05 AGO 2024 - 9:49 | Actualizado 12 AGO 2024 - 10:16

Por Juan Bigrevich
Podcast: Paloma Caria
Diseño: Marcelo Maidana

Prisioneros, uno del otro… hasta después de la muerte

Fue una pasión romántica. Y trágica. La del Pancho y la Delfina. Cumplió todos los requisitos de una novela. De ficción, que no lo fue. El legendario amor entre el héroe y su cautiva. Uno muere joven, la otra -fatal y enigmática-, se deja morir. Una víctima inocente de ese febril amor y un judas. Por ambición y despecho ante el rechazo. Está el Pancho y la Delfina. Y están la Norberta y el Lucio. Ramirez, Ella; Calvento y Mansilla. Y varios actores secundarios, con influencias en esta historia. De un amor entre enemigos. Entre un príncipe y su cenicienta. Que ignora bandos y jerarquías, que rompe convenciones y que lleva su desafío hasta el final. Fatídico.

Pancho fue Francisco Ramírez, el Supremo Entrerriano, caudillo y líder de la revolución de los pueblos de la Mesopotamia, tanto que armó la República de Entre Ríos, tierra donde nació. El Pancho peleó con Artigas y los caudillos del litoral contra el poder omnipresente porteño. Ganó y perdió. Más ganó. Eran las primeras décadas del siglo 19. Con un ejército disciplinado, fue admirado por propios y ajenos. Y envidiado. Fue dueño de su región y paró intentonas de Buenos Aires y portuguesas. Tuvo la gloria militar en Cepeda y la civil en Pilar. Y horrorizó a los centralistas cuando ató su caballo a las rejas que rodeaban la pirámide de Mayo para estacionar su matungo. Igual que otro entrerriano, El Justo José. Urquiza; tiempo después.

Pero no hay finales felices. Se abrió de Artigas y sus antiguos aliados -como López y Bustos- lo dejaron sólo, quienes “sacrificaron sus principios, por las pingües achuras de las vacas de Rosas”.

La Delfina, se dice María Delfina Menchaca, fue una cautiva brasileña o portuguesa, pelirroja, que peleó con él, junto a él, vestida con uniforme de dragona y luego que él la rescatara en Paysandú. Nunca se supo si venía de una familia aristocrática, si era la hija bastarda de un alto funcionario o simplemente una soldadera. Y que combatió al lado del panza verde, lo que a la postre fue su perdición. Tanto que no sólo abandonó en el altar a Norberta Calvento, la fija de un casamiento top entrerriano.

Solito y solo y traicionado por su último compinche llamado Lucio Mansilla, el Pancho terminó intentando llegar a Santiago del Estero, pero en Córdoba debió combatir durante horas contra las fuerzas de López y de Bustos, que lo superaban en número. En desventaja, intentó huir, cuando se percató que la Delfina había sido capturada por el enemigo. Entonces, sin pensarlo, lanza en mano, arremetió solo contra el grupo que retenía a su mujer. Rodeado por soldados enemigos, lo mataron de un balazo en el pecho. Su caballo siguió cabalgando un trecho largo con su cuerpo inerte envuelto en un poncho rojo. El, logró su cometido, la Delfina pudo escapar. Ella, no. Su hombre había muerto y decapitado fue exhibido por sus vencedores hasta el cansancio.

Delfina, con el tiempo, fue a vivir a Concepción del Uruguay, donde falleció, soltera. Igual que Norberta, que se fue a los 90 años. También soltera y vistiendo riguroso luto como esperando el regreso de Ramírez y qué como mortaja, fue enterrada con su vestido de novia, que aún conservaba. Porque así, de una u otra forma, iría, por fin, al encuentro del amor de su vida. Igual que la otra, sin confesión y sin Dios, crucificada a su pena, como abrazada a un rencor, como dice el tango.

Él. El Pancho, envuelto en polvo, fragores y bramidos, desconcertante, temible. El que ordenó el cruce del Paraná, de noche, haciendo nadar a los soldados gauchos asidos a la cola de los caballos para tomar Coronda. El, que vencía, siempre, aun con tropas diezmadas. El que confundía el sendero del enemigo, o lo apabullaba con un coraje ostentoso, hasta la última y definitiva batalla, que será también su primera derrota.

Ella. La Delfina. Amazona. Con su origen incierto, como segura su valentía, su belleza y su audacia. Vivieron un romance de novela. Donde los dos vivieron prisioneros. Uno del otro. Hasta después de la muerte.

05 AGO 2024 - 9:49

Por Juan Bigrevich
Podcast: Paloma Caria
Diseño: Marcelo Maidana

Prisioneros, uno del otro… hasta después de la muerte

Fue una pasión romántica. Y trágica. La del Pancho y la Delfina. Cumplió todos los requisitos de una novela. De ficción, que no lo fue. El legendario amor entre el héroe y su cautiva. Uno muere joven, la otra -fatal y enigmática-, se deja morir. Una víctima inocente de ese febril amor y un judas. Por ambición y despecho ante el rechazo. Está el Pancho y la Delfina. Y están la Norberta y el Lucio. Ramirez, Ella; Calvento y Mansilla. Y varios actores secundarios, con influencias en esta historia. De un amor entre enemigos. Entre un príncipe y su cenicienta. Que ignora bandos y jerarquías, que rompe convenciones y que lleva su desafío hasta el final. Fatídico.

Pancho fue Francisco Ramírez, el Supremo Entrerriano, caudillo y líder de la revolución de los pueblos de la Mesopotamia, tanto que armó la República de Entre Ríos, tierra donde nació. El Pancho peleó con Artigas y los caudillos del litoral contra el poder omnipresente porteño. Ganó y perdió. Más ganó. Eran las primeras décadas del siglo 19. Con un ejército disciplinado, fue admirado por propios y ajenos. Y envidiado. Fue dueño de su región y paró intentonas de Buenos Aires y portuguesas. Tuvo la gloria militar en Cepeda y la civil en Pilar. Y horrorizó a los centralistas cuando ató su caballo a las rejas que rodeaban la pirámide de Mayo para estacionar su matungo. Igual que otro entrerriano, El Justo José. Urquiza; tiempo después.

Pero no hay finales felices. Se abrió de Artigas y sus antiguos aliados -como López y Bustos- lo dejaron sólo, quienes “sacrificaron sus principios, por las pingües achuras de las vacas de Rosas”.

La Delfina, se dice María Delfina Menchaca, fue una cautiva brasileña o portuguesa, pelirroja, que peleó con él, junto a él, vestida con uniforme de dragona y luego que él la rescatara en Paysandú. Nunca se supo si venía de una familia aristocrática, si era la hija bastarda de un alto funcionario o simplemente una soldadera. Y que combatió al lado del panza verde, lo que a la postre fue su perdición. Tanto que no sólo abandonó en el altar a Norberta Calvento, la fija de un casamiento top entrerriano.

Solito y solo y traicionado por su último compinche llamado Lucio Mansilla, el Pancho terminó intentando llegar a Santiago del Estero, pero en Córdoba debió combatir durante horas contra las fuerzas de López y de Bustos, que lo superaban en número. En desventaja, intentó huir, cuando se percató que la Delfina había sido capturada por el enemigo. Entonces, sin pensarlo, lanza en mano, arremetió solo contra el grupo que retenía a su mujer. Rodeado por soldados enemigos, lo mataron de un balazo en el pecho. Su caballo siguió cabalgando un trecho largo con su cuerpo inerte envuelto en un poncho rojo. El, logró su cometido, la Delfina pudo escapar. Ella, no. Su hombre había muerto y decapitado fue exhibido por sus vencedores hasta el cansancio.

Delfina, con el tiempo, fue a vivir a Concepción del Uruguay, donde falleció, soltera. Igual que Norberta, que se fue a los 90 años. También soltera y vistiendo riguroso luto como esperando el regreso de Ramírez y qué como mortaja, fue enterrada con su vestido de novia, que aún conservaba. Porque así, de una u otra forma, iría, por fin, al encuentro del amor de su vida. Igual que la otra, sin confesión y sin Dios, crucificada a su pena, como abrazada a un rencor, como dice el tango.

Él. El Pancho, envuelto en polvo, fragores y bramidos, desconcertante, temible. El que ordenó el cruce del Paraná, de noche, haciendo nadar a los soldados gauchos asidos a la cola de los caballos para tomar Coronda. El, que vencía, siempre, aun con tropas diezmadas. El que confundía el sendero del enemigo, o lo apabullaba con un coraje ostentoso, hasta la última y definitiva batalla, que será también su primera derrota.

Ella. La Delfina. Amazona. Con su origen incierto, como segura su valentía, su belleza y su audacia. Vivieron un romance de novela. Donde los dos vivieron prisioneros. Uno del otro. Hasta después de la muerte.


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