Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Ahí esta Eva levantando el trofeo. Emocionada. Con su vincha blanca. Inconfundible. Festejando un título que se le hacía esquivo en tardes con aspiraciones desvanecidas. Con sus jóvenes años. Con su pasión. Ejemplo para las que vienen pidiendo cancha.
Ahí está Nahiara convertida en heroína tras ir al arco por la expulsión de una compañera, atajar dos penales y marcar el de ella para la victoria final. Allí están las naranjitas de Moreno, multicampeón, mascullando bronca por una final perdida, acostumbradas a ganarlas. Allí están las rojinegras de Independiente, reinas del Clausura festejando en el sintético de su histórico predio luego de una final a doble partido en donde no hubo ningún tipo de ventajas. Allí están todas.
Allí, está la felicidad, a poco de la Navidad; donde hay vida en los sueños.
Sí, allí está el fútbol femenino, reclamando, de una vez por todas su lugar en el mundo del fútbol. Que les corresponde. Por pasión, por talento, por método, disciplina. Por amor.
Felicitaciones, Independiente!.
Felicitaciones, Moreno!
Felicitaciones, fútbol femenino!. Recuperando terreno por años usurpado por la estupidez. Y uno se pregunta por qué.
Es que la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) dio a conocer -a través de su boletín 6.400- el salario básico de los jugadores. Básico, claro está.
No de aquellos arreglos de figuras de Primera División, sino los acuerdos con Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA); la organización que nuclea a los jugadoras/es. En relación con el aporte a la vieja AFIP; primeros contratos y las categorías de ascenso. ¿Y quién está en el último eslabón de la cadena?. Si. El fútbol femenino.
Mientras que en la Primera División y Primera Nacional los salarios básicos mínimos son $351.500 y $284.900 respectivamente; el Femenino está en $203.500. Igualito que el de la Primera C Metropolitana (la cuarta y última categorías del balompié argento). Entre ambos quedan los del medio; es decir, la B Metropolitana y el Federal A, con $236.800 por mes.
¿Significa que para la AFA las mujeres son de cuarta?. Algo así. En el país de los campeones del mundo de selección y de una extraordinaria historia tanto a nivel colectivo como de clubes con variados títulos nacionales e internacionales; el fútbol femenino sigue siendo una deuda impropia.
Es tal el silencio para con ellas, que se escucha.
Atrás quedó aquel mundial de México con Elba Selva como ícono. Allá a principios de los 70 en el siglo pasado. No muy lejos del tiempo, estuvo la rebeldía del plantel de Argentino de Rosario cuando la dirigencia del “Salaíto” le sugirió “ponerse las calzas” para levantar publicidad y mantenerse en la competencia. Y hace poco, la queja pública de varias seleccionadas por los magros pagos. ¿Sorprende? No. Para nada. El fútbol argentino ignora lo femenino. Y reproducimos estereotipos de género que corren el foco de lo que importa: el juego.
En un espacio altamente masculinizado. Hay marcas de sexismo que aparecen en el lenguaje deportivo de medios y en donde el término de comparación referente universal son los hombres.
Con esa mirada androcéntrica, no llama la atención que ellas son objetos a disfrutar y no agentes deportistas y aparezcan definiciones como “La Messi femenina”, “La Dibu bajo los tres palos” o “La Riquelme” de algún club que presida.
Esa diferenciación que es más cultural que biológica se traduce en todo. Menos presupuesto, menos trascendencia; menos espacio y menos cobertura y alcance. Menos. Todo menos. Como si fuesen menos. Y son más. Allá y acá. Ya sea con salarios debajo de la línea de la pobreza o con divisiones que dejaron de existir sin saber, a ciencia cierta, las causas de su desaparición.
Lo grave es que ese espiral del silencio es tomado como válido. Por propios y ajenos. Los propios es la dirigencia misma de los clubes que las consideran de segunda (o de cuarta, como se dijo); haciéndose disputar sus encuentros en campos no aptos, sin indumentaria acorde, provocando su autogestión “gracias“ a que le dan una marca y con un desinterés que ni siquiera disimulan por cortesía. O, en el mejor de los casos, libradas a su propia suerte.
En esto tiene que ver, también, con la selección de matices y formas de presentarlas y que contribuyen a la configuración de valores, hábitos culturales, ideales y conductas que modelan un determinado imaginario social.
Esa mirada binaria donde prevalece lo masculino sobre lo femenino, perpetua las desigualdades en el desarrollo de la actividad. En síntesis, no hay condiciones simbólicas para el desarrollo de la actividad. Sólo ellas, las protagonistas directas y sus excepciones. Contra el mundo. Sin poder adjetivar la bronca o la frustración
Es que todo lo que está en fase de desarrollo carece de juego simulantes y desafía el statuo quo imperante; y eso da miedo. Es que la cultura del vestuario donde la práctica discursiva es el desprecio a la mujer, de ponerlos en un lugar de sumisión, de subalternidad quedaría fuera de foco. Incomoda. Eso que no es inclusión, sino derecho a estar; en la historia de un deporte que en Argentina es una religión sin ateos y que ponerle un género lleva la estupidez humana demasiado lejos.
La función emotiva siempre facilita una descarga aunque hace incierta cualquier perspectiva. Sin embargo, las mujeres pueden ser un catalizador para atraer nuevos mercados y beneficios económicos y financieros, sociales, vinculantes y sociales. Pero, parece que, por ahora, nadie lo ve, produciendo un silencio tan profundo que por tal parece estridente. La de aquellas que transitan con frenético estoicismo el valle que siembra su ilimitado coraje.
Ayer, Independiente dio la vuelta olímpica en su lugar legendario: el Nacional 72. Le ganó por penales a J.J. Moreno de Puerto Madryn, un distrito que parece dominar los deportes colectivos de un tiempo a esta parte. Ayer, Eva levantó la Copa con sus jóvenes años, como marcando el camino. Todas, festejando, gritando. Y uno se preguntará el por qué. Tal vez porque son invisibles. Y el silencio, a veces, suele ser atronador.
Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Ahí esta Eva levantando el trofeo. Emocionada. Con su vincha blanca. Inconfundible. Festejando un título que se le hacía esquivo en tardes con aspiraciones desvanecidas. Con sus jóvenes años. Con su pasión. Ejemplo para las que vienen pidiendo cancha.
Ahí está Nahiara convertida en heroína tras ir al arco por la expulsión de una compañera, atajar dos penales y marcar el de ella para la victoria final. Allí están las naranjitas de Moreno, multicampeón, mascullando bronca por una final perdida, acostumbradas a ganarlas. Allí están las rojinegras de Independiente, reinas del Clausura festejando en el sintético de su histórico predio luego de una final a doble partido en donde no hubo ningún tipo de ventajas. Allí están todas.
Allí, está la felicidad, a poco de la Navidad; donde hay vida en los sueños.
Sí, allí está el fútbol femenino, reclamando, de una vez por todas su lugar en el mundo del fútbol. Que les corresponde. Por pasión, por talento, por método, disciplina. Por amor.
Felicitaciones, Independiente!.
Felicitaciones, Moreno!
Felicitaciones, fútbol femenino!. Recuperando terreno por años usurpado por la estupidez. Y uno se pregunta por qué.
Es que la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) dio a conocer -a través de su boletín 6.400- el salario básico de los jugadores. Básico, claro está.
No de aquellos arreglos de figuras de Primera División, sino los acuerdos con Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA); la organización que nuclea a los jugadoras/es. En relación con el aporte a la vieja AFIP; primeros contratos y las categorías de ascenso. ¿Y quién está en el último eslabón de la cadena?. Si. El fútbol femenino.
Mientras que en la Primera División y Primera Nacional los salarios básicos mínimos son $351.500 y $284.900 respectivamente; el Femenino está en $203.500. Igualito que el de la Primera C Metropolitana (la cuarta y última categorías del balompié argento). Entre ambos quedan los del medio; es decir, la B Metropolitana y el Federal A, con $236.800 por mes.
¿Significa que para la AFA las mujeres son de cuarta?. Algo así. En el país de los campeones del mundo de selección y de una extraordinaria historia tanto a nivel colectivo como de clubes con variados títulos nacionales e internacionales; el fútbol femenino sigue siendo una deuda impropia.
Es tal el silencio para con ellas, que se escucha.
Atrás quedó aquel mundial de México con Elba Selva como ícono. Allá a principios de los 70 en el siglo pasado. No muy lejos del tiempo, estuvo la rebeldía del plantel de Argentino de Rosario cuando la dirigencia del “Salaíto” le sugirió “ponerse las calzas” para levantar publicidad y mantenerse en la competencia. Y hace poco, la queja pública de varias seleccionadas por los magros pagos. ¿Sorprende? No. Para nada. El fútbol argentino ignora lo femenino. Y reproducimos estereotipos de género que corren el foco de lo que importa: el juego.
En un espacio altamente masculinizado. Hay marcas de sexismo que aparecen en el lenguaje deportivo de medios y en donde el término de comparación referente universal son los hombres.
Con esa mirada androcéntrica, no llama la atención que ellas son objetos a disfrutar y no agentes deportistas y aparezcan definiciones como “La Messi femenina”, “La Dibu bajo los tres palos” o “La Riquelme” de algún club que presida.
Esa diferenciación que es más cultural que biológica se traduce en todo. Menos presupuesto, menos trascendencia; menos espacio y menos cobertura y alcance. Menos. Todo menos. Como si fuesen menos. Y son más. Allá y acá. Ya sea con salarios debajo de la línea de la pobreza o con divisiones que dejaron de existir sin saber, a ciencia cierta, las causas de su desaparición.
Lo grave es que ese espiral del silencio es tomado como válido. Por propios y ajenos. Los propios es la dirigencia misma de los clubes que las consideran de segunda (o de cuarta, como se dijo); haciéndose disputar sus encuentros en campos no aptos, sin indumentaria acorde, provocando su autogestión “gracias“ a que le dan una marca y con un desinterés que ni siquiera disimulan por cortesía. O, en el mejor de los casos, libradas a su propia suerte.
En esto tiene que ver, también, con la selección de matices y formas de presentarlas y que contribuyen a la configuración de valores, hábitos culturales, ideales y conductas que modelan un determinado imaginario social.
Esa mirada binaria donde prevalece lo masculino sobre lo femenino, perpetua las desigualdades en el desarrollo de la actividad. En síntesis, no hay condiciones simbólicas para el desarrollo de la actividad. Sólo ellas, las protagonistas directas y sus excepciones. Contra el mundo. Sin poder adjetivar la bronca o la frustración
Es que todo lo que está en fase de desarrollo carece de juego simulantes y desafía el statuo quo imperante; y eso da miedo. Es que la cultura del vestuario donde la práctica discursiva es el desprecio a la mujer, de ponerlos en un lugar de sumisión, de subalternidad quedaría fuera de foco. Incomoda. Eso que no es inclusión, sino derecho a estar; en la historia de un deporte que en Argentina es una religión sin ateos y que ponerle un género lleva la estupidez humana demasiado lejos.
La función emotiva siempre facilita una descarga aunque hace incierta cualquier perspectiva. Sin embargo, las mujeres pueden ser un catalizador para atraer nuevos mercados y beneficios económicos y financieros, sociales, vinculantes y sociales. Pero, parece que, por ahora, nadie lo ve, produciendo un silencio tan profundo que por tal parece estridente. La de aquellas que transitan con frenético estoicismo el valle que siembra su ilimitado coraje.
Ayer, Independiente dio la vuelta olímpica en su lugar legendario: el Nacional 72. Le ganó por penales a J.J. Moreno de Puerto Madryn, un distrito que parece dominar los deportes colectivos de un tiempo a esta parte. Ayer, Eva levantó la Copa con sus jóvenes años, como marcando el camino. Todas, festejando, gritando. Y uno se preguntará el por qué. Tal vez porque son invisibles. Y el silencio, a veces, suele ser atronador.