Un karateca, una deuda, cinco balazos a sangre fría y un crimen que casi fue perfecto

Marcos Álvarez fue condenado a 17 años de cárcel por el asesinato de Fabián Acuña en un gimnasio. La víctima le debía $ 250 mil de un negocio que salió mal. El criminal borró toda la evidencia que pudo pero quedó entrampado por las cámaras de seguridad, su celular y varios testigos claves.

Evidencias. Desde la izquierda, Álvarez entrando al gimnasio y una foto de su celular que lo dejó en evidencia; una imagen ya capturado y su víctima, Fabián Acuña, muerto por la deuda.
17 JUN 2023 - 20:47 | Actualizado 17 JUN 2023 - 20:48

Por Rolando Tobarez / @rtobarez

Pudo ser el crimen perfecto pero Marco Antonio “El karateca” Álvarez tuvo mala suerte. Tras asesinar a Fabián Acuña a sangre fría en un gimnasio de Puerto Madryn huyó a una zona de bardas y se encontró con quien no debía: su amigo Emilio. Luego fue a comprar cigarrillos a un kiosco y se cruzó con una vecina, Belén, que lo notó muy nervioso. Ambos testigos fueron claves para involucrarlo.

La compleja investigación del fiscal Alex Williams probó que a las 20.45 del 18 de enero de 2021, el profesor de artes marciales llegó en una moto de baja cilindrada al Gimnasio “Tupac Gym”, en Reconquista 908. Llevaba guantes para cubrir tatuajes, barbijo, lentes negros, capucha, casco blanco y guantes. Esperó cuatro minutos a que el local se despejara.

Sacó un revólver .38 de su mochila negra. Entró y sorprendió a Acuña. Le disparó cinco veces y acertó cuatro. Dos de los balazos fueron a menos de 50 centímetros, con la víctima indefensa y tirada en el piso. La secuencia duró un minuto. Escapó a toda velocidad, como había llegado.

Un vecino que escuchó los disparos pensó que eran autos fuera de punto. En la zona hay talleres. Minutos después la Policía encontró a Acuña agonizando. Había un fuerte olor a pólvora quemada. La música del gimnasio de ventanales amplios todavía estaba alta. Intentó decir un nombre pero balbuceó y se desvaneció, cubierto en sangre. Apenas tenía pulso. Le hicieron RCP pero murió en el Hospital. Tenía balazos en el brazo, al costado del cuerpo, en espalda y el cuello. El quinto proyectil, el de remate, le rozó la cabeza y terminó debajo del tatami.

Nueve cámaras de seguridad registraron su llegada y su escape. Un testigo que vive dentro del predio del club Brown lo vio fugarse en contramano.

Emilio, su conocido, dueño de otro gimnasio, se lo cruzó a las 21.10 en zona de chacras, media hora después del crimen. Volvía en bicicleta a su casa de barrio Solanas por un camino alternativo que va a Quintas del Mirador. Se sorprendió de ver a Álvarez en ese descampado a esa hora.

“El karateca” tenía el pantalón y la mochila que la cámara ya había filmado. Recién tiraba el casco. Dos meses después, con una prenda con el olor del sospechoso, el perro rastreador Dulce lo encontró a 30 metros de la huella de ese camino.

Belén, su vecina, se lo cruzó en el kiosco del barrio a las 21.30. Aún tenía el pantalón negro y lo notó con nervios: le pidió al vendedor cigarrillos de marca cuando ya le habían dado Marlboro.

Se presume que entre uno y otro encuentro tiró toda evidencia.

Cuando las imágenes de la cámara del local se difundieron en Facebook, a María, una mujer que compartía gimnasio con Álvarez y le compraba suplemento muscular, la figura le pareció familiar: el físico y la ropa parecían de él.

Fue identificado. Vivía en Alberdi al 1.000 entre Villarino y Alem. La misma zona desde donde las cámaras captaron llegar la moto y perderse en su escape. Y hacía Jiu Jitsu.
La Policía se cruzó con Álvarez cuando ni era sospechoso. Como su casa estaba cerca del lugar, le pidieron las imágenes de su cámara de seguridad particular. Mintió. Dijo que no funcionaban. En el allanamiento secuestraron un recibo: había llevado los discos a un local de electrónica para borrar las imágenes, dos días después del crimen. Instaló un sistema muleto. Fiscalía recuperó los originales.

De su Volkswagen Vento requisaron su Iphone. Los informes de Movistar ubicaron el celular muy cerca de su casa y del gimnasio, antes y después del crimen. En el durante, apagó el teléfono para no ser detectado.

El aparato contenía 704 imágenes y 84 fotos. Por ejemplo, el 7 de enero -antes del hecho- el revólver .38 sobre la mesa de su casa. Y un video en un gimnasio usando el pantalón del crimen.

En WhatsApp había mensajes vinculados: “Fue un ajuste de cuenta por droga”, “se ve que se quedó con un vuelto y autos importados”, “vivía enfrente de la costa” y “dicen que era un tremendo garca”.

Al comparar las fotos de su teléfono con la cámara de su casa y las imágenes del crimen, todo coincidía: mismas zapatillas, mismo casco, mismo pantalón negro ajustado en los tobillos con ideogramas japoneses que significaban “jiu jitsu” en la pierna derecha, misma mochila, mismo físico atlético trabajado, de hombros anchos y piernas angostas.
Un perito explicó que cada persona tiene una forma particular de apoyar los pies. La postura del criminal antes de matar a Acuña coincidía con una foto que Álvarez se sacó frente al espejo.

Se hallaron sus imágenes posando con ametralladoras, escopetas, fusiles, municiones, pistolas y cuchillos grandes. Él mismo declaró que le gustaba posar “a lo Rambo”.

Con la víctima se conocían de 2017. Álvarez había dado clases en un gimnasio de Acuña. En 2018 Álvarez le vendió una camioneta Hyundai. Recibió como parte de pago una camioneta Vitara fundida. Se rompió en un viaje a Comodoro Rivadavia de Álvarez con su hija. Quedaron tirados en la ruta. “El karateca” quedó furioso. Se distanciaron.
En el Iphone se halló una captura de pantalla enviada por WhatsApp a una amiga. Era una planilla de Excel. Al 13 de enero Acuña le debía $ 250.000. En casa de Álvarez hallaron una netbook con ese Excel de sus deudores. El archivo se llamaba “Marco control de clientes”. El profesor era prestamista y trabajaba con un socio.

Acuña era tercero en la lista. Esa plata era la diferencia que debía por la camioneta. Nunca pagó. El Excel hablaba de una mora de dos años. Esa columna desapareció el 22 de enero, cuatro días después del homicidio. Fue la última modificación del archivo. Esa deuda fue el motivo del crimen.

Los testigos describieron una relación conflictiva, de enojos y peleas. Días antes una mujer los vio discutir fuerte en casa de Álvarez.

El tribunal consideró que Álvarez tuvo una “motivación vil” contra la víctima. Y que fue “una investigación compleja, un crimen casi perfecto, ya que el autor eliminó objetos que lo podrían colocar en la mira del acusador. Tuvo el tiempo para hacerlo ese día y los posteriores, hasta que una testigo del círculo que compartían víctima y victimario estableció la relación entre ambos. Pasaron hasta ese momento más de treinta días, más que suficiente para eliminar cualquier evidencia”.

La semana pasada las juezas Stella Eizmendi, Marcela Pérez Bogado y Patricia Asaro condenaron a “El karateca” a 17 años de cárcel efectiva.

Algo sí le salió bien: la moto, el pantalón, las zapatillas, el arma, los guantes, la mochila y los anteojos jamás se hallaron.#

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Evidencias. Desde la izquierda, Álvarez entrando al gimnasio y una foto de su celular que lo dejó en evidencia; una imagen ya capturado y su víctima, Fabián Acuña, muerto por la deuda.
17 JUN 2023 - 20:47

Por Rolando Tobarez / @rtobarez

Pudo ser el crimen perfecto pero Marco Antonio “El karateca” Álvarez tuvo mala suerte. Tras asesinar a Fabián Acuña a sangre fría en un gimnasio de Puerto Madryn huyó a una zona de bardas y se encontró con quien no debía: su amigo Emilio. Luego fue a comprar cigarrillos a un kiosco y se cruzó con una vecina, Belén, que lo notó muy nervioso. Ambos testigos fueron claves para involucrarlo.

La compleja investigación del fiscal Alex Williams probó que a las 20.45 del 18 de enero de 2021, el profesor de artes marciales llegó en una moto de baja cilindrada al Gimnasio “Tupac Gym”, en Reconquista 908. Llevaba guantes para cubrir tatuajes, barbijo, lentes negros, capucha, casco blanco y guantes. Esperó cuatro minutos a que el local se despejara.

Sacó un revólver .38 de su mochila negra. Entró y sorprendió a Acuña. Le disparó cinco veces y acertó cuatro. Dos de los balazos fueron a menos de 50 centímetros, con la víctima indefensa y tirada en el piso. La secuencia duró un minuto. Escapó a toda velocidad, como había llegado.

Un vecino que escuchó los disparos pensó que eran autos fuera de punto. En la zona hay talleres. Minutos después la Policía encontró a Acuña agonizando. Había un fuerte olor a pólvora quemada. La música del gimnasio de ventanales amplios todavía estaba alta. Intentó decir un nombre pero balbuceó y se desvaneció, cubierto en sangre. Apenas tenía pulso. Le hicieron RCP pero murió en el Hospital. Tenía balazos en el brazo, al costado del cuerpo, en espalda y el cuello. El quinto proyectil, el de remate, le rozó la cabeza y terminó debajo del tatami.

Nueve cámaras de seguridad registraron su llegada y su escape. Un testigo que vive dentro del predio del club Brown lo vio fugarse en contramano.

Emilio, su conocido, dueño de otro gimnasio, se lo cruzó a las 21.10 en zona de chacras, media hora después del crimen. Volvía en bicicleta a su casa de barrio Solanas por un camino alternativo que va a Quintas del Mirador. Se sorprendió de ver a Álvarez en ese descampado a esa hora.

“El karateca” tenía el pantalón y la mochila que la cámara ya había filmado. Recién tiraba el casco. Dos meses después, con una prenda con el olor del sospechoso, el perro rastreador Dulce lo encontró a 30 metros de la huella de ese camino.

Belén, su vecina, se lo cruzó en el kiosco del barrio a las 21.30. Aún tenía el pantalón negro y lo notó con nervios: le pidió al vendedor cigarrillos de marca cuando ya le habían dado Marlboro.

Se presume que entre uno y otro encuentro tiró toda evidencia.

Cuando las imágenes de la cámara del local se difundieron en Facebook, a María, una mujer que compartía gimnasio con Álvarez y le compraba suplemento muscular, la figura le pareció familiar: el físico y la ropa parecían de él.

Fue identificado. Vivía en Alberdi al 1.000 entre Villarino y Alem. La misma zona desde donde las cámaras captaron llegar la moto y perderse en su escape. Y hacía Jiu Jitsu.
La Policía se cruzó con Álvarez cuando ni era sospechoso. Como su casa estaba cerca del lugar, le pidieron las imágenes de su cámara de seguridad particular. Mintió. Dijo que no funcionaban. En el allanamiento secuestraron un recibo: había llevado los discos a un local de electrónica para borrar las imágenes, dos días después del crimen. Instaló un sistema muleto. Fiscalía recuperó los originales.

De su Volkswagen Vento requisaron su Iphone. Los informes de Movistar ubicaron el celular muy cerca de su casa y del gimnasio, antes y después del crimen. En el durante, apagó el teléfono para no ser detectado.

El aparato contenía 704 imágenes y 84 fotos. Por ejemplo, el 7 de enero -antes del hecho- el revólver .38 sobre la mesa de su casa. Y un video en un gimnasio usando el pantalón del crimen.

En WhatsApp había mensajes vinculados: “Fue un ajuste de cuenta por droga”, “se ve que se quedó con un vuelto y autos importados”, “vivía enfrente de la costa” y “dicen que era un tremendo garca”.

Al comparar las fotos de su teléfono con la cámara de su casa y las imágenes del crimen, todo coincidía: mismas zapatillas, mismo casco, mismo pantalón negro ajustado en los tobillos con ideogramas japoneses que significaban “jiu jitsu” en la pierna derecha, misma mochila, mismo físico atlético trabajado, de hombros anchos y piernas angostas.
Un perito explicó que cada persona tiene una forma particular de apoyar los pies. La postura del criminal antes de matar a Acuña coincidía con una foto que Álvarez se sacó frente al espejo.

Se hallaron sus imágenes posando con ametralladoras, escopetas, fusiles, municiones, pistolas y cuchillos grandes. Él mismo declaró que le gustaba posar “a lo Rambo”.

Con la víctima se conocían de 2017. Álvarez había dado clases en un gimnasio de Acuña. En 2018 Álvarez le vendió una camioneta Hyundai. Recibió como parte de pago una camioneta Vitara fundida. Se rompió en un viaje a Comodoro Rivadavia de Álvarez con su hija. Quedaron tirados en la ruta. “El karateca” quedó furioso. Se distanciaron.
En el Iphone se halló una captura de pantalla enviada por WhatsApp a una amiga. Era una planilla de Excel. Al 13 de enero Acuña le debía $ 250.000. En casa de Álvarez hallaron una netbook con ese Excel de sus deudores. El archivo se llamaba “Marco control de clientes”. El profesor era prestamista y trabajaba con un socio.

Acuña era tercero en la lista. Esa plata era la diferencia que debía por la camioneta. Nunca pagó. El Excel hablaba de una mora de dos años. Esa columna desapareció el 22 de enero, cuatro días después del homicidio. Fue la última modificación del archivo. Esa deuda fue el motivo del crimen.

Los testigos describieron una relación conflictiva, de enojos y peleas. Días antes una mujer los vio discutir fuerte en casa de Álvarez.

El tribunal consideró que Álvarez tuvo una “motivación vil” contra la víctima. Y que fue “una investigación compleja, un crimen casi perfecto, ya que el autor eliminó objetos que lo podrían colocar en la mira del acusador. Tuvo el tiempo para hacerlo ese día y los posteriores, hasta que una testigo del círculo que compartían víctima y victimario estableció la relación entre ambos. Pasaron hasta ese momento más de treinta días, más que suficiente para eliminar cualquier evidencia”.

La semana pasada las juezas Stella Eizmendi, Marcela Pérez Bogado y Patricia Asaro condenaron a “El karateca” a 17 años de cárcel efectiva.

Algo sí le salió bien: la moto, el pantalón, las zapatillas, el arma, los guantes, la mochila y los anteojos jamás se hallaron.#


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