Por Juan Miguel Bigrevich
Tiene 64 años y un buen presente. Con proyectos y disfrutando su tiempo otoñal. Algunas viejas lesiones lo incomodan para hacer una actividad física más intensa; pero sigue para adelante. Como lo hizo siempre. Adaptándose a cualquier tiempo y lugar.
Jugó al fútbol profesional durante 17 años y fue dirigido por seis vacas sagradas del balompié argentino: Basile, Sivori, Lorenzo, Menotti, Pastoriza y Bilardo. Y como quién no quiere la cosa fue compañero del mejor jugador de todos los tiempos: Diego Armando Maradona y varios próceres como Ricardo Enrique Bochini, Mario Alberto Kempes, Ramón Díaz, Ubaldo Fillol o Daniel Passarella, entre otros. Casi nada. Casi todo. Se calzó las camisetas de Racing e Independiente de Avellaneda y Lanús, la del Betis de Sevilla, del PSG y Caen francés y del Sion y Laussane suizos.
Como si ello fuera poco, integró las selecciones en los mundiales de 1982 y 1990 y fue campeón con el famoso juvenil de 1979 en Japón. Aquel de Maradona y Ramón Díaz que nos hacía madrugar a las 4 para verlos. Su carrera en el fútbol siguió como DT y dirigió al conjunto andaluz y clasificó al Mundial de Alemania 2006 a Arabia saudita de manera invicta por primera vez en su historia y dirigió tanto en ese país árabe como en Irán. Sin embargo, el club donde se inició (Germinal) está entre sus más importantes afectos. Como lo está Rawson y su gente. Y el recuerdo y la pasión.
Le decían Caldera. O Galenso. Se llama Gabriel Humberto Calderón, probablemente, el futbolista más importante que ha dado este deporte de jugar con la pelotita en toda su historia en Chubut.
De Rawson yo soy
“Me gusta que me digan que soy de Rawson; porque de hecho lo soy. Si uno busca los antecedentes de uno en las redes sociales o en cualquier otro sitio; sale Rawson. Y sale Germinal y me da una enorme satisfacción. Llegué a los 14 a Rawson desde Chacras de Telsen donde nos habíamos afincado con mi familia” desde el conurbano bonaerense y “ese tiempo (tres años) fue un aprendizaje enorme y en donde encontré gente maravillosa que me incorporaron a su familia. Me dieron de comer, me cobijaron y me hicieron sentir uno más; igual mis compañeros del Colegio Dos Bosco con quienes aún me sigo comunicando”, rememoró Gabriel no sin conmoverse por aquellos que ya no están y que emocionarse al citarlos. “¡¿Cómo no acordarme de la familia de Hernández o de la familia Prusso?¡”, exclama al recordar sus comienzos viviendo n un galpón en el incipiente barrio Gregorio Mayo, con techos de chapa, calentándose en invierno como podía y bañándose con lo que tenía a mano.
Hoy, una idea cruza por su cabeza. Planea recrear aquel primer lugar en un sector del predio de Germinal iniciando un museo, no sólo propio sino de la historia verdiblanca para que todos lo vean. “Quiero que sepa, que saliendo de un lugar como ese (muy precario) se pueden lograr los objetivos. Y eso se hace con perseverancia con actitud, con disciplina, con carácter y con la voluntad de ser mejor”, señala el volante-delantero que debutó en el fútbol grande a los 17.
La vida, de arranque, le tiró una bolilla fulera. Varón y hermano mayor. Y en la frontera temprana de la niñez se convirtió en un sostén de sus padres José e Isabel en cuanta tarea había que hacer en el numeroso hogar. El un maestro rural; ella ama de casa, y una figura central en la educación del mayor de los Calderón. Como en Telsen no había secundaria, se mudó a la capital chubutense, donde entre un piso de tierra y techos de chapas y boques sin revoque se las ingenio para adaptarse, una característica que lo acompaña (y acompaña) siempre.
Y a evolucionar, “como cualquier actividad humana”, dice. Comenzó a jugar en Germinal hasta que en el 77 le llegó la chance de probarse en Racing y quedó. (como dato aleatorio ese mismo día fue rechazado Alberto José Márcico que se marchó a Ferro para armar su propia historia). A los pocos meses, el “Coco” Basile lo puso en primera y no salió más. Se fue el “Coco”, hubo un interinato de “Cacho” Giménez y en el 78 se fue a préstamo a Lanús para adquirir experiencia. Esta fue mala. El Granate, que se había preparado para volver a la A descendió a la C y Caldera” volvió a la Academia ya con Sívori como técnico y le llegó la oportunidad del seleccionado juvenil de 1979 que generó una empatía sin igual. “Fu el mejor equipo en que jugué al fútbol”, rememora Gabriel para apuntar ”entrenamos doble turno y parecíamos aviones” con Menotti a quién considera el mejor técnico que tuvo y que con él casi llega a Boca en el cierre de su carrera.
A 47 años de su ida de Rawson y a 41 de alejarse de Argentina, Gabriel calderón no requiere de récords (aunque tiene algunos) para alcanzar la categoría de paradigma. Serán siempre grandes, aunque se sonroje cuando se lo planteen y emboce que su máximo galardón es que de después de 14 años de profesionalismo en el más alto nivel es el recuerdo agradecido en donde estuvo. Desde Sevilla, donde es considerado uno de los mejores extranjeros que militó allí, su negativa a jugar para el acérrimo rival (el Sevilla FC) por “respeto y por querencia”.
Esa gratitud existe también en las selecciones de Arabia Saudita, de Omán y de Baréin; los clubes sauditas Al-Ittihad y Al-Hilal; de los Emiratos, Baniyas SC y Al Wasl; Qatar Sports Club, de Qatar, y Persépolis, de Irán; aunque la espina clavada para estar en Alemania 2006 no la oculta.
Sin embargo, y tal como fue como jugador de fútbol, Gabriel indica que “hay que tener inteligencia emocional” para lograr los objetivos; pero también en ese sentido hay una gratitud afectiva. Sin olvidarse de sus raicees ni de su origen. “Tengo un agradecimiento eterno y si bien en el camino uno elige con quién estar, yo encontré en Rawson gente de un enorme corazón que me dio todo, me abrió las puertas de su casa y de su familia sin pedirme nada a cambio y eso no se olvida. Jamás”, asevera como en un canto de amor que es a la vez compromiso.
Seguramente, con la derrota (deportiva) supo tener –Calderón- tenido maratones de escepticismo, de un apocalipsis permanente, de una crítica despiadada. Alguna que otra monserga. Atacado hasta el escarnio. Sin embargo, esos corazones cercanos a los que jamás olvidó lo convirtieron en más líder que rehén, más dominante que cautivo, más propio que ajeno
Hay un amor eterno: Germinal, Rawson y su gente. Que trasciende los balcones pobres, los barrios humildes y desnudos y los sectores confortables y ataviados de comodidad que surcadas por las huellas del tiempo generan emoción y que sólo reclama la devolución de una pared afectiva. Es un huésped con rango familiar. Que abraza a cada uno con su mirada. Es simple y desenfrenado, como debe ser el amor. En él está Gabriel Humberto Calderón, como parte de su historia centenaria, y que sabe-igual que él- lo que es empezar desde cero desafiando un destino desigual.
Por eso, “Caldera”, el “Galenso”; el de la letrina en el piso en el barrio Gregorio Mayo y los baños con oro en Riad lo sabe. Gabriel Humberto Calderón. El que está haciendo el documental de su vida; aquella en donde un sueño era sólo una esperanza. El que siempre está volviendo. Aunque nunca se fue. Es que amor con amor se paga.
Por Juan Miguel Bigrevich
Tiene 64 años y un buen presente. Con proyectos y disfrutando su tiempo otoñal. Algunas viejas lesiones lo incomodan para hacer una actividad física más intensa; pero sigue para adelante. Como lo hizo siempre. Adaptándose a cualquier tiempo y lugar.
Jugó al fútbol profesional durante 17 años y fue dirigido por seis vacas sagradas del balompié argentino: Basile, Sivori, Lorenzo, Menotti, Pastoriza y Bilardo. Y como quién no quiere la cosa fue compañero del mejor jugador de todos los tiempos: Diego Armando Maradona y varios próceres como Ricardo Enrique Bochini, Mario Alberto Kempes, Ramón Díaz, Ubaldo Fillol o Daniel Passarella, entre otros. Casi nada. Casi todo. Se calzó las camisetas de Racing e Independiente de Avellaneda y Lanús, la del Betis de Sevilla, del PSG y Caen francés y del Sion y Laussane suizos.
Como si ello fuera poco, integró las selecciones en los mundiales de 1982 y 1990 y fue campeón con el famoso juvenil de 1979 en Japón. Aquel de Maradona y Ramón Díaz que nos hacía madrugar a las 4 para verlos. Su carrera en el fútbol siguió como DT y dirigió al conjunto andaluz y clasificó al Mundial de Alemania 2006 a Arabia saudita de manera invicta por primera vez en su historia y dirigió tanto en ese país árabe como en Irán. Sin embargo, el club donde se inició (Germinal) está entre sus más importantes afectos. Como lo está Rawson y su gente. Y el recuerdo y la pasión.
Le decían Caldera. O Galenso. Se llama Gabriel Humberto Calderón, probablemente, el futbolista más importante que ha dado este deporte de jugar con la pelotita en toda su historia en Chubut.
De Rawson yo soy
“Me gusta que me digan que soy de Rawson; porque de hecho lo soy. Si uno busca los antecedentes de uno en las redes sociales o en cualquier otro sitio; sale Rawson. Y sale Germinal y me da una enorme satisfacción. Llegué a los 14 a Rawson desde Chacras de Telsen donde nos habíamos afincado con mi familia” desde el conurbano bonaerense y “ese tiempo (tres años) fue un aprendizaje enorme y en donde encontré gente maravillosa que me incorporaron a su familia. Me dieron de comer, me cobijaron y me hicieron sentir uno más; igual mis compañeros del Colegio Dos Bosco con quienes aún me sigo comunicando”, rememoró Gabriel no sin conmoverse por aquellos que ya no están y que emocionarse al citarlos. “¡¿Cómo no acordarme de la familia de Hernández o de la familia Prusso?¡”, exclama al recordar sus comienzos viviendo n un galpón en el incipiente barrio Gregorio Mayo, con techos de chapa, calentándose en invierno como podía y bañándose con lo que tenía a mano.
Hoy, una idea cruza por su cabeza. Planea recrear aquel primer lugar en un sector del predio de Germinal iniciando un museo, no sólo propio sino de la historia verdiblanca para que todos lo vean. “Quiero que sepa, que saliendo de un lugar como ese (muy precario) se pueden lograr los objetivos. Y eso se hace con perseverancia con actitud, con disciplina, con carácter y con la voluntad de ser mejor”, señala el volante-delantero que debutó en el fútbol grande a los 17.
La vida, de arranque, le tiró una bolilla fulera. Varón y hermano mayor. Y en la frontera temprana de la niñez se convirtió en un sostén de sus padres José e Isabel en cuanta tarea había que hacer en el numeroso hogar. El un maestro rural; ella ama de casa, y una figura central en la educación del mayor de los Calderón. Como en Telsen no había secundaria, se mudó a la capital chubutense, donde entre un piso de tierra y techos de chapas y boques sin revoque se las ingenio para adaptarse, una característica que lo acompaña (y acompaña) siempre.
Y a evolucionar, “como cualquier actividad humana”, dice. Comenzó a jugar en Germinal hasta que en el 77 le llegó la chance de probarse en Racing y quedó. (como dato aleatorio ese mismo día fue rechazado Alberto José Márcico que se marchó a Ferro para armar su propia historia). A los pocos meses, el “Coco” Basile lo puso en primera y no salió más. Se fue el “Coco”, hubo un interinato de “Cacho” Giménez y en el 78 se fue a préstamo a Lanús para adquirir experiencia. Esta fue mala. El Granate, que se había preparado para volver a la A descendió a la C y Caldera” volvió a la Academia ya con Sívori como técnico y le llegó la oportunidad del seleccionado juvenil de 1979 que generó una empatía sin igual. “Fu el mejor equipo en que jugué al fútbol”, rememora Gabriel para apuntar ”entrenamos doble turno y parecíamos aviones” con Menotti a quién considera el mejor técnico que tuvo y que con él casi llega a Boca en el cierre de su carrera.
A 47 años de su ida de Rawson y a 41 de alejarse de Argentina, Gabriel calderón no requiere de récords (aunque tiene algunos) para alcanzar la categoría de paradigma. Serán siempre grandes, aunque se sonroje cuando se lo planteen y emboce que su máximo galardón es que de después de 14 años de profesionalismo en el más alto nivel es el recuerdo agradecido en donde estuvo. Desde Sevilla, donde es considerado uno de los mejores extranjeros que militó allí, su negativa a jugar para el acérrimo rival (el Sevilla FC) por “respeto y por querencia”.
Esa gratitud existe también en las selecciones de Arabia Saudita, de Omán y de Baréin; los clubes sauditas Al-Ittihad y Al-Hilal; de los Emiratos, Baniyas SC y Al Wasl; Qatar Sports Club, de Qatar, y Persépolis, de Irán; aunque la espina clavada para estar en Alemania 2006 no la oculta.
Sin embargo, y tal como fue como jugador de fútbol, Gabriel indica que “hay que tener inteligencia emocional” para lograr los objetivos; pero también en ese sentido hay una gratitud afectiva. Sin olvidarse de sus raicees ni de su origen. “Tengo un agradecimiento eterno y si bien en el camino uno elige con quién estar, yo encontré en Rawson gente de un enorme corazón que me dio todo, me abrió las puertas de su casa y de su familia sin pedirme nada a cambio y eso no se olvida. Jamás”, asevera como en un canto de amor que es a la vez compromiso.
Seguramente, con la derrota (deportiva) supo tener –Calderón- tenido maratones de escepticismo, de un apocalipsis permanente, de una crítica despiadada. Alguna que otra monserga. Atacado hasta el escarnio. Sin embargo, esos corazones cercanos a los que jamás olvidó lo convirtieron en más líder que rehén, más dominante que cautivo, más propio que ajeno
Hay un amor eterno: Germinal, Rawson y su gente. Que trasciende los balcones pobres, los barrios humildes y desnudos y los sectores confortables y ataviados de comodidad que surcadas por las huellas del tiempo generan emoción y que sólo reclama la devolución de una pared afectiva. Es un huésped con rango familiar. Que abraza a cada uno con su mirada. Es simple y desenfrenado, como debe ser el amor. En él está Gabriel Humberto Calderón, como parte de su historia centenaria, y que sabe-igual que él- lo que es empezar desde cero desafiando un destino desigual.
Por eso, “Caldera”, el “Galenso”; el de la letrina en el piso en el barrio Gregorio Mayo y los baños con oro en Riad lo sabe. Gabriel Humberto Calderón. El que está haciendo el documental de su vida; aquella en donde un sueño era sólo una esperanza. El que siempre está volviendo. Aunque nunca se fue. Es que amor con amor se paga.