Oxidando machismos

Independiente de Trelew coronó un gran año derrotando a J.J. Moreno en la final. Hace 11 años, las "rojinegras" se convertían en las reinas del primer certamen con más equipos participantes. Y este 2025 lo hacen nuevamente. El balompié femenino debe (y necesita) crecer más y la pelota está en el campo de juego de los clubes.

El Club Atlético Independiente, flamante campeón del fútbol femenino.
22 DIC 2025 - 10:43 | Actualizado 22 DIC 2025 - 11:12

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

El fútbol femenino dejó de ser una promesa escrita con lápiz y pasó a ser una verdad tallada en piedra. Independiente -la última campeona- es la metáfora viva de ese cambio de época. No es excepción, es síntoma. Con Eva a la cabeza y una marea que empuja desde atrás, el juego dejó de pedir permiso para ocupar el lugar que siempre le perteneció. Ya no camina de puntillas: avanza con los tapones de frente, rompe el silencio y sacude estructuras viejas como tribunas vacías.

No nació en los escritorios ni en las campañas de marketing. Nació en el potrero sin alambrados, en la cancha barrial de arcos torcidos, en cada niña que se ata los botines como quien se calza una armadura. Nació desobedeciendo. Por eso hoy es un grito que retumba en los estadios, incendia redes y se mete en las sobremesas donde antes no existía. No es moda, no es concesión, no es caridad: es fútbol. Y punto.

El fútbol femenino es un río que estuvo siglos contenido, obligado a desviarse, a filtrarse por grietas. Hoy encontró cauce. Y cuando un río avanza, no negocia; arrastra prejuicios, oxida machismos, derrumba diques levantados por el miedo. No hay fuerza capaz de detenerlo, solo decisiones que pueden acompañarlo o quedar del lado equivocado de la historia.

Pero ningún río sobrevive sin territorio. Por eso una Liga organizada y una dirigencia comprometida no son opcionales: son urgentes. El fútbol femenino no es un “proyecto social” para tranquilizar conciencias; es una disciplina deportiva que exige planificación, presupuesto, competencia y respeto. Cada club que asume ese compromiso no suma una actividad: pone un ladrillo en el puente que llevará a miles de jugadoras del anonimato al reconocimiento, del sacrificio solitario al aplauso colectivo.

Hace once años el fútbol femenino arrancó como quien prende una fogata en medio del viento. Una decena de equipos, ilusión cruda, ganas sin respaldo. Alguna/os subieron, otra/os se bajaron, mucha/os se cansaron de empujar solas y solos. Hoy quedan seis en Primera. Seis. El balance es demoledor: una merma del 40%. (aunque todavía quede la esperanza de las divisiones menores). Mientras el mundo acelera, profesionaliza y expande, nosotros caminamos para atrás, mirando el espejo retrovisor de prejuicios y desidia. No es casualidad. Es decisión política. Es abandono.

Pero aun así, ellas siguen.

Ya no se las verá bordando resignación entre paredes que huelen a incienso y obediencia, aprendiendo a desaparecer para no molestar. Esa etapa terminó. No entraron pidiendo permiso ni bajando la cabeza. Entraron rompiendo puertas. Ya no como sombras. Ya no como costillas de nadie. Entraron como fuerza, como alma, como trinchera.

Entraron sabiendo que el silencio también grita. Y el de ellas es ensordecedor.

Clubes convencidos

Los clubes son la bisagra entre el pasado y el futuro. Tienen la llave para que las chicas de hoy no hereden las mismas peleas de sus madres futboleras, para que no tengan que mendigar canchas, horarios ni camisetas. Sin clubes convencidos no hay revolución posible. Sin ellos, el progreso es discurso vacío.

¿Por qué?. Porque un club representa el último bastión de la resistencia. Un lugar de encuentro y socialización, donde uno construye vínculos, aprende a convivir y mantiene viva la expectativa de crear otra forma de sociedad. Mejor.

El fútbol femenino no es solo deporte; es una declaración política en el mejor sentido de la palabra. Es la imagen de la sociedad que queremos construir. Una donde la igualdad no asuste y donde cada gol sea un acto de justicia social. Cada campeonato ganado es una victoria colectiva contra el olvido.

Cada vez que una jugadora pisa la cancha, entra con una pelota y con una historia entera a cuestas. Lleva décadas de prohibiciones, burlas y silencios. Lleva sueños que no se resignaron. Y, sobre todo, lleva un futuro que ya no retrocede.

Visibilizar el fútbol femenino es romper el molde cultural, abrir grietas en la desigualdad y aceptar una verdad incómoda para algunos: el talento no tiene género. Es darle espacio en los calendarios, en los medios del club, en las vitrinas donde se guardan los títulos que cuentan quiénes somos. Es entender que el olvido también es una forma de violencia. Darle lugar es reconocer una deuda histórica que ya venció.

El futuro del deporte se juega acá. Inclusión y equidad no son consignas: son inversiones reales en instituciones más grandes, más justas y más vivas.

Hoy, lo que fue prohibido es orgullo.

Hoy, lo que fue invisible es bandera.

El fútbol femenino dejó de pedir permiso. Llegó para quedarse, para crecer, para disputar poder y para ocupar el centro de la escena con la dignidad que siempre mereció.

Porque cada gol es un acto de libertad.

Cada partido, un desafío a la historia escrita por otros.

Y cada jugadora demuestra que lo prohibido, cuando se convierte en lucha, termina transformándose en futuro.

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El Club Atlético Independiente, flamante campeón del fútbol femenino.
22 DIC 2025 - 10:43

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

El fútbol femenino dejó de ser una promesa escrita con lápiz y pasó a ser una verdad tallada en piedra. Independiente -la última campeona- es la metáfora viva de ese cambio de época. No es excepción, es síntoma. Con Eva a la cabeza y una marea que empuja desde atrás, el juego dejó de pedir permiso para ocupar el lugar que siempre le perteneció. Ya no camina de puntillas: avanza con los tapones de frente, rompe el silencio y sacude estructuras viejas como tribunas vacías.

No nació en los escritorios ni en las campañas de marketing. Nació en el potrero sin alambrados, en la cancha barrial de arcos torcidos, en cada niña que se ata los botines como quien se calza una armadura. Nació desobedeciendo. Por eso hoy es un grito que retumba en los estadios, incendia redes y se mete en las sobremesas donde antes no existía. No es moda, no es concesión, no es caridad: es fútbol. Y punto.

El fútbol femenino es un río que estuvo siglos contenido, obligado a desviarse, a filtrarse por grietas. Hoy encontró cauce. Y cuando un río avanza, no negocia; arrastra prejuicios, oxida machismos, derrumba diques levantados por el miedo. No hay fuerza capaz de detenerlo, solo decisiones que pueden acompañarlo o quedar del lado equivocado de la historia.

Pero ningún río sobrevive sin territorio. Por eso una Liga organizada y una dirigencia comprometida no son opcionales: son urgentes. El fútbol femenino no es un “proyecto social” para tranquilizar conciencias; es una disciplina deportiva que exige planificación, presupuesto, competencia y respeto. Cada club que asume ese compromiso no suma una actividad: pone un ladrillo en el puente que llevará a miles de jugadoras del anonimato al reconocimiento, del sacrificio solitario al aplauso colectivo.

Hace once años el fútbol femenino arrancó como quien prende una fogata en medio del viento. Una decena de equipos, ilusión cruda, ganas sin respaldo. Alguna/os subieron, otra/os se bajaron, mucha/os se cansaron de empujar solas y solos. Hoy quedan seis en Primera. Seis. El balance es demoledor: una merma del 40%. (aunque todavía quede la esperanza de las divisiones menores). Mientras el mundo acelera, profesionaliza y expande, nosotros caminamos para atrás, mirando el espejo retrovisor de prejuicios y desidia. No es casualidad. Es decisión política. Es abandono.

Pero aun así, ellas siguen.

Ya no se las verá bordando resignación entre paredes que huelen a incienso y obediencia, aprendiendo a desaparecer para no molestar. Esa etapa terminó. No entraron pidiendo permiso ni bajando la cabeza. Entraron rompiendo puertas. Ya no como sombras. Ya no como costillas de nadie. Entraron como fuerza, como alma, como trinchera.

Entraron sabiendo que el silencio también grita. Y el de ellas es ensordecedor.

Clubes convencidos

Los clubes son la bisagra entre el pasado y el futuro. Tienen la llave para que las chicas de hoy no hereden las mismas peleas de sus madres futboleras, para que no tengan que mendigar canchas, horarios ni camisetas. Sin clubes convencidos no hay revolución posible. Sin ellos, el progreso es discurso vacío.

¿Por qué?. Porque un club representa el último bastión de la resistencia. Un lugar de encuentro y socialización, donde uno construye vínculos, aprende a convivir y mantiene viva la expectativa de crear otra forma de sociedad. Mejor.

El fútbol femenino no es solo deporte; es una declaración política en el mejor sentido de la palabra. Es la imagen de la sociedad que queremos construir. Una donde la igualdad no asuste y donde cada gol sea un acto de justicia social. Cada campeonato ganado es una victoria colectiva contra el olvido.

Cada vez que una jugadora pisa la cancha, entra con una pelota y con una historia entera a cuestas. Lleva décadas de prohibiciones, burlas y silencios. Lleva sueños que no se resignaron. Y, sobre todo, lleva un futuro que ya no retrocede.

Visibilizar el fútbol femenino es romper el molde cultural, abrir grietas en la desigualdad y aceptar una verdad incómoda para algunos: el talento no tiene género. Es darle espacio en los calendarios, en los medios del club, en las vitrinas donde se guardan los títulos que cuentan quiénes somos. Es entender que el olvido también es una forma de violencia. Darle lugar es reconocer una deuda histórica que ya venció.

El futuro del deporte se juega acá. Inclusión y equidad no son consignas: son inversiones reales en instituciones más grandes, más justas y más vivas.

Hoy, lo que fue prohibido es orgullo.

Hoy, lo que fue invisible es bandera.

El fútbol femenino dejó de pedir permiso. Llegó para quedarse, para crecer, para disputar poder y para ocupar el centro de la escena con la dignidad que siempre mereció.

Porque cada gol es un acto de libertad.

Cada partido, un desafío a la historia escrita por otros.

Y cada jugadora demuestra que lo prohibido, cuando se convierte en lucha, termina transformándose en futuro.