Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Podcast: Paloma Caria
Diseño: Marcelo Maidana
La fusilera
“(...) ¿Oh quién la valentía pudiera describir, que en este día mostraron las espadas españolas, ¡Quien la constancia y varonil esfuerzo de la tucumanesa valerosa, (la amazona Manuela), sin asombro celebrar puede, si el arrojo mira con que maneja el relumbroso acero al lado del consorte! rinde y mata al inglés más valiente y obstinado presentando a Liniers en la campaña el fusil por trofeo de su hazaña? (...)”
Así la cantó sin conocerla, el poeta gallego Manuel Pardo de Andrade, en su romance “La Reconquista de Buenos Aires por las armas de su majestad católica”. También le dedicó un poema el historiador Félix Luna, para eternizarla, al menos en la palabra.
Su vida transcurrió en un período crucial de la historia de la joven Nación: las luchas por la liberación colonial. Una historia legendaria, aunque contada llena de ausencias: sólo en un verbo masculino, centro y eje.
Se negó a leer que ellas luchaban con “virtudes sensibles”, mientras que ellos lo hacían con “profesionalismo militar”, deformando sistemáticamente el protagonismo femenino en el largo proceso revolucionario.
De ella, poco se sabe, ni siquiera sus fechas de nacimiento y muerte. Ni del Tucumán de su alumbramiento ni del Buenos Aires de su hora final; pero sí que cayó en la miseria y, que casi oculta, fue desalojada dos veces de una modesta pieza por falta de pago.
Las certezas sobre su vida se relacionan con la heroica participación en la defensa y reconquista de la ciudad de Buenos Aires durante la primera invasión inglesa en 1806 cuando la pérfida Albion hincaba sus dientes en todo continente descubierto y a descubrir para sus pingues negocios para no irse. Esa invasión de “Los casacas rojas” (más otra un año después) fue fueron el punto de partida una toma de conciencia de las propias posibilidades, para comenzar a ser libres, justos y soberanos unos años después.
Inspirada y obligada por la lucha, una de estas mujeres fue ella. Junto al batallón de Patricios, en medio del fuego inglés y con un fusil mató a los enemigos usurpadores de la ciudad.
Mientras los cañonazos barrían las calles regadas con la sangre de su gente, arengando a las masas, sin sentir las balas que la rozan, ni los gritos de los malheridos, un disparo cambió todo: José Miranda, el compañero de sus noches y de sus días cayó a su lado y surgió -definitivamente- la leona. Tomó su fusil y, sin siquiera pensar en su propia vida, se enfrentó con el enemigo matando a uno de sus soldados y despojándolo de su arma, la cual conservó como un trofeo glorioso.
La anécdota más importante describió su valentía. Cuando Santiago de Liniers atravesó la Plaza, dirigiéndose a tomar posesión del último bastión inglés, el fuerte de Buenos Aires, y luciendo su uniforme con jirones y agujeros atravesados por tres balas, su mirada se posó sobre la brava hembra. Ella, entre llantos, le presentó, ese mismo fusil con el que ultimó a un soldado británico, el causante de la muerte de su marido.
Ya había pasado de ser expectativa y transformada en esperanza; para ser luego un paradigma sin fronteras.
Fue distinguida con el grado de Alférez, con el de Subteniente de Infantería y de Soldado del Cuerpo de Artillería de la Unión. Sin embargo, los años felices duraron lo que la luz de un fósforo. A partir de allí su figura comenzó a desdibujarse, arrastrando anónimamente su miseria por las calles de la ciudad que ayudó a reconquistar, vagando hasta convertirse en invisible.
Es que a veces la historia es un bastante injusta con aquellas que la hicieron grande de veras.
Tiempos después, alguien se acordó de otorgarle su nombre a una calle, que pasó a ser más conocida por ser la que bordeaba la histórica cancha de Platense que por su historia; casi calcada a la remembranza de Hipólito Bouchard con el mítico Luna Park.
Manuela Pedraza. “La Tucumanesa”. La fusilera.
No pregunten por quién doblan las campanas. Doblan por una mujer que le peleó a la vida y le ganó a la muerte. Envuelta en un espacio aritmético de la gloria y el drama. Unidos en la memoria. Para siempre.
Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Podcast: Paloma Caria
Diseño: Marcelo Maidana
La fusilera
“(...) ¿Oh quién la valentía pudiera describir, que en este día mostraron las espadas españolas, ¡Quien la constancia y varonil esfuerzo de la tucumanesa valerosa, (la amazona Manuela), sin asombro celebrar puede, si el arrojo mira con que maneja el relumbroso acero al lado del consorte! rinde y mata al inglés más valiente y obstinado presentando a Liniers en la campaña el fusil por trofeo de su hazaña? (...)”
Así la cantó sin conocerla, el poeta gallego Manuel Pardo de Andrade, en su romance “La Reconquista de Buenos Aires por las armas de su majestad católica”. También le dedicó un poema el historiador Félix Luna, para eternizarla, al menos en la palabra.
Su vida transcurrió en un período crucial de la historia de la joven Nación: las luchas por la liberación colonial. Una historia legendaria, aunque contada llena de ausencias: sólo en un verbo masculino, centro y eje.
Se negó a leer que ellas luchaban con “virtudes sensibles”, mientras que ellos lo hacían con “profesionalismo militar”, deformando sistemáticamente el protagonismo femenino en el largo proceso revolucionario.
De ella, poco se sabe, ni siquiera sus fechas de nacimiento y muerte. Ni del Tucumán de su alumbramiento ni del Buenos Aires de su hora final; pero sí que cayó en la miseria y, que casi oculta, fue desalojada dos veces de una modesta pieza por falta de pago.
Las certezas sobre su vida se relacionan con la heroica participación en la defensa y reconquista de la ciudad de Buenos Aires durante la primera invasión inglesa en 1806 cuando la pérfida Albion hincaba sus dientes en todo continente descubierto y a descubrir para sus pingues negocios para no irse. Esa invasión de “Los casacas rojas” (más otra un año después) fue fueron el punto de partida una toma de conciencia de las propias posibilidades, para comenzar a ser libres, justos y soberanos unos años después.
Inspirada y obligada por la lucha, una de estas mujeres fue ella. Junto al batallón de Patricios, en medio del fuego inglés y con un fusil mató a los enemigos usurpadores de la ciudad.
Mientras los cañonazos barrían las calles regadas con la sangre de su gente, arengando a las masas, sin sentir las balas que la rozan, ni los gritos de los malheridos, un disparo cambió todo: José Miranda, el compañero de sus noches y de sus días cayó a su lado y surgió -definitivamente- la leona. Tomó su fusil y, sin siquiera pensar en su propia vida, se enfrentó con el enemigo matando a uno de sus soldados y despojándolo de su arma, la cual conservó como un trofeo glorioso.
La anécdota más importante describió su valentía. Cuando Santiago de Liniers atravesó la Plaza, dirigiéndose a tomar posesión del último bastión inglés, el fuerte de Buenos Aires, y luciendo su uniforme con jirones y agujeros atravesados por tres balas, su mirada se posó sobre la brava hembra. Ella, entre llantos, le presentó, ese mismo fusil con el que ultimó a un soldado británico, el causante de la muerte de su marido.
Ya había pasado de ser expectativa y transformada en esperanza; para ser luego un paradigma sin fronteras.
Fue distinguida con el grado de Alférez, con el de Subteniente de Infantería y de Soldado del Cuerpo de Artillería de la Unión. Sin embargo, los años felices duraron lo que la luz de un fósforo. A partir de allí su figura comenzó a desdibujarse, arrastrando anónimamente su miseria por las calles de la ciudad que ayudó a reconquistar, vagando hasta convertirse en invisible.
Es que a veces la historia es un bastante injusta con aquellas que la hicieron grande de veras.
Tiempos después, alguien se acordó de otorgarle su nombre a una calle, que pasó a ser más conocida por ser la que bordeaba la histórica cancha de Platense que por su historia; casi calcada a la remembranza de Hipólito Bouchard con el mítico Luna Park.
Manuela Pedraza. “La Tucumanesa”. La fusilera.
No pregunten por quién doblan las campanas. Doblan por una mujer que le peleó a la vida y le ganó a la muerte. Envuelta en un espacio aritmético de la gloria y el drama. Unidos en la memoria. Para siempre.