- Por Esteban Gallo
Periodistas apedreados, insultados y amenazados por hinchas e integrantes del plantel de Defensores de la Ribera. Cronistas que después se escudan en las fuerzas del orden para no ser agredidos.
Jugadores y cuerpo técnico del mismo equipo trompeándose con la policía. Un reportero gráfico de Jornada al que los jugadores del mismo club intentan arrebatarle su cámara fotográfica. Forcejeo y rotura de la herramienta de trabajo del hombre de prensa, que además termina por el piso, lesionándose la mano.
Con estas palabras podríamos resumir lo sucedido el sábado pasado en la cancha de La Ribera, al final del partido que el local perdió por penales con J.J.Moreno.
Sin embargo, la angustia que se vivió en un acontecimiento deportivo que debió ser una fiesta y se transformó en un hecho vergonzoso no es tan fácil de describir. Duele hablar de violencia y de barbarie cuando debiéramos estar hablando de goles, grandes jugadas y actuaciones heroicas, y es complejo trasladar a la computadora el sentimiento de tristeza que invadió a los periodistas y reporteros gráficos de este medio que fueron víctimas de la agresión. La impotencia suele ser inenarrable La procesión siempre va por dentro y no hay palabras que puedan explicarla.
La respuesta de la dirigencia tampoco ayuda a morigerar el escándalo del que sus jugadores e integrantes del cuerpo técnico fueron los principales protagonistas. Tres días después de la agresión, el club La Ribera aún no ha emitido un comunicado de prensa oficial, haciéndose cargo de lo sucedido y ofreciendo un pedido de disculpas real y sincero por los daños psicológicos, físicos y materiales que sufrió nuestro compañero de tareas Sergio Esparza.
Debieran, además, sin refunfuñar, hacerse cargo de los gastos de la rotura del equipo de fotografía. “El lentecito”, del que hablaba ayer el dirigente Martín Proboste, minimizando la gravedad de lo ocurrido, cuesta varios millones de pesos.
La actitud de los dirigentes de la Ribera, manifestada en algunos medios y también en redes sociales es de una liviandad absoluta.
Hablan de lo ocurrido como si tratara de un hecho menor, de una metida de pata, que además justifican aludiendo supuestas agresiones previas, que es la excusa que utilizan los que no se hacen cargo de nada.
Hubo una pelea con un policía, que, según la versión del club, inició el efectivo policial, no los jugadores de la institución. Y hubo una agresión y un atentado contra un reportero gráfico, que, según la versión del club, se produjo como una respuesta a una provocación del hombre de prensa. El papelón lo hacen ellos, pero la culpa siempre es de los otros, como si policías, periodistas, dirigentes y jugadores de los otros clubes, se hubieran confabulado para joderle la vida a La Ribera.
La Ribera es un club de barrio que ha logrado cosas extraordinarias. No solo son los títulos cosechados en la última década. Hay logros institucionales muy importantes que dan cuenta de un crecimiento notable. Eso se logra con capacidad de gestión y un profundo amor por el club.
Es una pena que la institución tire por la borda todo ese trabajo, por no tener la capacidad de reconocer que tiene un problema de inconducta recurrente que debe solucionar.
Independientemente de la profunda labor interna que el club debe hacer, es de esperar que las autoridades de la Liga del Valle tomen cartas en el asunto y con todos los elementos sobre la mesa, testimonios, fotos y videos, apliquen las sanciones que corresponden.
Jamás podremos desterrar la violencia del fútbol si dejamos que los violentos se salgan con la suya. Si la violencia la ejercen los que están adentro de la cancha es más grave todavía porque el ejemplo hacia afuera es triste y peligroso.
Las medidas ejemplificadoras que deben tomar Javier Treuque y sus colaboradores también servirán para demostrar que la entidad cuida a los periodistas y a los medios de comunicación que acompañan a los clubes locales todos los fines de semana del año. Desde hace 70 años Jornada cubre los partidos de la Liga del Valle. No lo motiva otro interés que el compromiso de apoyar los sueños de clubes, dirigentes, jugadores e hinchas.
Tomar la decisión de no cubrir los partidos de Defensores de la Ribera hasta tanto el club no demuestre una clara de intención de cambio, no es algo que a Jornada le provoque ninguna alegría.
Pero no podemos hacerle el caldo gordo a los violentos. Nadie debería hacerlo.
Porque como dijo el futbolista que nos dejó hace 4 años, la pelota no se mancha.
- Por Esteban Gallo
Periodistas apedreados, insultados y amenazados por hinchas e integrantes del plantel de Defensores de la Ribera. Cronistas que después se escudan en las fuerzas del orden para no ser agredidos.
Jugadores y cuerpo técnico del mismo equipo trompeándose con la policía. Un reportero gráfico de Jornada al que los jugadores del mismo club intentan arrebatarle su cámara fotográfica. Forcejeo y rotura de la herramienta de trabajo del hombre de prensa, que además termina por el piso, lesionándose la mano.
Con estas palabras podríamos resumir lo sucedido el sábado pasado en la cancha de La Ribera, al final del partido que el local perdió por penales con J.J.Moreno.
Sin embargo, la angustia que se vivió en un acontecimiento deportivo que debió ser una fiesta y se transformó en un hecho vergonzoso no es tan fácil de describir. Duele hablar de violencia y de barbarie cuando debiéramos estar hablando de goles, grandes jugadas y actuaciones heroicas, y es complejo trasladar a la computadora el sentimiento de tristeza que invadió a los periodistas y reporteros gráficos de este medio que fueron víctimas de la agresión. La impotencia suele ser inenarrable La procesión siempre va por dentro y no hay palabras que puedan explicarla.
La respuesta de la dirigencia tampoco ayuda a morigerar el escándalo del que sus jugadores e integrantes del cuerpo técnico fueron los principales protagonistas. Tres días después de la agresión, el club La Ribera aún no ha emitido un comunicado de prensa oficial, haciéndose cargo de lo sucedido y ofreciendo un pedido de disculpas real y sincero por los daños psicológicos, físicos y materiales que sufrió nuestro compañero de tareas Sergio Esparza.
Debieran, además, sin refunfuñar, hacerse cargo de los gastos de la rotura del equipo de fotografía. “El lentecito”, del que hablaba ayer el dirigente Martín Proboste, minimizando la gravedad de lo ocurrido, cuesta varios millones de pesos.
La actitud de los dirigentes de la Ribera, manifestada en algunos medios y también en redes sociales es de una liviandad absoluta.
Hablan de lo ocurrido como si tratara de un hecho menor, de una metida de pata, que además justifican aludiendo supuestas agresiones previas, que es la excusa que utilizan los que no se hacen cargo de nada.
Hubo una pelea con un policía, que, según la versión del club, inició el efectivo policial, no los jugadores de la institución. Y hubo una agresión y un atentado contra un reportero gráfico, que, según la versión del club, se produjo como una respuesta a una provocación del hombre de prensa. El papelón lo hacen ellos, pero la culpa siempre es de los otros, como si policías, periodistas, dirigentes y jugadores de los otros clubes, se hubieran confabulado para joderle la vida a La Ribera.
La Ribera es un club de barrio que ha logrado cosas extraordinarias. No solo son los títulos cosechados en la última década. Hay logros institucionales muy importantes que dan cuenta de un crecimiento notable. Eso se logra con capacidad de gestión y un profundo amor por el club.
Es una pena que la institución tire por la borda todo ese trabajo, por no tener la capacidad de reconocer que tiene un problema de inconducta recurrente que debe solucionar.
Independientemente de la profunda labor interna que el club debe hacer, es de esperar que las autoridades de la Liga del Valle tomen cartas en el asunto y con todos los elementos sobre la mesa, testimonios, fotos y videos, apliquen las sanciones que corresponden.
Jamás podremos desterrar la violencia del fútbol si dejamos que los violentos se salgan con la suya. Si la violencia la ejercen los que están adentro de la cancha es más grave todavía porque el ejemplo hacia afuera es triste y peligroso.
Las medidas ejemplificadoras que deben tomar Javier Treuque y sus colaboradores también servirán para demostrar que la entidad cuida a los periodistas y a los medios de comunicación que acompañan a los clubes locales todos los fines de semana del año. Desde hace 70 años Jornada cubre los partidos de la Liga del Valle. No lo motiva otro interés que el compromiso de apoyar los sueños de clubes, dirigentes, jugadores e hinchas.
Tomar la decisión de no cubrir los partidos de Defensores de la Ribera hasta tanto el club no demuestre una clara de intención de cambio, no es algo que a Jornada le provoque ninguna alegría.
Pero no podemos hacerle el caldo gordo a los violentos. Nadie debería hacerlo.
Porque como dijo el futbolista que nos dejó hace 4 años, la pelota no se mancha.