Misa Laica

14 ENE 2024 - 3:36 | Actualizado 14 ENE 2024 - 3:41

Por Sergio Pravaz

Sucede durante los meses de enero frente al mar de Playa Unión. Ellos son una banda que trajina como si el mameluco que llevan en el corazón los guiara hacia las empresas más complejas pero necesarias por donde se mire o escuche.

Son algo así como una tribu, o tal vez una cofradía que entiende lo colectivo y el servicio por encima de la parte. Y así se conducen por la vida, portan con orgullo sus armas de belleza masiva, sus guitarras, pianos, flautas, armónicas, cables, parlantes, consolas y más cables, kilómetros de cables y bolsas enteras con enchufes, botones y perillas.

Ellos son así. Están equipados como si el mismo Napoleón les hubiese confiado la estrategia de como llegar a Rusia sin tantas complicaciones.

Y aún así, suelen padecer como las tropas del gran corso porque proveen un alimento esencial para el espíritu humano como es la música y abren el juego a las nuevas generaciones pero con un gran esfuerzo propio, a puro pulmón y casi nunca con apoyo, como no sea el propio o el de la misma comunidad que puntualmente asiste a esa misa laica que se oficia en la calle y en la vereda, es decir, en “Lo de Alfredo”.

Cumplen dos décadas ininterrumpidas y hay un responsable en todo este asunto que indujo a sus secuaces a servir la mesa con lo mejor de la casa para que el público disfrute el manjar; las sospechas recaen sobre el pianista Alfredo Villafañe, un eterno empujador de la cultura y de las artes que puede llevar con orgullo uno de los versos de Hamlet Lima Quintana, que dice así: “Y uno se va de novio con la vida desterrando una muerte solitaria, pues sabe que a la vuelta de la esquina hay gente que es así, tan necesaria”.

14 ENE 2024 - 3:36

Por Sergio Pravaz

Sucede durante los meses de enero frente al mar de Playa Unión. Ellos son una banda que trajina como si el mameluco que llevan en el corazón los guiara hacia las empresas más complejas pero necesarias por donde se mire o escuche.

Son algo así como una tribu, o tal vez una cofradía que entiende lo colectivo y el servicio por encima de la parte. Y así se conducen por la vida, portan con orgullo sus armas de belleza masiva, sus guitarras, pianos, flautas, armónicas, cables, parlantes, consolas y más cables, kilómetros de cables y bolsas enteras con enchufes, botones y perillas.

Ellos son así. Están equipados como si el mismo Napoleón les hubiese confiado la estrategia de como llegar a Rusia sin tantas complicaciones.

Y aún así, suelen padecer como las tropas del gran corso porque proveen un alimento esencial para el espíritu humano como es la música y abren el juego a las nuevas generaciones pero con un gran esfuerzo propio, a puro pulmón y casi nunca con apoyo, como no sea el propio o el de la misma comunidad que puntualmente asiste a esa misa laica que se oficia en la calle y en la vereda, es decir, en “Lo de Alfredo”.

Cumplen dos décadas ininterrumpidas y hay un responsable en todo este asunto que indujo a sus secuaces a servir la mesa con lo mejor de la casa para que el público disfrute el manjar; las sospechas recaen sobre el pianista Alfredo Villafañe, un eterno empujador de la cultura y de las artes que puede llevar con orgullo uno de los versos de Hamlet Lima Quintana, que dice así: “Y uno se va de novio con la vida desterrando una muerte solitaria, pues sabe que a la vuelta de la esquina hay gente que es así, tan necesaria”.