Alejandro Jones: con la sangre, música y poesía de los colonos galeses

Sus raíces galesas se remontan a los principios de la colonización en la Patagonia: Aaron Jenkins, el primer mártir, y John Evans, fundador de Trevelin, son sus antepasados. Aún trabaja la tierra heredada de sus ancestros. La historia de un artista que lleva la música y la poesía en la sangre, y que defiende con orgullo la tradición galesa.

25 JUL 2024 - 14:25 | Actualizado 27 JUL 2024 - 19:05

Por Martín Tacón / Redacción Jornada

Los galeses llevan la música y la poesía en la sangre. O eso dice la tradición. Alejandro Jones, oriundo de Trevelin, prueba con sus discos y su consagración en el Eisteddfod que ese mito es real. El artista, séptima generación de una familia de músicos y poetas de ascendencia galesa, cumple su destino cuidando la tierra que heredó y transfiriendo a sus hijos los valores aprendidos.

Sus raíces galesas se remontan al 1700. En uno de sus muchos viajes a Gales, en 2014, recorrió los lugares de los que era originaria su familia, donde sólo encontró rastros de un pasado que ya no existe.

Los registros de su familia en Argentina son variados, todos relacionados directamente con la colonia galesa de 1865. Entre los 153 colonos que viajaron en el velero Mimosa, venían dos ramas de su familia: una proveniente del sur y otra del norte de Gales.

Uno de estos familiares era Aaron Jenkins, el primer policía de la colonia y primer mártir. Fue asesinado en cumplimiento de su deber, en 1879, por un delincuente chileno mientras lo trasladaba de Gaiman a Rawson. En su memoria, se conmemora cada 16 de junio el Día del Caído en el Cumplimiento del Deber.

Jenkins viajó con su primera esposa, Margaret Jones. Alejandro es descendiente de ellos dos. A Jenkins se lo conoce por descubrir junto a su segunda esposa, Rachel Evans, que la manera más óptima de cultivar las tierras del Valle del río Chubut era a través de canales de riego, lo cual dio un giro a las actividades agrícolas de la colonia.

Su otra rama familiar viene por el lado de John Daniel Evans, que viajó siendo un niño. Apodado “el Baqueano”, John fue un importante pionero de la colonización galesa en el valle 16 de Octubre y Trevelin. Fue quien construyó el molino harinero que da origen a la localidad.

John Daniel Evans, tatarabuelo de Alejandro Jones, en Trevelin.


Ambas familias, Evans y Jenkins, venían del sur de Gales (Aberdâr, Mountain Ash, St. Fagans). Las proezas y relatos de aquellos primeros colonos están siempre presentes en las historias que se cuentan en el entorno familiar de Alejandro Jones. Recuerda con exactitud fechas y nombres, y aunque mucha información histórica es parte del dominio público, a él lo mueve un interés personal.

Para Alejandro, el revisionismo histórico se comparte entre familias celosas en la salvaguarda de los documentos escritos y los recuerdos orales, y el interés que se despierta en las nuevas generaciones por saber qué era de aquellos antepasados que poblaron estas tierras.

Entre los que vuelven a preguntar por sus antepasados surge una nueva perspectiva por el rol de la mujer. “Hace algunos años se volvió a hablar de Rachel Evans, quien tuvo la idea de los canales de riego en el Valle. Cuando se escribió esa historia, se nombraba a los hombres que ocupaban los cargos importantes, pero hemos empezado a poner en valor el papel de la mujer”, dice Alejandro.

“Todos los que tenemos una madre o una abuela sabemos que tienen un rol fundamental en la vida y que son mujeres de armas llevar. No causa ningún asombro saber que ha habido mujeres que han tomado decisiones, han sido muy inteligentes y muy emprendedoras”.

Alejandro no olvida que una de las personas que aportó uno de los mayores capitales para que el viaje del Mimosa fuera un proyecto viable fue, en efecto, una mujer. “Hay que tener todos los elementos de la historia para volver sobre ella con mucho respeto a buscar nuevas facetas, que nos sirven para plantear el futuro”.

Volver a los orígenes

Alejandro viajó cinco veces a Gales en busca de sus orígenes. En cada uno de ellos pudo completar un periplo que nació con un ideal: conocer esos pueblos de los que sus ancestros eran originarios.

Uno de sus viajes lo realizó con su madre, su hermana y su hermano. Juntos, en familia, como descendientes directos de aquellos audaces colonos, volvieron a la casa de sus ancestros y la encontraron habitada por otras gentes. Se sintieron completamente ajenos.

“Han pasado más de 150 años”, explica Alejandro. “Muchos dueños pasaron por ahí. Son casas que todavía están en pie en un pueblito minero donde la industria ha cambiado mucho desde que en los años 80 el gobierno de Margaret Thatcher, con sus políticas, propició el cierre de las minas de carbón”.

En el monumento del Mimosa, en la bahía de Liverpool, donde zarpó el velero.

Llegar ahí y ver esas casitas le trajo sentimientos encontrados, difíciles de asimilar. “Yo esperaba una reacción al nivel de las entrañas. Pero no me causó mayor efecto”. Lo que quedó en aquel remoto lugar al sur de Gales es una casa que sus ancestros decidieron abandonar.

“Lo que me emociona es vivir en el lugar que ellos decidieron colonizar para que sea su hogar, en Trevelin. Cada generación lo ha ido eligiendo, eso me moviliza mucho más que lo que encontré en Gales”.

La búsqueda de los orígenes para llegar a los pueblos, las calles y las capillas donde vivieron los antepasados, es siempre un ejercicio de profunda espiritualidad. “Encontrar un nombre familiar en alguna tumba es interesante. Lo movilizante es la búsqueda, no lo que encontramos. Allá quedan solo casas que no nos pertenecen, quedan sepulcros de hace 200 años, y gente con la que no hay conexión más que la historia”.

Campo, música y Patagonia

Alejandro Jones nació en Trevelin, en 1982, en el seno de una familia que lleva la música y la poesía en la sangre. No recuerda sus inicios, pero hay algo que no puede olvidar: su primer contacto con un instrumento fue con la guitarra de la chacra.

Él integra la séptima generación de artistas de su familia. “El galés es un pueblo cantor, poeta y bohemio. Al galenso, descendiente del galés, aunque no posea el contexto de ser criado en una capilla ni la noción del canto coral, le aparece de vez en cuando la sensibilidad musical y poética, muy aferrada al trabajo y a la vida cotidiana del chacarero”.

En medio de la naturaleza, labrando la tierra, llegaal final de un surco y alcanza la inspiración. En mitad de la faena se frena un segundo para anotar una rima, un verso o una melodía, antes de continuar trabajando.

“Es muy diferente a la bohemia del artista parisino. Lo percibo, versos que nacen en el potrero, música que nace de una jornada de trabajo, y eso viene de mi familia desde que salieron de Gales”.


La tradición musical resiste el tiempo y trasciende las generaciones. A eso Alejandro lo llama sensibilidad musical. “Tengo sobrinos o primos que no tienen ni siquiera el interés por la música galesa o por el idioma, y sin embargo les despierta la faceta a través del folclore o la cumbia. Es una cuestión que está en la sangre”.

Alejandro aprendió galés en su adolescencia, con maestros locales y otros provenientes de Gales. Lo perfeccionó durante su estadía en Gales, donde concluyó su aprendizaje. En aquel país, donde predomina la cultura británica y apenas un 20% de la población habla galés, realizó giras musicales en esa lengua con un total de 42 conciertos.

Grabó un álbum titulado “Canciones de tiempo y agua”, un disco impregnado con la melancolía de quien ama su tierra, donde Alejandro pone la voz, las guitarras, el piano y el acordeón. Modesto y con un extraordinario sentido del humor, confiesa que es más un “corajudo” que un multinstrumentista.

Nunca le interesó vivir de la música. A los 20 años, cuando con su hermano mayor se presentó en el escenario de Cosquín, tuvo una oportunidad palpable de dedicarse a eso. Sin embargo, desechó de plano esa posibilidad. El amor por su tierra fue más fuerte: vivir de la música hubiera implicado irse.

“Tengo la idea de vivir una vida relacionada al campo y la naturaleza en Trevelin, en un entorno de comunidad. Eso jamás se negoció”, dice.

Los discos fueron surgiendo cuando las propias canciones pedían tranquera. “Yo estoy en un proceso creativo constante. Editar un libro o un disco es la manera de ponerle un moño a las cosas que voy creando. Es un estilo de vida”.

"¡Qué orgullo el haber nacido en suelo cordillerano, donde un abuelo baquiano labró sus sueños de trigo!"

Tierra heredada, divino tesoro

El concepto de lugar, para Alejandro, es más amplio que la simple tierra heredada. Su lugar es Argentina, es Patagonia, es Chubut, es Cordillera de los Andes, es el valle hermoso de Trevelin.

“Tenemos la fortuna de trabajar tierras donde trabajaron mis ancestros cinco generaciones atrás. Con cada generación se van reduciendo las superficies por subdivisiones, y cada vez es un desafío más grande ver cómo le heredamos a la generación que viene un tesoro y no un problema”.

Vive y trabaja tierras de producción agrícola y ganadera. Su temor es que las producciones chicas no tientan a nadie. En muchos casos quedan en manos degente encargada de hacer una sucesión y al final lo que era un tesoro familiar queda en manos de gente que no lo valora.

“Por la tierra heredada de nuestros ancestros sentimos una responsabilidad como familia enorme", dice. "El objetivo es pasarle a mis hijos y sobrinos una solución. Es el lugar que eligieron mis ancestros, un lugar rodeado por la cordillera que limitan con Chile, hacia el este donde se dividen las aguas y son valles productivos o llenos de agua glaciar, lugares bellísimos que permiten la ganadería, la agricultura y el turismo”.

Alejandro Jones es guía de pesca con mosca y trabaja en el Parque Nacional Los Alerces.Cuando no está con turistas recorriendo los ríos cordilleranos, Alejandro se viste de chacarero y sale a trabajar su tierra, cuidando desmalezar el monte para evitar incendios forestales.

Por esta época, es momento de cosechar los pinos que su padre plantó en 1970. Su familia, y sobre todo los que ya no están, persisten en ese trabajo de la tierra y también en la poesía que Alejandro escribe. Fue así que en 2023 conquistó la Medalla de Plataen el Eisteddfod del Chubut con su poema “Espera”, una oda a quienes han partido.

“Es un intento de abordar los sentimientos de quien se ha ido. Cuando estamos de duelo, nos ponemos en la perspectiva del que se queda y perdió un ser querido. En ese poema me pongo en los zapatos del que se fue temprano y se ha quedado esperando a su compañera”.

Dice el poema: no voy a estar ahí para ver todas las cosas propias de la vejez, pero cuando llegue el momento voy a volver a buscarte. Es un tema presente en su familia. “Mi abuela falleció con 46 años. Me crié con esa ausencia. Vimos a mi abuelo ponerse viejo, la chacra cambiando con los años, y cuando uno cruzaba por la cocina veía la foto de ella. Todo cambiaba, pero la foto era la misma”.

Un monumento viviente

Cada 28 de julio, desde que se cumplieron los 150 años del desembarco galés, le vuelve una reflexión nacida aquel 2015.

“Descendemos de un grupo de personas que dejó todo e hizo una apuesta muy fuerte en pos de la cultura y el idioma. Tomando una decisión tan controversial; dejar tu tierra para defender tu cultura se siente una decisión descabellada. Yo siento que mi cultura está atada a mi geografía, pero mis ancestros dijeron ‘no, si queremos defender nuestro idioma nos tenemos que ir’. Me crié pensando en ese sacrificio y la sensación de deuda que tenía con ellos por el esfuerzo que hicieron. En 2015 sentí que ya no era necesario pagarles un tributo a través de monumentos o de canciones o poemas a los que quedaron atrás, sino que teníamos que empezar a construir el futuro. Ahí nacen las escuelas de galés. En vez de una estatua, les hacemos un edificio que crece y se llena de chicos, como un monumento viviente que pone en valor nuestra generación y ayuda a las generaciones que vienen”.

Las más leídas

25 JUL 2024 - 14:25

Por Martín Tacón / Redacción Jornada

Los galeses llevan la música y la poesía en la sangre. O eso dice la tradición. Alejandro Jones, oriundo de Trevelin, prueba con sus discos y su consagración en el Eisteddfod que ese mito es real. El artista, séptima generación de una familia de músicos y poetas de ascendencia galesa, cumple su destino cuidando la tierra que heredó y transfiriendo a sus hijos los valores aprendidos.

Sus raíces galesas se remontan al 1700. En uno de sus muchos viajes a Gales, en 2014, recorrió los lugares de los que era originaria su familia, donde sólo encontró rastros de un pasado que ya no existe.

Los registros de su familia en Argentina son variados, todos relacionados directamente con la colonia galesa de 1865. Entre los 153 colonos que viajaron en el velero Mimosa, venían dos ramas de su familia: una proveniente del sur y otra del norte de Gales.

Uno de estos familiares era Aaron Jenkins, el primer policía de la colonia y primer mártir. Fue asesinado en cumplimiento de su deber, en 1879, por un delincuente chileno mientras lo trasladaba de Gaiman a Rawson. En su memoria, se conmemora cada 16 de junio el Día del Caído en el Cumplimiento del Deber.

Jenkins viajó con su primera esposa, Margaret Jones. Alejandro es descendiente de ellos dos. A Jenkins se lo conoce por descubrir junto a su segunda esposa, Rachel Evans, que la manera más óptima de cultivar las tierras del Valle del río Chubut era a través de canales de riego, lo cual dio un giro a las actividades agrícolas de la colonia.

Su otra rama familiar viene por el lado de John Daniel Evans, que viajó siendo un niño. Apodado “el Baqueano”, John fue un importante pionero de la colonización galesa en el valle 16 de Octubre y Trevelin. Fue quien construyó el molino harinero que da origen a la localidad.

John Daniel Evans, tatarabuelo de Alejandro Jones, en Trevelin.


Ambas familias, Evans y Jenkins, venían del sur de Gales (Aberdâr, Mountain Ash, St. Fagans). Las proezas y relatos de aquellos primeros colonos están siempre presentes en las historias que se cuentan en el entorno familiar de Alejandro Jones. Recuerda con exactitud fechas y nombres, y aunque mucha información histórica es parte del dominio público, a él lo mueve un interés personal.

Para Alejandro, el revisionismo histórico se comparte entre familias celosas en la salvaguarda de los documentos escritos y los recuerdos orales, y el interés que se despierta en las nuevas generaciones por saber qué era de aquellos antepasados que poblaron estas tierras.

Entre los que vuelven a preguntar por sus antepasados surge una nueva perspectiva por el rol de la mujer. “Hace algunos años se volvió a hablar de Rachel Evans, quien tuvo la idea de los canales de riego en el Valle. Cuando se escribió esa historia, se nombraba a los hombres que ocupaban los cargos importantes, pero hemos empezado a poner en valor el papel de la mujer”, dice Alejandro.

“Todos los que tenemos una madre o una abuela sabemos que tienen un rol fundamental en la vida y que son mujeres de armas llevar. No causa ningún asombro saber que ha habido mujeres que han tomado decisiones, han sido muy inteligentes y muy emprendedoras”.

Alejandro no olvida que una de las personas que aportó uno de los mayores capitales para que el viaje del Mimosa fuera un proyecto viable fue, en efecto, una mujer. “Hay que tener todos los elementos de la historia para volver sobre ella con mucho respeto a buscar nuevas facetas, que nos sirven para plantear el futuro”.

Volver a los orígenes

Alejandro viajó cinco veces a Gales en busca de sus orígenes. En cada uno de ellos pudo completar un periplo que nació con un ideal: conocer esos pueblos de los que sus ancestros eran originarios.

Uno de sus viajes lo realizó con su madre, su hermana y su hermano. Juntos, en familia, como descendientes directos de aquellos audaces colonos, volvieron a la casa de sus ancestros y la encontraron habitada por otras gentes. Se sintieron completamente ajenos.

“Han pasado más de 150 años”, explica Alejandro. “Muchos dueños pasaron por ahí. Son casas que todavía están en pie en un pueblito minero donde la industria ha cambiado mucho desde que en los años 80 el gobierno de Margaret Thatcher, con sus políticas, propició el cierre de las minas de carbón”.

En el monumento del Mimosa, en la bahía de Liverpool, donde zarpó el velero.

Llegar ahí y ver esas casitas le trajo sentimientos encontrados, difíciles de asimilar. “Yo esperaba una reacción al nivel de las entrañas. Pero no me causó mayor efecto”. Lo que quedó en aquel remoto lugar al sur de Gales es una casa que sus ancestros decidieron abandonar.

“Lo que me emociona es vivir en el lugar que ellos decidieron colonizar para que sea su hogar, en Trevelin. Cada generación lo ha ido eligiendo, eso me moviliza mucho más que lo que encontré en Gales”.

La búsqueda de los orígenes para llegar a los pueblos, las calles y las capillas donde vivieron los antepasados, es siempre un ejercicio de profunda espiritualidad. “Encontrar un nombre familiar en alguna tumba es interesante. Lo movilizante es la búsqueda, no lo que encontramos. Allá quedan solo casas que no nos pertenecen, quedan sepulcros de hace 200 años, y gente con la que no hay conexión más que la historia”.

Campo, música y Patagonia

Alejandro Jones nació en Trevelin, en 1982, en el seno de una familia que lleva la música y la poesía en la sangre. No recuerda sus inicios, pero hay algo que no puede olvidar: su primer contacto con un instrumento fue con la guitarra de la chacra.

Él integra la séptima generación de artistas de su familia. “El galés es un pueblo cantor, poeta y bohemio. Al galenso, descendiente del galés, aunque no posea el contexto de ser criado en una capilla ni la noción del canto coral, le aparece de vez en cuando la sensibilidad musical y poética, muy aferrada al trabajo y a la vida cotidiana del chacarero”.

En medio de la naturaleza, labrando la tierra, llegaal final de un surco y alcanza la inspiración. En mitad de la faena se frena un segundo para anotar una rima, un verso o una melodía, antes de continuar trabajando.

“Es muy diferente a la bohemia del artista parisino. Lo percibo, versos que nacen en el potrero, música que nace de una jornada de trabajo, y eso viene de mi familia desde que salieron de Gales”.


La tradición musical resiste el tiempo y trasciende las generaciones. A eso Alejandro lo llama sensibilidad musical. “Tengo sobrinos o primos que no tienen ni siquiera el interés por la música galesa o por el idioma, y sin embargo les despierta la faceta a través del folclore o la cumbia. Es una cuestión que está en la sangre”.

Alejandro aprendió galés en su adolescencia, con maestros locales y otros provenientes de Gales. Lo perfeccionó durante su estadía en Gales, donde concluyó su aprendizaje. En aquel país, donde predomina la cultura británica y apenas un 20% de la población habla galés, realizó giras musicales en esa lengua con un total de 42 conciertos.

Grabó un álbum titulado “Canciones de tiempo y agua”, un disco impregnado con la melancolía de quien ama su tierra, donde Alejandro pone la voz, las guitarras, el piano y el acordeón. Modesto y con un extraordinario sentido del humor, confiesa que es más un “corajudo” que un multinstrumentista.

Nunca le interesó vivir de la música. A los 20 años, cuando con su hermano mayor se presentó en el escenario de Cosquín, tuvo una oportunidad palpable de dedicarse a eso. Sin embargo, desechó de plano esa posibilidad. El amor por su tierra fue más fuerte: vivir de la música hubiera implicado irse.

“Tengo la idea de vivir una vida relacionada al campo y la naturaleza en Trevelin, en un entorno de comunidad. Eso jamás se negoció”, dice.

Los discos fueron surgiendo cuando las propias canciones pedían tranquera. “Yo estoy en un proceso creativo constante. Editar un libro o un disco es la manera de ponerle un moño a las cosas que voy creando. Es un estilo de vida”.

"¡Qué orgullo el haber nacido en suelo cordillerano, donde un abuelo baquiano labró sus sueños de trigo!"

Tierra heredada, divino tesoro

El concepto de lugar, para Alejandro, es más amplio que la simple tierra heredada. Su lugar es Argentina, es Patagonia, es Chubut, es Cordillera de los Andes, es el valle hermoso de Trevelin.

“Tenemos la fortuna de trabajar tierras donde trabajaron mis ancestros cinco generaciones atrás. Con cada generación se van reduciendo las superficies por subdivisiones, y cada vez es un desafío más grande ver cómo le heredamos a la generación que viene un tesoro y no un problema”.

Vive y trabaja tierras de producción agrícola y ganadera. Su temor es que las producciones chicas no tientan a nadie. En muchos casos quedan en manos degente encargada de hacer una sucesión y al final lo que era un tesoro familiar queda en manos de gente que no lo valora.

“Por la tierra heredada de nuestros ancestros sentimos una responsabilidad como familia enorme", dice. "El objetivo es pasarle a mis hijos y sobrinos una solución. Es el lugar que eligieron mis ancestros, un lugar rodeado por la cordillera que limitan con Chile, hacia el este donde se dividen las aguas y son valles productivos o llenos de agua glaciar, lugares bellísimos que permiten la ganadería, la agricultura y el turismo”.

Alejandro Jones es guía de pesca con mosca y trabaja en el Parque Nacional Los Alerces.Cuando no está con turistas recorriendo los ríos cordilleranos, Alejandro se viste de chacarero y sale a trabajar su tierra, cuidando desmalezar el monte para evitar incendios forestales.

Por esta época, es momento de cosechar los pinos que su padre plantó en 1970. Su familia, y sobre todo los que ya no están, persisten en ese trabajo de la tierra y también en la poesía que Alejandro escribe. Fue así que en 2023 conquistó la Medalla de Plataen el Eisteddfod del Chubut con su poema “Espera”, una oda a quienes han partido.

“Es un intento de abordar los sentimientos de quien se ha ido. Cuando estamos de duelo, nos ponemos en la perspectiva del que se queda y perdió un ser querido. En ese poema me pongo en los zapatos del que se fue temprano y se ha quedado esperando a su compañera”.

Dice el poema: no voy a estar ahí para ver todas las cosas propias de la vejez, pero cuando llegue el momento voy a volver a buscarte. Es un tema presente en su familia. “Mi abuela falleció con 46 años. Me crié con esa ausencia. Vimos a mi abuelo ponerse viejo, la chacra cambiando con los años, y cuando uno cruzaba por la cocina veía la foto de ella. Todo cambiaba, pero la foto era la misma”.

Un monumento viviente

Cada 28 de julio, desde que se cumplieron los 150 años del desembarco galés, le vuelve una reflexión nacida aquel 2015.

“Descendemos de un grupo de personas que dejó todo e hizo una apuesta muy fuerte en pos de la cultura y el idioma. Tomando una decisión tan controversial; dejar tu tierra para defender tu cultura se siente una decisión descabellada. Yo siento que mi cultura está atada a mi geografía, pero mis ancestros dijeron ‘no, si queremos defender nuestro idioma nos tenemos que ir’. Me crié pensando en ese sacrificio y la sensación de deuda que tenía con ellos por el esfuerzo que hicieron. En 2015 sentí que ya no era necesario pagarles un tributo a través de monumentos o de canciones o poemas a los que quedaron atrás, sino que teníamos que empezar a construir el futuro. Ahí nacen las escuelas de galés. En vez de una estatua, les hacemos un edificio que crece y se llena de chicos, como un monumento viviente que pone en valor nuestra generación y ayuda a las generaciones que vienen”.


NOTICIAS RELACIONADAS