Tragedia y farsa

Hace 49 años se producía el golpe de Estado que instauró la etapa más violenta y horrorosa de la vida contemporánea nacional. Muertes, desapariciones, persecusiones, exilios y latrocinio. Una historia que parece repetirse.

Jura Videla como presidente de facto. A su lado, Massera y Agosti.
23 MAR 2025 - 16:00 | Actualizado 24 MAR 2025 - 1:00

En la madrugada del 24 de marzo de 1976, un oscuro manto se extendió sobre la Argentina. Las palabras se convirtieron en armas, y la verdad, en un espejismo. Se producía el golpe militar que derrocaba a María Isabel Martínez, viuda de Perón como presidente de la Nación.

La acción, perpetrada desde las tres Fuerzas Armadas con la colaboración de civiles y eclesiásticos de distintos ámbitos, instauraba, probablemente, el tiempo más oscuro de la vida contemporánea nacional. Comenzaba el “Proceso de Reorganización Nacional” bajo la figura de una Junta militar presidida por el teniente general Jorge Rafael Videla y secundado por el almirante Emilio Massera y el general de Brigada, Orlando Agosti.

En ese crepúsculo agonizante de aquella noche, el golpe de Estado -previsible- fue, sin embargo, un relámpago que rasgó el cielo. Bajo el pretexto de reorganizar un país sumido en un presunto caos, la denominada Doctrina de Seguridad Nacional implementada desde la Escuela de las Américas con sede, en ese entonces, en Panamá y bajo la órbita estadounidense intentaron enterrar la verdad de una patria justa, libre y soberana.

Las sombras del poder, vestidas de uniforme, se deslizaron sigilosas, arrastrando con ellas los sueños de libertad que latían en el corazón de una Nación.

Con un grito ahogado, la esperanza fue silenciada, atrapada en un laberinto de miedo y represión. Las calles se convirtieron en ecos de pasos cautelosos y en donde la mudez se volvió cómplice de la opresión.

Durante ese proceso, que duró poco más de seis años, hombres y mujeres que se alzaron en defensa de sus ideales fueron llevados a la oscuridad, como aves atrapadas en redes invisibles, despojados de su voz y su esencia y los hogares se convirtieron en islas solitarias, navegando por un mar de incertidumbre.

La prensa, convertida en un eco sordo, repetía los discursos del poder, mientras los sueños de justicia y paz se desvanecían como el humo de un cigarrillo. La cultura fue cercenada, y el arte y la ciencia, una flor marchita que luchaba por florecer en un suelo envenenado.

El golpe cívico-militar no solo derrocó a un gobierno constitucional, sino que instauró un régimen de terror que utilizó la desaparición forzada, la tortura y el robo de niños y bienes como herramientas de control social.

Como si ello fuera poco, la dictadura implementó políticas económicas que generaron un aumento en la pobreza y la desigualdad. La liberalización de la economía y las privatizaciones afectaron a los trabajadores, quienes enfrentaron despidos y precarización laboral. La apertura de la importación, el abaratamiento del dólar, el privilegio de la inversión del capital financiero sobre el productivo y la creación de un nuevo deporte nacional como “la bicicleta financiera” fueron rasgos de un plan orquestado colonizador que abarcó hasta la educación misma.

“Entramos al mundo”, dijeron. Como en el 55. Con los préstamos salvadores recibidos del FMI incrementando una deuda externa impagable y con el “bajar costos”. Es decir, reducir salarios. ¿Suena a algo parecido en estos tiempos de posverdad y defendido con fervor místico mientras se espera la llegada de los capitales que nunca llegan?. Otra vez.

No tan simpáticos exponentes odiadores de alta gama de este arcano impermeable que es la Argentina a la que tanto desprecian como tanto aman a la hedonista Miami de Norteamérica.

Cada 24 de marzo, Argentina detiene su marcha cotidiana para mirar hacia atrás. Pero no lo hace con nostalgia, sino con un compromiso ineludible: recordar lo que no debe repetirse. Se conmemora el Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, una jornada de reflexión sobre el golpe de Estado de 1976 y los años de horror que le siguieron.

Hoy, a casi cinco décadas de aquel 24 de marzo, la memoria sigue siendo un territorio en disputa. Sectores que buscan relativizar lo sucedido, discursos que intentan equiparar el terrorismo de Estado con la violencia de la época y la indiferencia de algunos -incluso desde la órbita oficial-, ponen a prueba el compromiso de la sociedad con la memoria histórica. Se hablará de la teoría de los dos demonios; pero la verdad está escrita en los testimonios de los sobrevivientes y en los juicios que condenaron a los responsables.

El "Nunca Más" no es una frase vacía. Es la piedra angular de una democracia que aprendió, con dolor, que no hay paz sin justicia ni olvido que valga cuando se trata de crímenes de lesa humanidad. Recordar es una responsabilidad colectiva. Porque la memoria es la garantía de que las nuevas generaciones crezcan en un país donde el Estado sea sinónimo de derechos, y no de terror.

Hace casi medio siglo, prometieron que los sueños podrían volverse realidad. Pero se les olvidó mencionar que las pesadillas también son sueños. Hoy parece repetirse aquel canto de sirenas. Son quienes que también obvian indicar que la historia ocurre dos veces. La primera como gran tragedia y la segunda como miserable farsa. Donde Dios le pide dinero a los pecadores.

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Jura Videla como presidente de facto. A su lado, Massera y Agosti.
23 MAR 2025 - 16:00

En la madrugada del 24 de marzo de 1976, un oscuro manto se extendió sobre la Argentina. Las palabras se convirtieron en armas, y la verdad, en un espejismo. Se producía el golpe militar que derrocaba a María Isabel Martínez, viuda de Perón como presidente de la Nación.

La acción, perpetrada desde las tres Fuerzas Armadas con la colaboración de civiles y eclesiásticos de distintos ámbitos, instauraba, probablemente, el tiempo más oscuro de la vida contemporánea nacional. Comenzaba el “Proceso de Reorganización Nacional” bajo la figura de una Junta militar presidida por el teniente general Jorge Rafael Videla y secundado por el almirante Emilio Massera y el general de Brigada, Orlando Agosti.

En ese crepúsculo agonizante de aquella noche, el golpe de Estado -previsible- fue, sin embargo, un relámpago que rasgó el cielo. Bajo el pretexto de reorganizar un país sumido en un presunto caos, la denominada Doctrina de Seguridad Nacional implementada desde la Escuela de las Américas con sede, en ese entonces, en Panamá y bajo la órbita estadounidense intentaron enterrar la verdad de una patria justa, libre y soberana.

Las sombras del poder, vestidas de uniforme, se deslizaron sigilosas, arrastrando con ellas los sueños de libertad que latían en el corazón de una Nación.

Con un grito ahogado, la esperanza fue silenciada, atrapada en un laberinto de miedo y represión. Las calles se convirtieron en ecos de pasos cautelosos y en donde la mudez se volvió cómplice de la opresión.

Durante ese proceso, que duró poco más de seis años, hombres y mujeres que se alzaron en defensa de sus ideales fueron llevados a la oscuridad, como aves atrapadas en redes invisibles, despojados de su voz y su esencia y los hogares se convirtieron en islas solitarias, navegando por un mar de incertidumbre.

La prensa, convertida en un eco sordo, repetía los discursos del poder, mientras los sueños de justicia y paz se desvanecían como el humo de un cigarrillo. La cultura fue cercenada, y el arte y la ciencia, una flor marchita que luchaba por florecer en un suelo envenenado.

El golpe cívico-militar no solo derrocó a un gobierno constitucional, sino que instauró un régimen de terror que utilizó la desaparición forzada, la tortura y el robo de niños y bienes como herramientas de control social.

Como si ello fuera poco, la dictadura implementó políticas económicas que generaron un aumento en la pobreza y la desigualdad. La liberalización de la economía y las privatizaciones afectaron a los trabajadores, quienes enfrentaron despidos y precarización laboral. La apertura de la importación, el abaratamiento del dólar, el privilegio de la inversión del capital financiero sobre el productivo y la creación de un nuevo deporte nacional como “la bicicleta financiera” fueron rasgos de un plan orquestado colonizador que abarcó hasta la educación misma.

“Entramos al mundo”, dijeron. Como en el 55. Con los préstamos salvadores recibidos del FMI incrementando una deuda externa impagable y con el “bajar costos”. Es decir, reducir salarios. ¿Suena a algo parecido en estos tiempos de posverdad y defendido con fervor místico mientras se espera la llegada de los capitales que nunca llegan?. Otra vez.

No tan simpáticos exponentes odiadores de alta gama de este arcano impermeable que es la Argentina a la que tanto desprecian como tanto aman a la hedonista Miami de Norteamérica.

Cada 24 de marzo, Argentina detiene su marcha cotidiana para mirar hacia atrás. Pero no lo hace con nostalgia, sino con un compromiso ineludible: recordar lo que no debe repetirse. Se conmemora el Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, una jornada de reflexión sobre el golpe de Estado de 1976 y los años de horror que le siguieron.

Hoy, a casi cinco décadas de aquel 24 de marzo, la memoria sigue siendo un territorio en disputa. Sectores que buscan relativizar lo sucedido, discursos que intentan equiparar el terrorismo de Estado con la violencia de la época y la indiferencia de algunos -incluso desde la órbita oficial-, ponen a prueba el compromiso de la sociedad con la memoria histórica. Se hablará de la teoría de los dos demonios; pero la verdad está escrita en los testimonios de los sobrevivientes y en los juicios que condenaron a los responsables.

El "Nunca Más" no es una frase vacía. Es la piedra angular de una democracia que aprendió, con dolor, que no hay paz sin justicia ni olvido que valga cuando se trata de crímenes de lesa humanidad. Recordar es una responsabilidad colectiva. Porque la memoria es la garantía de que las nuevas generaciones crezcan en un país donde el Estado sea sinónimo de derechos, y no de terror.

Hace casi medio siglo, prometieron que los sueños podrían volverse realidad. Pero se les olvidó mencionar que las pesadillas también son sueños. Hoy parece repetirse aquel canto de sirenas. Son quienes que también obvian indicar que la historia ocurre dos veces. La primera como gran tragedia y la segunda como miserable farsa. Donde Dios le pide dinero a los pecadores.