Gerónimo Quidel, el chubutense que viaja a México en bicicleta

Es oriundo de Dolavon y lleva 5.400 kilómetros recorridos en una bicicleta que tiene más de 20 años de antigüedad.

15 OCT 2022 - 18:22 | Actualizado 16 OCT 2022 - 14:31

Por Martín Tacón / Redacción Jornada

Desde Samaipata, un municipio autónomo de Bolivia ubicado en la base de los Andes, el dolavense Gerónimo Quidel atiende la llamada telefónica con el poco wifi que tiene. Depende de la señal que consigue por el camino para comunicarse con su familia y para interactuar en sus redes sociales. Lleva diez meses viajando por las rutas de América en una bicicleta. Ya recorrió 5.400 kilómetros y no se detendrá hasta alcanzar su destino: México.

Nació en Dolavon y tiene 30 años. Nunca se interesó mucho por las bicicletas. Les tomó cariño cinco años atrás, con motivo de “girar”, como dice él, y emprender viajes cortos. Trabajaba y estudiaba la Tecnicatura en Protección Ambiental, pero un día lo cambió todo por el viaje de su vida.

Su primera travesía la inició en noviembre de 2021. En aquella oportunidad viajó de Río Negro a Mendoza y luego de regreso a Chubut. Le demandó 4 meses y lo hizo con una bicicleta Zenith mountain bike de 21 años de antigüedad. “Si pude hacer esto, puedo hacer más”, dijo para sí. El 10 de enero de 2022, desde Cholila, encaró la ruta una vez más con la misma bici y un objetivo mayor: llegar a América del Norte.

Rumbo a lo desconocido

Recorrió doce provincias de Argentina. Conoció ciudades como Neuquén, Córdoba, San Luis, Tucumán y La Rioja. “Es una forma de vida nómada –dice–. Me gusta lanzarme a lo desconocido, ver distintas culturas, conocer las gastronomías y la gente de los lugares”.

Sus días son rutinarios. Desayuna a las 7 de la mañana para estar a las 9 en ruta pedaleando. Anda un promedio de 80 kilómetros por día. Unas 10 horas por tramo. El desgaste físico es tan grande que a veces el cansancio lo sorprende en mitad del camino y debe dormir donde puede. “Muchas veces dormí en la ruta –dice–. He dormido en calabozos de comisarías, centros de salud, museos, plazas y casas familiares”.

En todos lados la gente lo recibe como un amigo. “En Argentina la gente me ha ayudado mucho. El argentino es hospitalario y solidario, te alcanza un plato de comida o un termo con agua y te invita a descansar”.

En la Quebrada de Humahuaca, sin embargo, dice que su experiencia no fue tan buena con algunas personas. En el altiplano de Bolivia se sintió rechazado por la gente del lugar. Otras veces los amigos que improvisa el camino y el contacto con otros viajeros hacen ameno el recorrido.

En los altos bolivianos sintió los primeros signos del agotamiento. Sin darse cuenta, por desperfecto en su GPS, unos viajeros le hicieron notar que se encontraba a más de 4.500 metros de altura sobre el nivel del mar. “Me faltaba el aire y me cansaba más”, dice.

Su equipo consiste en ropa y comida que guarda en sus alforjas. También lleva herramientas para reparar la bicicleta y las artesanías que manufactura para vender y solventar su viaje. Hace pulseras, llaveros y monederos.

Una vida viajando

El viaje es largo. Estima que llegará a México a fines de 2023. Pero le resulta imposible programar, el camino le depara constantes imprevistos. “Cuando llegue a México mi plan puede ser seguir a Canadá o ir a Europa. Me gustaría seguir viajando y conociendo países”.

“Para mí viajar y vivir de esta manera significa enfrentar lo nuevo, salir de la zona de confort y cambiar los hábitos, el ritmo de vida, la forma de pensar. Es la libertad ante todo, enfrentarse con uno mismo en el camino, conocer lo que me sucede y lo que se siente en el viaje, las angustias y las alegrías. Uno aprende a manejar las emociones temporales. Hoy se rompe un repuesto de la bici pero mañana lo repones. Siempre hay una luz al final del túnel. La vida se entiende de otra manera. Solo hay que animarse e intentarlo. La experiencia ganada no te la quita nadie y se puede transmitir. Uno cree que no hay nada atrás del horizonte, pero yo veo nuevos atardeceres cada vez que avanzo con mi bicicleta”.

15 OCT 2022 - 18:22

Por Martín Tacón / Redacción Jornada

Desde Samaipata, un municipio autónomo de Bolivia ubicado en la base de los Andes, el dolavense Gerónimo Quidel atiende la llamada telefónica con el poco wifi que tiene. Depende de la señal que consigue por el camino para comunicarse con su familia y para interactuar en sus redes sociales. Lleva diez meses viajando por las rutas de América en una bicicleta. Ya recorrió 5.400 kilómetros y no se detendrá hasta alcanzar su destino: México.

Nació en Dolavon y tiene 30 años. Nunca se interesó mucho por las bicicletas. Les tomó cariño cinco años atrás, con motivo de “girar”, como dice él, y emprender viajes cortos. Trabajaba y estudiaba la Tecnicatura en Protección Ambiental, pero un día lo cambió todo por el viaje de su vida.

Su primera travesía la inició en noviembre de 2021. En aquella oportunidad viajó de Río Negro a Mendoza y luego de regreso a Chubut. Le demandó 4 meses y lo hizo con una bicicleta Zenith mountain bike de 21 años de antigüedad. “Si pude hacer esto, puedo hacer más”, dijo para sí. El 10 de enero de 2022, desde Cholila, encaró la ruta una vez más con la misma bici y un objetivo mayor: llegar a América del Norte.

Rumbo a lo desconocido

Recorrió doce provincias de Argentina. Conoció ciudades como Neuquén, Córdoba, San Luis, Tucumán y La Rioja. “Es una forma de vida nómada –dice–. Me gusta lanzarme a lo desconocido, ver distintas culturas, conocer las gastronomías y la gente de los lugares”.

Sus días son rutinarios. Desayuna a las 7 de la mañana para estar a las 9 en ruta pedaleando. Anda un promedio de 80 kilómetros por día. Unas 10 horas por tramo. El desgaste físico es tan grande que a veces el cansancio lo sorprende en mitad del camino y debe dormir donde puede. “Muchas veces dormí en la ruta –dice–. He dormido en calabozos de comisarías, centros de salud, museos, plazas y casas familiares”.

En todos lados la gente lo recibe como un amigo. “En Argentina la gente me ha ayudado mucho. El argentino es hospitalario y solidario, te alcanza un plato de comida o un termo con agua y te invita a descansar”.

En la Quebrada de Humahuaca, sin embargo, dice que su experiencia no fue tan buena con algunas personas. En el altiplano de Bolivia se sintió rechazado por la gente del lugar. Otras veces los amigos que improvisa el camino y el contacto con otros viajeros hacen ameno el recorrido.

En los altos bolivianos sintió los primeros signos del agotamiento. Sin darse cuenta, por desperfecto en su GPS, unos viajeros le hicieron notar que se encontraba a más de 4.500 metros de altura sobre el nivel del mar. “Me faltaba el aire y me cansaba más”, dice.

Su equipo consiste en ropa y comida que guarda en sus alforjas. También lleva herramientas para reparar la bicicleta y las artesanías que manufactura para vender y solventar su viaje. Hace pulseras, llaveros y monederos.

Una vida viajando

El viaje es largo. Estima que llegará a México a fines de 2023. Pero le resulta imposible programar, el camino le depara constantes imprevistos. “Cuando llegue a México mi plan puede ser seguir a Canadá o ir a Europa. Me gustaría seguir viajando y conociendo países”.

“Para mí viajar y vivir de esta manera significa enfrentar lo nuevo, salir de la zona de confort y cambiar los hábitos, el ritmo de vida, la forma de pensar. Es la libertad ante todo, enfrentarse con uno mismo en el camino, conocer lo que me sucede y lo que se siente en el viaje, las angustias y las alegrías. Uno aprende a manejar las emociones temporales. Hoy se rompe un repuesto de la bici pero mañana lo repones. Siempre hay una luz al final del túnel. La vida se entiende de otra manera. Solo hay que animarse e intentarlo. La experiencia ganada no te la quita nadie y se puede transmitir. Uno cree que no hay nada atrás del horizonte, pero yo veo nuevos atardeceres cada vez que avanzo con mi bicicleta”.