Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
El fútbol es un acto de rebeldía que cuida la fragilidad de los otros. A esos nadies que a nadie le importa. Entre el oro y el barro.
Es un testimonio de la resistencia humana ante la complicidad de aquellos que quieren que paguen las sombras y no disfruten las luces. Y que no es más que un matrimonio convencional más pernicioso que la virginidad congénita y la abstinencia de la viudez. Esos que decoran su presunto dolor, a veces con frialdad, otras con sonrisas, pero rara vez con honestidad. Ociosos mercaderes.
Y eso es Germinal.
Hoy, con la derrota, no hay forma de abrazar al vacío; pero tampoco hay que perder la sonrisa ante la brevedad del desaliento; pues, existe la tarea de construir eternidades con elementos hechos de fugacidad, tránsito y olvido
¿Cómo? Hay que buscar y escuchar la enseñanza que en su sangre murmura en cada uno, pues la gloria del pasado no se puede reducir a una línea escrita por razones generacionales sometida al sonambulismo del ahora. Rozando con la piel la indiferencia de un mundo ajeno. Como si la historia fuese un hecho sin emoción ni lealtad.
Ello no significa que haya más nostalgia que fervor. No. Pero si un respeto irrenunciable a una vida centenaria.
Y se aclara: no se es feliz porque se gana; se gana porque se es feliz.
Nadie morirá donde nació si no hay identidad; ese reducto de sonido exclusivo que reconoce a propios más que ajenos.
Son esos sujetos de estética poco conservada y paso armonioso con canas y arrugas de imborrables apoteosis, con mañanas que no son fáciles bajo un sufrimiento acerbo y que sonríen con los dientes maltrechos.
La solución no es individual. Es colectiva. A pesar de los golpes de los vientos, de las escasas cosechas de paz, de las malas noticias y de la dictadura de las horas. Y la llave pasa por un sólo nombre: Germinal, que es la entidad con más poder de Rawson; porque tener poder es que la gente te ame. Sin límites ni condiciones.
¿Para qué sirve Germinal? Para nada práctico y mesurable. Sólo para tocar los corazones y los pensamientos de la gente. De hacer reír, llorar, pensar o disfrutar a alguien sin siquiera rozarlo. Capaz de hacer cuestionar hasta la propia existencia, la justicia mediante la belleza y la crudeza del arte.
¿Qué sería la vida sin Germinal? Más aburrida, seguro. Sin esa representación elaborada de la necesidad humana de expresarse.
Reconocerse en nosotros mismos es sinónimo de soñar. De resistir. De rebelarse. Es una escultura con rostro de felicidad que paladea expectativas. Es subrayar el pasado y hacerle un mimo, diciéndole que nada ha sido en vano.
Es aprender a sostener las ausencias, a verterlas con palabras que consuelan, a hacer del dolor un faro en la tormenta y del recuerdo una raíz que nos una. Es la voz que atraviesa la historia y el grito que se niega a ser silencio.
La piel de no rozarla, se va agrietando. Los labios de no tocarlos, se van secando. Los ojos de no cruzarlos, se van cerrando. El cuerpo de no sentirlo, se va olvidando y el alma de no entregarla, se va muriendo.
No debe andar el mundo con el amor descalzo.
Tampoco se puede ser feliz en soledad.
Por eso, hacete de Germinal.
Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
El fútbol es un acto de rebeldía que cuida la fragilidad de los otros. A esos nadies que a nadie le importa. Entre el oro y el barro.
Es un testimonio de la resistencia humana ante la complicidad de aquellos que quieren que paguen las sombras y no disfruten las luces. Y que no es más que un matrimonio convencional más pernicioso que la virginidad congénita y la abstinencia de la viudez. Esos que decoran su presunto dolor, a veces con frialdad, otras con sonrisas, pero rara vez con honestidad. Ociosos mercaderes.
Y eso es Germinal.
Hoy, con la derrota, no hay forma de abrazar al vacío; pero tampoco hay que perder la sonrisa ante la brevedad del desaliento; pues, existe la tarea de construir eternidades con elementos hechos de fugacidad, tránsito y olvido
¿Cómo? Hay que buscar y escuchar la enseñanza que en su sangre murmura en cada uno, pues la gloria del pasado no se puede reducir a una línea escrita por razones generacionales sometida al sonambulismo del ahora. Rozando con la piel la indiferencia de un mundo ajeno. Como si la historia fuese un hecho sin emoción ni lealtad.
Ello no significa que haya más nostalgia que fervor. No. Pero si un respeto irrenunciable a una vida centenaria.
Y se aclara: no se es feliz porque se gana; se gana porque se es feliz.
Nadie morirá donde nació si no hay identidad; ese reducto de sonido exclusivo que reconoce a propios más que ajenos.
Son esos sujetos de estética poco conservada y paso armonioso con canas y arrugas de imborrables apoteosis, con mañanas que no son fáciles bajo un sufrimiento acerbo y que sonríen con los dientes maltrechos.
La solución no es individual. Es colectiva. A pesar de los golpes de los vientos, de las escasas cosechas de paz, de las malas noticias y de la dictadura de las horas. Y la llave pasa por un sólo nombre: Germinal, que es la entidad con más poder de Rawson; porque tener poder es que la gente te ame. Sin límites ni condiciones.
¿Para qué sirve Germinal? Para nada práctico y mesurable. Sólo para tocar los corazones y los pensamientos de la gente. De hacer reír, llorar, pensar o disfrutar a alguien sin siquiera rozarlo. Capaz de hacer cuestionar hasta la propia existencia, la justicia mediante la belleza y la crudeza del arte.
¿Qué sería la vida sin Germinal? Más aburrida, seguro. Sin esa representación elaborada de la necesidad humana de expresarse.
Reconocerse en nosotros mismos es sinónimo de soñar. De resistir. De rebelarse. Es una escultura con rostro de felicidad que paladea expectativas. Es subrayar el pasado y hacerle un mimo, diciéndole que nada ha sido en vano.
Es aprender a sostener las ausencias, a verterlas con palabras que consuelan, a hacer del dolor un faro en la tormenta y del recuerdo una raíz que nos una. Es la voz que atraviesa la historia y el grito que se niega a ser silencio.
La piel de no rozarla, se va agrietando. Los labios de no tocarlos, se van secando. Los ojos de no cruzarlos, se van cerrando. El cuerpo de no sentirlo, se va olvidando y el alma de no entregarla, se va muriendo.
No debe andar el mundo con el amor descalzo.
Tampoco se puede ser feliz en soledad.
Por eso, hacete de Germinal.