Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Bigornia tiene una gran virtud. Entre tantas. Sabe interpretar sueños ajenos. El club. En realidad, su gente. Ese (esa) que nació junto a las balsas y su rio. El que cubre su predio. O el de la primera cancha a la vera de la Ruta 7, al ingreso de Rawson, cuando sólo un sueño era la esperanza y la primavera estaba en su mirada.
Ayer, Bigornia, el club firmó con los presidentes de las asociaciones vecinales de los barrios Gregorio Mayo y General valle, Néstor Rañileo y Héctor Javier Valenzuela un convenio de cooperación mutua. Lo hizo a través de Carlos Liñeyro, su presidente. “El Calo”; pero también los históricos y expresidentes de una entidad que es el principal sujeto de una pasión con demandas empíricas de barrio y de alta competencia.
El objetivo de este acuerdo y que vendrán, seguramente, más con otros barrios de la capital chubutense, la ciudad matriz de aquella utopía setentista que se convirtió en realidad significará que niños y jóvenes de esos conglomerados habitacionales se integren a la institución que lleva los colores naranja y negro hasta en su sangre.
Es que cumpliendo con el fin de social tal cual lo demanda su historia, aquellos estarán contenidos en un lugar, que con algún residual anecdotario, pertenece a la cultura inamovible e su comunidad a la que la hace gritar identidad sin verguenza.
Estos chicos que estarán cubiertos en su cuota social y deportiva y en su seguro con un seguimiento constante aprenderán en Bigornia la cara de la gente, la amistad, el valor relativo de la gloria y la verdad de la poesía.
Pero, también, sabrán que lo demás se trae en las células. La familia, el trabajo, los prejuicios, la esperanza, los mandatos internos y el orgullo de transformar la palabra en ley.
Y eso es Bigornia.
Su nombre se renueva en oídos queridos de varias generaciones, llenos de voces y cantos con tantos pinchazos de emoción que perforan el alma.
El Yunque, esa alegoría de fortaleza insobornable, ya dejó de ser un nombre. Ahora es un símbolo abismal de la altivez rawsense; pues le despertó la autocrítica y la dignidad sosteniendo -con su magia- el discurso público de reivindicación social, desafiando con osadía y convicción la soberbia de otros y escuchando los mil idiomas de la gente. Su gente.
El inalterable recorrido de la memoria, como golpes de pistón acerado, nos lleva al Parche, en un tiempo sin edad y sin fronteras; de un universo que lo quiere y lo admira y orgulloso de la dicha pasada y la esperanza del mañana y con el mar púrpura de su espesa sangre derramada. De los que están y de aquellos que se fueron, pero siguen viviendo en los corazones encendidos de los demás. Esos que conocen la historia por haberla vivido y a sus protagonistas por haberlos disfrutado.
Ese universo es lo que van a encontrar los chicos. Hombres y mujeres. Hombres y mujeres que viven el sueño y otros nacieron soñando; pero que se reconocen por el estilo, hasta por la manera de decir y hacer las cosas
Es la historia la que se encarga de agregar páginas desde la perspectiva que ofrece el tiempo y lo que sucedió este martes entre Bigornia y los barrios Gregorio Mayo y General Valle sucedió en un instante, pero que se vivirá como una eternidad compartida.
Hay fuegos que arden la vida con tantas ganas que uno no puede mirarlos sin dejar de parpadear y cuando se acerca, se enciende.
Eso es el Bigornia Club. Un verso escrito en el alma y un amor que deja huella en el camino y que tiene la seria de reputación de interpretar sueños ajenos haciendo reír de asombro hasta las tinieblas. Y uno se preguntará ¿Por qué? Porque tiene vida en sus sueños.
Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Bigornia tiene una gran virtud. Entre tantas. Sabe interpretar sueños ajenos. El club. En realidad, su gente. Ese (esa) que nació junto a las balsas y su rio. El que cubre su predio. O el de la primera cancha a la vera de la Ruta 7, al ingreso de Rawson, cuando sólo un sueño era la esperanza y la primavera estaba en su mirada.
Ayer, Bigornia, el club firmó con los presidentes de las asociaciones vecinales de los barrios Gregorio Mayo y General valle, Néstor Rañileo y Héctor Javier Valenzuela un convenio de cooperación mutua. Lo hizo a través de Carlos Liñeyro, su presidente. “El Calo”; pero también los históricos y expresidentes de una entidad que es el principal sujeto de una pasión con demandas empíricas de barrio y de alta competencia.
El objetivo de este acuerdo y que vendrán, seguramente, más con otros barrios de la capital chubutense, la ciudad matriz de aquella utopía setentista que se convirtió en realidad significará que niños y jóvenes de esos conglomerados habitacionales se integren a la institución que lleva los colores naranja y negro hasta en su sangre.
Es que cumpliendo con el fin de social tal cual lo demanda su historia, aquellos estarán contenidos en un lugar, que con algún residual anecdotario, pertenece a la cultura inamovible e su comunidad a la que la hace gritar identidad sin verguenza.
Estos chicos que estarán cubiertos en su cuota social y deportiva y en su seguro con un seguimiento constante aprenderán en Bigornia la cara de la gente, la amistad, el valor relativo de la gloria y la verdad de la poesía.
Pero, también, sabrán que lo demás se trae en las células. La familia, el trabajo, los prejuicios, la esperanza, los mandatos internos y el orgullo de transformar la palabra en ley.
Y eso es Bigornia.
Su nombre se renueva en oídos queridos de varias generaciones, llenos de voces y cantos con tantos pinchazos de emoción que perforan el alma.
El Yunque, esa alegoría de fortaleza insobornable, ya dejó de ser un nombre. Ahora es un símbolo abismal de la altivez rawsense; pues le despertó la autocrítica y la dignidad sosteniendo -con su magia- el discurso público de reivindicación social, desafiando con osadía y convicción la soberbia de otros y escuchando los mil idiomas de la gente. Su gente.
El inalterable recorrido de la memoria, como golpes de pistón acerado, nos lleva al Parche, en un tiempo sin edad y sin fronteras; de un universo que lo quiere y lo admira y orgulloso de la dicha pasada y la esperanza del mañana y con el mar púrpura de su espesa sangre derramada. De los que están y de aquellos que se fueron, pero siguen viviendo en los corazones encendidos de los demás. Esos que conocen la historia por haberla vivido y a sus protagonistas por haberlos disfrutado.
Ese universo es lo que van a encontrar los chicos. Hombres y mujeres. Hombres y mujeres que viven el sueño y otros nacieron soñando; pero que se reconocen por el estilo, hasta por la manera de decir y hacer las cosas
Es la historia la que se encarga de agregar páginas desde la perspectiva que ofrece el tiempo y lo que sucedió este martes entre Bigornia y los barrios Gregorio Mayo y General Valle sucedió en un instante, pero que se vivirá como una eternidad compartida.
Hay fuegos que arden la vida con tantas ganas que uno no puede mirarlos sin dejar de parpadear y cuando se acerca, se enciende.
Eso es el Bigornia Club. Un verso escrito en el alma y un amor que deja huella en el camino y que tiene la seria de reputación de interpretar sueños ajenos haciendo reír de asombro hasta las tinieblas. Y uno se preguntará ¿Por qué? Porque tiene vida en sus sueños.