Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción
La historia no es un acto que carece de emoción y no tiene lealtad. Muy por el contrario.
Les dijeron que estaban locos, que eran unos ingenuos, que daban risa. Porque purgaban un pecado ajeno: la cordura. Y soñaban despiertos. Eran 16. Sí, 16; que ni siquiera se ponían de acuerdo. Se habían peleado fuerte con los de la Sportiva y decidieron parir el sello más distintivo que posee Rawson. Que nos hace ganadores ante tanta derrota, al menos un día a la semana.
Lo trabajaron como los mejores artesanos, lo moldearon, lo cobijaron y lo soltaron. Y lo echaron a volar. Y lo llamaron Germinal.
Ese que con más vida que años tiene el don de saber esperar. Que con una sonrisa franca, infantil y juguetona alegra esos labios que muy poco o casi nada saben de paladear apetitosos bocados y que dejan escapar, por su rendija, oraciones de agradecimiento si es que algo reciben desde un rectángulo o palabras obscenas y vulgares sin son abofeteados desde ese mismo lugar.
Con dedos diminutos que se deslizan por las misas dominicales y que no lo han podido doblegar ni todas las furias de la naturaleza, se mantiene firme. A pesar de los golpes de los vientos, de las escasas cosechas de paz, de las malas noticias y de la dictadura de las horas.
Pies menudos y cansados que gustaron de las emociones de patear un bidón de plástico o una lata cual pelota con unos zapatos de modelo indefinido que tenían más hambre que su propietario y que se aferraron fuertemente a lo único valioso que poseían: la vida.
Y Germinal.
Ese que no carga letras en su voz ronca, sino en su corazón. El pecado sí está en sus labios; el deseo en la mirada, muchos sueños sobre el amor en la cabeza y los sentimientos a flor de piel.
Aquel 3 de septiembre de 1922, los síntomas del amanecer fueron perfectos. En una hora indefinida y dulcificando sueños intactos y mañanas desafiantes, nacía Germinal
Sí. Ese. Que tiene el corazón lleno de sol y que vive rodeado de luces, pero siempre al borde de la oscuridad.
El que destruye lógicas, pero también miedos.
Con él, todo es posible, hasta las utopías. Y que todos unidos, hace que hasta el mundo tiemble.
Hoy, Germinal cumple 103 años de existencia; pero no envejece. Incomoda y enciende nuevas formas de ver el mundo. Y evita el funeral de nuestras pasiones. Pues no hay peor infierno que asistir a las exequias del propio deseo; lo que nos esteriliza, lo que nos encallece la piel y nos invita a la ausencia de todo propósito. Esa es la muerte que mata y no la que viene después, la que nos apaga cuando aún estamos encendidos.
Germinal es alguien que puede sostener una historia de amor sin decir una palabra, que puede hacer que el silencio duela y que la mirada hable más que cualquier guion de película. Y que reconoce a otro con una herida parecida.
La mayoría de sus goles no están en youtube, pues viven en el mejor lugar de todos: el recuerdo del hincha. Son como los codazos para ganar en un córner. Esa mitología de tribuna que crece con el tiempo y se transmite de boca en boca. Algo contracultural; que no necesita cámaras ni videos para ganarle al olvido.
En el viejo túnel todavía guarda su estela con sombras y movimientos extraños desde las escaleras y en sus paredes están impregnadas tantas lágrimas, gotas de sudor y tinta sangre de esas batallas de gloria y cenizas; con el occipital color bordó de tantos cabezazos.
Si alguien quiere saber cuál es mi club, no lo busque, no pregunte por él. Siga el rostro patente de su gente por algún mapa y su efigie de patas imperfectas. Con manos anchas y ásperas rubricadas de venas varicosas que amanecen antes del alba y para quienes nunca acaba la fatiga. Ni las avenidas sin pavimento, las calles sin veredas y donde la sombra se presenta temprano.
Está en las noches y en las esquinas donde se arremolinan los vientos, los romances y las ideas.
Germinal no es alumno de nadie ni maestro de cualquiera. Su marca del ovillo viene de las entrañas mismas de Rawson, matriz de ese milagro. De los viejos códigos que no tienen nada de mafioso. Del café o el mate compartido. De las barajas que no están marcadas. De un pleno de la ruleta de la vida.
No le sonríe a todo el mundo por las dudas, tampoco es un rosario de virtudes; pero no sobreactúa el rol del que pretende ganarse la admiración ajena por decreto
Tampoco es la oveja negra, pero no forma parte del rebaño y en la mala calla. No boconea. No culpa. No agita demonios. Banca.
Es que Germinal tiene otra luz, otra emotividad. Otra nostalgia. Con su puño de silencio en cada boca y su borbotón de ira en cada mueca.
¿Por qué? Porque no se queda en rezos de los domingos, sino que se convierte en vida y deja, además, marcado a fuego una certeza: vale la pena conocerlo. Ya sea con el pecado en la cara, el cuerpo a medio hacer o la familia a cuestas en la mochila.
A veces, todo que lo que se necesita para cambiar el mundo es un sueño y, a veces, todo lo que se necesita para levantarse de nuevo es recordar quién sos. Y sos de Germinal. Sos Germinal.
Un club donde la humedad estaba colgada en el techo y la orquesta afinaba a puro corazón y que mostró (y muestra) cómo se camina el amor con los pies. Nacido sin red de apoyo y desafiando cada obstáculo, cada expectativa y cada límite que el mundo quiere imponer.
Lo que une no es sólo una foto, sino una herencia; la de haber abierto puertas que estaban cerradas a cal y canto. Que más que ello es un juramento compartido. Los que nos sostienen erguidos con el pecho sonoro como un templo y una sonrisa que derriba muros.
Y con partidos que no se juegan, se sobreviven. Sin poses ni discursos. Con goles que no piden permiso. Que no se explican. Esos que nacen entre adoquines y camisetas gastadas y en cada garganta, en cada historia que se cuenta sin micrófono.
Es que Germinal es un puente.
Y Rawson en carne viva. Y la historia no se trata de ganar, sino de resistir. De esperar que alguien vea belleza en nuestras cicatrices.
Aquel 3 de septiembre de 1922, los síntomas del amanecer fueron perfectos. Nacía Germinal.
Esos utópicos no sólo desafiaron al tiempo también cabalgaron contra el olvido, recordándonos que ningún sueño es demasiado grande, ni ningún camino demasiado largo… cuando se recorre con fe. Y nos marcaron (y marcan) un sendero: el todo es más importante que las partes; pues la felicidad no es individual, sino colectiva.
Por eso “no te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento. Aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque lo has querido y porque te quiero”.
La historia no es perfecta, pero si real. Escrita con los días, los gestos, con el amor que no necesita testigos porque no se puede huir de lo que te acelera el corazón y te detiene el tiempo.
Por eso, Germinal…no te rindas.
Hay entidades que nacen con estrella y otras que le patean al cielo hasta que alguna se cae. Germinal es de las segundas. No esperó que la vida le hiciera lugar. Se las fabricó a botinazos limpios, con las patas embarradas. Como un pibe de barrio; uno de esos que nacen con el silbato metido en el oído y las piernas para correrle a todo: a la pobreza, al desprecio, al olvido, al destino, a las bombeadas y a la injusticia. Como su gente, esos nadies que lo son todo y que tienen el gesto de empujarlo a lo imposible.
¡Felices 103 años, Germinal de los amores! ¡Por 100 años más de locura, pasión, muerte y resurrección.!
Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción
La historia no es un acto que carece de emoción y no tiene lealtad. Muy por el contrario.
Les dijeron que estaban locos, que eran unos ingenuos, que daban risa. Porque purgaban un pecado ajeno: la cordura. Y soñaban despiertos. Eran 16. Sí, 16; que ni siquiera se ponían de acuerdo. Se habían peleado fuerte con los de la Sportiva y decidieron parir el sello más distintivo que posee Rawson. Que nos hace ganadores ante tanta derrota, al menos un día a la semana.
Lo trabajaron como los mejores artesanos, lo moldearon, lo cobijaron y lo soltaron. Y lo echaron a volar. Y lo llamaron Germinal.
Ese que con más vida que años tiene el don de saber esperar. Que con una sonrisa franca, infantil y juguetona alegra esos labios que muy poco o casi nada saben de paladear apetitosos bocados y que dejan escapar, por su rendija, oraciones de agradecimiento si es que algo reciben desde un rectángulo o palabras obscenas y vulgares sin son abofeteados desde ese mismo lugar.
Con dedos diminutos que se deslizan por las misas dominicales y que no lo han podido doblegar ni todas las furias de la naturaleza, se mantiene firme. A pesar de los golpes de los vientos, de las escasas cosechas de paz, de las malas noticias y de la dictadura de las horas.
Pies menudos y cansados que gustaron de las emociones de patear un bidón de plástico o una lata cual pelota con unos zapatos de modelo indefinido que tenían más hambre que su propietario y que se aferraron fuertemente a lo único valioso que poseían: la vida.
Y Germinal.
Ese que no carga letras en su voz ronca, sino en su corazón. El pecado sí está en sus labios; el deseo en la mirada, muchos sueños sobre el amor en la cabeza y los sentimientos a flor de piel.
Aquel 3 de septiembre de 1922, los síntomas del amanecer fueron perfectos. En una hora indefinida y dulcificando sueños intactos y mañanas desafiantes, nacía Germinal
Sí. Ese. Que tiene el corazón lleno de sol y que vive rodeado de luces, pero siempre al borde de la oscuridad.
El que destruye lógicas, pero también miedos.
Con él, todo es posible, hasta las utopías. Y que todos unidos, hace que hasta el mundo tiemble.
Hoy, Germinal cumple 103 años de existencia; pero no envejece. Incomoda y enciende nuevas formas de ver el mundo. Y evita el funeral de nuestras pasiones. Pues no hay peor infierno que asistir a las exequias del propio deseo; lo que nos esteriliza, lo que nos encallece la piel y nos invita a la ausencia de todo propósito. Esa es la muerte que mata y no la que viene después, la que nos apaga cuando aún estamos encendidos.
Germinal es alguien que puede sostener una historia de amor sin decir una palabra, que puede hacer que el silencio duela y que la mirada hable más que cualquier guion de película. Y que reconoce a otro con una herida parecida.
La mayoría de sus goles no están en youtube, pues viven en el mejor lugar de todos: el recuerdo del hincha. Son como los codazos para ganar en un córner. Esa mitología de tribuna que crece con el tiempo y se transmite de boca en boca. Algo contracultural; que no necesita cámaras ni videos para ganarle al olvido.
En el viejo túnel todavía guarda su estela con sombras y movimientos extraños desde las escaleras y en sus paredes están impregnadas tantas lágrimas, gotas de sudor y tinta sangre de esas batallas de gloria y cenizas; con el occipital color bordó de tantos cabezazos.
Si alguien quiere saber cuál es mi club, no lo busque, no pregunte por él. Siga el rostro patente de su gente por algún mapa y su efigie de patas imperfectas. Con manos anchas y ásperas rubricadas de venas varicosas que amanecen antes del alba y para quienes nunca acaba la fatiga. Ni las avenidas sin pavimento, las calles sin veredas y donde la sombra se presenta temprano.
Está en las noches y en las esquinas donde se arremolinan los vientos, los romances y las ideas.
Germinal no es alumno de nadie ni maestro de cualquiera. Su marca del ovillo viene de las entrañas mismas de Rawson, matriz de ese milagro. De los viejos códigos que no tienen nada de mafioso. Del café o el mate compartido. De las barajas que no están marcadas. De un pleno de la ruleta de la vida.
No le sonríe a todo el mundo por las dudas, tampoco es un rosario de virtudes; pero no sobreactúa el rol del que pretende ganarse la admiración ajena por decreto
Tampoco es la oveja negra, pero no forma parte del rebaño y en la mala calla. No boconea. No culpa. No agita demonios. Banca.
Es que Germinal tiene otra luz, otra emotividad. Otra nostalgia. Con su puño de silencio en cada boca y su borbotón de ira en cada mueca.
¿Por qué? Porque no se queda en rezos de los domingos, sino que se convierte en vida y deja, además, marcado a fuego una certeza: vale la pena conocerlo. Ya sea con el pecado en la cara, el cuerpo a medio hacer o la familia a cuestas en la mochila.
A veces, todo que lo que se necesita para cambiar el mundo es un sueño y, a veces, todo lo que se necesita para levantarse de nuevo es recordar quién sos. Y sos de Germinal. Sos Germinal.
Un club donde la humedad estaba colgada en el techo y la orquesta afinaba a puro corazón y que mostró (y muestra) cómo se camina el amor con los pies. Nacido sin red de apoyo y desafiando cada obstáculo, cada expectativa y cada límite que el mundo quiere imponer.
Lo que une no es sólo una foto, sino una herencia; la de haber abierto puertas que estaban cerradas a cal y canto. Que más que ello es un juramento compartido. Los que nos sostienen erguidos con el pecho sonoro como un templo y una sonrisa que derriba muros.
Y con partidos que no se juegan, se sobreviven. Sin poses ni discursos. Con goles que no piden permiso. Que no se explican. Esos que nacen entre adoquines y camisetas gastadas y en cada garganta, en cada historia que se cuenta sin micrófono.
Es que Germinal es un puente.
Y Rawson en carne viva. Y la historia no se trata de ganar, sino de resistir. De esperar que alguien vea belleza en nuestras cicatrices.
Aquel 3 de septiembre de 1922, los síntomas del amanecer fueron perfectos. Nacía Germinal.
Esos utópicos no sólo desafiaron al tiempo también cabalgaron contra el olvido, recordándonos que ningún sueño es demasiado grande, ni ningún camino demasiado largo… cuando se recorre con fe. Y nos marcaron (y marcan) un sendero: el todo es más importante que las partes; pues la felicidad no es individual, sino colectiva.
Por eso “no te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento. Aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque lo has querido y porque te quiero”.
La historia no es perfecta, pero si real. Escrita con los días, los gestos, con el amor que no necesita testigos porque no se puede huir de lo que te acelera el corazón y te detiene el tiempo.
Por eso, Germinal…no te rindas.
Hay entidades que nacen con estrella y otras que le patean al cielo hasta que alguna se cae. Germinal es de las segundas. No esperó que la vida le hiciera lugar. Se las fabricó a botinazos limpios, con las patas embarradas. Como un pibe de barrio; uno de esos que nacen con el silbato metido en el oído y las piernas para correrle a todo: a la pobreza, al desprecio, al olvido, al destino, a las bombeadas y a la injusticia. Como su gente, esos nadies que lo son todo y que tienen el gesto de empujarlo a lo imposible.
¡Felices 103 años, Germinal de los amores! ¡Por 100 años más de locura, pasión, muerte y resurrección.!