Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Los compases finales de la rapsodia se tornan en notas lúgubres de irreparable quebranto. Ya pasaron los festejos bien merecidos.
Y allí está Eva. La primera y la última. Mujer. Campeona. Con sus 49 años.
Y allí están. Candela, con sus 14, homenajeando a su viejo. Y Nahiara y sus 18 cumplidos, con su espíritu indomable y sus uñas recién formateadas y el recuerdo imborrable de su bisabuela en la remera pegada a su piel. Como demostrando que no hay campeona sin liderazgo y no hay campeona sin jerarquía.
Y allí, están las cientos de Eva. Las que fueron, las que son y las que serán.
Las que ponderan el amor; las que categorizan la pasión.
La una, detrás de su lenguaje dulce, se escondió siempre una luchadora. Las otras, siguen su camino; queriendo que la vincha blanca de aquella regada por la sangre, el sudor y las lágrimas no se gaste jamás. Como la pelota y la sonrisa, siempre juntas a ellas. A ella. A Eva
Eva, la que le escondieron durante veinte años -de pleno apogeo hormonal- el fútbol; jugando en los arrabales de una ciudad industrializada que a falta de subsidios comenzaba a agonizar con su Parque Industrial. Si, allí, donde el barro se subleva.
Es que Eva sabe que el sendero ha tenido más espinas que rosas y a pesar de su cuarto título (tres con el equipo de su vida: Independiente y uno con Huracán) su ilusión, como casi siempre, no repara en tiempos ni en magnitudes de emprendimientos, pues siempre la motivaron los desafíos rayanos a la imposibilidad, cerrando las voces de las críticas para abrir las del asombro.
Albur irrealizable
Sin embargo, el fútbol femenino parece convertirse en un albur irrealizable.
Es que en el país de los campeones de todo con eso de andar detrás de una pelotita y meterla en la red del arco contrario, el balompié femenino sigue siendo una deuda pendiente. En las grandes urbes; como en las ligas menores.
Y no hay excusas varias ni conjuras absurdas.
Eva calla por mesura y por estilo. Pero, desmesuradamente y de manera imprudente, podemos decir que no es la idea la que va a salvar al futbol femenino, sino la furia persistente de sobrevivir, ese grotesco heroísmo frente al infortunio que representa a la intolerancia, a la estupidez y al fanatismo. El que se denota desde las más altas esferas (y de las más pequeñas también). Canchas espantosas para jugar; obligada necesidad de autogestión para todo y escaso interés desde la órbita oficial federada, como mala organización de los certámenes, ausencia de información arbitral en categorías menores que derivan en la suspensión de fecha e inevitable deserción de jugadoras y un mayoritario desinterés de la dirigencia de los clubes que en vez de progresar retroceden. Con menos clubes, con menos organización, con menos pelota. Con menos. Menos. Y son ellos los únicos arquitectos de sus destinos, evitando una agónica decadencia.
Todavía hoy algunas cuestiones son vistas con desdén y descartadas sin ceremonias. Sin siquiera sonreír se descarta de antemano cualquier pregunta incómoda, silencia toda crítica posible y elimina toda razón. Más posmodernismo imposible. El bien colectivo no existe.
Se dice que las comparaciones son odiosas, pero estas dejan de serlo cuando se especifican bien las diferencias. La Conmebol (acrónimo de la Confederación Sudamericana de Fútbol) es la peor entidad futbolística de todas las afiliadas a la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociada) en el ámbito femenil. Por supuesto, Argentina no es ajena a ello. Damos pena. Tal vez, el mundial en Brasil para el 2027 proyecta una luz de esperanza, aunque sea tenue.
Guardianas de su historia
La historia se escribe con letras de molde grueso, aunque los domingos no tengan sol, pero si fuego adentro. Y ellas. Eva y las cientos de Eva son las guardianas de su propia historia. Esa que es un verso escrito en el alma y un amor que deja huella en el camino.
Tal vez el rompimiento de ese molde de machos levantiscos y jerarquías consagradas de varones prostibularios y de chicas hacendosas y dóciles sea una realidad desnuda difícil de soportar. Sin embargo, en algún espasmo de lucidez, entiendan que lo de Eva y las cientos de Eva es el testimonio de la resistencia humana.
Y que se enteren que a ellas -durante décadas- le pusieron un grillo a media pierna, la condenaron a vivir a medias, le escondieron la paz y la sonrisa, le vendieron la luna y la noche y la tuvieron las manos ocupadas. Pero siguieron caminando. Le pusieron las piedras por delante, le taparon la boca por si acaso, le abrieron una herida por la espalda y le sumaron olvido a la condena. Y continuaron. Que comprendan, que, fueron obligadas, casi de manera demoníaca, a ser más fuertes de lo que eran.
Y allí andan con su atrevido miedo, con una vieja canción en los labios y que sus piernas fuertes arrastran raíces todavía prontas a sentir; cambiando comodidad indolente por riesgo vital.
Sabina las volvió canción; Bukowski les escribió un libro, Da Vinci les dibujó una sonrisa eterna; Neruda las convirtió en un poema; el Marqués de Sade las volvió una tentación; la guerra entre Esparta y Troya fue por Elena, Napoleón, en el medio de sus conquistas, le escribía a Josefina; Poe se volvió loco por Leonora y Dante cruzó el infierno por Beatriz. Varias religiones las acusan del pecado original y le echan la culpa de la expulsión del paraíso cuando en realidad son diosas. El Taj Mahal se erigió en su honor; huracanes y flores llevan su nombre y dan vida. Y nosotros, ¿Pretendemos negarle su legítimo derecho de jugar al fútbol?. Hay que ser muy imbécil, inútil o mala leche o todo a la vez para quererlo.
Respuestas
En los pies de Eva -y de las cientos de ella- están las respuestas, en aquel puño revoleado en el aire, -típico gesto de arenga y aprobación, para los demás o para sí misma-, está el sustento cierto de la esperanza.
Casi un resumen perfecto de una verdad sin contraseñas, solo la omnipotencia y la alarmante pérdida de contacto con la realidad podrán derribar algo que se viene. Inexorablemente. Por poco tiempo.
Porque a ellas nadie les regaló la suerte que dicen tener. A Eva. Y a las cientos de Eva. Las de ayer, las de hoy y siempre. La primera y la última. Mujer.
La falta de empatía no requiere demasiado análisis. Con ella, sólo queda la desesperación muda. Sin esa falta, se tendrá claro, muy en claro, que el fútbol no es de ellos; al menos no sólo de ellos. Es también de ellas. Sin el soborno del cielo ni la amenaza del infierno.
Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada
Los compases finales de la rapsodia se tornan en notas lúgubres de irreparable quebranto. Ya pasaron los festejos bien merecidos.
Y allí está Eva. La primera y la última. Mujer. Campeona. Con sus 49 años.
Y allí están. Candela, con sus 14, homenajeando a su viejo. Y Nahiara y sus 18 cumplidos, con su espíritu indomable y sus uñas recién formateadas y el recuerdo imborrable de su bisabuela en la remera pegada a su piel. Como demostrando que no hay campeona sin liderazgo y no hay campeona sin jerarquía.
Y allí, están las cientos de Eva. Las que fueron, las que son y las que serán.
Las que ponderan el amor; las que categorizan la pasión.
La una, detrás de su lenguaje dulce, se escondió siempre una luchadora. Las otras, siguen su camino; queriendo que la vincha blanca de aquella regada por la sangre, el sudor y las lágrimas no se gaste jamás. Como la pelota y la sonrisa, siempre juntas a ellas. A ella. A Eva
Eva, la que le escondieron durante veinte años -de pleno apogeo hormonal- el fútbol; jugando en los arrabales de una ciudad industrializada que a falta de subsidios comenzaba a agonizar con su Parque Industrial. Si, allí, donde el barro se subleva.
Es que Eva sabe que el sendero ha tenido más espinas que rosas y a pesar de su cuarto título (tres con el equipo de su vida: Independiente y uno con Huracán) su ilusión, como casi siempre, no repara en tiempos ni en magnitudes de emprendimientos, pues siempre la motivaron los desafíos rayanos a la imposibilidad, cerrando las voces de las críticas para abrir las del asombro.
Albur irrealizable
Sin embargo, el fútbol femenino parece convertirse en un albur irrealizable.
Es que en el país de los campeones de todo con eso de andar detrás de una pelotita y meterla en la red del arco contrario, el balompié femenino sigue siendo una deuda pendiente. En las grandes urbes; como en las ligas menores.
Y no hay excusas varias ni conjuras absurdas.
Eva calla por mesura y por estilo. Pero, desmesuradamente y de manera imprudente, podemos decir que no es la idea la que va a salvar al futbol femenino, sino la furia persistente de sobrevivir, ese grotesco heroísmo frente al infortunio que representa a la intolerancia, a la estupidez y al fanatismo. El que se denota desde las más altas esferas (y de las más pequeñas también). Canchas espantosas para jugar; obligada necesidad de autogestión para todo y escaso interés desde la órbita oficial federada, como mala organización de los certámenes, ausencia de información arbitral en categorías menores que derivan en la suspensión de fecha e inevitable deserción de jugadoras y un mayoritario desinterés de la dirigencia de los clubes que en vez de progresar retroceden. Con menos clubes, con menos organización, con menos pelota. Con menos. Menos. Y son ellos los únicos arquitectos de sus destinos, evitando una agónica decadencia.
Todavía hoy algunas cuestiones son vistas con desdén y descartadas sin ceremonias. Sin siquiera sonreír se descarta de antemano cualquier pregunta incómoda, silencia toda crítica posible y elimina toda razón. Más posmodernismo imposible. El bien colectivo no existe.
Se dice que las comparaciones son odiosas, pero estas dejan de serlo cuando se especifican bien las diferencias. La Conmebol (acrónimo de la Confederación Sudamericana de Fútbol) es la peor entidad futbolística de todas las afiliadas a la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociada) en el ámbito femenil. Por supuesto, Argentina no es ajena a ello. Damos pena. Tal vez, el mundial en Brasil para el 2027 proyecta una luz de esperanza, aunque sea tenue.
Guardianas de su historia
La historia se escribe con letras de molde grueso, aunque los domingos no tengan sol, pero si fuego adentro. Y ellas. Eva y las cientos de Eva son las guardianas de su propia historia. Esa que es un verso escrito en el alma y un amor que deja huella en el camino.
Tal vez el rompimiento de ese molde de machos levantiscos y jerarquías consagradas de varones prostibularios y de chicas hacendosas y dóciles sea una realidad desnuda difícil de soportar. Sin embargo, en algún espasmo de lucidez, entiendan que lo de Eva y las cientos de Eva es el testimonio de la resistencia humana.
Y que se enteren que a ellas -durante décadas- le pusieron un grillo a media pierna, la condenaron a vivir a medias, le escondieron la paz y la sonrisa, le vendieron la luna y la noche y la tuvieron las manos ocupadas. Pero siguieron caminando. Le pusieron las piedras por delante, le taparon la boca por si acaso, le abrieron una herida por la espalda y le sumaron olvido a la condena. Y continuaron. Que comprendan, que, fueron obligadas, casi de manera demoníaca, a ser más fuertes de lo que eran.
Y allí andan con su atrevido miedo, con una vieja canción en los labios y que sus piernas fuertes arrastran raíces todavía prontas a sentir; cambiando comodidad indolente por riesgo vital.
Sabina las volvió canción; Bukowski les escribió un libro, Da Vinci les dibujó una sonrisa eterna; Neruda las convirtió en un poema; el Marqués de Sade las volvió una tentación; la guerra entre Esparta y Troya fue por Elena, Napoleón, en el medio de sus conquistas, le escribía a Josefina; Poe se volvió loco por Leonora y Dante cruzó el infierno por Beatriz. Varias religiones las acusan del pecado original y le echan la culpa de la expulsión del paraíso cuando en realidad son diosas. El Taj Mahal se erigió en su honor; huracanes y flores llevan su nombre y dan vida. Y nosotros, ¿Pretendemos negarle su legítimo derecho de jugar al fútbol?. Hay que ser muy imbécil, inútil o mala leche o todo a la vez para quererlo.
Respuestas
En los pies de Eva -y de las cientos de ella- están las respuestas, en aquel puño revoleado en el aire, -típico gesto de arenga y aprobación, para los demás o para sí misma-, está el sustento cierto de la esperanza.
Casi un resumen perfecto de una verdad sin contraseñas, solo la omnipotencia y la alarmante pérdida de contacto con la realidad podrán derribar algo que se viene. Inexorablemente. Por poco tiempo.
Porque a ellas nadie les regaló la suerte que dicen tener. A Eva. Y a las cientos de Eva. Las de ayer, las de hoy y siempre. La primera y la última. Mujer.
La falta de empatía no requiere demasiado análisis. Con ella, sólo queda la desesperación muda. Sin esa falta, se tendrá claro, muy en claro, que el fútbol no es de ellos; al menos no sólo de ellos. Es también de ellas. Sin el soborno del cielo ni la amenaza del infierno.