Según sostuvo en diálogo con Infobae el médico psiquiatra infanto juvenil Christian Plebst (MN 81.138), quien es consultor en desarrollo infantil, educación, inclusión, convivencia y auto-conocimiento, “el autismo puede ser considerado una pandemia”.
Los diagnósticos de este trastorno aumentaron casi un 6000% en los últimos 30 años, una cifra que, lejos de explicarse solamente por la mejora en las herramientas de detección, en su mirada, “refleja un fenómeno social y biológico de mayor profundidad y alcance”. “En los años ‘90 se consideraba que había uno niño con autismo por cada 2500. Hoy los números que se están manejando es de uno en 36. Eso no puede explicarse únicamente por una mayor conciencia o mejores diagnósticos. Algo está sucediendo”, afirmó Plebst.
Un aumento que interpela a la sociedad entera Para el especialista, el autismo debe dejar de ser comprendido como un síndrome con causa única y origen meramente biológico. “Lo que hoy llamamos autismo es un síndrome conductual. Es un punto de llegada al que se puede arribar por múltiples caminos: causas biológicas, genéticas, congénitas, ambientales y sociales”, explicó. El niño con diagnóstico de autismo —aseguró— “no está fallado”, sino que está manifestando de forma visible una desorganización profunda del desarrollo.
En esta lógica, el autismo aparece como el resultado de un cerebro que no logra integrar, procesar y modular experiencias clave en los primeros años de vida. “El bebé aprende todo a través de los sentidos, y esos sentidos necesitan un entorno que los acompañe al ritmo adecuado. Si por algún motivo ese entorno falla —aunque sea sin intención— o el cerebro del niño tiene algún tipo de vulnerabilidad, el desarrollo puede descarrilar”, sintetizó el experto.
Para Plebst, el autismo no es un estado fijo ni una condición única, sino una respuesta del sistema nervioso ante un entorno que el cerebro no logra procesar. “Cuando el cerebro no puede autorregularse, integrar, procesar y modular en simultáneo para aprender, entra un default”, explicó. En ese estado, señaló, el bebé comienza a manifestar conductas de autorregulación que dependen más del estímulo sensorial que del vínculo afectivo o la atención sostenida.
“Ese default que hoy llamamos autismo en realidad es lo que el cerebro está intentando hacer con ese desborde”, continuó el experto y describió cómo aparecen las clásicas conductas repetitivas —hamacarse, girar, alinear objetos, mirar fijamente— como una forma de auto-calma ante la imposibilidad de organizar las experiencias del mundo. Pantallas, placer sin cuerpo y el riesgo silencioso
Entre los múltiples factores que Plebst identifica como obstaculizadores del desarrollo temprano, uno adquiere especial protagonismo: las pantallas. El uso temprano de dispositivos electrónicos por parte de bebés y niños pequeños constituye, según el especialista, un riesgo grave pero subestimado.
“La tecnología aporta un placer sin hacer. Y el bebé necesita aprender a través de la experiencia corporal, no del estímulo visual pasivo. Las pantallas ofrecen dopamina sin sentido, como un kilo de azúcar al sistema límbico”, explicó el psiquiatra. El niño, según él, necesita observar adultos realizando actividades con sentido, en entornos naturales, con contacto físico y juego simbólico. “Antes, los bebés veían a sus padres cocinar, limpiar, construir. Hoy, muchos están entretenidos, pero no están aprendiendo procesos”.
En ese sentido, Plebst advirtió que uno de los factores más invisibles pero determinantes en el desarrollo infantil actual es la pérdida de movimiento libre y el predominio de entornos sobre estimulantes desde la primera infancia. “Hemos perdido esa libertad del movimiento. Los niños no solo están recibiendo pantallas en edad temprana, sino ha disminuido la exposición en la naturaleza”, afirmó.
Y describió una escena cotidiana que, a su juicio, refleja esta transformación: bebés trasladados en carritos mirando hacia adelante, mientras sus padres, estresados, observan sus propios dispositivos.
“El niño está en un bebesit, en un huevito transportado... está muy cómodo, sí, pero está cargando el sistema visual con demasiada información”. Diagnósticos que encasillan: una crítica al modelo automático Plebst señaló también sobre las herramientas diagnósticas simplificadas y los tratamientos generalizados que se aplican sin comprender la individualidad de cada caso.
“Muchos niños están siendo diagnosticados a partir de cuestionarios simples y enviados a tratamientos automáticos —observó—. Pero no se puede tratar una conducta sin antes entender por qué está ahí. No se trata de ´tratar´ el autismo, sino de acompañar al niño a aprender a su ritmo”. E insistió en la idea de que cada niño con diagnóstico de autismo aprende, pero lo hace de una manera diversa, que exige otro ritmo, otra forma de acompañamiento.
“Lo que hacemos muchas veces con estos tratamientos estándar es reforzar el estrés del niño, volverlo más rígido, más ansioso”. Según Plebst, todo niño con diagnóstico de autismo tiene capacidad de aprendizaje, pero ese proceso depende en gran medida del entorno que lo rodea. “Ese niño aprende y no tiene un límite de aprendizaje, pero tenemos que aprender a cómo adaptar el entorno —sensorial, afectivo, motriz, social y cognitivo— a ese niño”, sostuvo.
Para el especialista, el error del enfoque tradicional fue pretender que el niño se adapte a un modelo rígido de conducta esperada, en lugar de construir un entorno que respete su modo singular de desarrollo. “En vez de exigir que ese niño se adapte y se normalice adquiriendo conductas ‘normales’, que era el modelo anterior”, para él, es necesario comprender que cada trayectoria de aprendizaje es única y requiere acompañamiento personalizado. Plebst sostuvo que la crianza en comunidad y el acompañamiento respetuoso son el tratamiento troncal para este tipo de trastornos.
“Los niños aprenden cuando están en entornos comprensivos. El consultorio no es el centro del tratamiento, sino la vida cotidiana en familia, en la escuela, en el barrio”, aseguró. En este punto, alertó también sobre la sobrecarga que enfrentan madres y padres al criar sin red de apoyo: “Una madre sola no puede sostener esto. La comunidad es indispensable”. Y señala que las escuelas deben recuperar su rol central: “Cada aula es un ecosistema. Si no estamos todos, no es educación. Es segregación”.
El experto subrayó la importancia de recuperar una crianza colectiva y entornos compartidos como condición para el aprendizaje genuino de los niños con diagnóstico de autismo. “La crianza es en comunidad, ha sido así durante millones de años y en la actualidad se está diluyendo”, advirtió, al tiempo que insistió que estos niños necesitan estar expuestos a modelos diversos, especialmente a pares y adultos neurotípicos.
“Necesitamos que los niños que reciben un diagnóstico de este tipo estén viendo y escuchando gente neurotípica, porque si no, sin querer queriendo, al agrupar a todos los niños con dificultades de aprendizaje, no están pudiendo ver hacia dónde pueden ir”. Para el especialista, la inclusión educativa no es un ideal, sino una necesidad concreta: “Hoy estamos entendiendo que la inclusión es el mejor tratamiento, porque es tratar de recrear el mejor lugar, los mejores tiempos, los mejores entornos para que ese niño aprenda todo el día”. /Infobae
Según sostuvo en diálogo con Infobae el médico psiquiatra infanto juvenil Christian Plebst (MN 81.138), quien es consultor en desarrollo infantil, educación, inclusión, convivencia y auto-conocimiento, “el autismo puede ser considerado una pandemia”.
Los diagnósticos de este trastorno aumentaron casi un 6000% en los últimos 30 años, una cifra que, lejos de explicarse solamente por la mejora en las herramientas de detección, en su mirada, “refleja un fenómeno social y biológico de mayor profundidad y alcance”. “En los años ‘90 se consideraba que había uno niño con autismo por cada 2500. Hoy los números que se están manejando es de uno en 36. Eso no puede explicarse únicamente por una mayor conciencia o mejores diagnósticos. Algo está sucediendo”, afirmó Plebst.
Un aumento que interpela a la sociedad entera Para el especialista, el autismo debe dejar de ser comprendido como un síndrome con causa única y origen meramente biológico. “Lo que hoy llamamos autismo es un síndrome conductual. Es un punto de llegada al que se puede arribar por múltiples caminos: causas biológicas, genéticas, congénitas, ambientales y sociales”, explicó. El niño con diagnóstico de autismo —aseguró— “no está fallado”, sino que está manifestando de forma visible una desorganización profunda del desarrollo.
En esta lógica, el autismo aparece como el resultado de un cerebro que no logra integrar, procesar y modular experiencias clave en los primeros años de vida. “El bebé aprende todo a través de los sentidos, y esos sentidos necesitan un entorno que los acompañe al ritmo adecuado. Si por algún motivo ese entorno falla —aunque sea sin intención— o el cerebro del niño tiene algún tipo de vulnerabilidad, el desarrollo puede descarrilar”, sintetizó el experto.
Para Plebst, el autismo no es un estado fijo ni una condición única, sino una respuesta del sistema nervioso ante un entorno que el cerebro no logra procesar. “Cuando el cerebro no puede autorregularse, integrar, procesar y modular en simultáneo para aprender, entra un default”, explicó. En ese estado, señaló, el bebé comienza a manifestar conductas de autorregulación que dependen más del estímulo sensorial que del vínculo afectivo o la atención sostenida.
“Ese default que hoy llamamos autismo en realidad es lo que el cerebro está intentando hacer con ese desborde”, continuó el experto y describió cómo aparecen las clásicas conductas repetitivas —hamacarse, girar, alinear objetos, mirar fijamente— como una forma de auto-calma ante la imposibilidad de organizar las experiencias del mundo. Pantallas, placer sin cuerpo y el riesgo silencioso
Entre los múltiples factores que Plebst identifica como obstaculizadores del desarrollo temprano, uno adquiere especial protagonismo: las pantallas. El uso temprano de dispositivos electrónicos por parte de bebés y niños pequeños constituye, según el especialista, un riesgo grave pero subestimado.
“La tecnología aporta un placer sin hacer. Y el bebé necesita aprender a través de la experiencia corporal, no del estímulo visual pasivo. Las pantallas ofrecen dopamina sin sentido, como un kilo de azúcar al sistema límbico”, explicó el psiquiatra. El niño, según él, necesita observar adultos realizando actividades con sentido, en entornos naturales, con contacto físico y juego simbólico. “Antes, los bebés veían a sus padres cocinar, limpiar, construir. Hoy, muchos están entretenidos, pero no están aprendiendo procesos”.
En ese sentido, Plebst advirtió que uno de los factores más invisibles pero determinantes en el desarrollo infantil actual es la pérdida de movimiento libre y el predominio de entornos sobre estimulantes desde la primera infancia. “Hemos perdido esa libertad del movimiento. Los niños no solo están recibiendo pantallas en edad temprana, sino ha disminuido la exposición en la naturaleza”, afirmó.
Y describió una escena cotidiana que, a su juicio, refleja esta transformación: bebés trasladados en carritos mirando hacia adelante, mientras sus padres, estresados, observan sus propios dispositivos.
“El niño está en un bebesit, en un huevito transportado... está muy cómodo, sí, pero está cargando el sistema visual con demasiada información”. Diagnósticos que encasillan: una crítica al modelo automático Plebst señaló también sobre las herramientas diagnósticas simplificadas y los tratamientos generalizados que se aplican sin comprender la individualidad de cada caso.
“Muchos niños están siendo diagnosticados a partir de cuestionarios simples y enviados a tratamientos automáticos —observó—. Pero no se puede tratar una conducta sin antes entender por qué está ahí. No se trata de ´tratar´ el autismo, sino de acompañar al niño a aprender a su ritmo”. E insistió en la idea de que cada niño con diagnóstico de autismo aprende, pero lo hace de una manera diversa, que exige otro ritmo, otra forma de acompañamiento.
“Lo que hacemos muchas veces con estos tratamientos estándar es reforzar el estrés del niño, volverlo más rígido, más ansioso”. Según Plebst, todo niño con diagnóstico de autismo tiene capacidad de aprendizaje, pero ese proceso depende en gran medida del entorno que lo rodea. “Ese niño aprende y no tiene un límite de aprendizaje, pero tenemos que aprender a cómo adaptar el entorno —sensorial, afectivo, motriz, social y cognitivo— a ese niño”, sostuvo.
Para el especialista, el error del enfoque tradicional fue pretender que el niño se adapte a un modelo rígido de conducta esperada, en lugar de construir un entorno que respete su modo singular de desarrollo. “En vez de exigir que ese niño se adapte y se normalice adquiriendo conductas ‘normales’, que era el modelo anterior”, para él, es necesario comprender que cada trayectoria de aprendizaje es única y requiere acompañamiento personalizado. Plebst sostuvo que la crianza en comunidad y el acompañamiento respetuoso son el tratamiento troncal para este tipo de trastornos.
“Los niños aprenden cuando están en entornos comprensivos. El consultorio no es el centro del tratamiento, sino la vida cotidiana en familia, en la escuela, en el barrio”, aseguró. En este punto, alertó también sobre la sobrecarga que enfrentan madres y padres al criar sin red de apoyo: “Una madre sola no puede sostener esto. La comunidad es indispensable”. Y señala que las escuelas deben recuperar su rol central: “Cada aula es un ecosistema. Si no estamos todos, no es educación. Es segregación”.
El experto subrayó la importancia de recuperar una crianza colectiva y entornos compartidos como condición para el aprendizaje genuino de los niños con diagnóstico de autismo. “La crianza es en comunidad, ha sido así durante millones de años y en la actualidad se está diluyendo”, advirtió, al tiempo que insistió que estos niños necesitan estar expuestos a modelos diversos, especialmente a pares y adultos neurotípicos.
“Necesitamos que los niños que reciben un diagnóstico de este tipo estén viendo y escuchando gente neurotípica, porque si no, sin querer queriendo, al agrupar a todos los niños con dificultades de aprendizaje, no están pudiendo ver hacia dónde pueden ir”. Para el especialista, la inclusión educativa no es un ideal, sino una necesidad concreta: “Hoy estamos entendiendo que la inclusión es el mejor tratamiento, porque es tratar de recrear el mejor lugar, los mejores tiempos, los mejores entornos para que ese niño aprenda todo el día”. /Infobae