Editorial / La paradoja del descontento

A pesar de su endeblez, el discurso libertario del sacrificio, sostenido con crudeza y una convicción estrafalaria, terminó resultando más creíble que las promesas de una oposición atada con alambres.

Milei en el box de votación, con la mirada perdida.
01 NOV 2025 - 13:08 | Actualizado 01 NOV 2025 - 21:30

El triunfo de Javier Milei, dos años después de haber implementado un programa económico devastador y profundamente impopular, revela una paradoja que va más allá de la coyuntura: mucha gente lo votó a pesar de estar mal. O, quizás, justamente por eso.

El malestar económico —una recesión prolongada, caída del poder adquisitivo, suba del desempleo y la sensación de desprotección social a pesar de que Milei repite como un loro que “sacamos 12 millones de personas de la pobreza— no derivó en un regreso al pasado, sino en una reafirmación de la apuesta inicial.

Tal vez, muchos votantes perciben que Milei está “pagando el precio” de ordenar un país que consideran presuntamente arruinado hace décadas. En esa narrativa, cuya construcción mediática es constante y arrolladora, el dolor es una etapa necesaria de una supuesta “cura” más profunda.

A pesar de su endeblez, el discurso libertario del sacrificio, sostenido con crudeza y una convicción estrafalaria, terminó resultando más creíble que las promesas de una oposición atada con alambres que sólo agitó el fantasma del “antimileísmo” pero a la que una parte mayoritaria del electorado sigue asociando con el fracaso.

Esa especie de resignación transformada en esperanza, o en una fe austera en que “lo peor” vale si hay una luz al final del túnel, se impuso sin atenuantes. Por muy poco en la matemática electoral, pero se impuso.

Democracia plebiscitaria

A esto se suma un componente emocional y cultural. Milei supo reconstruir una identidad de ruptura: el outsider que se enfrenta al “sistema”, al “Estado parasitario”, a los políticos de siempre. Su estilo autoritario, su desdén por las formas tradicionales y su narrativa de “libertad contra casta” mantienen viva la sensación de que, aunque duela, se está viviendo un cambio histórico.

Desde una mirada sociológica, el voto a Milei puede entenderse como una expresión del desencanto con las instituciones y con la democracia representativa tal como se la ha experimentado en las últimas décadas.

La euforia libertaria que ni ellos esperaban.

En ese contexto, Milei representa una forma de “democracia plebiscitaria”, donde el líder se vincula directamente con el pueblo por fuera de los canales tradicionales de intermediación.

Sólo así se entiende que una candidata ignota con el sello violeta le haya ganado al peronismo y al enorme aparato oficialista de Despierta Chubut. O que un candidato que tenía 80% de desconocimiento en el electorado, le haya dado una paliza fenomenal al “peronismo cordobés”, que a esta altura ya suena como un oxímoron.

Voto identitario

Otro elemento que no se puede soslayar es la recomposición de identidades políticas. En los últimos años de la Argentina contemporánea, los grandes relatos ideológicos —peronismo, radicalismo, progresismo— han ido perdiendo su histórica capacidad de contener y representar a amplios sectores sociales. El voto a Milei es, en parte, un voto identitario de una nueva clase media empobrecida, precarizada y desencantada con lo anterior. Este sector no se siente representado por las viejas estructuras de los partidos tradicionales y encuentra en Milei una forma de rebeldía contra lo que considera un sistema cerrado y autorreferencial.

También parece haber un componente generacional. Entre los más jóvenes, el voto libertario expresa una mezcla de frustración y deseo de autonomía. Las nuevas generaciones, criadas en la crisis permanente, tienden a desconfiar de toda promesa colectiva y prefieren discursos centrados en la responsabilidad individual y la meritocracia. En las redes sociales, Milei logró capitalizar ese sentimiento de autoafirmación frente a un Estado visto como obstáculo.

En términos culturales, el fenómeno también puede leerse como parte de una ola global de antipolítica y desencanto con las élites.
Así como en otros países emergieron liderazgos disruptivos que se presentan como “antiestablishment”, Milei ocupa ese rol en la Argentina: canaliza la bronca y la fatiga social acumulada, y la convierte en un proyecto político que va decididamente en contra de muchos de esos sectores que lo apoyan. Una especie de contradicción irreconciliable -el beneficio de uno implica necesariamente el daño del otro-, una clara paradoja del descontento.

Finalmente, el voto a Milei también expresa una dimensión emocional y simbólica. Más que un voto racional basado en resultados, es un voto afectivo basado en creencias. Muchas de ellas, absurdas. Pero creencias al fin.

Sin embargo, este fenómeno también evidencia un riesgo profundo: la naturalización del sufrimiento como parte inevitable del cambio. El relato del sacrificio puede derivar en una aceptación pasiva del deterioro social y en la despolitización de la pobreza. Al convertir el ajuste en una prueba moral, se diluye la capacidad colectiva de exigir resultados concretos y de debatir modelos alternativos.

La fe en el líder se impone sobre la evaluación de sus políticas. Y en esa fe, el peligro es que la democracia se transforme en un acto de adhesión emocional más que en un ejercicio de deliberación racional.

Polarizados

“Más de la mitad de ustedes no me votaron”, fue la primera frase que pronunció con gesto adusto el gobernador Nacho Torres en la hermética reunión de Gabinete que organizó el lunes pasado, a pocas horas de una derrota dura.

Tras dejar sus celulares antes de ingresar a la reunión, muchos funcionarios hicieron ingentes ejercicios mentales para tratar de conseguir la invisibilidad. No lo consiguieron y debieron escuchar estoicos el pase de facturas del gobernador, que echó culpas y ordenó cambios que, por ahora, no han sido anunciados.

Pero después de perder una banca en la Cámara de Diputados, Torres volvió rápidamente al ruedo nacional, en donde siempre se siente más cómodo. Aunque su derrota en Chubut afectó sus planes futuros, que casi todos los gobernadores de Provincias Unidas hallan sido revolcados en las urnas matizó su dura derrota interna.

También que Milei haya organizado rápidamente una reunión de gobernadores, lo volvió a poner a Torres en un lugar en la mesa chica de la política nacional, donde por ahora prefieren mirar con desdén a otros gobernadores y le tienden una mano a los “dialoguistas”. A Torres lo consideran parte de este grupo.

Claro que el triunfo libertario y el reposicionamiento de Mauricio Macri en este nuevo escenario, pueden terminar condicionando las aspiraciones de Torres.

Por lo pronto, un dato sonó fuerte en los pasillos de la política: Macri le habría pedido a Milei que no se meta en las provincias gobernadas por el PRO. Esto es: CABA, Entre Ríos y Chubut. “Hagamos una alianza”, dicen que le dijo Macri al Presidente, poniéndose nuevamente en el papel de jefe político de su primo Jorge Macri, del entrerriano Rogelio Frigerio, y del propio Torres.

Macri no suele compartir su toma de decisiones pero va dejando mensajes elocuentes. Por ejemplo, la misma semana que Milei se regodeaba con el triunfo de la LLA, el calabrés sentenció que el PRO va a tener un candidato a presidente en 2027. Fue un mensaje para los libertarios pero también para adentro del PRO, con todo lo que eso significa.

La utopía libertaria

Después de atravesar toda la etapa final previa a las elecciones como un virtual ganador, Juan Pablo Luque y la conducción del Partido Justicialista de Chubut debió conformarse con un cercano segundo puesto.

Mantener la banca que había puesto en juego fue un premio consuelo para un peronismo que pasó del escarnio en los primeros meses de 2024 a una centralidad electoral a finales de 2025, empujado por la polarización que se terminó dando con los libertarios, más que por méritos propios.

La división del peronismo, inclusive la impulsada desde el Gobierno provincial, que alimentó la candidatura de Alfredo Béliz para limar las pretensiones de Luque, terminó teniendo un efecto inverso y ayudó a los candidatos de La Libertad Avanza, que con nada se quedaron con una segunda banca en la Cámara de Diputados.

El peronismo en todas sus formas deberá dar un debate interno rápido y sincerar lo evidente. Si hasta hace unos años se creía que “con Cristina no alcanza y sin ella no se puede”, ahora habrá que pensar que con ella no alcanza ni se puede. El peor error del peronismo sería quedar atrapado en la lógica del kirchnerismo.

Kicillof habla en medio de la derrota. Máximo K. y Grabois, a carcajada limpia.

Derrotados

Un párrafo aparte para los intendentes que responden a Torres, que quedaron expuestos el domingo pasado por resultados muy adversos en los territorios que gobiernan hace dos años. Los pálidos terceros puestos de Matías Taccetta y Damián Biss en Esquel y Rawson, y el indecoroso cuarto puesto de Gerardo Merino en Trelew, ponen al oficialismo con desafíos muy duros para los próximos dos años.

A esta altura, la polarización entre mileísmo y peronismo parece representar un escenario al que habrá que acostumbrarse, tanto a nivel país como en Chubut.

No se puede soslayar la elección de Milei en Chubut, ganando claramente en Puerto Madryn, Trelew y Rawson, perdiendo por poco en Esquel y por un margen más amplio -pero inferior al que se preveía- en Comodoro Rivadavia.

Treffinger, el único dirigente conocido de LLA en Chubut.

A este ritmo, si el voto de Milei se consolida a nivel nacional en torno al 40% del electorado, sus chances de reelección podrían crecer y, de paso, arrastrar a las categorías de gobernador, diputados provinciales, intendentes y concejales que estarán en juego dentro de dos años.

Mirando los resultados del domingo pasado en Chubut, no es descabellado pensar que en 2027 los libertarios se terminen quedando con una o dos intendencias y que Fontana 50 deje de ser una utopía.

La evolución de LLA en Chubut, a contramano de la UCR, el PRO y el PJ.

Enterate de las noticias de POLITICA a través de nuestro newsletter

Anotate para recibir las noticias más importantes de esta sección.

Te podés dar de baja en cualquier momento con un solo clic.
Milei en el box de votación, con la mirada perdida.
01 NOV 2025 - 13:08

El triunfo de Javier Milei, dos años después de haber implementado un programa económico devastador y profundamente impopular, revela una paradoja que va más allá de la coyuntura: mucha gente lo votó a pesar de estar mal. O, quizás, justamente por eso.

El malestar económico —una recesión prolongada, caída del poder adquisitivo, suba del desempleo y la sensación de desprotección social a pesar de que Milei repite como un loro que “sacamos 12 millones de personas de la pobreza— no derivó en un regreso al pasado, sino en una reafirmación de la apuesta inicial.

Tal vez, muchos votantes perciben que Milei está “pagando el precio” de ordenar un país que consideran presuntamente arruinado hace décadas. En esa narrativa, cuya construcción mediática es constante y arrolladora, el dolor es una etapa necesaria de una supuesta “cura” más profunda.

A pesar de su endeblez, el discurso libertario del sacrificio, sostenido con crudeza y una convicción estrafalaria, terminó resultando más creíble que las promesas de una oposición atada con alambres que sólo agitó el fantasma del “antimileísmo” pero a la que una parte mayoritaria del electorado sigue asociando con el fracaso.

Esa especie de resignación transformada en esperanza, o en una fe austera en que “lo peor” vale si hay una luz al final del túnel, se impuso sin atenuantes. Por muy poco en la matemática electoral, pero se impuso.

Democracia plebiscitaria

A esto se suma un componente emocional y cultural. Milei supo reconstruir una identidad de ruptura: el outsider que se enfrenta al “sistema”, al “Estado parasitario”, a los políticos de siempre. Su estilo autoritario, su desdén por las formas tradicionales y su narrativa de “libertad contra casta” mantienen viva la sensación de que, aunque duela, se está viviendo un cambio histórico.

Desde una mirada sociológica, el voto a Milei puede entenderse como una expresión del desencanto con las instituciones y con la democracia representativa tal como se la ha experimentado en las últimas décadas.

La euforia libertaria que ni ellos esperaban.

En ese contexto, Milei representa una forma de “democracia plebiscitaria”, donde el líder se vincula directamente con el pueblo por fuera de los canales tradicionales de intermediación.

Sólo así se entiende que una candidata ignota con el sello violeta le haya ganado al peronismo y al enorme aparato oficialista de Despierta Chubut. O que un candidato que tenía 80% de desconocimiento en el electorado, le haya dado una paliza fenomenal al “peronismo cordobés”, que a esta altura ya suena como un oxímoron.

Voto identitario

Otro elemento que no se puede soslayar es la recomposición de identidades políticas. En los últimos años de la Argentina contemporánea, los grandes relatos ideológicos —peronismo, radicalismo, progresismo— han ido perdiendo su histórica capacidad de contener y representar a amplios sectores sociales. El voto a Milei es, en parte, un voto identitario de una nueva clase media empobrecida, precarizada y desencantada con lo anterior. Este sector no se siente representado por las viejas estructuras de los partidos tradicionales y encuentra en Milei una forma de rebeldía contra lo que considera un sistema cerrado y autorreferencial.

También parece haber un componente generacional. Entre los más jóvenes, el voto libertario expresa una mezcla de frustración y deseo de autonomía. Las nuevas generaciones, criadas en la crisis permanente, tienden a desconfiar de toda promesa colectiva y prefieren discursos centrados en la responsabilidad individual y la meritocracia. En las redes sociales, Milei logró capitalizar ese sentimiento de autoafirmación frente a un Estado visto como obstáculo.

En términos culturales, el fenómeno también puede leerse como parte de una ola global de antipolítica y desencanto con las élites.
Así como en otros países emergieron liderazgos disruptivos que se presentan como “antiestablishment”, Milei ocupa ese rol en la Argentina: canaliza la bronca y la fatiga social acumulada, y la convierte en un proyecto político que va decididamente en contra de muchos de esos sectores que lo apoyan. Una especie de contradicción irreconciliable -el beneficio de uno implica necesariamente el daño del otro-, una clara paradoja del descontento.

Finalmente, el voto a Milei también expresa una dimensión emocional y simbólica. Más que un voto racional basado en resultados, es un voto afectivo basado en creencias. Muchas de ellas, absurdas. Pero creencias al fin.

Sin embargo, este fenómeno también evidencia un riesgo profundo: la naturalización del sufrimiento como parte inevitable del cambio. El relato del sacrificio puede derivar en una aceptación pasiva del deterioro social y en la despolitización de la pobreza. Al convertir el ajuste en una prueba moral, se diluye la capacidad colectiva de exigir resultados concretos y de debatir modelos alternativos.

La fe en el líder se impone sobre la evaluación de sus políticas. Y en esa fe, el peligro es que la democracia se transforme en un acto de adhesión emocional más que en un ejercicio de deliberación racional.

Polarizados

“Más de la mitad de ustedes no me votaron”, fue la primera frase que pronunció con gesto adusto el gobernador Nacho Torres en la hermética reunión de Gabinete que organizó el lunes pasado, a pocas horas de una derrota dura.

Tras dejar sus celulares antes de ingresar a la reunión, muchos funcionarios hicieron ingentes ejercicios mentales para tratar de conseguir la invisibilidad. No lo consiguieron y debieron escuchar estoicos el pase de facturas del gobernador, que echó culpas y ordenó cambios que, por ahora, no han sido anunciados.

Pero después de perder una banca en la Cámara de Diputados, Torres volvió rápidamente al ruedo nacional, en donde siempre se siente más cómodo. Aunque su derrota en Chubut afectó sus planes futuros, que casi todos los gobernadores de Provincias Unidas hallan sido revolcados en las urnas matizó su dura derrota interna.

También que Milei haya organizado rápidamente una reunión de gobernadores, lo volvió a poner a Torres en un lugar en la mesa chica de la política nacional, donde por ahora prefieren mirar con desdén a otros gobernadores y le tienden una mano a los “dialoguistas”. A Torres lo consideran parte de este grupo.

Claro que el triunfo libertario y el reposicionamiento de Mauricio Macri en este nuevo escenario, pueden terminar condicionando las aspiraciones de Torres.

Por lo pronto, un dato sonó fuerte en los pasillos de la política: Macri le habría pedido a Milei que no se meta en las provincias gobernadas por el PRO. Esto es: CABA, Entre Ríos y Chubut. “Hagamos una alianza”, dicen que le dijo Macri al Presidente, poniéndose nuevamente en el papel de jefe político de su primo Jorge Macri, del entrerriano Rogelio Frigerio, y del propio Torres.

Macri no suele compartir su toma de decisiones pero va dejando mensajes elocuentes. Por ejemplo, la misma semana que Milei se regodeaba con el triunfo de la LLA, el calabrés sentenció que el PRO va a tener un candidato a presidente en 2027. Fue un mensaje para los libertarios pero también para adentro del PRO, con todo lo que eso significa.

La utopía libertaria

Después de atravesar toda la etapa final previa a las elecciones como un virtual ganador, Juan Pablo Luque y la conducción del Partido Justicialista de Chubut debió conformarse con un cercano segundo puesto.

Mantener la banca que había puesto en juego fue un premio consuelo para un peronismo que pasó del escarnio en los primeros meses de 2024 a una centralidad electoral a finales de 2025, empujado por la polarización que se terminó dando con los libertarios, más que por méritos propios.

La división del peronismo, inclusive la impulsada desde el Gobierno provincial, que alimentó la candidatura de Alfredo Béliz para limar las pretensiones de Luque, terminó teniendo un efecto inverso y ayudó a los candidatos de La Libertad Avanza, que con nada se quedaron con una segunda banca en la Cámara de Diputados.

El peronismo en todas sus formas deberá dar un debate interno rápido y sincerar lo evidente. Si hasta hace unos años se creía que “con Cristina no alcanza y sin ella no se puede”, ahora habrá que pensar que con ella no alcanza ni se puede. El peor error del peronismo sería quedar atrapado en la lógica del kirchnerismo.

Kicillof habla en medio de la derrota. Máximo K. y Grabois, a carcajada limpia.

Derrotados

Un párrafo aparte para los intendentes que responden a Torres, que quedaron expuestos el domingo pasado por resultados muy adversos en los territorios que gobiernan hace dos años. Los pálidos terceros puestos de Matías Taccetta y Damián Biss en Esquel y Rawson, y el indecoroso cuarto puesto de Gerardo Merino en Trelew, ponen al oficialismo con desafíos muy duros para los próximos dos años.

A esta altura, la polarización entre mileísmo y peronismo parece representar un escenario al que habrá que acostumbrarse, tanto a nivel país como en Chubut.

No se puede soslayar la elección de Milei en Chubut, ganando claramente en Puerto Madryn, Trelew y Rawson, perdiendo por poco en Esquel y por un margen más amplio -pero inferior al que se preveía- en Comodoro Rivadavia.

Treffinger, el único dirigente conocido de LLA en Chubut.

A este ritmo, si el voto de Milei se consolida a nivel nacional en torno al 40% del electorado, sus chances de reelección podrían crecer y, de paso, arrastrar a las categorías de gobernador, diputados provinciales, intendentes y concejales que estarán en juego dentro de dos años.

Mirando los resultados del domingo pasado en Chubut, no es descabellado pensar que en 2027 los libertarios se terminen quedando con una o dos intendencias y que Fontana 50 deje de ser una utopía.

La evolución de LLA en Chubut, a contramano de la UCR, el PRO y el PJ.