Editorial / Culpa de nadie, responsabilidad de todos

La ola de crímenes en Comodoro Rivadavia obliga a repensar los discursos que dejan afuera de un problema provincial a varias áreas clave.

Imagen ilustrativa (Santafecanal.com.ar)
15 FEB 2025 - 17:47 | Actualizado 15 FEB 2025 - 22:49

Policías, brigadas, fiscales, jueces, defensores, fueros, investigaciones, audiencias, comandos unificados, prisiones preventivas. Todos conceptos que se escuchan seguido con cada asesinato en Chubut. Este año ya hubo cinco crímenes violentos en Comodoro Rivadavia y aunque pudo ocurrir en cualquier ciudad, el dato merece una reflexión que implique a toda la provincia.

Sería injusto, imprudente y desinformado depositar responsabilidad en esa Municipalidad o en cualquier otra. Ya se lo dijo con buen tino a Jornada el intendente Othar Macharashvili: “Hay cuestiones que nos exceden y le estamos pidiendo a las fuerzas que actúen en consecuencia”.

En rigor, buscar un solo motivo o protagonista sería errar seriamente el foco de la discusión. No todo es Policía o Poder Judicial. Y no todo es ajustar la necesidad de la represión, de llegar con eficacia cuando el episodio de sangre ya ocurrió.

Los jóvenes necesitan contención. La piden con síntomas silenciosos.

Lo que conocemos como “tejido social”, eso de vivir juntos y en tolerancia, atraviesa una época sensible. La motosierra del presidente Javier Milei hace estragos y no hace falta ser un científico social para entender que las consecuencias finales todavía no llegaron. Todo será un poco peor en un par de años en términos de desastre social. No es cierto que haya una idea de país donde se respete irrestrictamente la libertad del prójimo: lo que derrama es el sálvese quien pueda.

Por eso a los conceptos que se escuchan seguido con cada tragedia hay que agregar otras áreas, que suelen no integrar la agenda urgente cuando se habla de inseguridad, violencia y finalmente, muerte.

Por ejemplo, nunca serán pocos los refuerzos y la atención que puedan recibir los ministerios de Educación y de Desarrollo Social y Familia. No se trata para nada de que trabajen mal o poco, sí de que no pueden quedar fuera de una mesa de discusión para resolver estos laberintos.

Es que atender socialmente y educar sin expulsar del sistema a las franjas más vulnerables es un trabajo complejísimo, que necesita compromiso diario y potencia para motivar a aquellos chicos que se sienten excluidos de cualquier oportunidad. Pero si el esquema funciona, buena parte del trabajo de base estará hecho. Hay que desactivar ese sustrato que solemos conocer como “caldo de cultivo”.

Hay retóricas para cambiar. No es simplemente “sacar a los chicos de la calle”: es imprescindible invitarlos a un proyecto. De hecho, ni siquiera haría falta sacar de la calle a nadie si es que el contexto comunitario y barrial es acogedor para otra mentalidad. No son condiciones suficientes para licuar la violencia que flota, pero si necesarias. La esperanza y la aspiración de ascenso social no deben ser abstracciones sino objetivos complicados pero palpables.

También hay que pensar en la cultura y en el deporte. Suelen tomarse como áreas menores o laterales cuando en realidad son vigas de una estructura a sostener. Puede que haya que salir de la lógica de talleres y torneos, del esparcimiento por el esparcimiento mismo, y animarse a otro prisma que ajuste clavijas sobre la necesidad comunitaria de convivir e interactuar. Cada chico debe sentir que es importante, que no está de paso por ninguna actividad.

Hay varias problemáticas conexas imposibles de agotar en una columna: la repitencia, las adicciones, la educación sexual. Por lo demás, se sabe que la ayuda social nunca sobra en tiempos de crisis tan profunda. Hay que saber distribuirla con un motivo.

Cuando una vida está jugada o un chico no sabe de conductas y consecuencias, le dará lo mismo gastar la conciencia frente a un celular, ser soldadito del narcomenudeo o la nada misma. Si ser servidor público tiene un sentido, será que esas individualidades tengan una expectativa, una certidumbre. Cada familia destrozada de víctimas y victimarios es un paso en falso que el Estado –todo el Estado- no puede permitirse.

Ciertamente, algunos de estos apuntes están en marcha hace tiempo. Otros, en cambio, no están aceitados. Pero no se trata de una crítica simplona sino de un llamado de atención. Y cabe tener en cuenta que cualquier inversión o reforma estructural no impactará de inmediato, como no impactan de inmediato las malas políticas.

Por lo pronto, la única verdad es la realidad: ya hubo cinco muertes violentas en una sola ciudad en muy poco tiempo. Sin depositar la culpa en nadie, es una dura responsabilidad de todos.

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Imagen ilustrativa (Santafecanal.com.ar)
15 FEB 2025 - 17:47

Policías, brigadas, fiscales, jueces, defensores, fueros, investigaciones, audiencias, comandos unificados, prisiones preventivas. Todos conceptos que se escuchan seguido con cada asesinato en Chubut. Este año ya hubo cinco crímenes violentos en Comodoro Rivadavia y aunque pudo ocurrir en cualquier ciudad, el dato merece una reflexión que implique a toda la provincia.

Sería injusto, imprudente y desinformado depositar responsabilidad en esa Municipalidad o en cualquier otra. Ya se lo dijo con buen tino a Jornada el intendente Othar Macharashvili: “Hay cuestiones que nos exceden y le estamos pidiendo a las fuerzas que actúen en consecuencia”.

En rigor, buscar un solo motivo o protagonista sería errar seriamente el foco de la discusión. No todo es Policía o Poder Judicial. Y no todo es ajustar la necesidad de la represión, de llegar con eficacia cuando el episodio de sangre ya ocurrió.

Los jóvenes necesitan contención. La piden con síntomas silenciosos.

Lo que conocemos como “tejido social”, eso de vivir juntos y en tolerancia, atraviesa una época sensible. La motosierra del presidente Javier Milei hace estragos y no hace falta ser un científico social para entender que las consecuencias finales todavía no llegaron. Todo será un poco peor en un par de años en términos de desastre social. No es cierto que haya una idea de país donde se respete irrestrictamente la libertad del prójimo: lo que derrama es el sálvese quien pueda.

Por eso a los conceptos que se escuchan seguido con cada tragedia hay que agregar otras áreas, que suelen no integrar la agenda urgente cuando se habla de inseguridad, violencia y finalmente, muerte.

Por ejemplo, nunca serán pocos los refuerzos y la atención que puedan recibir los ministerios de Educación y de Desarrollo Social y Familia. No se trata para nada de que trabajen mal o poco, sí de que no pueden quedar fuera de una mesa de discusión para resolver estos laberintos.

Es que atender socialmente y educar sin expulsar del sistema a las franjas más vulnerables es un trabajo complejísimo, que necesita compromiso diario y potencia para motivar a aquellos chicos que se sienten excluidos de cualquier oportunidad. Pero si el esquema funciona, buena parte del trabajo de base estará hecho. Hay que desactivar ese sustrato que solemos conocer como “caldo de cultivo”.

Hay retóricas para cambiar. No es simplemente “sacar a los chicos de la calle”: es imprescindible invitarlos a un proyecto. De hecho, ni siquiera haría falta sacar de la calle a nadie si es que el contexto comunitario y barrial es acogedor para otra mentalidad. No son condiciones suficientes para licuar la violencia que flota, pero si necesarias. La esperanza y la aspiración de ascenso social no deben ser abstracciones sino objetivos complicados pero palpables.

También hay que pensar en la cultura y en el deporte. Suelen tomarse como áreas menores o laterales cuando en realidad son vigas de una estructura a sostener. Puede que haya que salir de la lógica de talleres y torneos, del esparcimiento por el esparcimiento mismo, y animarse a otro prisma que ajuste clavijas sobre la necesidad comunitaria de convivir e interactuar. Cada chico debe sentir que es importante, que no está de paso por ninguna actividad.

Hay varias problemáticas conexas imposibles de agotar en una columna: la repitencia, las adicciones, la educación sexual. Por lo demás, se sabe que la ayuda social nunca sobra en tiempos de crisis tan profunda. Hay que saber distribuirla con un motivo.

Cuando una vida está jugada o un chico no sabe de conductas y consecuencias, le dará lo mismo gastar la conciencia frente a un celular, ser soldadito del narcomenudeo o la nada misma. Si ser servidor público tiene un sentido, será que esas individualidades tengan una expectativa, una certidumbre. Cada familia destrozada de víctimas y victimarios es un paso en falso que el Estado –todo el Estado- no puede permitirse.

Ciertamente, algunos de estos apuntes están en marcha hace tiempo. Otros, en cambio, no están aceitados. Pero no se trata de una crítica simplona sino de un llamado de atención. Y cabe tener en cuenta que cualquier inversión o reforma estructural no impactará de inmediato, como no impactan de inmediato las malas políticas.

Por lo pronto, la única verdad es la realidad: ya hubo cinco muertes violentas en una sola ciudad en muy poco tiempo. Sin depositar la culpa en nadie, es una dura responsabilidad de todos.