Comodoro: cómo se vive en el "shooping de pobres"

La plaza del barrio Quirno Costa parece desierta en la semana pero alberga a más de diez mil personas los sábados, domingos y feriados cuando “La Saladita” cobra vida. Se vende desde fruta y verdura hasta ropa usada y sobre todo, se convive con reglas claras.

07 JUL 2013 - 23:06 | Actualizado

Por Ismael Tebes

Todo se vende y al mejor precio siguiendo las reglas del marketing callejero. En La Saladita confluyen historias de vida, necesidades y mismos intereses. Mil personas se ganan el pan y alrededor de diez mil, recorren el espacio cada fin de semana. “Este es el shopping de los pobres”, define entre sonrisas una feriante del grupo pionero. La mercadería se expone y se exhibe como en una vidriera, en stands fijos de madera o montados con estructuras de metal. Como en toda operación existe el regateo y la libre oferta. Se compite con los precios y a igualdad de calidades, suele definir la habilidad del vendedor. Todo se vende y casi todo se compra. Ropa nueva y usada que se adquiere en ferias parroquiales o ventas de garage; ropa de trabajo, calzados, bijoutería, películas, cd´s de música, herramientas, teléfonos, relojes y hasta elementos “raros” para el lugar como los chulengos artesanales, ya dispuestos para el asado.

Gastronomía al paso

No faltan los espacios gastronómicos. Improvisadas parrillas ofrecen una “carta básica tradicional” a fuerza de choripanes y hamburguesas aunque también se vende pan y productos de repostería con un toque casero. “Acá hay de todo. Tenemos nuestros códigos de convivencia, los lugares se respetan y nos cuidamos mucho entre nosotros. Somos solidarios y tratamos de atender bien a la gente. Los clientes son variados, desde carenciados hasta personas que se bajan de sus camionetas”, explican las vendedoras sin inmutarse por el rótulo de “manteras” por ofrecer su mercadería en el suelo.

Tampoco importa la nacionalidad y no se pregunta el origen de cada producto. Los inmigrantes africanos que suelen trabajar en las calles céntricas, tienen mejores ganancias en La Saladita los sábados, domingos y feriados. Y los bolivianos, como siempre a modo de organización con logística familiar, dominan el rubro frutería y verdulería desplegando casi una feria paralela con balanzas, grupos electrógenos propios y música tropical a todo volumen.

El precio de los baños

Los clientes tienen la razón, pero hasta ahí. Si requieren del uso de un sanitario, las casas lindantes entran en escena ofreciendo sus baños a cambio de una propina de entre dos y tres pesos, de acuerdo al uso -o no- de papel higiénico. Otra postal made in Saladita. Los vecinos también suelen generarse un dinero adicional, guardando elementos y estructuras de los feriantes que se armarán bien temprano al día siguiente o cediendo la luz a través de rústicas conexiones. En otros casos, hay ganancia para fleteros que transportan productos y vendedores hasta sus domicilios con tarifa gasolera.

En todos los casos, la cumbia domina cada uno de los cinco sectores que habitan la plaza Quirno Costa, un lugar público que no solía ser muy visitado y ahora recibe a multitudes. No hay probadores aunque se admiten los cambios de prendas y sólo cuenta el efectivo rabioso. “Estamos hace nueve años aunque vendíamos en el barrio San Martín en un predio cerca de La Proveeduría. Después vinimos acá. Primero había alguna resistencia de los vecinos y costó empezar. A nadie le gustaba el lugar, sin embargo terminó quedando chico. Se ha expandido el espacio de venta y sigue sumándose gente que viene a ofrecer sus cosas”.

La seguridad es un tema. Solía pagarse un servicio adicional de Policía aunque eso no solía garantizar que no se produjera algún robo aislado. “La zona es difícil, hay muchos chicos que observan los movimientos y aprovechan la multitud para robar. Por suerte no pasa seguido pero esto no escapa al resto de la ciudad”, sostienen. La Saladita claro, no está en un lugar con buenas referencias, ya que marca el límite de los barrios Quirno Costa, San Martín y San Cayetano una zona estigmatizada como conflictiva. El espacio empieza a transitar hacia la legalización. Desde el Concejo Deliberante se impulsan proyectos que incluyen desde la iluminación del lugar; estructuras de cemento fijas para los stands y hasta la instalación de baños químicos. Para ello los feriantes deberán realizar un relevamiento, determinar los rubros que comercializan y aportar datos que permitan generar un tributo. “Nadie se opone a esto, todo lo contrario. Como en todo grupo grande hay divisiones y es difícil ponerse de acuerdo. Queremos que nos dejen trabajar y hacerlo dentro de la ley. Los que discuten eso, son los vendedores ocasionales, los que vienen solamente los fines de mes o cuando la gente tiene plata. Nosotros tenemos delegados y venimos siempre con calor, viento o frío”.

07 JUL 2013 - 23:06

Por Ismael Tebes

Todo se vende y al mejor precio siguiendo las reglas del marketing callejero. En La Saladita confluyen historias de vida, necesidades y mismos intereses. Mil personas se ganan el pan y alrededor de diez mil, recorren el espacio cada fin de semana. “Este es el shopping de los pobres”, define entre sonrisas una feriante del grupo pionero. La mercadería se expone y se exhibe como en una vidriera, en stands fijos de madera o montados con estructuras de metal. Como en toda operación existe el regateo y la libre oferta. Se compite con los precios y a igualdad de calidades, suele definir la habilidad del vendedor. Todo se vende y casi todo se compra. Ropa nueva y usada que se adquiere en ferias parroquiales o ventas de garage; ropa de trabajo, calzados, bijoutería, películas, cd´s de música, herramientas, teléfonos, relojes y hasta elementos “raros” para el lugar como los chulengos artesanales, ya dispuestos para el asado.

Gastronomía al paso

No faltan los espacios gastronómicos. Improvisadas parrillas ofrecen una “carta básica tradicional” a fuerza de choripanes y hamburguesas aunque también se vende pan y productos de repostería con un toque casero. “Acá hay de todo. Tenemos nuestros códigos de convivencia, los lugares se respetan y nos cuidamos mucho entre nosotros. Somos solidarios y tratamos de atender bien a la gente. Los clientes son variados, desde carenciados hasta personas que se bajan de sus camionetas”, explican las vendedoras sin inmutarse por el rótulo de “manteras” por ofrecer su mercadería en el suelo.

Tampoco importa la nacionalidad y no se pregunta el origen de cada producto. Los inmigrantes africanos que suelen trabajar en las calles céntricas, tienen mejores ganancias en La Saladita los sábados, domingos y feriados. Y los bolivianos, como siempre a modo de organización con logística familiar, dominan el rubro frutería y verdulería desplegando casi una feria paralela con balanzas, grupos electrógenos propios y música tropical a todo volumen.

El precio de los baños

Los clientes tienen la razón, pero hasta ahí. Si requieren del uso de un sanitario, las casas lindantes entran en escena ofreciendo sus baños a cambio de una propina de entre dos y tres pesos, de acuerdo al uso -o no- de papel higiénico. Otra postal made in Saladita. Los vecinos también suelen generarse un dinero adicional, guardando elementos y estructuras de los feriantes que se armarán bien temprano al día siguiente o cediendo la luz a través de rústicas conexiones. En otros casos, hay ganancia para fleteros que transportan productos y vendedores hasta sus domicilios con tarifa gasolera.

En todos los casos, la cumbia domina cada uno de los cinco sectores que habitan la plaza Quirno Costa, un lugar público que no solía ser muy visitado y ahora recibe a multitudes. No hay probadores aunque se admiten los cambios de prendas y sólo cuenta el efectivo rabioso. “Estamos hace nueve años aunque vendíamos en el barrio San Martín en un predio cerca de La Proveeduría. Después vinimos acá. Primero había alguna resistencia de los vecinos y costó empezar. A nadie le gustaba el lugar, sin embargo terminó quedando chico. Se ha expandido el espacio de venta y sigue sumándose gente que viene a ofrecer sus cosas”.

La seguridad es un tema. Solía pagarse un servicio adicional de Policía aunque eso no solía garantizar que no se produjera algún robo aislado. “La zona es difícil, hay muchos chicos que observan los movimientos y aprovechan la multitud para robar. Por suerte no pasa seguido pero esto no escapa al resto de la ciudad”, sostienen. La Saladita claro, no está en un lugar con buenas referencias, ya que marca el límite de los barrios Quirno Costa, San Martín y San Cayetano una zona estigmatizada como conflictiva. El espacio empieza a transitar hacia la legalización. Desde el Concejo Deliberante se impulsan proyectos que incluyen desde la iluminación del lugar; estructuras de cemento fijas para los stands y hasta la instalación de baños químicos. Para ello los feriantes deberán realizar un relevamiento, determinar los rubros que comercializan y aportar datos que permitan generar un tributo. “Nadie se opone a esto, todo lo contrario. Como en todo grupo grande hay divisiones y es difícil ponerse de acuerdo. Queremos que nos dejen trabajar y hacerlo dentro de la ley. Los que discuten eso, son los vendedores ocasionales, los que vienen solamente los fines de mes o cuando la gente tiene plata. Nosotros tenemos delegados y venimos siempre con calor, viento o frío”.


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