Editorial / Made in USA

Milei se vanagloria del acuerdo comercial firmado con Estados Unidos. Los riesgos de entregar soberanía política, independencia económica y lo poco que queda de justicia social.

Trump, de pie, Milei, sentado. La imagen de las relaciones "ultra carnales" con Estados Unidos.
15 NOV 2025 - 12:39 | Actualizado 15 NOV 2025 - 21:30

El 13 de noviembre de 2025 quedará en la historia como la fecha en que la Argentina empezó a dilapidar su soberanía política y su independencia económica, que podría terminar con la poca justicia social que está dejando la huella libertaria.

Rubricó -al menos en intención- un “Marco para un Acuerdo sobre Comercio e Inversión Recíprocos con los Estados Unidos” no es, como aseguran sus promotores, un paso hacia la modernización, con reglas claras y flujos de inversión. Si se observan las primeras cifras estimadas y la arquitectura de fondo del pacto firmado por el Gobierno de Javier Milei, lo que se ofrece hacia el futuro es una entrega programada de poder económico y estratégico a favor de intereses externos.

Los números que no pueden soslayarse. Argentina llega a esta negociación desde una posición concreta: en 2024, las exportaciones argentinas alcanzaron U$S 79,7 mil millones y las importaciones sumaron U$S 60,8 mil millones, con un superávit comercial récord de U$S 18,9 mil millones. Esa foto macroeconómica es verdadera -aunque incompleta- porque la estructura exportadora argentina sigue siendo dominada por los commodities (materias primas) y los combustibles, no por manufacturas con alto valor agregado.



El acuerdo, además, propone eliminar barreras arancelarias y no arancelarias para un amplio conjunto de bienes estadounidenses (medicamentos, maquinaria, dispositivos médicos, autos, tecnología), lo que pulveriza el colchón cada vez menos protector de industrias y empleos locales frente a importaciones baratas.

Un ejemplo emblemático es el litio: Argentina escaló fuertemente su capacidad productiva en los últimos años y es parte del llamado “triángulo del litio” en Sudamérica. La industria vinculada aumentó su capacidad instalada y relevancia estratégica, transformando al litio en un activo geopolítico y económico.

Ahora, con este acuerdo, entregarlo a reglas que facilitan su extracción y exportación sin garantías firmes de industrialización local, significará resignar renta futura y control sobre un recurso estratégico.

El ejemplo del litio es sólo una muestra de los que se viene, sobre todo con los recursos naturales en general. En ese contexto, Chubut será un escenario relevante en donde se implementará el acuerdo comercial con Estados Unidos.

Chau industria argentina

El pomposo “Marco para un Acuerdo sobre Comercio e Inversión Recíprocos con los Estados Unidos” significará, además, el desmantelamiento industrial por competencia desigual; permitirá la entrada masiva de bienes estadounidenses en sectores sensibles, desde maquinaria hasta medicamentos; y pondrá en competencia directa a las cada vez menos fábricas locales con empresas multinacionales que operan con economías de escala y respaldo financiero internacional.

La consecuencia esperable será el cierre de más plantas industriales, la pérdida de empleo calificado y la dependencia cada vez más creciente de importaciones para insumos clave.

Milei festeja al lado de Trump en su reciente visita a la Casa Blanca.

A su vez, la pérdida del control de los marcos regulatorios a partir del reconocimiento de normas técnicas y procedimientos extranjeros (por ejemplo, con la sola autorización de la FDA, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos, cualquier producto de este tipo podrá comercializarse en el mercado argentino) es una clara cesión de soberanía regulatoria que erosiona el desarrollo sustentable y las condiciones laborales locales por sobre los intereses norteamericanos.

En el corto plazo, Argentina podrá ingresar dólares y fortalecer sus reservas vendiendo más commodities o minerales críticos, pero sin cláusulas claras de industrialización y valor agregado local, o de retenciones a la renta, el país se terminará condenando a sí mismo a ser un mero exportador de insumos y un fuerte importador de productos terminados.

Economía en riesgo

Una proyección cautelosa permite calibrar la magnitud del riesgo que corre el país ante semejante acuerdo. Si bien el beneficio inmediato de las exportaciones seguramente será presentado como “exitoso”, la renta podría terminar siendo apropiada casi en su totalidad por grupos económicos extranjeros (muchos de ellos con socios locales) sin reglas que obliguen a industrializar en el país.

La historia reciente muestra que una extracción sin encadenamientos productivos genera dólares rápidamente pero pocos empleos estables y escaso valor agregado doméstico al final del camino.

En suma, la “ganancia” en divisas puede producirse al mismo tiempo que se destruyen cientos o miles de puestos industriales y se sacrifica la capacidad de regular actividades críticas, generando un intercambio absolutamente asimétrico: dólares por soberanía.

Desde una óptica liberal clásica, abrir mercados es moralmente defendible: el comercio expande opciones, reduce precios y dinamiza economías. Pero la “libertad de mercado” no es la panacea, sobre todo sin un marco institucional. Si ese marco de políticas públicas para proteger a los trabajadores, a la industria local, que fija reglas claras para administrar los recursos estratégicos, la “apertura comercial” no es un paso hacia la modernización y el despegue del país, sino un gesto más de subordinación funcional.

El acuerdo con Estados Unidos no es un simple tratado técnico: es una decisión sobre qué clase de país queremos ser. ¿Uno proveedor de materias primas para productos tecnológicos extranjeros? ¿O una Nación que usa su propia riqueza para construir industria, empleos y bienestar social?

Intercambiar soberanía por capitales rápidos es una ilusión peligrosa que la base de sustentación electoral del ideario libertario está comprando con inusitada candidez. Se podrán llenar algunas arcas en el corto plazo, pero estarán vacías cuando las papas quemen.

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Trump, de pie, Milei, sentado. La imagen de las relaciones "ultra carnales" con Estados Unidos.
15 NOV 2025 - 12:39

El 13 de noviembre de 2025 quedará en la historia como la fecha en que la Argentina empezó a dilapidar su soberanía política y su independencia económica, que podría terminar con la poca justicia social que está dejando la huella libertaria.

Rubricó -al menos en intención- un “Marco para un Acuerdo sobre Comercio e Inversión Recíprocos con los Estados Unidos” no es, como aseguran sus promotores, un paso hacia la modernización, con reglas claras y flujos de inversión. Si se observan las primeras cifras estimadas y la arquitectura de fondo del pacto firmado por el Gobierno de Javier Milei, lo que se ofrece hacia el futuro es una entrega programada de poder económico y estratégico a favor de intereses externos.

Los números que no pueden soslayarse. Argentina llega a esta negociación desde una posición concreta: en 2024, las exportaciones argentinas alcanzaron U$S 79,7 mil millones y las importaciones sumaron U$S 60,8 mil millones, con un superávit comercial récord de U$S 18,9 mil millones. Esa foto macroeconómica es verdadera -aunque incompleta- porque la estructura exportadora argentina sigue siendo dominada por los commodities (materias primas) y los combustibles, no por manufacturas con alto valor agregado.



El acuerdo, además, propone eliminar barreras arancelarias y no arancelarias para un amplio conjunto de bienes estadounidenses (medicamentos, maquinaria, dispositivos médicos, autos, tecnología), lo que pulveriza el colchón cada vez menos protector de industrias y empleos locales frente a importaciones baratas.

Un ejemplo emblemático es el litio: Argentina escaló fuertemente su capacidad productiva en los últimos años y es parte del llamado “triángulo del litio” en Sudamérica. La industria vinculada aumentó su capacidad instalada y relevancia estratégica, transformando al litio en un activo geopolítico y económico.

Ahora, con este acuerdo, entregarlo a reglas que facilitan su extracción y exportación sin garantías firmes de industrialización local, significará resignar renta futura y control sobre un recurso estratégico.

El ejemplo del litio es sólo una muestra de los que se viene, sobre todo con los recursos naturales en general. En ese contexto, Chubut será un escenario relevante en donde se implementará el acuerdo comercial con Estados Unidos.

Chau industria argentina

El pomposo “Marco para un Acuerdo sobre Comercio e Inversión Recíprocos con los Estados Unidos” significará, además, el desmantelamiento industrial por competencia desigual; permitirá la entrada masiva de bienes estadounidenses en sectores sensibles, desde maquinaria hasta medicamentos; y pondrá en competencia directa a las cada vez menos fábricas locales con empresas multinacionales que operan con economías de escala y respaldo financiero internacional.

La consecuencia esperable será el cierre de más plantas industriales, la pérdida de empleo calificado y la dependencia cada vez más creciente de importaciones para insumos clave.

Milei festeja al lado de Trump en su reciente visita a la Casa Blanca.

A su vez, la pérdida del control de los marcos regulatorios a partir del reconocimiento de normas técnicas y procedimientos extranjeros (por ejemplo, con la sola autorización de la FDA, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos, cualquier producto de este tipo podrá comercializarse en el mercado argentino) es una clara cesión de soberanía regulatoria que erosiona el desarrollo sustentable y las condiciones laborales locales por sobre los intereses norteamericanos.

En el corto plazo, Argentina podrá ingresar dólares y fortalecer sus reservas vendiendo más commodities o minerales críticos, pero sin cláusulas claras de industrialización y valor agregado local, o de retenciones a la renta, el país se terminará condenando a sí mismo a ser un mero exportador de insumos y un fuerte importador de productos terminados.

Economía en riesgo

Una proyección cautelosa permite calibrar la magnitud del riesgo que corre el país ante semejante acuerdo. Si bien el beneficio inmediato de las exportaciones seguramente será presentado como “exitoso”, la renta podría terminar siendo apropiada casi en su totalidad por grupos económicos extranjeros (muchos de ellos con socios locales) sin reglas que obliguen a industrializar en el país.

La historia reciente muestra que una extracción sin encadenamientos productivos genera dólares rápidamente pero pocos empleos estables y escaso valor agregado doméstico al final del camino.

En suma, la “ganancia” en divisas puede producirse al mismo tiempo que se destruyen cientos o miles de puestos industriales y se sacrifica la capacidad de regular actividades críticas, generando un intercambio absolutamente asimétrico: dólares por soberanía.

Desde una óptica liberal clásica, abrir mercados es moralmente defendible: el comercio expande opciones, reduce precios y dinamiza economías. Pero la “libertad de mercado” no es la panacea, sobre todo sin un marco institucional. Si ese marco de políticas públicas para proteger a los trabajadores, a la industria local, que fija reglas claras para administrar los recursos estratégicos, la “apertura comercial” no es un paso hacia la modernización y el despegue del país, sino un gesto más de subordinación funcional.

El acuerdo con Estados Unidos no es un simple tratado técnico: es una decisión sobre qué clase de país queremos ser. ¿Uno proveedor de materias primas para productos tecnológicos extranjeros? ¿O una Nación que usa su propia riqueza para construir industria, empleos y bienestar social?

Intercambiar soberanía por capitales rápidos es una ilusión peligrosa que la base de sustentación electoral del ideario libertario está comprando con inusitada candidez. Se podrán llenar algunas arcas en el corto plazo, pero estarán vacías cuando las papas quemen.


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