Mario Amaya, el ciudadano que honró a la Patagonia

Fue el primero de los detenidos y el último de los liberados. Referente, asesor y compañero en horas difíciles, lo mató una tortura feroz. Su caso espera justicia.

06 OCT 2022 - 15:57 | Actualizado 06 OCT 2022 - 16:16

*Por Hipólito Solari Yrigoyen

En octubre de 1976 la dictadura militar asesinó a Mario Abel Amaya mientras se encontraba en prisión. Él era entonces un joven dirigente de la Unión Cívica Radical de Chubut que había ejercido el mandato de diputado nacional hasta el golpe de Estado de ese año. Nadie lo había acusado de nada ni tenía proceso de ninguna especie, ni se le reconoció derecho de defensa.

La culpabilidad compartida de estos hechos recayó en el régimen que, encabezado por Jorge Rafael Videla, había establecido el terrorismo de Estado; luego, y como ejecutores del mismo, en quienes estaban al frente del V Cuerpo de Ejército con sede en Bahía Blanca y con jurisdicción sobre la Patagonia, los generales René Azpitarte y Acdel Vilas. También compartió la responsabilidad el entonces mayor Carlos Alberto Barbot, quien desde el Distrito Militar de Trelew dirigía
el área represiva local y tenía bajo su jurisdicción la cárcel de Rawson.

Ninguno de los nombrados tuvo la valentía de asumir los hechos que programaron, ordenaron o ejecutaron, ni se conoce que hayan tenido algún gesto de arrepentimiento. Azpitarte, Vilas y Barbot han muerto sin tener ninguna condena por los crímenes perpetrados. Los salvó una justicia demasiado lenta y en el caso
de Vilas, además, su demencia.

Comienzo del horror

La detención de Amaya se realiza la madrugada del 17 de agosto en Trelew. Al mismo tiempo el Ejército me secuestra en Puerto Madryn. Luego se efectúan los traslados en avión a la Base Aeronaval de Bahía Blanca, y de ahí a la prisión clandestina que funcionaba en el Regimiento 181 de Comunicaciones de la misma ciudad, a los fondos del V Cuerpo de Ejército conocido como“la Escuelita”, donde él y yo estuvimos desaparecidos.

El 31 de agosto se hizo el traslado, también clandestino, hasta las afueras de Viedma donde se simuló un tiroteo con la Policía Federal para hacer creer que quienes nos traían eran “sediciosos”. Del vehículo en el que veníamos atados y encapuchados se nos arrojó a una zanja lateral del camino, y enseguida nos detuvo la policía, mientras que quienes nos habían transportado huían. Al día siguiente nos llevaron a la cárcel de Villa Floresta. El 11 de septiembre se ordenó nuestro traslado y el de otros catorce detenidos hasta la cárcel de Rawson. En la Base Aeronaval de Trelew recibimos un castigo feroz que se prolongó durante días. Este trato causó la muerte de los dos detenidos con salud más precaria: Mario Abel Amaya, que era asmático,y Jorge Valemberg, ex presidente del Concejo Deliberante de Bahía
Blanca.

Ninguno recibió atención médica, pero además a Amaya se le retiraron el inhalador y sus medicamentos. La última vez lo vi en el baño de la cárcel: tenía una profunda herida en la cabeza, estaba morado por los golpes y hablaba con dificultad. Alcanzó a decirme “estoy muy mal”. Amaya fue trasladado al hospital de la cárcel de Villa Devoto, en donde falleció el 19 de octubre de 1976. Su madre, que fue autorizada a verlo antes del deceso, pasó frente a su cama del hospital sin reconocerlo por el estado en que se encontraba.

La represión a Amaya, que culminó con su asesinato, no fue un caso aislado: similares castigos sufrieron miles y miles de ciudadanos de distintas ideologías políticas, ajenos a las prácticas de la violencia pero cuyos pensamientos progresistas molestaban al régimen. El primer detenido Al momento de su muerte Amaya
tenía 41 años. Había nacido en Dolavon, Chubut, el 3 de agosto de 1935. Su padre vino de San Luis para ejercer la docencia en Patagonia.

Mario Abel se educó en Trelew hasta terminar el colegio secundario y luego se trasladó a Córdoba, donde cursó sus estudios de derecho, militó en el Reformismo y se graduó de abogado. Regresó a Chubut y se dedicó al ejercicio de su profesión y a la enseñanza en el Colegio Nacional de Trelew. Se enroló en las filas
de la Unión Cívica Radical desde su época de estudiante y luego adhirió al incipiente Movimiento de Renovación y Cambio que habíamos fundado muchos radicales bajo la inspiración de Raúl Alfonsín. Hombre inteligente y solidario, Amaya se vinculó a la defensa de los presos políticos enviados a Rawson.

Fue apoderado del líder sindical Agustín Tosco: cuando regresó a Córdoba después de su liberación, Amaya y yo lo acompañamos en el avión y participamos del multitudinario acto de recepción. El gobierno militar de 1972 puso a Amaya, por decreto, a disposición del Poder Ejecutivo cuando se produjo la evasión de la cárcel de Rawson el 22 de agosto de ese año.

Nada tuvo que ver Amaya en ese episodio, pero se aprovechó su presencia en el aeropuerto de Trelew para castigar a quien, con su actuación política, molestaba a los gobernantes de facto. Amaya había ido al aeropuerto para entregar a una dirigente docente, gremio en el que él militaba y al que asesoraba, unos papeles que aquella debía llevar a Buenos Aires.

Fue trasladado a la cárcel de Villa Devoto y me honró designándome su abogado. Al cabo de tres meses fue liberado por la enorme presión que se ejerció desde la
Asamblea Popular de Trelew. Durante el período de su prisión sus amigos habíamos proclamado su candidatura a diputado nacional. Después de que en la convocatoria partidaria triunfara nuestra lista, en la que yo iba de candidato a senador nacional, fuimos electos en los comicios nacionales de marzo y nos incorporamos a nuestras respectivas cámaras el 25 de mayo de 1973.

El joven diputado se distinguió en el ejercicio de su mandato por ladefensa de las causas populares, de las libertades públicas y derechos humanos, del imperio del derecho y del orden constitucional, actividades mal vistas en el país desde diversos sectores del poder, dominados por comportamientos autoritarios. Él figuraba ya en las listas negras de la intolerancia que los propios servicios de informaciones y sus grupos terroristas anexos, como la Triple A. Acaecida su muerte, las autoridades no permitieron que el velorio de Amaya se hiciera en la Casa Radical ni en ningún otro lugar del centro de la ciudad. El caudillo radical de Mataderos, Liborio Pupillo, con generosidad y valentía, organizó su funeral en su barrio. La ceremonia contó con una rigurosa vigilancia de agentes policiales y de informaciones.

Sus restos fueron enterrados en medio de un similar clima represivo en Trelew, donde lo despidieron Raúl Alfonsín y Carlos Fonte, su colega en la Cámara de Diputados. Tiempo después su madre se radicó en Luján, en San Luis, donde residía su familia de origen. Temiendo una profanación se llevó con ella los restos de Mario Abel. Allí descansan ahora, acompañados de los de su progenitora. Mario Abel Amaya fue mi amigo íntimo y mi compañero en vibrantes y silenciosas jornadas. Por eso lo puedo evocar con conocimiento y admiración. Participamos de reuniones, asistíamos a asambleas, sosteníamos debates a favor de nuestras ideas. Después vivimos un mismo calvario.

Él era un idealista y un hombre bondadoso y sensible, cuyo permanente buen humor le permitía sobrellevar con resignación el asma que padecía y los contratiempos frecuentes de nuestras actividades políticas. Siempre alegraba a sus acompañantes con sus salidas ingeniosas y profundas. Fue, asimismo, un demócrata cabal que integró la legión de los que en la política argentina, como dijera Leandro Alem, se rompen pero no se doblan.#

* Extracto de una semblanza escrita por el autor, publicada en el diario La Nación al cumplirse el 25º aniversario de la muerte de Mario Abel Amaya.

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06 OCT 2022 - 15:57

*Por Hipólito Solari Yrigoyen

En octubre de 1976 la dictadura militar asesinó a Mario Abel Amaya mientras se encontraba en prisión. Él era entonces un joven dirigente de la Unión Cívica Radical de Chubut que había ejercido el mandato de diputado nacional hasta el golpe de Estado de ese año. Nadie lo había acusado de nada ni tenía proceso de ninguna especie, ni se le reconoció derecho de defensa.

La culpabilidad compartida de estos hechos recayó en el régimen que, encabezado por Jorge Rafael Videla, había establecido el terrorismo de Estado; luego, y como ejecutores del mismo, en quienes estaban al frente del V Cuerpo de Ejército con sede en Bahía Blanca y con jurisdicción sobre la Patagonia, los generales René Azpitarte y Acdel Vilas. También compartió la responsabilidad el entonces mayor Carlos Alberto Barbot, quien desde el Distrito Militar de Trelew dirigía
el área represiva local y tenía bajo su jurisdicción la cárcel de Rawson.

Ninguno de los nombrados tuvo la valentía de asumir los hechos que programaron, ordenaron o ejecutaron, ni se conoce que hayan tenido algún gesto de arrepentimiento. Azpitarte, Vilas y Barbot han muerto sin tener ninguna condena por los crímenes perpetrados. Los salvó una justicia demasiado lenta y en el caso
de Vilas, además, su demencia.

Comienzo del horror

La detención de Amaya se realiza la madrugada del 17 de agosto en Trelew. Al mismo tiempo el Ejército me secuestra en Puerto Madryn. Luego se efectúan los traslados en avión a la Base Aeronaval de Bahía Blanca, y de ahí a la prisión clandestina que funcionaba en el Regimiento 181 de Comunicaciones de la misma ciudad, a los fondos del V Cuerpo de Ejército conocido como“la Escuelita”, donde él y yo estuvimos desaparecidos.

El 31 de agosto se hizo el traslado, también clandestino, hasta las afueras de Viedma donde se simuló un tiroteo con la Policía Federal para hacer creer que quienes nos traían eran “sediciosos”. Del vehículo en el que veníamos atados y encapuchados se nos arrojó a una zanja lateral del camino, y enseguida nos detuvo la policía, mientras que quienes nos habían transportado huían. Al día siguiente nos llevaron a la cárcel de Villa Floresta. El 11 de septiembre se ordenó nuestro traslado y el de otros catorce detenidos hasta la cárcel de Rawson. En la Base Aeronaval de Trelew recibimos un castigo feroz que se prolongó durante días. Este trato causó la muerte de los dos detenidos con salud más precaria: Mario Abel Amaya, que era asmático,y Jorge Valemberg, ex presidente del Concejo Deliberante de Bahía
Blanca.

Ninguno recibió atención médica, pero además a Amaya se le retiraron el inhalador y sus medicamentos. La última vez lo vi en el baño de la cárcel: tenía una profunda herida en la cabeza, estaba morado por los golpes y hablaba con dificultad. Alcanzó a decirme “estoy muy mal”. Amaya fue trasladado al hospital de la cárcel de Villa Devoto, en donde falleció el 19 de octubre de 1976. Su madre, que fue autorizada a verlo antes del deceso, pasó frente a su cama del hospital sin reconocerlo por el estado en que se encontraba.

La represión a Amaya, que culminó con su asesinato, no fue un caso aislado: similares castigos sufrieron miles y miles de ciudadanos de distintas ideologías políticas, ajenos a las prácticas de la violencia pero cuyos pensamientos progresistas molestaban al régimen. El primer detenido Al momento de su muerte Amaya
tenía 41 años. Había nacido en Dolavon, Chubut, el 3 de agosto de 1935. Su padre vino de San Luis para ejercer la docencia en Patagonia.

Mario Abel se educó en Trelew hasta terminar el colegio secundario y luego se trasladó a Córdoba, donde cursó sus estudios de derecho, militó en el Reformismo y se graduó de abogado. Regresó a Chubut y se dedicó al ejercicio de su profesión y a la enseñanza en el Colegio Nacional de Trelew. Se enroló en las filas
de la Unión Cívica Radical desde su época de estudiante y luego adhirió al incipiente Movimiento de Renovación y Cambio que habíamos fundado muchos radicales bajo la inspiración de Raúl Alfonsín. Hombre inteligente y solidario, Amaya se vinculó a la defensa de los presos políticos enviados a Rawson.

Fue apoderado del líder sindical Agustín Tosco: cuando regresó a Córdoba después de su liberación, Amaya y yo lo acompañamos en el avión y participamos del multitudinario acto de recepción. El gobierno militar de 1972 puso a Amaya, por decreto, a disposición del Poder Ejecutivo cuando se produjo la evasión de la cárcel de Rawson el 22 de agosto de ese año.

Nada tuvo que ver Amaya en ese episodio, pero se aprovechó su presencia en el aeropuerto de Trelew para castigar a quien, con su actuación política, molestaba a los gobernantes de facto. Amaya había ido al aeropuerto para entregar a una dirigente docente, gremio en el que él militaba y al que asesoraba, unos papeles que aquella debía llevar a Buenos Aires.

Fue trasladado a la cárcel de Villa Devoto y me honró designándome su abogado. Al cabo de tres meses fue liberado por la enorme presión que se ejerció desde la
Asamblea Popular de Trelew. Durante el período de su prisión sus amigos habíamos proclamado su candidatura a diputado nacional. Después de que en la convocatoria partidaria triunfara nuestra lista, en la que yo iba de candidato a senador nacional, fuimos electos en los comicios nacionales de marzo y nos incorporamos a nuestras respectivas cámaras el 25 de mayo de 1973.

El joven diputado se distinguió en el ejercicio de su mandato por ladefensa de las causas populares, de las libertades públicas y derechos humanos, del imperio del derecho y del orden constitucional, actividades mal vistas en el país desde diversos sectores del poder, dominados por comportamientos autoritarios. Él figuraba ya en las listas negras de la intolerancia que los propios servicios de informaciones y sus grupos terroristas anexos, como la Triple A. Acaecida su muerte, las autoridades no permitieron que el velorio de Amaya se hiciera en la Casa Radical ni en ningún otro lugar del centro de la ciudad. El caudillo radical de Mataderos, Liborio Pupillo, con generosidad y valentía, organizó su funeral en su barrio. La ceremonia contó con una rigurosa vigilancia de agentes policiales y de informaciones.

Sus restos fueron enterrados en medio de un similar clima represivo en Trelew, donde lo despidieron Raúl Alfonsín y Carlos Fonte, su colega en la Cámara de Diputados. Tiempo después su madre se radicó en Luján, en San Luis, donde residía su familia de origen. Temiendo una profanación se llevó con ella los restos de Mario Abel. Allí descansan ahora, acompañados de los de su progenitora. Mario Abel Amaya fue mi amigo íntimo y mi compañero en vibrantes y silenciosas jornadas. Por eso lo puedo evocar con conocimiento y admiración. Participamos de reuniones, asistíamos a asambleas, sosteníamos debates a favor de nuestras ideas. Después vivimos un mismo calvario.

Él era un idealista y un hombre bondadoso y sensible, cuyo permanente buen humor le permitía sobrellevar con resignación el asma que padecía y los contratiempos frecuentes de nuestras actividades políticas. Siempre alegraba a sus acompañantes con sus salidas ingeniosas y profundas. Fue, asimismo, un demócrata cabal que integró la legión de los que en la política argentina, como dijera Leandro Alem, se rompen pero no se doblan.#

* Extracto de una semblanza escrita por el autor, publicada en el diario La Nación al cumplirse el 25º aniversario de la muerte de Mario Abel Amaya.


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