Amor con amor se paga

Colón se presentó en Puerto Madryn el último fin de semana e igualó, sin abrir el marcador, con Deportivo Madryn por Primera Nacional. Sin embargo, lo más trascendente fue la presencia de su gente, residentes en la zona, y que en una conmovedora procesión acompañó al equipo de sus amores.

Santafesinos residentes en Chubut en la cancha. Todo por Colón.
10 JUN 2024 - 20:14 | Actualizado 11 JUN 2024 - 16:28

Por Juan Miguel Bigrevich/ Redacción Jornada

Hay pinchazos de emoción que perforan el alma. Y te hace gritar identidad sin verguenza. Eso fue Colón de Santa fe el último domingo.

Ayer, en Puerto Madryn, estuvo el amor hecho colores. Si. Ayer, en el cada vez más remodelado estadio “Abel Sastre” del Deportivo Madryn, un atronador sonido impulsó una gratitud afectiva cuando once gladiadores acerados, perdidos en la inmensidad de su historia entraron a la cancha. Miles de gargantas anudadas y un grito contenido sonó como una plegaria. Remozando cadenas de oraciones y que derivó en la más lisa y llana demostración de amor, que es lo que provoca la sola mención de su nombre: Colón.

No se busca, pretenciosamente, invocar a la multitud en caravana llevada a cuestas al entonces Chateu Carreras o a La Olla de Asunción del Paraguay. No. Pero la intensidad desplegada por ese canto de amor en la capital del aluminio argentino, mostró a la vez compromiso. Ayer, en la ciudad del Golfo, por la última fecha de la primera rueda de la Primera Nacional de fútbol, Santa Fe se hizo presente. Estaba Laguna Paiva y Rawson; Esperanza y Comodoro; Casilda y Rada Tilly; Reconquista y Trelew y San Justo y Esquel, para andar citando a algunos. Estaban todos y cada uno. Abuelos, padres, hijos y nietos. Cuatro generaciones con una sola bandera: la roja y negra del Sabalero. Del negro o de la raza; definiciones que lo pretendieron denostar y que terminaron enorgulleciendo; como aquella matriz salida del corazón de doña Manuela, hace más de un siglo.

Sí. Ayer, estuvo el negro Orlando Medina, aunque no lo vieran. Y La Chiva Di Meola. Ni hablar de Cococho y sus goles olímpicos con pierna cambiada.

Y este domingo, esa perfección sensual de voces y colores conformó un guion como para plasmar una ficción superada por la realidad.

¿Importó el resultado? Claro que sí. Si a nadie le gusta a perder; pero lo de este fin de semana, la enorme colectividad santafesina que se emparenta con la historia chubutense mostró que su pasión trasciende los balcones pobres, los barrios humildes y desnudos y los sectores confortables y ataviados de comodidad que surcadas por las huellas del tiempo generan emoción.

Y quedó palmariamente demostrado: Colón es un huésped con rango familiar que provoca un vínculo sin igual entre las generaciones. Que abraza a cada uno con su mirada. Y que es simple y desenfrenado, como debe ser el amor.

Su nombre retumba en los diferentes ámbitos donde su recuerdo se perpetúa como el núcleo central de algo. Son los rostros del cariño, las manos amigas, las miradas sinceras. El sentir de corazones cercanos. Son las raíces. Las calles, los lugares, los colores y los olores, convirtiendo a su grey más líder que rehén, más dominante que cautivo, más propio que ajeno.

Ayer, a varios les brillaron sus pómulos pétreos y angulados. Algo sinuoso les nubló su vista como un celofán y dejó que sus lágrimas descendieran por su rostro hasta alcanzar el temblor de su barbilla. Y se acordaron inmediatamente de los que no están y de tantas ilusiones desvanecidas a través de los días y los años.

El primer relámpago de la memoria nos retrotrae a un tiempo sin fronteras y sin edad. Y en ese lugar están Sandunga Sánchez, Abel Rojo, el flaco Bissinela, Abel Islan; el loro Carlos palmas y los Ferrer. Y Tito. Y Carlos. Y Gaby. Y….

En ella (la memoria, claro está), ha pasado un amor definitivo; cómplice, admirado e intensamente inseguro. Sin freno, versánico, a veces infantil, con la remera empapada de sudor y el pantaloncito sin bolsillos.

Este domingo, el que pasó; el ayer y el hoy se encontraron. Se reconocieron y se abrazaron. Con el recuerdo de aquella extraordinaria defensa de los 70 con el negro Baley, el bambi Araos (si así con s y sin acento); Villaverde, Trossero y Edgar Fernández. También el triunfo ante el Santos de Pelé, la caída de todos “los grandes” en el Cementerio de los Elefantes. Y el Bichi Fuertes y el campeonato del 2021. Y el viaje al sur no en busca de un lugar, sino de un destino. para èl o ella y los suyos; los que vienen detràs, empujando.

Y como amor con amor se paga. Aquellos gladiadores -en su apogeo hormonal-, se quitaron sus armaduras y entre los diseños cuadriculares del alambrado se las entregaron y se abrazaron con esos fieles que cantaron con ferocidad pasional una sola canción.

Y también pasó mi verdadera patria: la infancia con “Los sabalitos” “del Hugo” Mendoza. Con unos colores que, a esta altura, especificarlos sería una obviedad.

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Santafesinos residentes en Chubut en la cancha. Todo por Colón.
10 JUN 2024 - 20:14

Por Juan Miguel Bigrevich/ Redacción Jornada

Hay pinchazos de emoción que perforan el alma. Y te hace gritar identidad sin verguenza. Eso fue Colón de Santa fe el último domingo.

Ayer, en Puerto Madryn, estuvo el amor hecho colores. Si. Ayer, en el cada vez más remodelado estadio “Abel Sastre” del Deportivo Madryn, un atronador sonido impulsó una gratitud afectiva cuando once gladiadores acerados, perdidos en la inmensidad de su historia entraron a la cancha. Miles de gargantas anudadas y un grito contenido sonó como una plegaria. Remozando cadenas de oraciones y que derivó en la más lisa y llana demostración de amor, que es lo que provoca la sola mención de su nombre: Colón.

No se busca, pretenciosamente, invocar a la multitud en caravana llevada a cuestas al entonces Chateu Carreras o a La Olla de Asunción del Paraguay. No. Pero la intensidad desplegada por ese canto de amor en la capital del aluminio argentino, mostró a la vez compromiso. Ayer, en la ciudad del Golfo, por la última fecha de la primera rueda de la Primera Nacional de fútbol, Santa Fe se hizo presente. Estaba Laguna Paiva y Rawson; Esperanza y Comodoro; Casilda y Rada Tilly; Reconquista y Trelew y San Justo y Esquel, para andar citando a algunos. Estaban todos y cada uno. Abuelos, padres, hijos y nietos. Cuatro generaciones con una sola bandera: la roja y negra del Sabalero. Del negro o de la raza; definiciones que lo pretendieron denostar y que terminaron enorgulleciendo; como aquella matriz salida del corazón de doña Manuela, hace más de un siglo.

Sí. Ayer, estuvo el negro Orlando Medina, aunque no lo vieran. Y La Chiva Di Meola. Ni hablar de Cococho y sus goles olímpicos con pierna cambiada.

Y este domingo, esa perfección sensual de voces y colores conformó un guion como para plasmar una ficción superada por la realidad.

¿Importó el resultado? Claro que sí. Si a nadie le gusta a perder; pero lo de este fin de semana, la enorme colectividad santafesina que se emparenta con la historia chubutense mostró que su pasión trasciende los balcones pobres, los barrios humildes y desnudos y los sectores confortables y ataviados de comodidad que surcadas por las huellas del tiempo generan emoción.

Y quedó palmariamente demostrado: Colón es un huésped con rango familiar que provoca un vínculo sin igual entre las generaciones. Que abraza a cada uno con su mirada. Y que es simple y desenfrenado, como debe ser el amor.

Su nombre retumba en los diferentes ámbitos donde su recuerdo se perpetúa como el núcleo central de algo. Son los rostros del cariño, las manos amigas, las miradas sinceras. El sentir de corazones cercanos. Son las raíces. Las calles, los lugares, los colores y los olores, convirtiendo a su grey más líder que rehén, más dominante que cautivo, más propio que ajeno.

Ayer, a varios les brillaron sus pómulos pétreos y angulados. Algo sinuoso les nubló su vista como un celofán y dejó que sus lágrimas descendieran por su rostro hasta alcanzar el temblor de su barbilla. Y se acordaron inmediatamente de los que no están y de tantas ilusiones desvanecidas a través de los días y los años.

El primer relámpago de la memoria nos retrotrae a un tiempo sin fronteras y sin edad. Y en ese lugar están Sandunga Sánchez, Abel Rojo, el flaco Bissinela, Abel Islan; el loro Carlos palmas y los Ferrer. Y Tito. Y Carlos. Y Gaby. Y….

En ella (la memoria, claro está), ha pasado un amor definitivo; cómplice, admirado e intensamente inseguro. Sin freno, versánico, a veces infantil, con la remera empapada de sudor y el pantaloncito sin bolsillos.

Este domingo, el que pasó; el ayer y el hoy se encontraron. Se reconocieron y se abrazaron. Con el recuerdo de aquella extraordinaria defensa de los 70 con el negro Baley, el bambi Araos (si así con s y sin acento); Villaverde, Trossero y Edgar Fernández. También el triunfo ante el Santos de Pelé, la caída de todos “los grandes” en el Cementerio de los Elefantes. Y el Bichi Fuertes y el campeonato del 2021. Y el viaje al sur no en busca de un lugar, sino de un destino. para èl o ella y los suyos; los que vienen detràs, empujando.

Y como amor con amor se paga. Aquellos gladiadores -en su apogeo hormonal-, se quitaron sus armaduras y entre los diseños cuadriculares del alambrado se las entregaron y se abrazaron con esos fieles que cantaron con ferocidad pasional una sola canción.

Y también pasó mi verdadera patria: la infancia con “Los sabalitos” “del Hugo” Mendoza. Con unos colores que, a esta altura, especificarlos sería una obviedad.


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