19 ABR 2024 - 13:16 | Actualizado 17 MAY 2024 - 15:05

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

Podcast : Paloma Caria

La llamaron así. Ellos. Los invisibles. Los tachados y ocultos. Los condenados. A una muerte segura. Nació con un apellido dificilísimo: Irena Krzyzanjowska. Se la conoció como Irena Sendler. Polaca. Y Enfermera. Pero, ellos, la llamaron Jolanta. Los condenados. Y salvó más de 2.500 bebés y niños polacos judíos que los sacaba del horror que significaba el guetto de Varsovia. Allá, por la segunda guerra mundial cuando el nazismo hincaba sus dientes por todo el continente europeo. Aprovechando un puesto en el servicio social del municipio de Varsovia y el temor teutón ante el contagio del tifus en un sector hacinado de medio millón de personas. Irena o Jolanta armó un ejército de 24 mujeres y sólo un hombre para salvar a cientos de miles de bebés y niños. Le importó un carajo que fueron judíos.

Ella, católica, confeccionó una red con centros de su culto y envió a esos niños a orfanatos o familias con nueva identificación. Los sacaba como podía. Sedados, callados y ocultos. Inventándoles historias o cuentos para escapar, como el de la maravillosa "la vida es bella". En el fondo de una ambulancia, por las cloacas o en un ataúd, en una bolsa de papas o en cajas de herramientas. No importaba. Hasta un cargamento de ladrillos era una vía de escape para el futuro. En un año y medio.

Por supuesto, la delataron. En octubre del 43, a los 29, la encarcelaron, la torturaron, la rompieron sus dos piernas y sus pies y le dejaron marcas en todo su cuerpo.
No habló. Ni una vocal, dijo. Los alemanes la condenaron a muerte, pero horas antes de su fusilamiento, la Zegota polaca sobornó a un soldado alemán para que escapara y pasara a la clandestinidad, pero viva. Ya era leyenda entre su gente.


Terminaba la guerra fue ocultada y perseguida por la policía comunista polaca; tanto que hasta perdió un bebé por el acoso. Uno de ella. Y su historia se hizo olvido.
Medio siglo después, cuatro alumnas de una escuela secundaria de Kansas pusieron en escena una obra teatral llamada "La vida en un tarro". Y hablaron sobre ella. Y sin querer queriendo, la historia se hizo viral. De manera extraordinaria, la verdad salió a la luz y se replicó por todos lados. Muchos de los niños salvados, reconocieron su cara. Y su voz arrullándolos mientras los sacaba de un final brutal.

Fue condecorada por el gobierno polaco y el de Israel y perdió a manos del yanki Al Gore el Nobel de la Paz, como marcando que el Nobel no tiene mucho de noble.

"Cada niño salvado con mi ayuda fue la justificación de mi existencia en la tierra y no un título para recibir la gloria", sentenció cuando le preguntaron sobre ese Nobel no tan noble. Se fue a los 98 años. Hace 12. Junto a dos cubos con todos los datos guardados de sus niños salvados a los que había enterrado por si algo le pasara. Jolanta. Simplemente, una enfermera. O ¿Cómo decirlo? Muchos ovarios. Muchos. Pero, muchos.

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19 ABR 2024 - 13:16

Por Juan Miguel Bigrevich / Redacción Jornada

Podcast : Paloma Caria

La llamaron así. Ellos. Los invisibles. Los tachados y ocultos. Los condenados. A una muerte segura. Nació con un apellido dificilísimo: Irena Krzyzanjowska. Se la conoció como Irena Sendler. Polaca. Y Enfermera. Pero, ellos, la llamaron Jolanta. Los condenados. Y salvó más de 2.500 bebés y niños polacos judíos que los sacaba del horror que significaba el guetto de Varsovia. Allá, por la segunda guerra mundial cuando el nazismo hincaba sus dientes por todo el continente europeo. Aprovechando un puesto en el servicio social del municipio de Varsovia y el temor teutón ante el contagio del tifus en un sector hacinado de medio millón de personas. Irena o Jolanta armó un ejército de 24 mujeres y sólo un hombre para salvar a cientos de miles de bebés y niños. Le importó un carajo que fueron judíos.

Ella, católica, confeccionó una red con centros de su culto y envió a esos niños a orfanatos o familias con nueva identificación. Los sacaba como podía. Sedados, callados y ocultos. Inventándoles historias o cuentos para escapar, como el de la maravillosa "la vida es bella". En el fondo de una ambulancia, por las cloacas o en un ataúd, en una bolsa de papas o en cajas de herramientas. No importaba. Hasta un cargamento de ladrillos era una vía de escape para el futuro. En un año y medio.

Por supuesto, la delataron. En octubre del 43, a los 29, la encarcelaron, la torturaron, la rompieron sus dos piernas y sus pies y le dejaron marcas en todo su cuerpo.
No habló. Ni una vocal, dijo. Los alemanes la condenaron a muerte, pero horas antes de su fusilamiento, la Zegota polaca sobornó a un soldado alemán para que escapara y pasara a la clandestinidad, pero viva. Ya era leyenda entre su gente.


Terminaba la guerra fue ocultada y perseguida por la policía comunista polaca; tanto que hasta perdió un bebé por el acoso. Uno de ella. Y su historia se hizo olvido.
Medio siglo después, cuatro alumnas de una escuela secundaria de Kansas pusieron en escena una obra teatral llamada "La vida en un tarro". Y hablaron sobre ella. Y sin querer queriendo, la historia se hizo viral. De manera extraordinaria, la verdad salió a la luz y se replicó por todos lados. Muchos de los niños salvados, reconocieron su cara. Y su voz arrullándolos mientras los sacaba de un final brutal.

Fue condecorada por el gobierno polaco y el de Israel y perdió a manos del yanki Al Gore el Nobel de la Paz, como marcando que el Nobel no tiene mucho de noble.

"Cada niño salvado con mi ayuda fue la justificación de mi existencia en la tierra y no un título para recibir la gloria", sentenció cuando le preguntaron sobre ese Nobel no tan noble. Se fue a los 98 años. Hace 12. Junto a dos cubos con todos los datos guardados de sus niños salvados a los que había enterrado por si algo le pasara. Jolanta. Simplemente, una enfermera. O ¿Cómo decirlo? Muchos ovarios. Muchos. Pero, muchos.


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