Perfil de una pionera en la arqueología de costa

A lo largo de su carrera Gómez Otero tuvo varios hitos, como el descubrimiento en Camarones de los restos humanos más antiguos de la Patagonia publicado en 2024 o el de un entierro múltiple en la ciudad de Rawson en 1995.

07 MAR 2025 - 17:25 | Actualizado 07 MAR 2025 - 17:42

A mediados de 1978, una joven Julieta Gómez Otero finalizaba su Licenciatura en Ciencias Antropológicas, con orientación en Arqueología, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Eran tiempos difíciles, sobre todo para vivir en la Capital Federal, por lo que decide viajar a la ciudad de Río Gallegos, lugar donde residían circunstancialmente sus padres, en búsqueda de un empleo relacionado con la carrera que había finalizado.

“Empecé a buscar trabajo en el Ministerio de Cultura y Educación y al tiempo me salió un contrato en el Museo Regional Provincial ´Padre Manuel Jesús Molina´ para organizar la puesta museográfica y relevar la colección arqueológica que allí había. “Poco antes de terminar el contrato, la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Nación lanzó una serie de subsidios y con una gran amiga, Elsa Barbería, ya fallecida, nos postulamos y lo ganamos: teníamos 24 y 25 años. El proyecto se llamaba ´Relevamiento e Investigación de la Arqueología y la Historia de la Provincia de Santa Cruz, algo imposible de realizar por dos personas; lo que es una clara muestra de un típico error de principiantes. Desde entonces y hasta 1992, trabajé en la cuenca del Río Gallegos, en una zona volcánica llena de cuevas y aleros”, cuenta Julieta, arqueóloga asociada del Instituto de Diversidad y Evolución Austral (IDEAus-CONICET).

A raíz de las ocupaciones de su marido, la familia residió en diversas ciudades de Patagonia hasta instalarse finalmente en Puerto Madryn: “En Trelew vivimos seis años, pero extrañábamos a mucho el mar, así que compramos un terreno en Madryn y tardamos cinco años en hacer la casa. Yo trabajaba como becaria del CONICET con lugar de trabajo en la Universidad y pedí traslado al CENPAT”. Eran los años del gobierno de Menem, prácticamente sin financiamiento, por lo que continuar trabajando en Santa Cruz era económicamente inviable para la arqueóloga.

“Entonces, Rodolfo Casamiquela me propuso trabajar en el litoral de Chubut, donde no había antecedentes. Pero, pasé de trabajar en abrigos rocosos, que son como “cofres” a enfrentar la arqueología de un lugar tan dinámico y cambiante –hasta diariamente- como es la costa: la verdad, no entendía nada. Así fue que, para poder conocer y comprender esta problemática, Julieta Gómez Otero comenzó a recorrer Península Valdés junto con Bobby Taylor (“un técnico y compañero extraordinario”), el arqueólogo Juan Bautista Belardi, los geólogos Pablo Bouza y Alejandro Súnico y el “Vasco” Aguerrebere, entre otros. Esto fue posible gracias a un subsidio de la National Geographic Society.

Tareas de cuidado

A lo largo de estos años de mudanzas por Santa Cruz y Chubut y antes de cumplir los 30, Julieta Gómez Otero, ya tenía cuatro hijos. En este contexto, repartía su tiempo entre la arqueología, el cuidado de los hijos y las tareas domésticas: “Hasta que llegué al CENPAT yo trabajaba en casa, mi director de beca–Luis Orquera- vivía en Buenos Aires y no había otros arqueólogos. Me dedicaba a la investigación cuando los chicos dormían la siesta y entre las once de la noche y las tres de la mañana. En aquellos años, no existían el internet ni el celular, las conexiones eran por teléfono fijo y cartas; recuerdo además el piqueteo constante de mi máquina de escribir. Cuando ingresé al CENPAT, los chicos iban a una escuela de doble jornada, pero cada vez que salía de campaña venía mi mamá de Buenos Aires para ayudar a mi esposo a cuidarlos”. Por ello, quiero destacar y agradecer el enorme apoyo de toda mi familia.

Claramente, el hecho de ser madre afectó su labor profesional, especialmente en el momento de realizar las campañas que, en su caso, no se debían extender más de siete días. “No podía ausentarme tan seguido, por lo tanto, al regreso de las campañas estudiaba todo lo que había rescatado, para así poder tener nuevas preguntas en la próxima visita al campo. En nuestra disciplina es más simple para los varones o las mujeres sin hijos tener estadías más largas, lo que es muy bueno porque hay más tiempo para observar, descubrir y discutir in situ”, aclara la arqueóloga del IDEAus.

En este contexto y hasta 2002, cuando se incorporó Eduardo Moreno, Julieta fue la única arqueóloga del CENPAT. Sin embargo, es una de las profesionales más reconocidas en su ambiente y pionera de la arqueología de la costa a nivel nacional.
“Tengo la ventaja de trabajar donde vivo, algo que es importante porque mis colegas tienen que viajar, por ejemplo, desde Buenos Aires hasta la Patagonia y necesitan un mes de trabajo de campo porque si no, no les rinde,
Al vivir en el lugar donde investigo, estoy empapada de lo ambiental igual que aquéllas personas que me precedieron en el lejano pasado. Por otra parte, cada vez que aparecía un sitio o material arqueológico la gente me avisaba (lo sigue haciendo), entonces íbamos con Bobby Taylor a ver de qué se trataba y, con la autorización de la Secretaría de Cultura, procedíamos a rescatarlo. En los casos de sitios de entierro, pude contar con el acompañamiento y profesionalismo de mi colega y amiga Silvia Dahinten.
Debo aclarar que en esos momentos no existía el Protocolo de Tratamiento de Restos Humanos Arqueológicos (ley V/160), por el cual la intervención o rescate de este tipo de hallazgos, sólo puede realizarse con el consentimiento de la Dirección de Pueblos Originarios y del veedor/veedora por las comunidades originarias locales”.


Descubrimientos y pensamiento simbólico

A lo largo de su carrera Gómez Otero tuvo varios hitos, como el descubrimiento en Camarones de los restos humanos más antiguos de la Patagonia publicado en 2024 o el de un entierro múltiple en la ciudad de Rawson en 1995:
Fue descubierto cuando hacían el tendido de gas del barrio 490 Viviendas. Ahí impactaron una zona de médanos que tenía huesos humanos. Un equipo del CENPAT trabajó durante un mes todos los fines de semana y el último día, ya de noche y con la iluminación de los autos y los Bomberos, aparecieron los restos de una persona que tenía sobre su espalda un hacha dela “Cultura Santamariana”, oriunda de Catamarca, y otros elementos como cuentas de turquesa y de vidrio, del tipo que se intercambiaban con los españoles en el siglo XVI. Ese sitio demostró la red inmensa de relaciones que tenían los grupos indígenas de esta zona, la que se extendía hasta lugares distantes dos mil o tres mil kilómetros”, cuenta Gómez Otero y agrega que “a mí lo que más me abrió la cabeza fue enfrentarme y dialogar con evidencias materiales que tienen que ver con el pensamiento simbólico, las creencias, los ritos y las relaciones sociales.
Este y otros sitios similares, me hicieron dar cuenta que tenía que proponer hipótesis más audaces y explorar distintos aspectos de la cultura. Esta gente no estaba aislada, no vivía nada más que para la supervivencia, también buscaba contactos, alianzas, parejas en otros lados y, además, todos estos objetos suntuarios demuestran que no eran sociedades igualitarias, sino que algunas personas tenían más estatus.”.


Avances

A lo largo de estos 35 años en el CENPAT, Julieta Gómez Otero fue testigo de numerosos cambios respecto al trabajo de la mujer dentro de sistema científico tecnológico. “Hay derechos que antes no se contemplaban, las mujeres se fueron empoderando, luchando para llegar a tener condiciones más equitativas, aunque todavía no se han logrado del todo. Yo las veo a las chicas cómo se mueven y valoro todas las conquistas que han alcanzado a fuerza de su capacidad, creatividad y voluntad”.

Si bien Julieta Gómez Otero se jubiló en 2021, suele vérsela por los pasillos del CENPAT trabajando con las mismas ganas y el mismo entusiasmo con que lo hacía allá por 1990:“Yo me jubilé hace cuatro años y sigo haciendo muchas cosas ,por supuesto fuera del sistema laboral, porque uno no se jubila de una vocación; se jubila de un empleo. Entonces, hasta que la espalda me aguante y pueda caminar voy a seguir yendo al campo y tratando de responder las preguntas que me van surgiendo. Felizmente, hoy hay jóvenes muy talentosos y comprometidos que continúan el camino.

07 MAR 2025 - 17:25

A mediados de 1978, una joven Julieta Gómez Otero finalizaba su Licenciatura en Ciencias Antropológicas, con orientación en Arqueología, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Eran tiempos difíciles, sobre todo para vivir en la Capital Federal, por lo que decide viajar a la ciudad de Río Gallegos, lugar donde residían circunstancialmente sus padres, en búsqueda de un empleo relacionado con la carrera que había finalizado.

“Empecé a buscar trabajo en el Ministerio de Cultura y Educación y al tiempo me salió un contrato en el Museo Regional Provincial ´Padre Manuel Jesús Molina´ para organizar la puesta museográfica y relevar la colección arqueológica que allí había. “Poco antes de terminar el contrato, la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Nación lanzó una serie de subsidios y con una gran amiga, Elsa Barbería, ya fallecida, nos postulamos y lo ganamos: teníamos 24 y 25 años. El proyecto se llamaba ´Relevamiento e Investigación de la Arqueología y la Historia de la Provincia de Santa Cruz, algo imposible de realizar por dos personas; lo que es una clara muestra de un típico error de principiantes. Desde entonces y hasta 1992, trabajé en la cuenca del Río Gallegos, en una zona volcánica llena de cuevas y aleros”, cuenta Julieta, arqueóloga asociada del Instituto de Diversidad y Evolución Austral (IDEAus-CONICET).

A raíz de las ocupaciones de su marido, la familia residió en diversas ciudades de Patagonia hasta instalarse finalmente en Puerto Madryn: “En Trelew vivimos seis años, pero extrañábamos a mucho el mar, así que compramos un terreno en Madryn y tardamos cinco años en hacer la casa. Yo trabajaba como becaria del CONICET con lugar de trabajo en la Universidad y pedí traslado al CENPAT”. Eran los años del gobierno de Menem, prácticamente sin financiamiento, por lo que continuar trabajando en Santa Cruz era económicamente inviable para la arqueóloga.

“Entonces, Rodolfo Casamiquela me propuso trabajar en el litoral de Chubut, donde no había antecedentes. Pero, pasé de trabajar en abrigos rocosos, que son como “cofres” a enfrentar la arqueología de un lugar tan dinámico y cambiante –hasta diariamente- como es la costa: la verdad, no entendía nada. Así fue que, para poder conocer y comprender esta problemática, Julieta Gómez Otero comenzó a recorrer Península Valdés junto con Bobby Taylor (“un técnico y compañero extraordinario”), el arqueólogo Juan Bautista Belardi, los geólogos Pablo Bouza y Alejandro Súnico y el “Vasco” Aguerrebere, entre otros. Esto fue posible gracias a un subsidio de la National Geographic Society.

Tareas de cuidado

A lo largo de estos años de mudanzas por Santa Cruz y Chubut y antes de cumplir los 30, Julieta Gómez Otero, ya tenía cuatro hijos. En este contexto, repartía su tiempo entre la arqueología, el cuidado de los hijos y las tareas domésticas: “Hasta que llegué al CENPAT yo trabajaba en casa, mi director de beca–Luis Orquera- vivía en Buenos Aires y no había otros arqueólogos. Me dedicaba a la investigación cuando los chicos dormían la siesta y entre las once de la noche y las tres de la mañana. En aquellos años, no existían el internet ni el celular, las conexiones eran por teléfono fijo y cartas; recuerdo además el piqueteo constante de mi máquina de escribir. Cuando ingresé al CENPAT, los chicos iban a una escuela de doble jornada, pero cada vez que salía de campaña venía mi mamá de Buenos Aires para ayudar a mi esposo a cuidarlos”. Por ello, quiero destacar y agradecer el enorme apoyo de toda mi familia.

Claramente, el hecho de ser madre afectó su labor profesional, especialmente en el momento de realizar las campañas que, en su caso, no se debían extender más de siete días. “No podía ausentarme tan seguido, por lo tanto, al regreso de las campañas estudiaba todo lo que había rescatado, para así poder tener nuevas preguntas en la próxima visita al campo. En nuestra disciplina es más simple para los varones o las mujeres sin hijos tener estadías más largas, lo que es muy bueno porque hay más tiempo para observar, descubrir y discutir in situ”, aclara la arqueóloga del IDEAus.

En este contexto y hasta 2002, cuando se incorporó Eduardo Moreno, Julieta fue la única arqueóloga del CENPAT. Sin embargo, es una de las profesionales más reconocidas en su ambiente y pionera de la arqueología de la costa a nivel nacional.
“Tengo la ventaja de trabajar donde vivo, algo que es importante porque mis colegas tienen que viajar, por ejemplo, desde Buenos Aires hasta la Patagonia y necesitan un mes de trabajo de campo porque si no, no les rinde,
Al vivir en el lugar donde investigo, estoy empapada de lo ambiental igual que aquéllas personas que me precedieron en el lejano pasado. Por otra parte, cada vez que aparecía un sitio o material arqueológico la gente me avisaba (lo sigue haciendo), entonces íbamos con Bobby Taylor a ver de qué se trataba y, con la autorización de la Secretaría de Cultura, procedíamos a rescatarlo. En los casos de sitios de entierro, pude contar con el acompañamiento y profesionalismo de mi colega y amiga Silvia Dahinten.
Debo aclarar que en esos momentos no existía el Protocolo de Tratamiento de Restos Humanos Arqueológicos (ley V/160), por el cual la intervención o rescate de este tipo de hallazgos, sólo puede realizarse con el consentimiento de la Dirección de Pueblos Originarios y del veedor/veedora por las comunidades originarias locales”.


Descubrimientos y pensamiento simbólico

A lo largo de su carrera Gómez Otero tuvo varios hitos, como el descubrimiento en Camarones de los restos humanos más antiguos de la Patagonia publicado en 2024 o el de un entierro múltiple en la ciudad de Rawson en 1995:
Fue descubierto cuando hacían el tendido de gas del barrio 490 Viviendas. Ahí impactaron una zona de médanos que tenía huesos humanos. Un equipo del CENPAT trabajó durante un mes todos los fines de semana y el último día, ya de noche y con la iluminación de los autos y los Bomberos, aparecieron los restos de una persona que tenía sobre su espalda un hacha dela “Cultura Santamariana”, oriunda de Catamarca, y otros elementos como cuentas de turquesa y de vidrio, del tipo que se intercambiaban con los españoles en el siglo XVI. Ese sitio demostró la red inmensa de relaciones que tenían los grupos indígenas de esta zona, la que se extendía hasta lugares distantes dos mil o tres mil kilómetros”, cuenta Gómez Otero y agrega que “a mí lo que más me abrió la cabeza fue enfrentarme y dialogar con evidencias materiales que tienen que ver con el pensamiento simbólico, las creencias, los ritos y las relaciones sociales.
Este y otros sitios similares, me hicieron dar cuenta que tenía que proponer hipótesis más audaces y explorar distintos aspectos de la cultura. Esta gente no estaba aislada, no vivía nada más que para la supervivencia, también buscaba contactos, alianzas, parejas en otros lados y, además, todos estos objetos suntuarios demuestran que no eran sociedades igualitarias, sino que algunas personas tenían más estatus.”.


Avances

A lo largo de estos 35 años en el CENPAT, Julieta Gómez Otero fue testigo de numerosos cambios respecto al trabajo de la mujer dentro de sistema científico tecnológico. “Hay derechos que antes no se contemplaban, las mujeres se fueron empoderando, luchando para llegar a tener condiciones más equitativas, aunque todavía no se han logrado del todo. Yo las veo a las chicas cómo se mueven y valoro todas las conquistas que han alcanzado a fuerza de su capacidad, creatividad y voluntad”.

Si bien Julieta Gómez Otero se jubiló en 2021, suele vérsela por los pasillos del CENPAT trabajando con las mismas ganas y el mismo entusiasmo con que lo hacía allá por 1990:“Yo me jubilé hace cuatro años y sigo haciendo muchas cosas ,por supuesto fuera del sistema laboral, porque uno no se jubila de una vocación; se jubila de un empleo. Entonces, hasta que la espalda me aguante y pueda caminar voy a seguir yendo al campo y tratando de responder las preguntas que me van surgiendo. Felizmente, hoy hay jóvenes muy talentosos y comprometidos que continúan el camino.