Por Juan Miguel Bigrevich/ Redacción Jornada
No se puede eludir la existencia con explicaciones, solo soportarla. Tampoco es tan trágica la amargura. Ni perder la sonrisa ante la brevedad del desaliento
Hoy hubo cansancio, temor, azar, incertidumbre, agobio, llanto, gloria y agonía y el machete de los minutos terminó su labor: Germinal perdió en la ida de las semifinales contra Sarmiento de La Banda 1 a 0 y deberá ir por la épica en Santiago del Estero en una semana si pretende dar vuelta la historia.
En una tarde con sol, el Germinal de las promesas sucumbió ante demasiadas realidades. Su rival fue horriblemente eficaz. Sin embargo, ello no quita que este torneo fuera el comodín sagrado para salir de las incomodidades de la vida, para no aceptar frustraciones, para pilotear el amor
Es que fiel ante las infidelidades de los resultados, su gente copó su templo sagrado como la mejor de las tardes felices. Con una lealtad perpetua, aunque absortos como un niño con su primer descubrimiento, comenzó a plantear una subterránea avidez de venganza en el crepúsculo de un domingo no deseado; con una desesperación muda, con un sufrimiento acervo y con una violencia impositiva en su mirada.
La gente, su gente, andará, esta semana, con su dolor a media asta como cuando se lastima a aquellas cosas que se aman como se aman entre la sombra y el alma.
El gol, esa cara abierta de mil rostros, no estuvo presente; como esa esperanza que nunca llega y su feligresía tiene la tarea de construir eternidades con elementos hechos de fugacidad, tránsito y olvido. Cuenta con una virtud: el estado de gracia de sus miembros es más contagioso que cualquier enfermedad. Y hasta hoy fue un gran temporal atravesado a noches por soles cegadores que abrieron huecos enormes como tumbas y que lo transmitió a quienes en el rectángulo de juego lo representaron y que por más débil sea su pulso, sigue latiendo.
Hoy hay una frontera de palabras no dichas entre los labios de cada uno y del resto y algo que brilla así de triste entre sus ojos y los de los demás. Pero, jamás se necesita del resultado para sostener el amor.
El de Germinal y su gente.
Es que Germinal es un abrazo que nos acomoda un poco; que nos hace ver que no estamos tan solos, ni tan locos, ni tan rotos.
Simboliza ese paradigma que con solo dar la mano rompe la soledad, enciende la ilusión y los rosales, nos hace sonreír y nos invita a viajar por otras regiones hasta descubrir la magia. Y después se queda con nosotros como si nada.
Es de esos clubes que seguramente hubieran construido el Arca de Noé y no el Titanic.
Germinal irá en busca del canto del cisne al norte del país y el milagro puede no sólo ser ficción.
Se puede ser vencedores o vencidos, pero como las pasiones no entienden de etiquetas o conspiraciones, solo queda preguntarse cómo vivir con tantos sueños sin cumplir.
Pero quizás haya algo peor que los sueños perdidos y es perder el deseo de soñar otra vez.
Y allí estará su gente. Esa que calla por prudencia y por estilo. Que al silencio lo llena de palabras. Las buenas y las malas. La misma, que acaricia sus cicatrices, besa sus ojos, se toma de las manos y quema sus demonios. Y que en cada parpadeo redime a su corazón.
Si. Aquella que con su atrevido miedo y que, como dice el poeta, aprovechando el sol y también los eclipses, entiende que el sur también existe.
Por Juan Miguel Bigrevich/ Redacción Jornada
No se puede eludir la existencia con explicaciones, solo soportarla. Tampoco es tan trágica la amargura. Ni perder la sonrisa ante la brevedad del desaliento
Hoy hubo cansancio, temor, azar, incertidumbre, agobio, llanto, gloria y agonía y el machete de los minutos terminó su labor: Germinal perdió en la ida de las semifinales contra Sarmiento de La Banda 1 a 0 y deberá ir por la épica en Santiago del Estero en una semana si pretende dar vuelta la historia.
En una tarde con sol, el Germinal de las promesas sucumbió ante demasiadas realidades. Su rival fue horriblemente eficaz. Sin embargo, ello no quita que este torneo fuera el comodín sagrado para salir de las incomodidades de la vida, para no aceptar frustraciones, para pilotear el amor
Es que fiel ante las infidelidades de los resultados, su gente copó su templo sagrado como la mejor de las tardes felices. Con una lealtad perpetua, aunque absortos como un niño con su primer descubrimiento, comenzó a plantear una subterránea avidez de venganza en el crepúsculo de un domingo no deseado; con una desesperación muda, con un sufrimiento acervo y con una violencia impositiva en su mirada.
La gente, su gente, andará, esta semana, con su dolor a media asta como cuando se lastima a aquellas cosas que se aman como se aman entre la sombra y el alma.
El gol, esa cara abierta de mil rostros, no estuvo presente; como esa esperanza que nunca llega y su feligresía tiene la tarea de construir eternidades con elementos hechos de fugacidad, tránsito y olvido. Cuenta con una virtud: el estado de gracia de sus miembros es más contagioso que cualquier enfermedad. Y hasta hoy fue un gran temporal atravesado a noches por soles cegadores que abrieron huecos enormes como tumbas y que lo transmitió a quienes en el rectángulo de juego lo representaron y que por más débil sea su pulso, sigue latiendo.
Hoy hay una frontera de palabras no dichas entre los labios de cada uno y del resto y algo que brilla así de triste entre sus ojos y los de los demás. Pero, jamás se necesita del resultado para sostener el amor.
El de Germinal y su gente.
Es que Germinal es un abrazo que nos acomoda un poco; que nos hace ver que no estamos tan solos, ni tan locos, ni tan rotos.
Simboliza ese paradigma que con solo dar la mano rompe la soledad, enciende la ilusión y los rosales, nos hace sonreír y nos invita a viajar por otras regiones hasta descubrir la magia. Y después se queda con nosotros como si nada.
Es de esos clubes que seguramente hubieran construido el Arca de Noé y no el Titanic.
Germinal irá en busca del canto del cisne al norte del país y el milagro puede no sólo ser ficción.
Se puede ser vencedores o vencidos, pero como las pasiones no entienden de etiquetas o conspiraciones, solo queda preguntarse cómo vivir con tantos sueños sin cumplir.
Pero quizás haya algo peor que los sueños perdidos y es perder el deseo de soñar otra vez.
Y allí estará su gente. Esa que calla por prudencia y por estilo. Que al silencio lo llena de palabras. Las buenas y las malas. La misma, que acaricia sus cicatrices, besa sus ojos, se toma de las manos y quema sus demonios. Y que en cada parpadeo redime a su corazón.
Si. Aquella que con su atrevido miedo y que, como dice el poeta, aprovechando el sol y también los eclipses, entiende que el sur también existe.