Manuel Del Villar, la procesión que va por dentro

Nunca habló mucho de su detención. Pero a su hija Patricia le confesó que lo peor fue la tortura psicológica de creer que su familia había sido asesinada. “Mi viejo no podía creer la movilización popular”.

11 OCT 2022 - 15:44 | Actualizado 11 OCT 2022 - 15:47

Las 5.30 del miércoles 11 de octubre del ´72 en Puerto Madryn. Atolondrado de sueño en su cuarto, Manuel del Villar pensó que se habían quedado dormidos con su esposa Sylvia y que Patricia, la nena, llegaba tarde a la escuela. El grito lo aturdió y no era la amiguita de siempre: “¡Policía Federal!, ¡abra ya la puerta o la tiramos abajo!”.

El escribano se calzó las pantuflas y caminó a la entrada. Escuchó un estruendo: apurados por allanar habían baleado dos veces la cerradura de una puerta clausurada, que daba al cuarto. Postales así conserva Patricia. “La casa en Roque Saenz Peña 172 era antigua, tipo chorizo, con doble juego de puertas: una daba al cuarto de mis viejos, la que balearon, y la principal, por donde entraron”.

Con sus 8 años se asomó de su pieza. “Irrumpieron un montón de militares. Los vimos entrar y recuerdo los borceguíes y la ropa verde”. Dieron vuelta la casa. No quedó rincón sin hurgar. “Mi vieja corrió a su cuarto y sacó de un cajón panfletos celestes que decían ´Libertad para Amaya ´”. El abogado radical era amigo de Del Villar. Una noche, Patricia y su mamá salieron en coche al centro de Madryn a tirar esos panfletos. Un patrullero les pidió que se dejen de joder. Ahora, una apuradísima señora escondía los papeles debajo del colchón de lana. Cerró la puerta de sus hijos pero quedó una luz para que Patricia viera. Del miedo se juntó en la misma cama con su hermano Martín, de 6.

Por un segundo los verdes abrieron, vieron a los chicos pero siguieron. “Estaba aterrorizada y shockeada porque era demasiado despliegue. No llorábamos pero sí teníamos miedo y nervios de no saber qué pasaba. Pensábamos que nos habíamos quedado dormidos y que nos golpeaban para ir al colegio”. Oyó que se llevaban a su padre. “Me impresionó y me quedó grabada la cantidad de gente que iba y venía de laburar, con las manos sobre la cabeza y las piernas abiertas, en el paredón de un baldío, de espaldas uno junto al otro”.

Los militares habían cercado varias cuadras a la redonda. Del Villar contaría que la orden de allanamiento se firmó con un sello, “acto viciado de nulidad que permite lo que no fue sino un secuestro legalizado por el estado de sitio”. Lo subieron al camión, lo llevaron a su escribanía, de allí a la unidad militar de Madryn y luego a Trelew. Ese tramo lo viajó en helicóptero con Alberto Barceló. En el avión a Devoto fue sentado con Beltrán Mulhall. Un militar les apuntaba con el dedo en el gatillo. “Saque el dedo que nos puede matar y después van a decir que fue un accidente”, le pidió quien luego sería juez. Patricia igual fue ese día al colegio. “Noté su ausencia y una cosa grave que recién ahora corroboro con gente que se anima a hablar tras 40 años es que en la escuela yo estaba como cuando te cagan a trompadas: te preguntás cómo reaccionar; esa era la sensación. Evidentemente fue un golpe psicológico”.

Su madre no les contó demasiado. No vio las asambleas del Trelewazo pero notó el movimiento. “Teníamos mucha angustia y desesperación. No se sabía qué iba a pasar. Estaba en la primaria y era como estar y no estar. No recuerdo que me digan ´Está pasando esto´”. Del Villar fue liberado la madrugada del 16 de octubre, con el primer grupo. “El reencuentro con él es un flash y debe haber sido muy fuerte porque no lo recuerdo. Hay espacios en blanco y en la medida que uno tiene permiso empieza a recordar cosas”.

Del Villar revisó papel por papel su oficina para saber por qué lo detuvieron. Le secuestraron un ejemplar de El Regional, un informe de Hipólito Solari Yrigoyen para la militancia radical y la fotocopia de un recurso a favor de Agustín Tosco, preso en la Unidad 6 de Rawson, que no le pertenecía. Le dijeron que alguien lo había denunciado. Pero supuso que cayó al azar, por intimidación, combinado con la incapacidad de la inteligencia militar. De la detención no hablaron jamás. En enero del ´82 Patricia se mudó a Buenos Aires. Hizo terapia. Se sintió más segura y pisó fuerte para animarse “aunque el otro quiera estar en silencio. Cada año de mi vida me sorprende y me vuela la cabeza todo lo siniestro que pasó”.

Pero sólo una vez se atrevió a sentarse de frente con su papá acerca de esa semana. No le arrancó mucho. Le contó que lo dejaban en el patio de la cárcel, desnudo y muerto de frío. “Mi viejo era sumamente pudoroso con su cuerpo. Haber estado desnudo delante de los milicos debió ser espantoso”. Sin embargo, “lo más grosso fue la tortura psicológica: le decían que a nosotros nos habían matado. Fue lo único que me pudo decir”. Los militares pasaban un fierro por los barrotes de las celdas y les decían que se preparen para ser trasladados.

En lenguaje de represión, trasladado era muerto. Junto a su celda estaba Orlando Echeverría. “Él hablaba de lo que quisieras, era un tipo superestudioso pero en lo emocional era una piedra: no es que no sintiera pero la procesión le iba por dentro”. Igual con su hija era muy afectuoso. Después de octubre los uniformados siguieron molestando. Amenazas de bomba, por ejemplo. En 1979 Patricia cambió la fiesta de 15 por un viaje sola a Francia, un mes. Se alojó en casa de Hipólito Solari Yrigoyen. Pasó por Inglaterra y España.

“Las cartas de mi vieja llegaban abiertas y sin la carta. Al volver a Madryn le hacen saber al comisario que no podía estar sola ni para ir al colegio porque los servicios me querían secuestrar”. Todavía hoy Patricia cree que a Manuel lo llevaron para que por cada uno de los 16 fusilados de Trelew hubiera 16 presos simbólicos de la zona. Aunque Del Villar no se vinculó con la Comisión de Solidaridad. Un dato a su hija le hace ruido: como senador radical, su padre votó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final del gobierno de Raúl Alfonsín. “No me pareció y se lo cuestioné en su momento; para mí fue gravísimo: le dije que cómo lo iba a votar sabiendo de toda la gente masacrada.

Era un tipo de ley pero en política lamentablemente hay cosas que se hacen. ¿Cómo vas a firmar una cosa así?, le dije. ´No quedaba otra porque la que se viene es mucho más grave´, me contestó”. El 13 de enero del ´76 Del Villar se accidentó en coche rumbo a Trelew. Estuvo en coma internado en la clínica de Atilio Viglion e . Perdió la movilidad y fuerza del brazo derecho. Debió aprender a escribir con la mano izquierda. El 23 de junio de 1988 murió en un accidente muy parecido, en la misma ruta.

-¿Si viviera qué pensaría del Trelewazo?
-A mi viejo lo emocionó, no podía creer la movilización popular. Estaba sumamente agradecido y lo conmovió lo solidario de la gente. Sucede que como fue intendente, aún hoy tras tantos años hablás en los barrios y con la mayoría tuvo algo que ver porque le solucionó algo. Miraba a todos por igual, era muy sensible y sabía escuchar, por eso sus silencios. Su generación no estaba preparada para conectarse con lo emocional. Patricia es bióloga (ver foto).

El 17 de octubre inaugurará BienSur, una librería jurídica en Madryn. “La ley es muy importante porque cuanto más conoce uno sus derechos, menos posibilidades hay de que lo engañen. Cada año de mi vida recuerdo esa semana”. Por estos días se embarcó en una búsqueda particular: quiere que el local tenga aquella puerta de aquella casa, que los militares no abrieron ni a balazos.#

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11 OCT 2022 - 15:44

Las 5.30 del miércoles 11 de octubre del ´72 en Puerto Madryn. Atolondrado de sueño en su cuarto, Manuel del Villar pensó que se habían quedado dormidos con su esposa Sylvia y que Patricia, la nena, llegaba tarde a la escuela. El grito lo aturdió y no era la amiguita de siempre: “¡Policía Federal!, ¡abra ya la puerta o la tiramos abajo!”.

El escribano se calzó las pantuflas y caminó a la entrada. Escuchó un estruendo: apurados por allanar habían baleado dos veces la cerradura de una puerta clausurada, que daba al cuarto. Postales así conserva Patricia. “La casa en Roque Saenz Peña 172 era antigua, tipo chorizo, con doble juego de puertas: una daba al cuarto de mis viejos, la que balearon, y la principal, por donde entraron”.

Con sus 8 años se asomó de su pieza. “Irrumpieron un montón de militares. Los vimos entrar y recuerdo los borceguíes y la ropa verde”. Dieron vuelta la casa. No quedó rincón sin hurgar. “Mi vieja corrió a su cuarto y sacó de un cajón panfletos celestes que decían ´Libertad para Amaya ´”. El abogado radical era amigo de Del Villar. Una noche, Patricia y su mamá salieron en coche al centro de Madryn a tirar esos panfletos. Un patrullero les pidió que se dejen de joder. Ahora, una apuradísima señora escondía los papeles debajo del colchón de lana. Cerró la puerta de sus hijos pero quedó una luz para que Patricia viera. Del miedo se juntó en la misma cama con su hermano Martín, de 6.

Por un segundo los verdes abrieron, vieron a los chicos pero siguieron. “Estaba aterrorizada y shockeada porque era demasiado despliegue. No llorábamos pero sí teníamos miedo y nervios de no saber qué pasaba. Pensábamos que nos habíamos quedado dormidos y que nos golpeaban para ir al colegio”. Oyó que se llevaban a su padre. “Me impresionó y me quedó grabada la cantidad de gente que iba y venía de laburar, con las manos sobre la cabeza y las piernas abiertas, en el paredón de un baldío, de espaldas uno junto al otro”.

Los militares habían cercado varias cuadras a la redonda. Del Villar contaría que la orden de allanamiento se firmó con un sello, “acto viciado de nulidad que permite lo que no fue sino un secuestro legalizado por el estado de sitio”. Lo subieron al camión, lo llevaron a su escribanía, de allí a la unidad militar de Madryn y luego a Trelew. Ese tramo lo viajó en helicóptero con Alberto Barceló. En el avión a Devoto fue sentado con Beltrán Mulhall. Un militar les apuntaba con el dedo en el gatillo. “Saque el dedo que nos puede matar y después van a decir que fue un accidente”, le pidió quien luego sería juez. Patricia igual fue ese día al colegio. “Noté su ausencia y una cosa grave que recién ahora corroboro con gente que se anima a hablar tras 40 años es que en la escuela yo estaba como cuando te cagan a trompadas: te preguntás cómo reaccionar; esa era la sensación. Evidentemente fue un golpe psicológico”.

Su madre no les contó demasiado. No vio las asambleas del Trelewazo pero notó el movimiento. “Teníamos mucha angustia y desesperación. No se sabía qué iba a pasar. Estaba en la primaria y era como estar y no estar. No recuerdo que me digan ´Está pasando esto´”. Del Villar fue liberado la madrugada del 16 de octubre, con el primer grupo. “El reencuentro con él es un flash y debe haber sido muy fuerte porque no lo recuerdo. Hay espacios en blanco y en la medida que uno tiene permiso empieza a recordar cosas”.

Del Villar revisó papel por papel su oficina para saber por qué lo detuvieron. Le secuestraron un ejemplar de El Regional, un informe de Hipólito Solari Yrigoyen para la militancia radical y la fotocopia de un recurso a favor de Agustín Tosco, preso en la Unidad 6 de Rawson, que no le pertenecía. Le dijeron que alguien lo había denunciado. Pero supuso que cayó al azar, por intimidación, combinado con la incapacidad de la inteligencia militar. De la detención no hablaron jamás. En enero del ´82 Patricia se mudó a Buenos Aires. Hizo terapia. Se sintió más segura y pisó fuerte para animarse “aunque el otro quiera estar en silencio. Cada año de mi vida me sorprende y me vuela la cabeza todo lo siniestro que pasó”.

Pero sólo una vez se atrevió a sentarse de frente con su papá acerca de esa semana. No le arrancó mucho. Le contó que lo dejaban en el patio de la cárcel, desnudo y muerto de frío. “Mi viejo era sumamente pudoroso con su cuerpo. Haber estado desnudo delante de los milicos debió ser espantoso”. Sin embargo, “lo más grosso fue la tortura psicológica: le decían que a nosotros nos habían matado. Fue lo único que me pudo decir”. Los militares pasaban un fierro por los barrotes de las celdas y les decían que se preparen para ser trasladados.

En lenguaje de represión, trasladado era muerto. Junto a su celda estaba Orlando Echeverría. “Él hablaba de lo que quisieras, era un tipo superestudioso pero en lo emocional era una piedra: no es que no sintiera pero la procesión le iba por dentro”. Igual con su hija era muy afectuoso. Después de octubre los uniformados siguieron molestando. Amenazas de bomba, por ejemplo. En 1979 Patricia cambió la fiesta de 15 por un viaje sola a Francia, un mes. Se alojó en casa de Hipólito Solari Yrigoyen. Pasó por Inglaterra y España.

“Las cartas de mi vieja llegaban abiertas y sin la carta. Al volver a Madryn le hacen saber al comisario que no podía estar sola ni para ir al colegio porque los servicios me querían secuestrar”. Todavía hoy Patricia cree que a Manuel lo llevaron para que por cada uno de los 16 fusilados de Trelew hubiera 16 presos simbólicos de la zona. Aunque Del Villar no se vinculó con la Comisión de Solidaridad. Un dato a su hija le hace ruido: como senador radical, su padre votó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final del gobierno de Raúl Alfonsín. “No me pareció y se lo cuestioné en su momento; para mí fue gravísimo: le dije que cómo lo iba a votar sabiendo de toda la gente masacrada.

Era un tipo de ley pero en política lamentablemente hay cosas que se hacen. ¿Cómo vas a firmar una cosa así?, le dije. ´No quedaba otra porque la que se viene es mucho más grave´, me contestó”. El 13 de enero del ´76 Del Villar se accidentó en coche rumbo a Trelew. Estuvo en coma internado en la clínica de Atilio Viglion e . Perdió la movilidad y fuerza del brazo derecho. Debió aprender a escribir con la mano izquierda. El 23 de junio de 1988 murió en un accidente muy parecido, en la misma ruta.

-¿Si viviera qué pensaría del Trelewazo?
-A mi viejo lo emocionó, no podía creer la movilización popular. Estaba sumamente agradecido y lo conmovió lo solidario de la gente. Sucede que como fue intendente, aún hoy tras tantos años hablás en los barrios y con la mayoría tuvo algo que ver porque le solucionó algo. Miraba a todos por igual, era muy sensible y sabía escuchar, por eso sus silencios. Su generación no estaba preparada para conectarse con lo emocional. Patricia es bióloga (ver foto).

El 17 de octubre inaugurará BienSur, una librería jurídica en Madryn. “La ley es muy importante porque cuanto más conoce uno sus derechos, menos posibilidades hay de que lo engañen. Cada año de mi vida recuerdo esa semana”. Por estos días se embarcó en una búsqueda particular: quiere que el local tenga aquella puerta de aquella casa, que los militares no abrieron ni a balazos.#


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