Martínez y Mallo, emoción que deja sin voz

La detención los sorprendió en su primera noche juntos. Él jugó al ajedrez con los sobrevivientes de la Masacre. Muda, ella ni tocó el suelo cuando regresó a Trelew.

09 OCT 2022 - 18:37 | Actualizado 09 OCT 2022 - 18:49

-Oiga, ¿por qué no baja la ametralladora?
-No se preocupe señora, si se me escapa un tiro, yo voy preso.

Sentada en la mesa, de madrugada, mientras el grupo armado daba vuelta la casa de Lloyd Jones y Cutillo, Elisa Martínez le pidió ese favor al soldado. La noche anterior, 10 de octubre, había decidido irse a vivir con el escultor Horacio Mallo. Linda luna de miel estaban pasando. Silvana y Aldo eran hijos de su primer matrimonio con Horacio Franzetti. “No me voy a ningún lado hasta que el padre no busque a mis nenes”.

Pacientes, los militares aguardaron hasta que el “Pato” llegó de Rawson. Durante mucho tiempo a Elisa le hizo mal escuchar golpes fuertes y secos en una puerta. Le hacían recordar esa madrugada de allanamiento. “Me quedó como una marca”. Horacio Mallo, su pareja artista, no paraba de hablar. “Era dueño de un campo y cuando el que comandaba el grupo le pregunto la extensión me acuerdo su cara de sorpresa; el militar no entendía nada de los espacios en la Patagonia. A Horacio le era muy fácil hablar. No era mi caso”. “Después del 22 hubo una negrura, se vino la noche para todos –reflexiona-. Inmediatamente uno sintió que todos los que habíamos sido apoderados o teníamos algo que ver corríamos la misma suerte. Era agobiante: de noche no se dormía. Era como que uno lo estaba esperando”. A Elisa le quedaron imágenes de aquella semana, flashbacks, retazos detenidos. Trelew era “una ciudad tomada”. Había miedo y a la vez conciencia de que ir preso era posible.

“Es una mezcla de todo: estábamos en el ´72 y una vez más la Patagonia y Trelew fueron escenario del ensayo del feroz terrorismo de Estado que vendría después”. Las fotos de esta página muestran a la pareja entonces y en años más cercanos. En otras palabras, “todavía no había un registro tan inhumano como vino después; era una mezcla extraña entre miedo y respuesta de resistencia a la Masacre. Aunque uno no lo tuviera muy oficialmente dicho, lo estaba percibiendo. Se olía: Trelew cambió de la noche a la mañana”. No más de 26 mil habitantes. Todos se conocían y por eso la presencia militar se notó rápido. “Hubo autos extraños, caras extrañas, uniformes por todos lados. Claro que era intimidatorio”. Mallo tenía la misma percepción. “En eso compartíamos absolutamente, al igual que en el trabajo en la Comisión de Solidaridad”.

No estaban afiliados a ningún partido pero de jóvenes ya tenían detenciones. Martínez fue apoderada de Mariano Pujadas; Mallo tuvo otros varios a cargo. “Fue una respuesta de solidaridad con los presos de la misma manera que la hubo luego con nuestras detenciones”. Que los vecinos los hayan visto rumbo al aeropuerto fue un alivio. “Te llevaban y alguien lo iba a saber, era una sensación de protección y de hecho fue así”. Como el resto, la pareja llegó a las carpas y subió al Hércules. “Los comentarios se mezclan con los recuerdos y por eso muchas veces no leo sobre el tema: para no contaminar el recuerdo”, advierte Elisa. Otro fotografía es la panza del avión.

“Había tanta gente que parecía una representación teatral, porque estaba lleno de personas que parecían abogados, con traje y maletín; otros como un albañil o como pintor. Estaban todos representados para poder camuflarse en el pueblo”. Había hasta un Torino. “Iban impertérritos, ni se movían”. En Devoto no hubo maltrato físico pero sí psicológico: “No saber dónde ibas ni por qué ni para qué estabas ahí”. No tenía idea de la movilización popular en Trelew. Los ayudaban abogados de presos políticos y también letrados anónimos.

“Interponían hábeas corpus aún sin conocernos; todo eso está en las venas de Trelew. Nos conmovió”. Su única seguridad era estar en un penal, es decir que alguien se hacía responsable por sus vidas. Al tercer día pidieron por nota hablar con el director, quien les explicó que estaban a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. En su encierro Mallo fabricó piezas con pan y jugó al ajedrez con Ricardo Haidar, sobreviviente de la Masacre. Alberto Camps, otro de los que zafó del fusilamiento del 22 de agosto, le pasó libros de la biblioteca del penal para mostrarle la ignorancia uniformada: estaban editados en la Unión Soviética. Un recuadro en un diario enteró a Elisa del movimiento popular en la ciudad.

“Que el pueblo sesione era una cosa que no entraba en nuestra cabeza. Pensaba que era imposible que nos soltaran antes de los tres meses”. Una tarde, una celadora le pidió que preparara sus cosas “porque me iban a buscar de Madrid, donde había mucha gente pidiendo por nosotros”. Elisa quedó extrañada y lo entendió después: “Madrid” era Puerto Madryn. El grupo de la primera tanda de liberados se reunió en el patio del penal. Estaban Sergio Maida, Manuel Del Villar, Manfredo Lendzian, Beltrán Mulhall.

“Empecé a decirles a todos que no sabíamos dónde íbamos y que nadie estaba seguro de que te devolvieran a Trelew, como decían; y que si habíamos ido todos juntos, todos juntos debíamos volver. Hasta que Mulhall me dijo que me callara”. La impactó la movilización. “De 26 mil habitantes, hubo 6 mil en la calle”. El grupo que regresó el 16 de octubre decidió que no los repartan en sus casas sino ir derecho al Teatro Español.

“Tengo el recuerdo muy fresco: nos trasladaron en móviles del Ejercito, llegamos a la plaza, un montón de gente coreando mi nombre, me levantaron y no pisé el suelo hasta que no me dejaron en el escenario”. Se preguntó si esa era su ciudad. “De pronto te encontrás gente que te lleva en andas. Fue tan fuert e que perdí la voz. Voy a recordar siempre esa reacción”.

“La Asamblea del Pueblo no se paraba ni de día ni de noche con comunicados, charlas movilizaciones, música, cantos, toda la resistencia hasta que devolvieran al último de los vecinos”. Colgaba una sábana con los 16 nombres y cada liberado borraba el suyo cuando salía. “Todos se emocionaban al llegar al teatro y debían enfrentarse con la gente”. La llegada de Horacio fue parecida, cuatro días después.

-A 50 años, ¿qué fue aquello para vos?
-En el último 22 de agosto estuve en Trelew y siempre encontrás algo nuevo, recordás algo nuevo o sucede algo nuevo. Allí se planteó instalar a Trelew como capital de los Derechos Humanos. A mí se me ocurrió que los DD.HH. son como las utopías: se van moviendo y no son estáticos. Antes de su muerte, Eduardo Luis Duhalde decía que así como Trelew es conocida en el mundo como la ciudad de la Masacre, fuera la ciudad de la memoria. Alguien dijo que para ser justos, debería ser recordada por la solidaridad. “Es que así empezamos y es muy buena idea, porque fue la característica”. Martínez asegura que “en ningún otro lugar se repitió esa movilización, con la ciudad tomada tres días y una asamblea en sesión. No hay otra instancia en el país así”.

-¿Y qué diría Horacio?
-Contestaría igual, quizás más rimbombante. El último 22 de agosto se descubrió el segundo busto de Mariano Pujadas, que empezó pero no terminó porque falleció antes. El primero había sido destruido por los militares. Si quiso hacer otro es porque tenía las mismas convicciones que entonces. Nadina Mallo, su hija, dice que su padre era “un personaje”, un gran narrador que lamentablemente casi no dio entrevistas. “Yo lo pinchaba para que me cuente cosas pero hay respuestas que nunca tuve y que se llevó a la tumba, quizás por esa lógica de sobreviviente de no dar información para proteger al otro. Hoy estaría apasionado esperando la sentencia por la Masacre”. Horacio murió en mayo de 2007. Elisa fue la primera subsecretaria de Derechos Humanos del Chubut. Está jubilada y reside en Mar del Plata. Agradece la charla. “Hace falta quien recuerde la historia, pero también quien la escriba

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09 OCT 2022 - 18:37

-Oiga, ¿por qué no baja la ametralladora?
-No se preocupe señora, si se me escapa un tiro, yo voy preso.

Sentada en la mesa, de madrugada, mientras el grupo armado daba vuelta la casa de Lloyd Jones y Cutillo, Elisa Martínez le pidió ese favor al soldado. La noche anterior, 10 de octubre, había decidido irse a vivir con el escultor Horacio Mallo. Linda luna de miel estaban pasando. Silvana y Aldo eran hijos de su primer matrimonio con Horacio Franzetti. “No me voy a ningún lado hasta que el padre no busque a mis nenes”.

Pacientes, los militares aguardaron hasta que el “Pato” llegó de Rawson. Durante mucho tiempo a Elisa le hizo mal escuchar golpes fuertes y secos en una puerta. Le hacían recordar esa madrugada de allanamiento. “Me quedó como una marca”. Horacio Mallo, su pareja artista, no paraba de hablar. “Era dueño de un campo y cuando el que comandaba el grupo le pregunto la extensión me acuerdo su cara de sorpresa; el militar no entendía nada de los espacios en la Patagonia. A Horacio le era muy fácil hablar. No era mi caso”. “Después del 22 hubo una negrura, se vino la noche para todos –reflexiona-. Inmediatamente uno sintió que todos los que habíamos sido apoderados o teníamos algo que ver corríamos la misma suerte. Era agobiante: de noche no se dormía. Era como que uno lo estaba esperando”. A Elisa le quedaron imágenes de aquella semana, flashbacks, retazos detenidos. Trelew era “una ciudad tomada”. Había miedo y a la vez conciencia de que ir preso era posible.

“Es una mezcla de todo: estábamos en el ´72 y una vez más la Patagonia y Trelew fueron escenario del ensayo del feroz terrorismo de Estado que vendría después”. Las fotos de esta página muestran a la pareja entonces y en años más cercanos. En otras palabras, “todavía no había un registro tan inhumano como vino después; era una mezcla extraña entre miedo y respuesta de resistencia a la Masacre. Aunque uno no lo tuviera muy oficialmente dicho, lo estaba percibiendo. Se olía: Trelew cambió de la noche a la mañana”. No más de 26 mil habitantes. Todos se conocían y por eso la presencia militar se notó rápido. “Hubo autos extraños, caras extrañas, uniformes por todos lados. Claro que era intimidatorio”. Mallo tenía la misma percepción. “En eso compartíamos absolutamente, al igual que en el trabajo en la Comisión de Solidaridad”.

No estaban afiliados a ningún partido pero de jóvenes ya tenían detenciones. Martínez fue apoderada de Mariano Pujadas; Mallo tuvo otros varios a cargo. “Fue una respuesta de solidaridad con los presos de la misma manera que la hubo luego con nuestras detenciones”. Que los vecinos los hayan visto rumbo al aeropuerto fue un alivio. “Te llevaban y alguien lo iba a saber, era una sensación de protección y de hecho fue así”. Como el resto, la pareja llegó a las carpas y subió al Hércules. “Los comentarios se mezclan con los recuerdos y por eso muchas veces no leo sobre el tema: para no contaminar el recuerdo”, advierte Elisa. Otro fotografía es la panza del avión.

“Había tanta gente que parecía una representación teatral, porque estaba lleno de personas que parecían abogados, con traje y maletín; otros como un albañil o como pintor. Estaban todos representados para poder camuflarse en el pueblo”. Había hasta un Torino. “Iban impertérritos, ni se movían”. En Devoto no hubo maltrato físico pero sí psicológico: “No saber dónde ibas ni por qué ni para qué estabas ahí”. No tenía idea de la movilización popular en Trelew. Los ayudaban abogados de presos políticos y también letrados anónimos.

“Interponían hábeas corpus aún sin conocernos; todo eso está en las venas de Trelew. Nos conmovió”. Su única seguridad era estar en un penal, es decir que alguien se hacía responsable por sus vidas. Al tercer día pidieron por nota hablar con el director, quien les explicó que estaban a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. En su encierro Mallo fabricó piezas con pan y jugó al ajedrez con Ricardo Haidar, sobreviviente de la Masacre. Alberto Camps, otro de los que zafó del fusilamiento del 22 de agosto, le pasó libros de la biblioteca del penal para mostrarle la ignorancia uniformada: estaban editados en la Unión Soviética. Un recuadro en un diario enteró a Elisa del movimiento popular en la ciudad.

“Que el pueblo sesione era una cosa que no entraba en nuestra cabeza. Pensaba que era imposible que nos soltaran antes de los tres meses”. Una tarde, una celadora le pidió que preparara sus cosas “porque me iban a buscar de Madrid, donde había mucha gente pidiendo por nosotros”. Elisa quedó extrañada y lo entendió después: “Madrid” era Puerto Madryn. El grupo de la primera tanda de liberados se reunió en el patio del penal. Estaban Sergio Maida, Manuel Del Villar, Manfredo Lendzian, Beltrán Mulhall.

“Empecé a decirles a todos que no sabíamos dónde íbamos y que nadie estaba seguro de que te devolvieran a Trelew, como decían; y que si habíamos ido todos juntos, todos juntos debíamos volver. Hasta que Mulhall me dijo que me callara”. La impactó la movilización. “De 26 mil habitantes, hubo 6 mil en la calle”. El grupo que regresó el 16 de octubre decidió que no los repartan en sus casas sino ir derecho al Teatro Español.

“Tengo el recuerdo muy fresco: nos trasladaron en móviles del Ejercito, llegamos a la plaza, un montón de gente coreando mi nombre, me levantaron y no pisé el suelo hasta que no me dejaron en el escenario”. Se preguntó si esa era su ciudad. “De pronto te encontrás gente que te lleva en andas. Fue tan fuert e que perdí la voz. Voy a recordar siempre esa reacción”.

“La Asamblea del Pueblo no se paraba ni de día ni de noche con comunicados, charlas movilizaciones, música, cantos, toda la resistencia hasta que devolvieran al último de los vecinos”. Colgaba una sábana con los 16 nombres y cada liberado borraba el suyo cuando salía. “Todos se emocionaban al llegar al teatro y debían enfrentarse con la gente”. La llegada de Horacio fue parecida, cuatro días después.

-A 50 años, ¿qué fue aquello para vos?
-En el último 22 de agosto estuve en Trelew y siempre encontrás algo nuevo, recordás algo nuevo o sucede algo nuevo. Allí se planteó instalar a Trelew como capital de los Derechos Humanos. A mí se me ocurrió que los DD.HH. son como las utopías: se van moviendo y no son estáticos. Antes de su muerte, Eduardo Luis Duhalde decía que así como Trelew es conocida en el mundo como la ciudad de la Masacre, fuera la ciudad de la memoria. Alguien dijo que para ser justos, debería ser recordada por la solidaridad. “Es que así empezamos y es muy buena idea, porque fue la característica”. Martínez asegura que “en ningún otro lugar se repitió esa movilización, con la ciudad tomada tres días y una asamblea en sesión. No hay otra instancia en el país así”.

-¿Y qué diría Horacio?
-Contestaría igual, quizás más rimbombante. El último 22 de agosto se descubrió el segundo busto de Mariano Pujadas, que empezó pero no terminó porque falleció antes. El primero había sido destruido por los militares. Si quiso hacer otro es porque tenía las mismas convicciones que entonces. Nadina Mallo, su hija, dice que su padre era “un personaje”, un gran narrador que lamentablemente casi no dio entrevistas. “Yo lo pinchaba para que me cuente cosas pero hay respuestas que nunca tuve y que se llevó a la tumba, quizás por esa lógica de sobreviviente de no dar información para proteger al otro. Hoy estaría apasionado esperando la sentencia por la Masacre”. Horacio murió en mayo de 2007. Elisa fue la primera subsecretaria de Derechos Humanos del Chubut. Está jubilada y reside en Mar del Plata. Agradece la charla. “Hace falta quien recuerde la historia, pero también quien la escriba


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