- Por Esteban Gallo
Antonio Gallo nació en Breme, Lomelina, en el norte de Italia, en 1898. Arribó al valle del Chubut a principios del siglo pasado, alentado por un primo que vivía en Madryn. Llegó a Trelew y fue adoptado por la familia de Giulio Rossi, que tenía una chacra en la zona de Drofa Dulog. Allí conoció a la criada de la familia italiana, Estebana Colemil, descendiente de aborígenes mapuches y tehuelches.
Se casaron al poco tiempo y tuvieron 12 hijos, 11 varones y una mujer. Uno de esos hijos fue Andrés Gallo, que se casó con Felisa Figueroa. De esa unión nacieron tres hijas. Mirta, la del medio, se casó con José María Gómez, un entrerriano que sobrevivió al hundimiento del General Belgrano, en el conflicto bélico de Malvinas.
-No tengo tiempo para perder, casémonos- le dijo José a su futura esposa, luego de aquel episodio que marcó su vida para siempre.
Se casaron y del matrimonio nacieron dos hijos, Andrés y Melina, la creadora de la bandera de Trelew.
Esta pequeña reseña histórica que acabo de compartir tiene un propósito fundamental. Explica con claridad meridiana de que estamos hechos los trelewenses; cuantas razas, nacionalidades y culturas se fusionaron a lo largo del camino para construir la sociedad multiétnica que nos caracteriza.
Hay miles de historias de vida parecidas a la de Melina, protagonizada por hijos de españoles, portugueses, árabes, alemanes, croatas, polacos, pueblos originarios y galeses.
Es la vida misma de Trelew, atravesada, además, por acontecimientos de profundo significado histórico, que definieron la personalidad y el perfil de la ciudad.
Que Malvinas esté presente en la vida de la creadora no es un componente menor. Es un eje central de la vida de Trelew y de toda la Patagonia y un sentimiento que nos identifica y nos hermana.
La insignia que creó Gómez Gallo subraya aspectos característicos de la ciudad y pone el foco en los símbolos que la definen.
El punta de rieles que aparece en la bandera nos devuelve la memoria de los ferrocarriles para recordarnos que fue la vía ferroviaria fundada en 1886 la que dio inicio a la ciudad de Trelew, conectando a los habitantes de los pueblos y ciudades de la provincia pero también las economías que daban vida a esos lugares. Las diagonales blancas de la bandera representan el protagonismo de la ciudad como centro de la distribución de los productos del valle y la cordillera que se trasladaban en tren a Madryn y Buenos Aires.
El kiosco del centenario creado en 1910, para celebrar el centenario de la Revolución de Mayo, representado con un pictograma, es un emblema de Trelew, ya que toda la actividad cultural, educativa y política pasaron por ahí. Como dice textualmente Melina en la fundamentación, el símbolo englobaba a todas las colectividades y guarda los secretos de las tradiciones ancestrales de la ciudad.
Los colores tampoco fueron elegidos al azar. El rojo es la identificación de las culturas arraigadas en la zona y el color representativo de los primeros colonos galeses. El verde está asociado a la producción del valle y a los colores de la plaza, punto de encuentro de los trelewenses.
El sol radiante, dibujado sobre un cielo celeste, representa el trabajo y la prosperidad.
La bandera transmite además el sentimiento acentuado de quien la creó. Melina cursó los estudios primarios en la escuela 199, los secundarios en la ENET y los universitarios en la ciudad de La Plata. Se recibió de licenciada en Diseño y Comunicación Visual y trabajaba en una multinacional, antes de regresar a su pueblo natal.
Como ella misma dice: “Siempre supe que volvería a Trelew, a devolverle todo lo que Trelew me dio”.
Imbuidos de la misma sensibilidad, cientos de jóvenes formados profesionalmente en otros lugares, regresan al Pueblo de Luis, dispuestos a ofrecer sus conocimientos a favor de la ciudad en la que fueron felices.
No sucumben ante la realidad ni bajan los brazos. Los tiempos de dificultad por los que atraviesa la ciudad desde hace largos años, ni los abruma ni los desalienta.
Como sus bisabuelos, los mueve la fe, pero también el gran amor que sienten por esta ciudad.
Hay una cuestión de identidad, que establece un sentimiento y un compromiso.
El pasado, el presente y el futuro se unen. Ese sentido de pertenencia, arraigado en las nuevas generaciones, es lo que va a salvar a los trelewenses.
- Por Esteban Gallo
Antonio Gallo nació en Breme, Lomelina, en el norte de Italia, en 1898. Arribó al valle del Chubut a principios del siglo pasado, alentado por un primo que vivía en Madryn. Llegó a Trelew y fue adoptado por la familia de Giulio Rossi, que tenía una chacra en la zona de Drofa Dulog. Allí conoció a la criada de la familia italiana, Estebana Colemil, descendiente de aborígenes mapuches y tehuelches.
Se casaron al poco tiempo y tuvieron 12 hijos, 11 varones y una mujer. Uno de esos hijos fue Andrés Gallo, que se casó con Felisa Figueroa. De esa unión nacieron tres hijas. Mirta, la del medio, se casó con José María Gómez, un entrerriano que sobrevivió al hundimiento del General Belgrano, en el conflicto bélico de Malvinas.
-No tengo tiempo para perder, casémonos- le dijo José a su futura esposa, luego de aquel episodio que marcó su vida para siempre.
Se casaron y del matrimonio nacieron dos hijos, Andrés y Melina, la creadora de la bandera de Trelew.
Esta pequeña reseña histórica que acabo de compartir tiene un propósito fundamental. Explica con claridad meridiana de que estamos hechos los trelewenses; cuantas razas, nacionalidades y culturas se fusionaron a lo largo del camino para construir la sociedad multiétnica que nos caracteriza.
Hay miles de historias de vida parecidas a la de Melina, protagonizada por hijos de españoles, portugueses, árabes, alemanes, croatas, polacos, pueblos originarios y galeses.
Es la vida misma de Trelew, atravesada, además, por acontecimientos de profundo significado histórico, que definieron la personalidad y el perfil de la ciudad.
Que Malvinas esté presente en la vida de la creadora no es un componente menor. Es un eje central de la vida de Trelew y de toda la Patagonia y un sentimiento que nos identifica y nos hermana.
La insignia que creó Gómez Gallo subraya aspectos característicos de la ciudad y pone el foco en los símbolos que la definen.
El punta de rieles que aparece en la bandera nos devuelve la memoria de los ferrocarriles para recordarnos que fue la vía ferroviaria fundada en 1886 la que dio inicio a la ciudad de Trelew, conectando a los habitantes de los pueblos y ciudades de la provincia pero también las economías que daban vida a esos lugares. Las diagonales blancas de la bandera representan el protagonismo de la ciudad como centro de la distribución de los productos del valle y la cordillera que se trasladaban en tren a Madryn y Buenos Aires.
El kiosco del centenario creado en 1910, para celebrar el centenario de la Revolución de Mayo, representado con un pictograma, es un emblema de Trelew, ya que toda la actividad cultural, educativa y política pasaron por ahí. Como dice textualmente Melina en la fundamentación, el símbolo englobaba a todas las colectividades y guarda los secretos de las tradiciones ancestrales de la ciudad.
Los colores tampoco fueron elegidos al azar. El rojo es la identificación de las culturas arraigadas en la zona y el color representativo de los primeros colonos galeses. El verde está asociado a la producción del valle y a los colores de la plaza, punto de encuentro de los trelewenses.
El sol radiante, dibujado sobre un cielo celeste, representa el trabajo y la prosperidad.
La bandera transmite además el sentimiento acentuado de quien la creó. Melina cursó los estudios primarios en la escuela 199, los secundarios en la ENET y los universitarios en la ciudad de La Plata. Se recibió de licenciada en Diseño y Comunicación Visual y trabajaba en una multinacional, antes de regresar a su pueblo natal.
Como ella misma dice: “Siempre supe que volvería a Trelew, a devolverle todo lo que Trelew me dio”.
Imbuidos de la misma sensibilidad, cientos de jóvenes formados profesionalmente en otros lugares, regresan al Pueblo de Luis, dispuestos a ofrecer sus conocimientos a favor de la ciudad en la que fueron felices.
No sucumben ante la realidad ni bajan los brazos. Los tiempos de dificultad por los que atraviesa la ciudad desde hace largos años, ni los abruma ni los desalienta.
Como sus bisabuelos, los mueve la fe, pero también el gran amor que sienten por esta ciudad.
Hay una cuestión de identidad, que establece un sentimiento y un compromiso.
El pasado, el presente y el futuro se unen. Ese sentido de pertenencia, arraigado en las nuevas generaciones, es lo que va a salvar a los trelewenses.