Facundo, el farol de las almas

Historias Mínimas

16 JUL 2011 - 23:28 | Actualizado

Por Pedro Méndez

El tiempo es veloz y la vida esencial. Esencialmente una tragedia. No pedimos nacer pero aquí llegamos y desde ese día sabemos que un día moriremos. Entre esos dos puntos estará nuestra existencia, y lo que logremos ser y hacer de ella es lo que llamaremos nuestra vida.

Y un día es en sí mismo una vida. Al día vivido lo detiene la noche y el sueño, y dormir no es otra cosa que ensayar la muerte. Escribí esto entre la noche del martes y la mañana del miércoles, porque el sueño no me detuvo y entonces mi ensayo se retrasó ostensiblemente.

La razón estuvo rondando mi lecho, noche tras noche, desde que las noticias confirmaban, día tras día, que Guatemala es el paso previo a Guatepeor.

Con la convicción de que nadie escapa de la muerte, ni en un taxi de cortesía, ni mucho menos en la camioneta de un amigo, y ni aunque haya un avión esperando, me dispuse a rescatar de mi noctámbula y brumosa memoria algunas referencias y ciertos brillos con los que me tocó alguna vez y para siempre, un hermano llamado Facundo Cabral.

En el invierno de 1984, convencí a Gabriel, mi amigo de la adolescencia, para ir a ver a Facundo Cabral que actuaba en el Gimnasio del Club Independiente de Trelew. Yo me había aprendido una canción que se llamaba “Vuele bajo” porque tenía tres acordes y era una de las más difundidas por la radio. Gabriel y yo habíamos leído sobre él, pero mi amigo era algo escéptico sobre el pensamiento general y los conocimientos del trovador. Aquella noche tuvimos la chance de ver bien de cerca su actuación ya que estábamos en la cuarta fila, en leve diagonal al lugar donde estaba su silla, el micrófono y la mesita con el vaso de agua. No mucho tiempo después de sentarnos se apagaron las luces, y él tomó asiento bajo el halo piramidal de la luz de un reflector, ubicado en lo alto.

Por entonces, se acompañaba de una armónica, y tras soplar un par de notas y rasguear un par de acordes en la guitarra, Facundo Cabral, comenzó a cantar.

Y yo sentí que cantó especialmente para mí. Llegué a pensar que estaba solo en ese lugar. Probablemente, muchos de los presentes experimentaron lo mismo, cada uno a su manera. Esa noche escuché muchas de las cosas que me asignaron un lugar placentero en el club de los desvelados, tratando de abrazar el mundo que éste hombre me mostró.

En una hora y media, tal vez dos, de actuación me fueron revelados secretos que me obligan a decir que Facundo Cabral fue uno de los artistas más poderosos que vi en mi vida.

“Me celebro y me canto a mí mismo/ Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti/ porque lo que yo tengo lo tienes tú/ y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también”. El recitado de los primeros versos de “Canto a mí mismo”, lo remató diciendo: Es decir que vos y yo somos la misma cosa”. El libro “Hojas de Hierba” estuvo en mi cabecera desde entonces y por muchos años.

Contó el chiste de por qué hay dos tablas de la Ley: “Como buen judío, Moisés preguntó, las tablas ¿cuánto cuestan?. Dios le dijo que no costaban nada y Moisés dijo: entonces, dame dos”. Habló de cosas personales, como la primera vez que vio a una mujer con la que tuvo una relación. “Cuando conocí a mi mujer, cuatro miradas me travesaron. La de los ojos de ella y las dos del marido”.

Entre milongas, canciones, recitados gauchescos y malambos, Cabral recorría países, rememoraba viajes, recreaba hechos caseros y personales, recordaba fechas y eventos históricos, citaba a Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Ernest Heminguay, José Martí, La Biblia, Diógenes, Aristóteles, Sócrates, a su madre Sara, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

La palabra profunda llenaba cada rincón de aire de su voz que salía de su garganta sin más esfuerzo que el de la intención de respirar. En la Argentina de entonces Amor, Paz y Libertad eran palabras muy fuertes y él era las tres en persona.

Lo último que recuerdo de aquella noche fue una de sus habituales y risueñas justificaciones sobre quién era. “Cuando vine a este mundo todo ya tenía dueño. La Gioconda era de Da Vinci, El David de Miguel Ángel, la Divina Comedia de Dante, la Coca Sarli de Armando Bo. Es decir, estoy condenado a ser un ladrón”.

Al año siguiente, en una entrevista con Pipo Lernoud, Facundo Cabral recordaba su paso por Trelew. “Me encontré con el último Cacique Tehuelche puro que queda vivo. Tiene 106 años. Vino a verme en un estadio en Trelew, el año pasado, hacía un frío descomunal. Me dijo, nosotros somos iguales, nos hemos quedado solos. Yo soy un cacique sin pueblo.

Yo le dije, pero esta gente que está en el estadio ¿No es un pueblo?. No, me contesta. Esta gente todavía no es un pueblo, usted también está solo.

En todos esos viajes me encontré con gente que no conocía. Hasta ahora he venido contando lo que le pasaba a Cabral porque me parecía digno de contarse, porque lo que me pasó a mí es un éxito de la fe. En mi la gente no aplaude a un artista, aplaude a un sobreviviente. Y todos somos sobrevivientes en esta época de locura, entonces la gente no viene a escucharme a mí, viene a verse a sí misma, reflejada”.

En 1985 se compró una Fender Telecaster porque según decía “Quiero salir a decir todo esto con más fuerza”. El plan era que si le agarraba la mano a la Telecaster iba a grabar el Apocalipsis según San Juan con una banda de rock a toda potencia. “Voy invitar a Pappo y a Moro (Pappo, guitarrista y Oscar Moro, baterista, estaban en Riff. Ambos ya murieron) para mostrar cómo se está cayendo el mundo. Y todo va a terminar con una música tranquila, porque la vida vuelve a empezar, renovada”.

Para quien decía que la muerte no era ninguna desgracia, sino que era el lugar hacia donde todos vamos, ésta le llegó de manera espectacular y absurda.

Tal vez para no ser menos que los del barrio alto, donde las calles no tienen nombre y donde ya hay varios que nunca podremos decir que murieron, sino que, se nos adelantaron.

Llegará el día en que el supremo sacará su gran libro de epílogos absurdos y empezará a nombrar, de uno en uno, Carlos Gardel, Marvin Gaye, Richie Valens, John Lennon, Norberto Napolitano, Stevie Ray Vaughan, etc. Entonces llamará a Facundo Cabral, y él rasgueando un re mayor dirá: ¡Sí señor!.#

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16 JUL 2011 - 23:28

Por Pedro Méndez

El tiempo es veloz y la vida esencial. Esencialmente una tragedia. No pedimos nacer pero aquí llegamos y desde ese día sabemos que un día moriremos. Entre esos dos puntos estará nuestra existencia, y lo que logremos ser y hacer de ella es lo que llamaremos nuestra vida.

Y un día es en sí mismo una vida. Al día vivido lo detiene la noche y el sueño, y dormir no es otra cosa que ensayar la muerte. Escribí esto entre la noche del martes y la mañana del miércoles, porque el sueño no me detuvo y entonces mi ensayo se retrasó ostensiblemente.

La razón estuvo rondando mi lecho, noche tras noche, desde que las noticias confirmaban, día tras día, que Guatemala es el paso previo a Guatepeor.

Con la convicción de que nadie escapa de la muerte, ni en un taxi de cortesía, ni mucho menos en la camioneta de un amigo, y ni aunque haya un avión esperando, me dispuse a rescatar de mi noctámbula y brumosa memoria algunas referencias y ciertos brillos con los que me tocó alguna vez y para siempre, un hermano llamado Facundo Cabral.

En el invierno de 1984, convencí a Gabriel, mi amigo de la adolescencia, para ir a ver a Facundo Cabral que actuaba en el Gimnasio del Club Independiente de Trelew. Yo me había aprendido una canción que se llamaba “Vuele bajo” porque tenía tres acordes y era una de las más difundidas por la radio. Gabriel y yo habíamos leído sobre él, pero mi amigo era algo escéptico sobre el pensamiento general y los conocimientos del trovador. Aquella noche tuvimos la chance de ver bien de cerca su actuación ya que estábamos en la cuarta fila, en leve diagonal al lugar donde estaba su silla, el micrófono y la mesita con el vaso de agua. No mucho tiempo después de sentarnos se apagaron las luces, y él tomó asiento bajo el halo piramidal de la luz de un reflector, ubicado en lo alto.

Por entonces, se acompañaba de una armónica, y tras soplar un par de notas y rasguear un par de acordes en la guitarra, Facundo Cabral, comenzó a cantar.

Y yo sentí que cantó especialmente para mí. Llegué a pensar que estaba solo en ese lugar. Probablemente, muchos de los presentes experimentaron lo mismo, cada uno a su manera. Esa noche escuché muchas de las cosas que me asignaron un lugar placentero en el club de los desvelados, tratando de abrazar el mundo que éste hombre me mostró.

En una hora y media, tal vez dos, de actuación me fueron revelados secretos que me obligan a decir que Facundo Cabral fue uno de los artistas más poderosos que vi en mi vida.

“Me celebro y me canto a mí mismo/ Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti/ porque lo que yo tengo lo tienes tú/ y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también”. El recitado de los primeros versos de “Canto a mí mismo”, lo remató diciendo: Es decir que vos y yo somos la misma cosa”. El libro “Hojas de Hierba” estuvo en mi cabecera desde entonces y por muchos años.

Contó el chiste de por qué hay dos tablas de la Ley: “Como buen judío, Moisés preguntó, las tablas ¿cuánto cuestan?. Dios le dijo que no costaban nada y Moisés dijo: entonces, dame dos”. Habló de cosas personales, como la primera vez que vio a una mujer con la que tuvo una relación. “Cuando conocí a mi mujer, cuatro miradas me travesaron. La de los ojos de ella y las dos del marido”.

Entre milongas, canciones, recitados gauchescos y malambos, Cabral recorría países, rememoraba viajes, recreaba hechos caseros y personales, recordaba fechas y eventos históricos, citaba a Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Ernest Heminguay, José Martí, La Biblia, Diógenes, Aristóteles, Sócrates, a su madre Sara, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

La palabra profunda llenaba cada rincón de aire de su voz que salía de su garganta sin más esfuerzo que el de la intención de respirar. En la Argentina de entonces Amor, Paz y Libertad eran palabras muy fuertes y él era las tres en persona.

Lo último que recuerdo de aquella noche fue una de sus habituales y risueñas justificaciones sobre quién era. “Cuando vine a este mundo todo ya tenía dueño. La Gioconda era de Da Vinci, El David de Miguel Ángel, la Divina Comedia de Dante, la Coca Sarli de Armando Bo. Es decir, estoy condenado a ser un ladrón”.

Al año siguiente, en una entrevista con Pipo Lernoud, Facundo Cabral recordaba su paso por Trelew. “Me encontré con el último Cacique Tehuelche puro que queda vivo. Tiene 106 años. Vino a verme en un estadio en Trelew, el año pasado, hacía un frío descomunal. Me dijo, nosotros somos iguales, nos hemos quedado solos. Yo soy un cacique sin pueblo.

Yo le dije, pero esta gente que está en el estadio ¿No es un pueblo?. No, me contesta. Esta gente todavía no es un pueblo, usted también está solo.

En todos esos viajes me encontré con gente que no conocía. Hasta ahora he venido contando lo que le pasaba a Cabral porque me parecía digno de contarse, porque lo que me pasó a mí es un éxito de la fe. En mi la gente no aplaude a un artista, aplaude a un sobreviviente. Y todos somos sobrevivientes en esta época de locura, entonces la gente no viene a escucharme a mí, viene a verse a sí misma, reflejada”.

En 1985 se compró una Fender Telecaster porque según decía “Quiero salir a decir todo esto con más fuerza”. El plan era que si le agarraba la mano a la Telecaster iba a grabar el Apocalipsis según San Juan con una banda de rock a toda potencia. “Voy invitar a Pappo y a Moro (Pappo, guitarrista y Oscar Moro, baterista, estaban en Riff. Ambos ya murieron) para mostrar cómo se está cayendo el mundo. Y todo va a terminar con una música tranquila, porque la vida vuelve a empezar, renovada”.

Para quien decía que la muerte no era ninguna desgracia, sino que era el lugar hacia donde todos vamos, ésta le llegó de manera espectacular y absurda.

Tal vez para no ser menos que los del barrio alto, donde las calles no tienen nombre y donde ya hay varios que nunca podremos decir que murieron, sino que, se nos adelantaron.

Llegará el día en que el supremo sacará su gran libro de epílogos absurdos y empezará a nombrar, de uno en uno, Carlos Gardel, Marvin Gaye, Richie Valens, John Lennon, Norberto Napolitano, Stevie Ray Vaughan, etc. Entonces llamará a Facundo Cabral, y él rasgueando un re mayor dirá: ¡Sí señor!.#