mayor, nacido en Mar del Plata, Ivana y Anabel. En cuanto a La Pasión según Trelew, “mi viejo lo leyó varias veces y decía que en las ediciones viejas contaba bien lo que había pasado; cuando estuvo en Buenos Aires le regalaron la última edición y decía que estaba cambiado y no coincidían sus relatos y los de sus compañeros tanto como en la primera”.

Isidoro era loco por la lectura y saltaba de libro en libro. Murió a los 63 años en Madryn, luego de cuatro meses de internación en la Fundación Favaloro de Buenos Aires.#


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