La científica Rubilar con Pergolini y Dolina en "Otro Día Perdido"

La científica del CONICET de Puerto Madryn volvió a conmover con su historia durante su participación en “Otro Día Perdido”, el programa de Mario Pergolini, donde compartió estudio con Alejandro Dolina. Su trayecto - que combinó angustia, intuición materna y rigor científico (encontró en erizos de mar la molécula que salvó a su hijo de una rara enfermedad) - derivó en un desarrollo biotecnológico que hoy recibe reconocimiento del Senado de la Nación.

20 NOV 2025 - 10:37 | Actualizado 20 NOV 2025 - 10:55

Tamara Rubilar, investigadora del CESIMAR-CONICET volvió a ocupar un espacio central en la escena científica nacional. Patagónica, criada y formada en Puerto Madryn, se convirtió en un emblema de innovación y resiliencia, una científica capaz de transformar la desesperación en descubrimiento. En 2022 relató el hallazgo en un informe de Jornada y en agosto de este año, fue entrevistada por Maru Ortiz en "Esa es la historia", el programa de Stream que está disponible en YouTube.

Este miércoles fue invitada especial al programa “Otro Día Perdido”, conducido por Mario Pergolini, donde compartió aire con Alejandro Dolina. Entre risas, complicidad y sorpresa, ambos la felicitaron por un mérito que sigue asombrando: haber encontrado en los erizos de mar la molécula que permitió mejorar la salud de su hijo menor, diagnosticado de bebé con una extraña enfermedad inmunológica sin nombre.

Rubilar recordó, emocionada, aquel punto de quiebre que cambió su vida. En ese entonces era becaria posdoctoral del CONICET, aún sin una línea propia de investigación, cuando su hijo comenzó a manifestar síntomas alarmantes al empezar la alimentación sólida. Sangrado intestinal, vómitos con sangre, alergias severas, broncoespasmos y un deterioro que nadie lograba explicar en Puerto Madryn.

La familia fue derivada a Buenos Aires, donde en la Casa Cuna encontraron contención y finalmente una respuesta: una enfermedad autoinmune tan infrecuente que no tenía nombre. El sistema inmunológico del niño no solo no lo defendía del exterior, sino que además atacaba su propio cuerpo.

Con un tratamiento basado en corticoides, y la angustia de un futuro incierto, Rubilar dejó que su instinto científico se activara. “No podía dormir imaginando qué iba a pasar”, recordó. Empezó a estudiar a contrarreloj todos los avances - aún incipientes en ese momento- sobre microbiota, intestino permeable y antioxidantes. Probó extractos caseros, buscó sustancias activas, descartó lo que generaba reacciones alérgicas y siguió investigando alternativas.

La pista decisiva llegó desde Brasil, cuando un colega le envió un paper ruso que describía una molécula antioxidante e inmunomoduladora. Su madre, de origen ruso, se lo fue traduciendo por teléfono. El nombre - “equinocromina” - parecía inalcanzable, hasta que el texto reveló su origen: erizos de mar. Precisamente el organismo con el que Tamara trabajaba en el laboratorio, aunque con otros objetivos.

Un intercambio académico con un equipo de Siberia confirmó que los erizos de la zona de Puerto Madryn, especialmente el Arbacia dufresnii, estaban llenos de esa molécula. Desde allí, Rubilar inició un camino que combinó ciencia, prueba, error y una convicción firme: encontrar una forma de aliviar la inflamación intestinal de su hijo. Junto a su esposo, recolectó erizos, realizó extractos y comenzó a administrar lo que ella misma producía. Con el tiempo, la inflamación bajó y, un año después, pudieron suspender los corticoides.

Ese proceso, que luego se transformó en investigación formal, derivó en el desarrollo de suplementos dietarios basados en compuestos del erizo de mar. Para producirlos a nivel nacional debió incluso impulsar un cambio en el Código Alimentario Argentino, ya que el erizo - consumido ampliamente en otros países - no estaba contemplado.

Hoy, ese trabajo se cristaliza en la empresa de base tecnológica Erisea, reconocida por el Senado de la Nación por sus aportes en biotecnología acuícola y su aplicación en secuelas del COVID-19.

En el estudio de Pergolini, Rubilar no ocultó su asombro por la repercusión de su historia. “No lo puedo creer todavía”, dijo, con la misma mezcla de humildad y firmeza que la acompañó durante más de una década de investigación. Su hijo, que hoy tiene 13 años, es testimonio de que la ciencia - cuando se cruza con el amor y la necesidad urgente de respuestas - puede abrir caminos impensados.

La entrevista terminó entre aplausos, risas y admiración. No era para menos: Tamara Rubilar no solo hizo ciencia. Transformó una tragedia posible en esperanza, y un descubrimiento doméstico en un aporte biotecnológico con impacto nacional.

20 NOV 2025 - 10:37

Tamara Rubilar, investigadora del CESIMAR-CONICET volvió a ocupar un espacio central en la escena científica nacional. Patagónica, criada y formada en Puerto Madryn, se convirtió en un emblema de innovación y resiliencia, una científica capaz de transformar la desesperación en descubrimiento. En 2022 relató el hallazgo en un informe de Jornada y en agosto de este año, fue entrevistada por Maru Ortiz en "Esa es la historia", el programa de Stream que está disponible en YouTube.

Este miércoles fue invitada especial al programa “Otro Día Perdido”, conducido por Mario Pergolini, donde compartió aire con Alejandro Dolina. Entre risas, complicidad y sorpresa, ambos la felicitaron por un mérito que sigue asombrando: haber encontrado en los erizos de mar la molécula que permitió mejorar la salud de su hijo menor, diagnosticado de bebé con una extraña enfermedad inmunológica sin nombre.

Rubilar recordó, emocionada, aquel punto de quiebre que cambió su vida. En ese entonces era becaria posdoctoral del CONICET, aún sin una línea propia de investigación, cuando su hijo comenzó a manifestar síntomas alarmantes al empezar la alimentación sólida. Sangrado intestinal, vómitos con sangre, alergias severas, broncoespasmos y un deterioro que nadie lograba explicar en Puerto Madryn.

La familia fue derivada a Buenos Aires, donde en la Casa Cuna encontraron contención y finalmente una respuesta: una enfermedad autoinmune tan infrecuente que no tenía nombre. El sistema inmunológico del niño no solo no lo defendía del exterior, sino que además atacaba su propio cuerpo.

Con un tratamiento basado en corticoides, y la angustia de un futuro incierto, Rubilar dejó que su instinto científico se activara. “No podía dormir imaginando qué iba a pasar”, recordó. Empezó a estudiar a contrarreloj todos los avances - aún incipientes en ese momento- sobre microbiota, intestino permeable y antioxidantes. Probó extractos caseros, buscó sustancias activas, descartó lo que generaba reacciones alérgicas y siguió investigando alternativas.

La pista decisiva llegó desde Brasil, cuando un colega le envió un paper ruso que describía una molécula antioxidante e inmunomoduladora. Su madre, de origen ruso, se lo fue traduciendo por teléfono. El nombre - “equinocromina” - parecía inalcanzable, hasta que el texto reveló su origen: erizos de mar. Precisamente el organismo con el que Tamara trabajaba en el laboratorio, aunque con otros objetivos.

Un intercambio académico con un equipo de Siberia confirmó que los erizos de la zona de Puerto Madryn, especialmente el Arbacia dufresnii, estaban llenos de esa molécula. Desde allí, Rubilar inició un camino que combinó ciencia, prueba, error y una convicción firme: encontrar una forma de aliviar la inflamación intestinal de su hijo. Junto a su esposo, recolectó erizos, realizó extractos y comenzó a administrar lo que ella misma producía. Con el tiempo, la inflamación bajó y, un año después, pudieron suspender los corticoides.

Ese proceso, que luego se transformó en investigación formal, derivó en el desarrollo de suplementos dietarios basados en compuestos del erizo de mar. Para producirlos a nivel nacional debió incluso impulsar un cambio en el Código Alimentario Argentino, ya que el erizo - consumido ampliamente en otros países - no estaba contemplado.

Hoy, ese trabajo se cristaliza en la empresa de base tecnológica Erisea, reconocida por el Senado de la Nación por sus aportes en biotecnología acuícola y su aplicación en secuelas del COVID-19.

En el estudio de Pergolini, Rubilar no ocultó su asombro por la repercusión de su historia. “No lo puedo creer todavía”, dijo, con la misma mezcla de humildad y firmeza que la acompañó durante más de una década de investigación. Su hijo, que hoy tiene 13 años, es testimonio de que la ciencia - cuando se cruza con el amor y la necesidad urgente de respuestas - puede abrir caminos impensados.

La entrevista terminó entre aplausos, risas y admiración. No era para menos: Tamara Rubilar no solo hizo ciencia. Transformó una tragedia posible en esperanza, y un descubrimiento doméstico en un aporte biotecnológico con impacto nacional.