El Parche o el cielo como límite

Este sábado, 24 de mayo, el Yunque cumple 54 años de vida. Aquella idea que nació como una utopía y llena de sueños se encuentra más vigente que nunca.

Los socios fundadores. Ayer, hoy, siempre.
23 MAY 2025 - 16:54 | Actualizado 24 MAY 2025 - 0:12

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

La historia no es un acto que carece de emoción y no tiene lealtad. Muy por el contrario.

Le dijeron que estaban locos, que eran unos ingenuos, que daban risa. Porque purgaban un pecado ajeno: la cordura. Y soñaban despiertos.

En una tarde mustia y desabrida, de un otoño sin frutos, en la tierra estéril y raída, nació todo. Como un grano de arena.

Hace 54 años, un 24 de mayo de 1971, nacía. Ese territorio inexpugnable llamado a ser un reducto de sonidos exclusivo que reconoce a propios, más no a ajenos. Algo con olor a bíblico. El Bigornia Club. El hogar. La casa.

Hoy cumple 54 años. Fue en 1971, cuando algunos locos soñaron que una utopía podía convertirse en realidad. Comenzaron a jugar en una cancha al lado del ingreso de la ciudad que fue matriz de esa idea y que por ese entonces era casi desierto. Después vino todo lo que vino. Al lado del viejo puente y el predio en el Gregorio Mayo.

Fue El Parche. Fue el Yunque. Fueron las inolvidables carreras de balsas. Son los remos, la bocha y la ovalada. Y la raqueta. Ha sido siempre Bigornia.

Con una extraordinaria capacidad de gestión, esté quien esté al frente de los estamentos oficiales y dejando la politiquería barata en la puerta de ingreso al club; sus dirigentes gastaron (y gastan) piel, ganas y horas en mejorar, aunque sea, cuestiones elementales en beneficio de un club al que lo sienten como suyo con un sentido de pertenencia conmovedor.

Hay un objetivo superior: el todo es más importante que las partes. Y eso se demuestra yendo una sola vez al predio que se encuentra al fondo de la “Changui” Ríos.

Sin embargo, en lo que podríamos señalar como la historia, Bigornia fue una bisagra de un mundo de libertad y sueños. Ese “parche” fue el germen que podría existir un mundo mejor.

Bigornia Club es un espejo de lo que podemos ser y, muchas veces, no lo cristalizamos. Bigornia fue y es, el “Coco” Desiderio Pereyra que por la calle Roberto Jones pasaba a buscar a los chicos de la cuadra para ir al club los sábados de rugby. Fue y es Tomás Bastida y el “Chueco” Luis Yllana en la tapa del diario ganando épicamente una carrera en el río. O Pirulo. O el flaco Oñate. Son las primeras camisetas buscadas en “Testai” gracias a una casualidad de “Quique” Rubino y que combinaban el negro y el naranja de las cubiertas con sus parches. Es el “Chino” y “Macro” Maldonado y Ezequiel corriendo tras una guinda. Es el “León” Héctor Matschke, fisurado por sus lesiones, metiéndose en un maul. Es el “Viejo” Silva con sus Fiat y el hockey. Y Miriam, Luciana y Macarena, como para no andar mezquinando algunos nombres. Es Arturo en los albores del rugby y la raqueta y sus hijos y sus nietos, los que están y los que no, pero que los sigue llevando dentro de él. Es María Rosa y el “Lenteja”; es el “Tato” Silva que donó lo que tenía que donar. Es Federico Landau, tan tenaz como apasionado, por él y los suyos. Son el “Cabezón” Carlos Coustet y Juan, su hijo y Ovidio, su viejo en su memoria. Es el inolvidable “Pato” Oliva y Morgan James y el “Changui” Ríos. Son los viejos y los nuevos, los venidos y los que estaban. Es el “Guigue” Bazán con sus jóvenes 80 años y sus botines marrones históricos Ocelote. Es Vivian. Es el “Nono” y el “Chuchi” Awstin. Y el “Lámpara” y… el cielo como límite.

Es probable que los Carlos, Oscar, Antonio, Tomás o Marcelo o Macarena no son de soñar mucho y si lo hacen, se olvidan todo. O casi todo y si se acuerdan, cuando abren los ojos, andan con una nostalgia infinita; por eso sueñan despiertos… y brotando sangre.

Es que en ellos la sangre corre, la sangre fluye; pero no es roja…es naranja y negra.

Con una ferocidad pasional, ellos no respiran oxígeno. Respiran otra cosa. Porque conocen la historia por haberla vivido. Si, respiran otra cosa. Respiran Bigornia

Su nombre retumba en los diferentes ámbitos donde su recuerdo se perpetúa como el núcleo central de algo. Son los rostros del cariño, las manos amigas, las miradas sinceras. El sentir de corazones cercanos.

Seguramente, hubo -y tal vez habrá- maratones de escepticismo, de un apocalipsis permanente, de una crítica despiadada. Alguna que otra monserga. Atacado hasta el escarnio; pero en donde no hay dudas es que representa a una ciudad donde miles se despiertan desafiando su destino desigual, entregándose con desdén a una rutina demoledora que impide provocar alguna gesta, ya sea como héroe o como villano.

Fue un 24 de mayo de 1971, cuando 26 locos lindos, decidieron; tal vez, sin querer queriendo, fundar uno de los sellos de agua cultural más importante que tiene Rawson. No hubo compases finales de una rapsodia que se tornaron en notas lúgubres de irreparable quebranto. Muy por el contrario, allí se comenzaron a estibar sueños de épica generando tantas expectativas que -aún hoy-profundizan hasta el alma

Es que la evocación es un viento inevitable que remueve todos los sentidos.

Su nombre retumba en los diferentes ámbitos donde su recuerdo se perpetua como el núcleo central de algo. Y dejó de serlo (su nombre) para convertirse en un símbolo abismal de la altivez rawsense que le despierta la autoestima y la dignidad.

Es que sostiene con su magia el discurso público de reivindicación social, desafiando con osadía y convicción la soberbia de otros y escucha los mil idiomas de la gente. Su gente; la que grita identidad sin vergüenza.

Su nombre se renueva en oídos queridos de varias generaciones, llenos de voces y de cantos con una ferocidad pasional. Como con Porota. Como con el Conde Nudelman.

Con algún residual anecdotario, Bigornia pertenece a la cultura inamovible de su comunidad en donde se aprende la cara de las personas, la amistad, el valor relativo de la gloria y la verdad de la poesía y que permite atravesar la hermosura con sólo olerla

Aquel, 24 de mayo de 1971, Bigornia dejó de ser un privilegiado espectador para convertirse en un activo protagonista. Ponderando el amor, categorizando la pasión. Propia, análoga.

Es la historia la que se encarga de agregar páginas desde la perspectiva que ofrece el tiempo.

Hay fuegos que arden la vida con tantas ganas que uno no puede dejar de mirarlos sin dejar de parpadear y cuando se acerca, se enciende. Eso es Bigornia

Y no importa que su carne fuera percudida por malos amores.

Es que alguna vez se tapó el rostro para ampararse en la ceguera, con la boca abierta y el rostro transparente por la palidez del miedo, sudando la respiración, buscando una explicación; pero en el ocaso de ese crepúsculo entristecido cambió su destino por la única e irreversible razón de los hombres: la fe. Transitando con frenético estoicismo el valle que sembraba su ilimitado coraje.

Bigornia es una historia de amor que sobrevive al tiempo y al olvido y que se reanuda y completa en la vejez. Simple y desenfrenado. Como debe ser (y es) el amor.

Es un amor definitivo, cómplice e intensamente inseguro y bestial, desnudando gemidos. Versánico y de a ratos infantil. Imperecedero con rituales de nostalgia. Un vértigo perpetuo que descubre y provoca.

En él no sirven las excusas vacías ni las conjuras absurdas, pues tiene la reputación de interpretar sueños ajenos y así lo marcan estos 54 años de un puente entre generaciones. Y ese inalterable recorrido de la memoria son como golpes de pistón acerado, trascendiendo los balcones pobres, los barrios humildes y desnudos y los sectores confortables.

Y allí surge un lugar, donde el ayer y el hoy se encuentran, se reconocen y abrazan.

Aparecen las mujeres que le juraron amor y los hijos que le reclamaron su orgullo, aunque, a veces, sometidos al sonambulismo del ahora se devoran la eternidad de los inolvidables.

Son muchos en la misma anatomía que escucha los mil idiomas de las gentes, percibe los perfumes de su elegancia y roza con su piel la indiferencia de un mundo ajeno.

No pregunten por quién doblan las campanas. Doblan por aquella criatura creada en el avatar de una calle oscura bajo luces balbuceantes que le peleó a la vida y le ganó a la muerte.

¡Felices 54 años, Bigornia Club!. Que la rebeldía siempre nos bese en la boca. Esa que es más obstinada que el destino instalado en el coro cruel de una tribuna con sus suspiros de desengaños.

Y que no merece el desprecio, que fustiga a los perversos; sino muy por el contrario, la apología, que está reservada a los virtuosos, quienes con su trayectoria cierran las voces de las críticas para abrir las del asombro.

En síntesis, Bigornia enseña a sonreír los ojos cuando el alma no tiene fuerzas y sentir en la piel los sueños; esos que te obligan a seguir viviendo. Como esas manos que sanan, esos besos que besan y esas voces que cantan para espantar el miedo. No a ratos. Siempre.

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Los socios fundadores. Ayer, hoy, siempre.
23 MAY 2025 - 16:54

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

La historia no es un acto que carece de emoción y no tiene lealtad. Muy por el contrario.

Le dijeron que estaban locos, que eran unos ingenuos, que daban risa. Porque purgaban un pecado ajeno: la cordura. Y soñaban despiertos.

En una tarde mustia y desabrida, de un otoño sin frutos, en la tierra estéril y raída, nació todo. Como un grano de arena.

Hace 54 años, un 24 de mayo de 1971, nacía. Ese territorio inexpugnable llamado a ser un reducto de sonidos exclusivo que reconoce a propios, más no a ajenos. Algo con olor a bíblico. El Bigornia Club. El hogar. La casa.

Hoy cumple 54 años. Fue en 1971, cuando algunos locos soñaron que una utopía podía convertirse en realidad. Comenzaron a jugar en una cancha al lado del ingreso de la ciudad que fue matriz de esa idea y que por ese entonces era casi desierto. Después vino todo lo que vino. Al lado del viejo puente y el predio en el Gregorio Mayo.

Fue El Parche. Fue el Yunque. Fueron las inolvidables carreras de balsas. Son los remos, la bocha y la ovalada. Y la raqueta. Ha sido siempre Bigornia.

Con una extraordinaria capacidad de gestión, esté quien esté al frente de los estamentos oficiales y dejando la politiquería barata en la puerta de ingreso al club; sus dirigentes gastaron (y gastan) piel, ganas y horas en mejorar, aunque sea, cuestiones elementales en beneficio de un club al que lo sienten como suyo con un sentido de pertenencia conmovedor.

Hay un objetivo superior: el todo es más importante que las partes. Y eso se demuestra yendo una sola vez al predio que se encuentra al fondo de la “Changui” Ríos.

Sin embargo, en lo que podríamos señalar como la historia, Bigornia fue una bisagra de un mundo de libertad y sueños. Ese “parche” fue el germen que podría existir un mundo mejor.

Bigornia Club es un espejo de lo que podemos ser y, muchas veces, no lo cristalizamos. Bigornia fue y es, el “Coco” Desiderio Pereyra que por la calle Roberto Jones pasaba a buscar a los chicos de la cuadra para ir al club los sábados de rugby. Fue y es Tomás Bastida y el “Chueco” Luis Yllana en la tapa del diario ganando épicamente una carrera en el río. O Pirulo. O el flaco Oñate. Son las primeras camisetas buscadas en “Testai” gracias a una casualidad de “Quique” Rubino y que combinaban el negro y el naranja de las cubiertas con sus parches. Es el “Chino” y “Macro” Maldonado y Ezequiel corriendo tras una guinda. Es el “León” Héctor Matschke, fisurado por sus lesiones, metiéndose en un maul. Es el “Viejo” Silva con sus Fiat y el hockey. Y Miriam, Luciana y Macarena, como para no andar mezquinando algunos nombres. Es Arturo en los albores del rugby y la raqueta y sus hijos y sus nietos, los que están y los que no, pero que los sigue llevando dentro de él. Es María Rosa y el “Lenteja”; es el “Tato” Silva que donó lo que tenía que donar. Es Federico Landau, tan tenaz como apasionado, por él y los suyos. Son el “Cabezón” Carlos Coustet y Juan, su hijo y Ovidio, su viejo en su memoria. Es el inolvidable “Pato” Oliva y Morgan James y el “Changui” Ríos. Son los viejos y los nuevos, los venidos y los que estaban. Es el “Guigue” Bazán con sus jóvenes 80 años y sus botines marrones históricos Ocelote. Es Vivian. Es el “Nono” y el “Chuchi” Awstin. Y el “Lámpara” y… el cielo como límite.

Es probable que los Carlos, Oscar, Antonio, Tomás o Marcelo o Macarena no son de soñar mucho y si lo hacen, se olvidan todo. O casi todo y si se acuerdan, cuando abren los ojos, andan con una nostalgia infinita; por eso sueñan despiertos… y brotando sangre.

Es que en ellos la sangre corre, la sangre fluye; pero no es roja…es naranja y negra.

Con una ferocidad pasional, ellos no respiran oxígeno. Respiran otra cosa. Porque conocen la historia por haberla vivido. Si, respiran otra cosa. Respiran Bigornia

Su nombre retumba en los diferentes ámbitos donde su recuerdo se perpetúa como el núcleo central de algo. Son los rostros del cariño, las manos amigas, las miradas sinceras. El sentir de corazones cercanos.

Seguramente, hubo -y tal vez habrá- maratones de escepticismo, de un apocalipsis permanente, de una crítica despiadada. Alguna que otra monserga. Atacado hasta el escarnio; pero en donde no hay dudas es que representa a una ciudad donde miles se despiertan desafiando su destino desigual, entregándose con desdén a una rutina demoledora que impide provocar alguna gesta, ya sea como héroe o como villano.

Fue un 24 de mayo de 1971, cuando 26 locos lindos, decidieron; tal vez, sin querer queriendo, fundar uno de los sellos de agua cultural más importante que tiene Rawson. No hubo compases finales de una rapsodia que se tornaron en notas lúgubres de irreparable quebranto. Muy por el contrario, allí se comenzaron a estibar sueños de épica generando tantas expectativas que -aún hoy-profundizan hasta el alma

Es que la evocación es un viento inevitable que remueve todos los sentidos.

Su nombre retumba en los diferentes ámbitos donde su recuerdo se perpetua como el núcleo central de algo. Y dejó de serlo (su nombre) para convertirse en un símbolo abismal de la altivez rawsense que le despierta la autoestima y la dignidad.

Es que sostiene con su magia el discurso público de reivindicación social, desafiando con osadía y convicción la soberbia de otros y escucha los mil idiomas de la gente. Su gente; la que grita identidad sin vergüenza.

Su nombre se renueva en oídos queridos de varias generaciones, llenos de voces y de cantos con una ferocidad pasional. Como con Porota. Como con el Conde Nudelman.

Con algún residual anecdotario, Bigornia pertenece a la cultura inamovible de su comunidad en donde se aprende la cara de las personas, la amistad, el valor relativo de la gloria y la verdad de la poesía y que permite atravesar la hermosura con sólo olerla

Aquel, 24 de mayo de 1971, Bigornia dejó de ser un privilegiado espectador para convertirse en un activo protagonista. Ponderando el amor, categorizando la pasión. Propia, análoga.

Es la historia la que se encarga de agregar páginas desde la perspectiva que ofrece el tiempo.

Hay fuegos que arden la vida con tantas ganas que uno no puede dejar de mirarlos sin dejar de parpadear y cuando se acerca, se enciende. Eso es Bigornia

Y no importa que su carne fuera percudida por malos amores.

Es que alguna vez se tapó el rostro para ampararse en la ceguera, con la boca abierta y el rostro transparente por la palidez del miedo, sudando la respiración, buscando una explicación; pero en el ocaso de ese crepúsculo entristecido cambió su destino por la única e irreversible razón de los hombres: la fe. Transitando con frenético estoicismo el valle que sembraba su ilimitado coraje.

Bigornia es una historia de amor que sobrevive al tiempo y al olvido y que se reanuda y completa en la vejez. Simple y desenfrenado. Como debe ser (y es) el amor.

Es un amor definitivo, cómplice e intensamente inseguro y bestial, desnudando gemidos. Versánico y de a ratos infantil. Imperecedero con rituales de nostalgia. Un vértigo perpetuo que descubre y provoca.

En él no sirven las excusas vacías ni las conjuras absurdas, pues tiene la reputación de interpretar sueños ajenos y así lo marcan estos 54 años de un puente entre generaciones. Y ese inalterable recorrido de la memoria son como golpes de pistón acerado, trascendiendo los balcones pobres, los barrios humildes y desnudos y los sectores confortables.

Y allí surge un lugar, donde el ayer y el hoy se encuentran, se reconocen y abrazan.

Aparecen las mujeres que le juraron amor y los hijos que le reclamaron su orgullo, aunque, a veces, sometidos al sonambulismo del ahora se devoran la eternidad de los inolvidables.

Son muchos en la misma anatomía que escucha los mil idiomas de las gentes, percibe los perfumes de su elegancia y roza con su piel la indiferencia de un mundo ajeno.

No pregunten por quién doblan las campanas. Doblan por aquella criatura creada en el avatar de una calle oscura bajo luces balbuceantes que le peleó a la vida y le ganó a la muerte.

¡Felices 54 años, Bigornia Club!. Que la rebeldía siempre nos bese en la boca. Esa que es más obstinada que el destino instalado en el coro cruel de una tribuna con sus suspiros de desengaños.

Y que no merece el desprecio, que fustiga a los perversos; sino muy por el contrario, la apología, que está reservada a los virtuosos, quienes con su trayectoria cierran las voces de las críticas para abrir las del asombro.

En síntesis, Bigornia enseña a sonreír los ojos cuando el alma no tiene fuerzas y sentir en la piel los sueños; esos que te obligan a seguir viviendo. Como esas manos que sanan, esos besos que besan y esas voces que cantan para espantar el miedo. No a ratos. Siempre.