La trama oculta de las amenazas, los acosos y los abusos en el Regimiento de Esquel

Matías Castro Ramos era el segundo jefe de esa unidad militar y les pedía sexo a las soldados voluntarias a cambio de hacerlas ingresar a la Escuela de Suboficiales. Nadie en la Unidad las ayudó. La presión que sufrieron les marcó la vida pero decidieron denunciarlo y terminó con una dura condena.

Retirado. Castro Ramos en una postal de las audiencias que lo tuvieron como protagonista y donde sus amenazas y presiones se acreditaron.
29 OCT 2023 - 20:28 | Actualizado 29 OCT 2023 - 20:32

Por Rolando Tobarez / @rtobarez

Tené cuidado con el segundo jefe”. Eso les advertían a las soldados voluntarias que ingresaban al Regimiento de Caballería de Exploración 3 “Coraceros General Pacheco” del Ejército Argentino en Esquel. El segundo jefe era el mayor Matías Castro Ramos, licenciado en Administración de Empresas.

No era uno más. Se imponía, era severo, su presencia impactaba. Era célebre por su experiencia en el exterior. Tenía todo para ser admirado y respetado por las jóvenes.

Pero en lugar de ser ejemplo de superación, terminó condenado a 6 años de prisión por pedirles sexo a las voluntarias a cambio de ayudarlas a ingresar a la Escuela de Suboficiales. Fue un fallo histórico.

El Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia consideró acreditadas sus amenazas contra 3 voluntarias. Su abuso de autoridad les marcó la vida: terminaron envueltas en llanto, ataques de pánico, miedo, angustia. Como los otros jefes fueron indiferentes, lo denunciaron ellas mismas, poniendo en riesgo su empleo.

Andrea

La primera presentación fue de Andrea. En 2017 había ingresado al Ejército como soldado voluntario. Tenía 21 años. Había sido mamá a los 18 y su hijo tenía 3. El papá no los ayudaba. Necesitaba el trabajo y le gustaba el Ejército.

Desde un primer momento las compañeras le pidieron tener cuidado con el 2º jefe. Desde su ingreso al Casino de Oficiales del Regimiento como moza y mucama el mayor la acosaba y le miraba el cuerpo insinuándole que le gustaba.

La tarde del 24 de febrero de 2018 había un asado de oficiales y sus familias en el quincho del Casino.

Andrea estaba de turno, sola. Castro Ramos lo sabía. Al verlo se fue a la cocina. La siguió. Le preguntó cómo estaba, si lo buscaba en Facebook, y la miró de modo incómodo. Ella se incomodó e intentó distraerse con su celular.

“Vení”, le dijo para que fueran al baño. Andrea pensaba que iba a pasar revista. Nadie podía verlos. Le preguntó por qué se ponía nerviosa cada vez que lo veía, le contestó que era jefe y ella voluntaria. Él preguntó si estaba segura si “había posibilidad”. Ella respondió que no. Castro Ramos le advirtió que no ceder le iba a causar consecuencias negativas.

Le iba a dar un mejor puesto e “iba a tocar el cielo”. Pero “él no daba segundas oportunidades”, y “sí o sí tenía que decir que sí”.

A los diez minutos el mayor insistió en si “quería estar con él” y terminó la conversación diciéndole: “¿Segura que no hay posibilidad?, muchas quieren pero nadie puede, si estás conmigo podés tener ventajas y sino atenete a las consecuencias, porque sabés bien como yo trato a los que se llevan mal conmigo”.

Cuando todos se fueron del almuerzo, le envió un mensaje privado por Facebook extra laboral. Sólo decía “.”. No contestó.

Quiebre

Fue el quiebre: comenzó a hostigarla con maltratos y gritos delante del personal militar. La humillaba públicamente con comentarios. “¿En qué está pensando? ¿En las pelotas de San Pedro?”, le dijo frente a todos cuando no supo contestar una pregunta. Castro Ramos buscaba su vergüenza para que pidiera la baja. La ponía muy nerviosa.

Andrea comenzó a desmayarse en la formación diaria por la baja presión. Un certificado médico la eximió pero igual la obligó a formar. Hasta que un día se desvaneció y debieron llevarla en ambulancia a sanidad.

Asustada, la soldado se lo contó con mensajes y audios a sus compañeras. “Vino y se me tiró”, dijo. Todas sabían que la buscaba. “La tenía fichada”, dice la causa.

La notaron muy asustada, lloraba desconsoladamente y se ponía muy nerviosa o incluso bloqueada o paralizada en presencia del mayor. Los testimonios coincidieron: a Andrea la describieron en shock porque le había dicho que era “la última oportunidad que le daba para pensar si quería estar con él”.
En una ocasión el mayor -de civil- hacía un control de rutina en el Casino. “Tengo una trampa para ver si en el baño femenino limpian”, le dijo y la llevó. Solos, le pidió que le sostuviera sus anteojos y luego los tomó acariciándole la mano mientras le preguntaba por qué no lo miraba a los ojos. Ya no quería quedarse sola en el Casino ni ver a Castro Ramos porque la alteraba.

Según el informe del Servicio de Asistencia a la Víctima del Delito, la víctima “tenía un evidente estado de angustia”. Tuvo ataques de pánico. Según los registros médicos, eran síntomas de acoso y estrés post trauma. Se le diagnosticó un trastorno adaptativo con depresión y ansiedad, vinculados a un “problema laboral”.

El cuadro incluyó trastornos alimentarios y de sueño, y taquicardias. Era posible un Trastorno de Estrés Agudo. No era tanto la gravedad de los hechos sino su repetición, que dañó su autoestima. Su psicóloga asentó que no estaba en condiciones de trabajar.

No era sólo malestar laboral: el hostigamiento era con su condición de mujer, las referencias eran por linda y atractiva, de parte de un superior que la degradaba como forma de violencia psicológica. La dejaba sin salida por no saber qué hacer cada día laboral.

Lucas Gallardo era soldado voluntario y pareja de Andrea. La recordó deprimida, no disfrutaba de ir al trabajo. Estaba en un pozo negro. “Se quedó sin nada sólo porque se valió como mujer, no quiso acostarse con el degenerado y él no se la bancó”. Su novia se sentía intimidada, triste y desprotegida.

Charla grabada

Gallardo grabó y presentó en el juicio una charla con Castro Ramos donde el mayor lo amenazó con la baja, celoso de la pareja. Le advertía que quedaría fuera del Ejército si se metía con las mujeres del Regimiento, en especial ella. Le exigió alejarse.

El audio se reprodujo en la audiencia y el reto de Castro Ramos excede el tono de una autoridad militar: lo trata de “pijindrin”, “latin lover”, “boludo” y “pelotudo”.

Leandro Javier Ahumada, a cargo del Casino y superior directo de Andrea, debió decirle que cuando viniera el mayor, se escondiera, que lo evitara. Y si noviaba con Gallardo, que no los vieran.

La víctima declaró que el mayor la trataba mal “porque no quiso ser la amante y que ella se lo podía bancar, pero iba a llegar otra que no lo iba a bancar”. Estaba orgullosa de su denuncia: “Estaba acostumbrado a hacer lo que quería; sigue por sus dos hijos y se pregunta si otra no es tan fuerte y se mata, o algo peor, o se iba y esto seguía. Quiere creer que la gente como él no tiene todo comprado, que el uniforme no le permite hacer lo que quiere”. No tuvo contención psicológica en el Regimiento ni otra medida concreta.

Efectuada la denuncia, se liberó y mejoró su estado clínico.

Además de los 6 años, Castro Ramos no podrá salir de Esquel ni contactar a las víctimas por ningún medio ni acercarse a menos de 300 metros. Entregó sus armas, se quedará en su domicilio de 20 a 8 y se presentará en la Delegación de la Policía Federal de Esquel lunes, miércoles y viernes.

Al fallo lo firmaron Ana María D´Alessio, Mario Reynaldi y Luis Giménez, que declararon los hechos como discriminatorios en contra de la mujer y cometidos en un contexto de violencia de género.

* Los nombres de las denunciantes se modificaron para proteger su privacidad.

Otra soldado acosada

Rita ingresó como soldado voluntaria a los 18 años. Alquilaba sola en Esquel porque su familia vivía en Trevelin. Entró al Ejército como salida laboral, era soltera y se hacía cargo de una tía con discapacidad.

Testimonio. Castro Ramos intentó defenderse al declarar en el juicio oral y público realizado en Esquel.

Una noche de 2016 estaba en un ejercicio nocturno en una carpa junto con otra compañera y Matías Castro Ramos. Debían ponerle leña a la estufa, hacerle café o poner luz. En un momento su compañera quedó afuera y él le preguntó a Rita si quería ir a la Escuela de Suboficiales, mientras le hacía una seña para insinuarse porque “la podía ayudar”. Se puso nerviosa y se alejó.

En la carpa les habló de forma incorrecta para su jerarquía: se reía, cambiaba el tono y les dijo que si hacían lo que “ellas ya sabían” iban a poder acceder a la Escuela. Incómodas, se negaron. Le tenían miedo y respeto.

Acudieron al jefe de la Sección Comunicaciones, sargento ayudante Abel Herrera, que pasaba con su jeep. Salieron de la carpa con la excusa de ir al baño porque el acusado les decía cosas desubicadas y se tocaba los genitales. Estaban mal y tristes.

Herrera a su vez avisó a la responsable de la Sección Arsenales del Escuadrón, teniente primera Patricia Haedo, que se las llevó de la carpa. “Estaban muy nerviosas y le comentaron que hubo roces impropios con las piernas de una. La forma en que las hacía poner para mirarles la cola cuando ponían leña, es mujer y se da cuenta por la forma de hablar, la cara, los ojos”.

Los jueces destacaron a Herrera por su sensibilidad. Él declaró que actuó así porque tiene hijas. Estaba preocupado por la integridad y seguridad de las mujeres. En cuanto a Haedo, que las sacó de la carpa, “no naturalizó, minimizó, ni ignoró lo que pasaba, como otros oficiales y suboficiales. A diferencia de aquellos, se hizo cargo de la situación”.

Castro Ramos comenzó a enviarle a Rita mensajes privados por Facebook halagando su foto de perfil. Ante la falta de respuesta le escribió: “Por qué no me contesta soldado”, reasumiendo su rol jerárquico.

Empezó a ser más riguroso en público -la maltrataba, le llamaba la atención y la castigaba- pero en privado usaba un tono conciliador para convencerla.
Otra noche en el Puesto de Guardia 3 en el invierno de 2017, el mayor y un suboficial mayor revisaban puesto por puesto. Controlaron dos pero al llegar al de Rita, Castro Ramos le pidió al suboficial adelantarse al siguiente puesto, a 50 metros.

Ya solo con Rita dos veces la hizo arrastrarse cuerpo a tierra a la intemperie y en un charco helado. Se empapó hasta el final de la guardia. El imputado le dijo: “¿Usted sabe por qué la hago alistarse dos veces? Porque usted se me niega mucho, uno trata de darle una mano para que pueda hacer lo que usted quiere, pero se niega a hacer lo que se tiene que hacer”. La hostigaba porque sabía que estaba interesada en ingresar a la Escuela. Por los nervios Rita olvidó el “santo y seña”.

Luego de un rato, el mayor reunió a toda la guardia, les explicó cómo era el alistamiento y le ordenó a ella ejecutar el ejercicio recorriendo 30 metros. No era una práctica habitual. El mayor envió al resto a descansar. Rita estaba ofuscada y con bronca, cansada del hostigamiento. Sólo en ese momento el otro militar advirtió lo extraño del pedido de dejarlo solo con Rita.

Rita les contó estas insinuaciones a varios en el Regimiento. En 2017 en una reunión de superiores, les contó que como ella se negaba, “se había presentado a comprobarla en la guardia y le había hecho hacer ejercicios para vengarse”.

Estaba harta del acoso: Castro Ramos le hacía propuestas sexuales mientras se tocaba. Recibía mensajes muy temprano: “Hola, buen día, ¿cómo está?”. Un testigo declaró que un superior no se dirige así a una soldado. “Se notaba el miedo que le tiene y que cada vez que lo ve, se pone muy nerviosa”, dice en la causa.

Rita quería la carrera militar y tenía el puntaje máximo, pero la dejó por este acoso. Quería estar en terreno y Castro Ramos lo sabía. Por eso le reprochó haber revelado el episodio de la carpa. Si no le mandaba una foto en ropa interior, la cambiaría de puesto. Ella cumplió. Pero se le apareció en una oficina y la amenazó con difundir la foto. Ella le gritó que le iba a contar a su mujer y salió corriendo llorando.

El Tribunal notó que Rita declaró “con congoja, culpa y vergüenza”. El hecho condicionó tanto su vida que nunca se lo contó ni a su padre ni a su pareja. Les dijo que iba a un juicio pero por otras mujeres. No supieron que ella también era víctima.

Una voluntaria entre“el cielo y el inferno “

Denise se había incorporado muy joven. Una noche de 2017 era soldado voluntaria de refuerzo de turno en el Casino. Volvía tras limpiar una cabaña y se cruzó a Matías Castro Ramos, que le dijo: “Sabés que conmigo podés tocar el cielo o el infierno”. Le solicitó amistad por Facebook y comenzó a mandarle mensajes preguntándole cómo estaba y las novedades del Casino. La llamaba al celular. No prestó atención. Por WhatsApp, el imputado le preguntó por qué no lo atendía.

Una noche el militar le pidió que lo acompañara a pasar revista al Casino. En el recorrido por las habitaciones del exterior la arrinconó en un baño. Le dijo que no se hiciera problema porque nadie se iba a enterar. Ella gritó, él retrocedió y la dejó salir.

Denise se lo comentó a otra soldado y le mostró los mensajes. Creía que el mayor se había enojado por no contestar los mensajes de Facebook. Pero su compañera le dijo que era incorrecto y que debía pasar la novedad.

La denunciante se fue a terminar su trabajo a una cabaña. Volvió el mayor, que había escuchado la charla con la otra soldado. Le repitió “el cielo o el infierno” y le borró los mensajes de WhatsApp y Facebook.

Castro Ramos le enviaba mensajes con cosas extra laborales. “No correspondían y tenía miedo de tener algún problema”, testimonió. Constan las capturas de pantalla desde el mismo perfil que le escribía a Andrea, la primera soldado denunciante. “Buscó generar un vínculo informal e incluso le facilitó su celular personal”, dice la causa.

El imputado estaba especialmente interesado en saber si Denise estaba en el Casino: “Disculpe el medio de comunicación, buenas tardes, cómo va el trabajo en el Casino?”, “Y?”; “Estás de turno?”, “Bue...”, “Ok te paso mi celular y que no se difunda por cualquier cosa que necesites, es de Movistar jajaj no te sale crédito, cualquier novedad de ese Casino avíseme”, “Ya te agendé!”, “Avise cuando podemos hablar del casino sin causarle problemas”.

En una ocasión el teniente 1º jefe del Escuadrón le dijo que la iba sancionar. Pero a la media hora se presentó Castro Ramos: podía sacarle la sanción si ella entregaba “algo” a cambio.

La notaban nerviosa, incómoda. Iba de un lado al otro “sin saber qué hacer”.

En 2017 Denise pidió irse al Liceo Militar General Roca de Comodoro Rivadavia. Se sentía perseguida. Prefería mudarse y “no negociar su cuerpo”.
Denise no estuvo en el juicio.

Conclusiones de los jueces

El Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia concluyó que el mayor Matías Castro Ramos intentó quebrar a jóvenes vulnerables con amenazas de sacarlas del puesto que querían para llevarlas a lugares vistos como un castigo o cortar su carrera militar. Las doblaba en edad.

Según informes psicológicos del Programa Especial para la Atención a Víctimas de Violencia de Género, las voluntarias fueron manipuladas por el agresor, nadie en el Regimiento intervino y la institución normalizó la situación.

Una copia del fallo se envió al Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad de la Nación y al área de Víctimas del Ministerio Público Fiscal, para que articulen con Provincia y Municipalidad medidas de protección y reparación integral con participación de cada involucrada.

Otra copia al ministro de Defensa de la Nación y al jefe del Ejército Argentino para que adopten las medidas de prevención y capacitación para evitar la reiteración de conductas.

Al evaluar a Castro Ramos, los jueces advirtieron: “El profesionalismo de un integrante del Ejército Argentino se construye no sólo con habilidades y destrezas técnicas sino fundamentalmente por el respeto al otro y una ética intachable”.

El mayor desvalorizaba a las soldados. “Desnaturalizó el sano ejercicio del mando para satisfacer sus deseos sexuales. Mostró una autopercepción distante y de superioridad”, dice la sentencia. En público ejercía un mando firme y justo. En privado con las voluntarias lo usaba para ganar su confianza y pasar a las amenazas.

El mayor dificultó el trabajo del Regimiento. La tensión afectó al cuadro de Suboficiales y Oficiales ya que su maltrato se trasformó en la forma de conducirse con los demás. Causó secuelas que aún perduran en las mujeres que vieron trunco su proyecto de vida.

Siempre clandestino, Castro Ramos las atacaba cuando estaban solas en la cabaña, el casino, el baño, la guardia, lejos de sus compañeros, amistades u otros soldados.

Negando la igualdad entre hombre y mujeres, redujo a las jóvenes a una condición inferior ignorando su voluntad, su libertad, su dignidad. Estaban incrédulas y desilusionadas.

En Esquel el Regimiento ocupa un lugar relevante para jóvenes que buscan trabajo y progreso. Las víctimas tenían hijos que mantener y veían los uniformes con admiración. Necesitaban plata o sentían vocación militar. Testimoniaron que servir al otro, formar, cargar un arma, salir al terreno o una canción patria las conmovía.

Superaron tres duros meses de instrucción en combate y formación militar para incorporarse al Regimiento. Ya no soportaban al mayor pero se habían ganado un lugar que no querían resignar. El progreso era rendir para la Escuela de Suboficiales.#

Retirado. Castro Ramos en una postal de las audiencias que lo tuvieron como protagonista y donde sus amenazas y presiones se acreditaron.
29 OCT 2023 - 20:28

Por Rolando Tobarez / @rtobarez

Tené cuidado con el segundo jefe”. Eso les advertían a las soldados voluntarias que ingresaban al Regimiento de Caballería de Exploración 3 “Coraceros General Pacheco” del Ejército Argentino en Esquel. El segundo jefe era el mayor Matías Castro Ramos, licenciado en Administración de Empresas.

No era uno más. Se imponía, era severo, su presencia impactaba. Era célebre por su experiencia en el exterior. Tenía todo para ser admirado y respetado por las jóvenes.

Pero en lugar de ser ejemplo de superación, terminó condenado a 6 años de prisión por pedirles sexo a las voluntarias a cambio de ayudarlas a ingresar a la Escuela de Suboficiales. Fue un fallo histórico.

El Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia consideró acreditadas sus amenazas contra 3 voluntarias. Su abuso de autoridad les marcó la vida: terminaron envueltas en llanto, ataques de pánico, miedo, angustia. Como los otros jefes fueron indiferentes, lo denunciaron ellas mismas, poniendo en riesgo su empleo.

Andrea

La primera presentación fue de Andrea. En 2017 había ingresado al Ejército como soldado voluntario. Tenía 21 años. Había sido mamá a los 18 y su hijo tenía 3. El papá no los ayudaba. Necesitaba el trabajo y le gustaba el Ejército.

Desde un primer momento las compañeras le pidieron tener cuidado con el 2º jefe. Desde su ingreso al Casino de Oficiales del Regimiento como moza y mucama el mayor la acosaba y le miraba el cuerpo insinuándole que le gustaba.

La tarde del 24 de febrero de 2018 había un asado de oficiales y sus familias en el quincho del Casino.

Andrea estaba de turno, sola. Castro Ramos lo sabía. Al verlo se fue a la cocina. La siguió. Le preguntó cómo estaba, si lo buscaba en Facebook, y la miró de modo incómodo. Ella se incomodó e intentó distraerse con su celular.

“Vení”, le dijo para que fueran al baño. Andrea pensaba que iba a pasar revista. Nadie podía verlos. Le preguntó por qué se ponía nerviosa cada vez que lo veía, le contestó que era jefe y ella voluntaria. Él preguntó si estaba segura si “había posibilidad”. Ella respondió que no. Castro Ramos le advirtió que no ceder le iba a causar consecuencias negativas.

Le iba a dar un mejor puesto e “iba a tocar el cielo”. Pero “él no daba segundas oportunidades”, y “sí o sí tenía que decir que sí”.

A los diez minutos el mayor insistió en si “quería estar con él” y terminó la conversación diciéndole: “¿Segura que no hay posibilidad?, muchas quieren pero nadie puede, si estás conmigo podés tener ventajas y sino atenete a las consecuencias, porque sabés bien como yo trato a los que se llevan mal conmigo”.

Cuando todos se fueron del almuerzo, le envió un mensaje privado por Facebook extra laboral. Sólo decía “.”. No contestó.

Quiebre

Fue el quiebre: comenzó a hostigarla con maltratos y gritos delante del personal militar. La humillaba públicamente con comentarios. “¿En qué está pensando? ¿En las pelotas de San Pedro?”, le dijo frente a todos cuando no supo contestar una pregunta. Castro Ramos buscaba su vergüenza para que pidiera la baja. La ponía muy nerviosa.

Andrea comenzó a desmayarse en la formación diaria por la baja presión. Un certificado médico la eximió pero igual la obligó a formar. Hasta que un día se desvaneció y debieron llevarla en ambulancia a sanidad.

Asustada, la soldado se lo contó con mensajes y audios a sus compañeras. “Vino y se me tiró”, dijo. Todas sabían que la buscaba. “La tenía fichada”, dice la causa.

La notaron muy asustada, lloraba desconsoladamente y se ponía muy nerviosa o incluso bloqueada o paralizada en presencia del mayor. Los testimonios coincidieron: a Andrea la describieron en shock porque le había dicho que era “la última oportunidad que le daba para pensar si quería estar con él”.
En una ocasión el mayor -de civil- hacía un control de rutina en el Casino. “Tengo una trampa para ver si en el baño femenino limpian”, le dijo y la llevó. Solos, le pidió que le sostuviera sus anteojos y luego los tomó acariciándole la mano mientras le preguntaba por qué no lo miraba a los ojos. Ya no quería quedarse sola en el Casino ni ver a Castro Ramos porque la alteraba.

Según el informe del Servicio de Asistencia a la Víctima del Delito, la víctima “tenía un evidente estado de angustia”. Tuvo ataques de pánico. Según los registros médicos, eran síntomas de acoso y estrés post trauma. Se le diagnosticó un trastorno adaptativo con depresión y ansiedad, vinculados a un “problema laboral”.

El cuadro incluyó trastornos alimentarios y de sueño, y taquicardias. Era posible un Trastorno de Estrés Agudo. No era tanto la gravedad de los hechos sino su repetición, que dañó su autoestima. Su psicóloga asentó que no estaba en condiciones de trabajar.

No era sólo malestar laboral: el hostigamiento era con su condición de mujer, las referencias eran por linda y atractiva, de parte de un superior que la degradaba como forma de violencia psicológica. La dejaba sin salida por no saber qué hacer cada día laboral.

Lucas Gallardo era soldado voluntario y pareja de Andrea. La recordó deprimida, no disfrutaba de ir al trabajo. Estaba en un pozo negro. “Se quedó sin nada sólo porque se valió como mujer, no quiso acostarse con el degenerado y él no se la bancó”. Su novia se sentía intimidada, triste y desprotegida.

Charla grabada

Gallardo grabó y presentó en el juicio una charla con Castro Ramos donde el mayor lo amenazó con la baja, celoso de la pareja. Le advertía que quedaría fuera del Ejército si se metía con las mujeres del Regimiento, en especial ella. Le exigió alejarse.

El audio se reprodujo en la audiencia y el reto de Castro Ramos excede el tono de una autoridad militar: lo trata de “pijindrin”, “latin lover”, “boludo” y “pelotudo”.

Leandro Javier Ahumada, a cargo del Casino y superior directo de Andrea, debió decirle que cuando viniera el mayor, se escondiera, que lo evitara. Y si noviaba con Gallardo, que no los vieran.

La víctima declaró que el mayor la trataba mal “porque no quiso ser la amante y que ella se lo podía bancar, pero iba a llegar otra que no lo iba a bancar”. Estaba orgullosa de su denuncia: “Estaba acostumbrado a hacer lo que quería; sigue por sus dos hijos y se pregunta si otra no es tan fuerte y se mata, o algo peor, o se iba y esto seguía. Quiere creer que la gente como él no tiene todo comprado, que el uniforme no le permite hacer lo que quiere”. No tuvo contención psicológica en el Regimiento ni otra medida concreta.

Efectuada la denuncia, se liberó y mejoró su estado clínico.

Además de los 6 años, Castro Ramos no podrá salir de Esquel ni contactar a las víctimas por ningún medio ni acercarse a menos de 300 metros. Entregó sus armas, se quedará en su domicilio de 20 a 8 y se presentará en la Delegación de la Policía Federal de Esquel lunes, miércoles y viernes.

Al fallo lo firmaron Ana María D´Alessio, Mario Reynaldi y Luis Giménez, que declararon los hechos como discriminatorios en contra de la mujer y cometidos en un contexto de violencia de género.

* Los nombres de las denunciantes se modificaron para proteger su privacidad.

Otra soldado acosada

Rita ingresó como soldado voluntaria a los 18 años. Alquilaba sola en Esquel porque su familia vivía en Trevelin. Entró al Ejército como salida laboral, era soltera y se hacía cargo de una tía con discapacidad.

Testimonio. Castro Ramos intentó defenderse al declarar en el juicio oral y público realizado en Esquel.

Una noche de 2016 estaba en un ejercicio nocturno en una carpa junto con otra compañera y Matías Castro Ramos. Debían ponerle leña a la estufa, hacerle café o poner luz. En un momento su compañera quedó afuera y él le preguntó a Rita si quería ir a la Escuela de Suboficiales, mientras le hacía una seña para insinuarse porque “la podía ayudar”. Se puso nerviosa y se alejó.

En la carpa les habló de forma incorrecta para su jerarquía: se reía, cambiaba el tono y les dijo que si hacían lo que “ellas ya sabían” iban a poder acceder a la Escuela. Incómodas, se negaron. Le tenían miedo y respeto.

Acudieron al jefe de la Sección Comunicaciones, sargento ayudante Abel Herrera, que pasaba con su jeep. Salieron de la carpa con la excusa de ir al baño porque el acusado les decía cosas desubicadas y se tocaba los genitales. Estaban mal y tristes.

Herrera a su vez avisó a la responsable de la Sección Arsenales del Escuadrón, teniente primera Patricia Haedo, que se las llevó de la carpa. “Estaban muy nerviosas y le comentaron que hubo roces impropios con las piernas de una. La forma en que las hacía poner para mirarles la cola cuando ponían leña, es mujer y se da cuenta por la forma de hablar, la cara, los ojos”.

Los jueces destacaron a Herrera por su sensibilidad. Él declaró que actuó así porque tiene hijas. Estaba preocupado por la integridad y seguridad de las mujeres. En cuanto a Haedo, que las sacó de la carpa, “no naturalizó, minimizó, ni ignoró lo que pasaba, como otros oficiales y suboficiales. A diferencia de aquellos, se hizo cargo de la situación”.

Castro Ramos comenzó a enviarle a Rita mensajes privados por Facebook halagando su foto de perfil. Ante la falta de respuesta le escribió: “Por qué no me contesta soldado”, reasumiendo su rol jerárquico.

Empezó a ser más riguroso en público -la maltrataba, le llamaba la atención y la castigaba- pero en privado usaba un tono conciliador para convencerla.
Otra noche en el Puesto de Guardia 3 en el invierno de 2017, el mayor y un suboficial mayor revisaban puesto por puesto. Controlaron dos pero al llegar al de Rita, Castro Ramos le pidió al suboficial adelantarse al siguiente puesto, a 50 metros.

Ya solo con Rita dos veces la hizo arrastrarse cuerpo a tierra a la intemperie y en un charco helado. Se empapó hasta el final de la guardia. El imputado le dijo: “¿Usted sabe por qué la hago alistarse dos veces? Porque usted se me niega mucho, uno trata de darle una mano para que pueda hacer lo que usted quiere, pero se niega a hacer lo que se tiene que hacer”. La hostigaba porque sabía que estaba interesada en ingresar a la Escuela. Por los nervios Rita olvidó el “santo y seña”.

Luego de un rato, el mayor reunió a toda la guardia, les explicó cómo era el alistamiento y le ordenó a ella ejecutar el ejercicio recorriendo 30 metros. No era una práctica habitual. El mayor envió al resto a descansar. Rita estaba ofuscada y con bronca, cansada del hostigamiento. Sólo en ese momento el otro militar advirtió lo extraño del pedido de dejarlo solo con Rita.

Rita les contó estas insinuaciones a varios en el Regimiento. En 2017 en una reunión de superiores, les contó que como ella se negaba, “se había presentado a comprobarla en la guardia y le había hecho hacer ejercicios para vengarse”.

Estaba harta del acoso: Castro Ramos le hacía propuestas sexuales mientras se tocaba. Recibía mensajes muy temprano: “Hola, buen día, ¿cómo está?”. Un testigo declaró que un superior no se dirige así a una soldado. “Se notaba el miedo que le tiene y que cada vez que lo ve, se pone muy nerviosa”, dice en la causa.

Rita quería la carrera militar y tenía el puntaje máximo, pero la dejó por este acoso. Quería estar en terreno y Castro Ramos lo sabía. Por eso le reprochó haber revelado el episodio de la carpa. Si no le mandaba una foto en ropa interior, la cambiaría de puesto. Ella cumplió. Pero se le apareció en una oficina y la amenazó con difundir la foto. Ella le gritó que le iba a contar a su mujer y salió corriendo llorando.

El Tribunal notó que Rita declaró “con congoja, culpa y vergüenza”. El hecho condicionó tanto su vida que nunca se lo contó ni a su padre ni a su pareja. Les dijo que iba a un juicio pero por otras mujeres. No supieron que ella también era víctima.

Una voluntaria entre“el cielo y el inferno “

Denise se había incorporado muy joven. Una noche de 2017 era soldado voluntaria de refuerzo de turno en el Casino. Volvía tras limpiar una cabaña y se cruzó a Matías Castro Ramos, que le dijo: “Sabés que conmigo podés tocar el cielo o el infierno”. Le solicitó amistad por Facebook y comenzó a mandarle mensajes preguntándole cómo estaba y las novedades del Casino. La llamaba al celular. No prestó atención. Por WhatsApp, el imputado le preguntó por qué no lo atendía.

Una noche el militar le pidió que lo acompañara a pasar revista al Casino. En el recorrido por las habitaciones del exterior la arrinconó en un baño. Le dijo que no se hiciera problema porque nadie se iba a enterar. Ella gritó, él retrocedió y la dejó salir.

Denise se lo comentó a otra soldado y le mostró los mensajes. Creía que el mayor se había enojado por no contestar los mensajes de Facebook. Pero su compañera le dijo que era incorrecto y que debía pasar la novedad.

La denunciante se fue a terminar su trabajo a una cabaña. Volvió el mayor, que había escuchado la charla con la otra soldado. Le repitió “el cielo o el infierno” y le borró los mensajes de WhatsApp y Facebook.

Castro Ramos le enviaba mensajes con cosas extra laborales. “No correspondían y tenía miedo de tener algún problema”, testimonió. Constan las capturas de pantalla desde el mismo perfil que le escribía a Andrea, la primera soldado denunciante. “Buscó generar un vínculo informal e incluso le facilitó su celular personal”, dice la causa.

El imputado estaba especialmente interesado en saber si Denise estaba en el Casino: “Disculpe el medio de comunicación, buenas tardes, cómo va el trabajo en el Casino?”, “Y?”; “Estás de turno?”, “Bue...”, “Ok te paso mi celular y que no se difunda por cualquier cosa que necesites, es de Movistar jajaj no te sale crédito, cualquier novedad de ese Casino avíseme”, “Ya te agendé!”, “Avise cuando podemos hablar del casino sin causarle problemas”.

En una ocasión el teniente 1º jefe del Escuadrón le dijo que la iba sancionar. Pero a la media hora se presentó Castro Ramos: podía sacarle la sanción si ella entregaba “algo” a cambio.

La notaban nerviosa, incómoda. Iba de un lado al otro “sin saber qué hacer”.

En 2017 Denise pidió irse al Liceo Militar General Roca de Comodoro Rivadavia. Se sentía perseguida. Prefería mudarse y “no negociar su cuerpo”.
Denise no estuvo en el juicio.

Conclusiones de los jueces

El Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia concluyó que el mayor Matías Castro Ramos intentó quebrar a jóvenes vulnerables con amenazas de sacarlas del puesto que querían para llevarlas a lugares vistos como un castigo o cortar su carrera militar. Las doblaba en edad.

Según informes psicológicos del Programa Especial para la Atención a Víctimas de Violencia de Género, las voluntarias fueron manipuladas por el agresor, nadie en el Regimiento intervino y la institución normalizó la situación.

Una copia del fallo se envió al Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad de la Nación y al área de Víctimas del Ministerio Público Fiscal, para que articulen con Provincia y Municipalidad medidas de protección y reparación integral con participación de cada involucrada.

Otra copia al ministro de Defensa de la Nación y al jefe del Ejército Argentino para que adopten las medidas de prevención y capacitación para evitar la reiteración de conductas.

Al evaluar a Castro Ramos, los jueces advirtieron: “El profesionalismo de un integrante del Ejército Argentino se construye no sólo con habilidades y destrezas técnicas sino fundamentalmente por el respeto al otro y una ética intachable”.

El mayor desvalorizaba a las soldados. “Desnaturalizó el sano ejercicio del mando para satisfacer sus deseos sexuales. Mostró una autopercepción distante y de superioridad”, dice la sentencia. En público ejercía un mando firme y justo. En privado con las voluntarias lo usaba para ganar su confianza y pasar a las amenazas.

El mayor dificultó el trabajo del Regimiento. La tensión afectó al cuadro de Suboficiales y Oficiales ya que su maltrato se trasformó en la forma de conducirse con los demás. Causó secuelas que aún perduran en las mujeres que vieron trunco su proyecto de vida.

Siempre clandestino, Castro Ramos las atacaba cuando estaban solas en la cabaña, el casino, el baño, la guardia, lejos de sus compañeros, amistades u otros soldados.

Negando la igualdad entre hombre y mujeres, redujo a las jóvenes a una condición inferior ignorando su voluntad, su libertad, su dignidad. Estaban incrédulas y desilusionadas.

En Esquel el Regimiento ocupa un lugar relevante para jóvenes que buscan trabajo y progreso. Las víctimas tenían hijos que mantener y veían los uniformes con admiración. Necesitaban plata o sentían vocación militar. Testimoniaron que servir al otro, formar, cargar un arma, salir al terreno o una canción patria las conmovía.

Superaron tres duros meses de instrucción en combate y formación militar para incorporarse al Regimiento. Ya no soportaban al mayor pero se habían ganado un lugar que no querían resignar. El progreso era rendir para la Escuela de Suboficiales.#


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