Por Ismael Tebes
REDACCIÓN JORNADA
itebes@grupojornada.com
En X: @IsmaTebes
El Gandul nació al amparo del trabajo en un galpón portuario. Un grupo de estudiantes dedicaban horas de su tiempo libre para limar, pintar y engomar cada pequeña pieza que luego se convirtió en su estructura. De ser apenas un pequeño bosquejo plasmado en el papel, se convirtió en un gigante que desató los mares bravíos. “Gandul” según el diccionario, una especie de “holgazán” fue el nombre del catamarán que recreó el viaje original de Cristóbal Colón desde Centroamérica hasta el Puerto de Palos. Y su proeza, llamada “El último viaje romántico del siglo” marcó una huella en el tiempo.
Aquel velero nació desde la rusticidad y el aporte de distintos materiales “utilizables” a falta de presupuesto. El mástil estaba hecho de caños petroleros y velas improvisadas con lona de camión. Se construyó en terciado fenólico; acero inoxidable y fibra de vidrio. Y en muchos casos, los “soñadores” debieron desprenderse de autos y de bienes personales para aportar lo necesario. Y su despedida reunió en la Playa Costanera a una cantidad de público que nunca más logró convocarse.
El viaje demandó siete meses. En total 17.185 millas náuticas con 3.961 horas de navegación. Solamente diez personas podían pernoctar en el reducido espacio. Se jugaba ping-pong adaptado y solía comerse lo que se pescaba más allá de la reserva de alimentos. Hubo discusiones, romances y amistades entrañables en la tripulación que fue rotativa en los distintos tramos del viaje.
Un 29 de agosto llegó a Puerto Umbría, hoy Puerto de Palos de Huelva y luego fue exhibido en la Expo Sevilla junto a la “Santa María”, réplica de las originales Tres Carabelas.
Gustavo Díaz Melogno fue el capitán y el guía náutico de aquella experiencia que trascendió la ciudad y se convirtió en un sueño aventurero. A varios años de aquella hazaña, se siente enriquecido por los recuerdos. “Me convocó en Comodoro, un tema familiar y personal, doloroso porque fue despedir a mi madre pero la verdad es que tras los primeros días que fueron de duelo, hubo que vaciar el departamento y me encontré con muchas cosas que son parte de nuestra vida. Poco a poco se fueron convirtiendo en recuerdos nostálgicos. De los que te llenan”, cuenta Gustavo, actualmente radicado en España.
“Encontramos libros que publicamos en el ’98, que incluían aquel viaje a España y la construcción del catamarán. Y esto me llevó a pensar en guardarlas en una baulera pero mi amigo Jorge Vilardo me dijo que “no tenía derecho” a hacer eso, por lo que fue el viaje y por la gente que estuvo aquella vez en la Costanera. Hicimos presentaciones, una especie de relanzamiento que nos trajo un montón de emociones y de sensaciones irrepetibles”.
La “movida” incluyó tres presentaciones incluyendo la proyección de la película del Gandul. “Cuando surgió la difusión, se abrieron las emociones y empezó a jugar todo el recuerdo de aquellos intensos días. Estuvimos en el Club Náutico Rada Tilly y por la convocatoria lo terminamos haciendo en el Centro Cultural. Nos juntamos con amigos de veinte y treinta años sin vernos, con los que vivimos cosas muy fuertes arriba del Gandul. Es la vida misma, un reencuentro precioso y se hizo otra presentación en el Náutico Espora”.
“Hablamos de la historia porque lo que nosotros queremos es que el recuerdo que quede sea la génesis que es lo que tiene valores más potentes para transmitir. Me voy con el corazón lleno de recuerdos” señaló Díaz Melogno quien inevitablemente sigue ligado a la navegación. “Vivo en el barco que compramos con el seguro del catamarán, un velero muy bonito, algo antiguo y de 13 metros con el que hemos cruzado el Atlántico un par de veces. Estoy en pareja con mi esposa Bego con quien naufragamos en el 2015. Por suerte, a ella le gusta mucho navegar”, recordó sobrevolando el naufragio que terminó con aquel barco hecho a mano en la Administración Portuaria.
“Trabajamos haciendo turismo y escuela de vela y algunas veces, hacemos traslados de barcos y demás. Básicamente nos movemos con la temporada de turismo de allá, entre julio hasta septiembre y el resto del año, hacemos algunas cosas cuando aparece algo pero en general, nos dedicamos a navegar o a disfrutar. Siempre hay que trabajar y hacerle cosas al barco, que mantenemos muy bien. Vivo en el sudoeste de España en la zona de la costa atlántica de Huelva que está pegada a Portugal”. Y al final, desafía. “Cualquiera podría agarrar sus sueños y a sí mismo por las solapas y lanzarse a llevar adelante su proyecto con lo que pueda aún contra todo pronóstico”.
Por Ismael Tebes
REDACCIÓN JORNADA
itebes@grupojornada.com
En X: @IsmaTebes
El Gandul nació al amparo del trabajo en un galpón portuario. Un grupo de estudiantes dedicaban horas de su tiempo libre para limar, pintar y engomar cada pequeña pieza que luego se convirtió en su estructura. De ser apenas un pequeño bosquejo plasmado en el papel, se convirtió en un gigante que desató los mares bravíos. “Gandul” según el diccionario, una especie de “holgazán” fue el nombre del catamarán que recreó el viaje original de Cristóbal Colón desde Centroamérica hasta el Puerto de Palos. Y su proeza, llamada “El último viaje romántico del siglo” marcó una huella en el tiempo.
Aquel velero nació desde la rusticidad y el aporte de distintos materiales “utilizables” a falta de presupuesto. El mástil estaba hecho de caños petroleros y velas improvisadas con lona de camión. Se construyó en terciado fenólico; acero inoxidable y fibra de vidrio. Y en muchos casos, los “soñadores” debieron desprenderse de autos y de bienes personales para aportar lo necesario. Y su despedida reunió en la Playa Costanera a una cantidad de público que nunca más logró convocarse.
El viaje demandó siete meses. En total 17.185 millas náuticas con 3.961 horas de navegación. Solamente diez personas podían pernoctar en el reducido espacio. Se jugaba ping-pong adaptado y solía comerse lo que se pescaba más allá de la reserva de alimentos. Hubo discusiones, romances y amistades entrañables en la tripulación que fue rotativa en los distintos tramos del viaje.
Un 29 de agosto llegó a Puerto Umbría, hoy Puerto de Palos de Huelva y luego fue exhibido en la Expo Sevilla junto a la “Santa María”, réplica de las originales Tres Carabelas.
Gustavo Díaz Melogno fue el capitán y el guía náutico de aquella experiencia que trascendió la ciudad y se convirtió en un sueño aventurero. A varios años de aquella hazaña, se siente enriquecido por los recuerdos. “Me convocó en Comodoro, un tema familiar y personal, doloroso porque fue despedir a mi madre pero la verdad es que tras los primeros días que fueron de duelo, hubo que vaciar el departamento y me encontré con muchas cosas que son parte de nuestra vida. Poco a poco se fueron convirtiendo en recuerdos nostálgicos. De los que te llenan”, cuenta Gustavo, actualmente radicado en España.
“Encontramos libros que publicamos en el ’98, que incluían aquel viaje a España y la construcción del catamarán. Y esto me llevó a pensar en guardarlas en una baulera pero mi amigo Jorge Vilardo me dijo que “no tenía derecho” a hacer eso, por lo que fue el viaje y por la gente que estuvo aquella vez en la Costanera. Hicimos presentaciones, una especie de relanzamiento que nos trajo un montón de emociones y de sensaciones irrepetibles”.
La “movida” incluyó tres presentaciones incluyendo la proyección de la película del Gandul. “Cuando surgió la difusión, se abrieron las emociones y empezó a jugar todo el recuerdo de aquellos intensos días. Estuvimos en el Club Náutico Rada Tilly y por la convocatoria lo terminamos haciendo en el Centro Cultural. Nos juntamos con amigos de veinte y treinta años sin vernos, con los que vivimos cosas muy fuertes arriba del Gandul. Es la vida misma, un reencuentro precioso y se hizo otra presentación en el Náutico Espora”.
“Hablamos de la historia porque lo que nosotros queremos es que el recuerdo que quede sea la génesis que es lo que tiene valores más potentes para transmitir. Me voy con el corazón lleno de recuerdos” señaló Díaz Melogno quien inevitablemente sigue ligado a la navegación. “Vivo en el barco que compramos con el seguro del catamarán, un velero muy bonito, algo antiguo y de 13 metros con el que hemos cruzado el Atlántico un par de veces. Estoy en pareja con mi esposa Bego con quien naufragamos en el 2015. Por suerte, a ella le gusta mucho navegar”, recordó sobrevolando el naufragio que terminó con aquel barco hecho a mano en la Administración Portuaria.
“Trabajamos haciendo turismo y escuela de vela y algunas veces, hacemos traslados de barcos y demás. Básicamente nos movemos con la temporada de turismo de allá, entre julio hasta septiembre y el resto del año, hacemos algunas cosas cuando aparece algo pero en general, nos dedicamos a navegar o a disfrutar. Siempre hay que trabajar y hacerle cosas al barco, que mantenemos muy bien. Vivo en el sudoeste de España en la zona de la costa atlántica de Huelva que está pegada a Portugal”. Y al final, desafía. “Cualquiera podría agarrar sus sueños y a sí mismo por las solapas y lanzarse a llevar adelante su proyecto con lo que pueda aún contra todo pronóstico”.