Ayer se cumplieron 41 años del conflicto de Malvinas y cada aniversario nos sacude con mayor intensidad.
Los chicos de la guerra ya tienen entre 58 y 61 años. Los pibes que combatieron contra una potencia mundial, a la que apoyaba otra potencia mundial, se han convertido en padres y abuelos.
Atravesaron por el silencio profundo y doloroso de los años inmediatos a la guerra, afrontaron el desafío de la recuperación física y psicológica, que no todos alcanzaron, y encabezaron estoicos y valientes el período de la malvinización.
Malvinas es una bandera en todo el país, pero somos los habitantes de este suelo patagónico los que militamos la causa desde el primer día. Acá no hubo olvido, ni apatía ni desprecio. Los combatientes encontraron en los pueblos del sur, el abrigo, el pan, el abrazo, el amor que necesitaban.
Fue una ciudad chubutense, Puerto Madryn, la que se quedó sin pan, cuando recibió a los combatientes que llegaron al país en el Canberra el junio de 1982. La Junta militar intentó ocultarlos, pero el pueblo se volcó a las calles para brindarles su reconocimiento y solidaridad.
Ese sentimiento está en las escuelas de Chubut, y en los monumentos construidos en cada pueblo de la provincia. También en las vigilias, que se han transformado en actos de homenaje y de redención.
Que la idea haya surgido de la inquietud de un niño chubutense no es casualidad. El enorme proceso de malvinización encarada por los propios veteranos, se ha hecho carne en cada familia de este suelo. Hay en cada niño y en cada joven de esta provincia, un individuo dispuesto a honrar a nuestros héroes, a los que volvieron y los que no volvieron, ofrendando su vida por la patria.
Sin embargo, hay asuntos pendientes que necesitan especial atención.
Desde el año pasado, está firmado el decreto que permite el cumplimiento efectivo de la Ley de ingreso al Estado de familiares directos de ex combatientes de Malvinas, fallecidos y retirados.
De ninguna manera esto habilita el ingreso indiscriminado de gente al Estado. Es una normativa que establece que cuando se jubila un veterano de Malvinas debe ser reemplazado por un familiar.
No hablamos de nuevos cargos, sino de cubrir cargos que ya están creados.
Y no hablamos de privilegios, hablamos de un derecho que el Estado debe cumplir en reconocimiento al coraje de nuestros veteranos y al drama que les tocó vivir después de la guerra. Es necesario que los casos pendientes de resolución sean resueltos a la brevedad.
De la misma manera, esperamos que los beneficios también se extiendan al ámbito de la salud.
La atención que el PAMI les brinda a los ex combatientes no es la mejor, a pesar de los insistentes reclamos.
No es justo que, cada vez que se enferman, nuestros veteranos de Malvinas tengan que vivir una odisea, sometiéndose a una burocracia infernal y a prestaciones de bajísima calidad. Ni hablar cuando los cuadros de salud se complican y tienen que ser derivados a Buenos Aires.
A los veteranos se los honra todos los días, También cuando cuidamos su salud, que es lo más importante de todo.
Ayer se cumplieron 41 años del conflicto de Malvinas y cada aniversario nos sacude con mayor intensidad.
Los chicos de la guerra ya tienen entre 58 y 61 años. Los pibes que combatieron contra una potencia mundial, a la que apoyaba otra potencia mundial, se han convertido en padres y abuelos.
Atravesaron por el silencio profundo y doloroso de los años inmediatos a la guerra, afrontaron el desafío de la recuperación física y psicológica, que no todos alcanzaron, y encabezaron estoicos y valientes el período de la malvinización.
Malvinas es una bandera en todo el país, pero somos los habitantes de este suelo patagónico los que militamos la causa desde el primer día. Acá no hubo olvido, ni apatía ni desprecio. Los combatientes encontraron en los pueblos del sur, el abrigo, el pan, el abrazo, el amor que necesitaban.
Fue una ciudad chubutense, Puerto Madryn, la que se quedó sin pan, cuando recibió a los combatientes que llegaron al país en el Canberra el junio de 1982. La Junta militar intentó ocultarlos, pero el pueblo se volcó a las calles para brindarles su reconocimiento y solidaridad.
Ese sentimiento está en las escuelas de Chubut, y en los monumentos construidos en cada pueblo de la provincia. También en las vigilias, que se han transformado en actos de homenaje y de redención.
Que la idea haya surgido de la inquietud de un niño chubutense no es casualidad. El enorme proceso de malvinización encarada por los propios veteranos, se ha hecho carne en cada familia de este suelo. Hay en cada niño y en cada joven de esta provincia, un individuo dispuesto a honrar a nuestros héroes, a los que volvieron y los que no volvieron, ofrendando su vida por la patria.
Sin embargo, hay asuntos pendientes que necesitan especial atención.
Desde el año pasado, está firmado el decreto que permite el cumplimiento efectivo de la Ley de ingreso al Estado de familiares directos de ex combatientes de Malvinas, fallecidos y retirados.
De ninguna manera esto habilita el ingreso indiscriminado de gente al Estado. Es una normativa que establece que cuando se jubila un veterano de Malvinas debe ser reemplazado por un familiar.
No hablamos de nuevos cargos, sino de cubrir cargos que ya están creados.
Y no hablamos de privilegios, hablamos de un derecho que el Estado debe cumplir en reconocimiento al coraje de nuestros veteranos y al drama que les tocó vivir después de la guerra. Es necesario que los casos pendientes de resolución sean resueltos a la brevedad.
De la misma manera, esperamos que los beneficios también se extiendan al ámbito de la salud.
La atención que el PAMI les brinda a los ex combatientes no es la mejor, a pesar de los insistentes reclamos.
No es justo que, cada vez que se enferman, nuestros veteranos de Malvinas tengan que vivir una odisea, sometiéndose a una burocracia infernal y a prestaciones de bajísima calidad. Ni hablar cuando los cuadros de salud se complican y tienen que ser derivados a Buenos Aires.
A los veteranos se los honra todos los días, También cuando cuidamos su salud, que es lo más importante de todo.