Por Juan Miguel Bigrevich
El sorteo -caprichoso- decidió que ambos países, que era uno sólo dividido luego de la segunda guerra mundial se enfrentaran en la última fecha de la primera fase del grupo A del certamen. Ambas Alemanias estaban divorciadas por una frontera sintetizada simbólicamente por el Muro de Berlín que simbolizada, más que nadie, la Guerra Fría entre los mundos capitalistas y socialista que se repartían el planeta entre acuerdos tácitos y no tanto.
El cotejo se jugó bajo una llovizna permanente en el estadio Volkparkstadion de la ciudad de Hamburgo ante más de 60.000 espectadores, casa de uno de los clubes germanos más grandes, Hamburgo SV, hoy venido a menos y jugando en la B, y el árbitro fue el uruguayo Ramón Barreto.
El 22 de junio de 1974, el “clima” alrededor del partido era diferente al de todos los anteriores y posteriores en ese torneo. Hubo helicópteros revoloteando sobre el estadio, perros olfateando eventuales explosivos por todos lados y francotiradores en las azoteas.
Los espectadores tuvieron que pasar hasta siete controles antes de llegar a sus lugares, incluyendo detectores de metales.
Alemania Occidental era el favorito. Era el organizador del torneo y el campeón vigente continental, su equipo base, Bayern Munich, tricampeón campeón europeo en el 73-74, 74-75 y 75-76). Le había ganado a Chile 1 a 0 y a Australia 3 a 0. Sus compatriotas habían vencido a Australia 2 a 0 e igualado con los trasandinos 1 a 1; por lo que los dos ya estaban clasificados a la segunda ronda.
Sin jugadores reconocidos, los alemanes del Este venían con el antecedente de un bronce en los Juegos Olímpicos de Munich dos años antes y un mes antes del Mundial, su equipo más poderoso, el Magdeburgo había derrotado al Milan en la final de la Recopa europea. Deberían haber jugado la Supercopa justamente contra el Bayern Munich, pero su Federación le negó al Magdeburgo el permiso. Igualito como con al seleccionado de la Unión Soviética que se negó a jugar la revancha ante Chile tras el golpe de Pinochet.
Cuando salieron los equipos a la cancha, se alinearon para los himnos y otra vez la sensación fue rara, porque además del tradicional himno alemán (“Deutschland, Deutschland Úber alles” (Alemania, Alemania sobre todo), también se escuchó el “Auferstanden aus Ruinen” (Resucitados de las ruinas), pero en la versión instrumental a partir desde el mutuo reconocimiento diplomático entre los dos países.
El partido fue fuerte pero limpio; hubo tres tarjetas amarillas, todas para alemanes del Este. El primer tiempo fue bastante aburrido. Los dos equipos atados, sin tomar riesgos, sin forzar jugadas de peligro.
Un par de hinchas invadieron la cancha y quemaron una bandera de Alemania Oriental. Parecía un 0-0 clavado. Pero a los 77 minutos, un pase de Hamann largo al área, de esos que no suelen traer consecuencias, la pelota que pica entre Vogts y Höttges, la indecisión de ambos por rechazar, y Jürgen Sparwasser, jugador del Magdeburgo de 26 años, ingeniero mecánico se filtró entre ellos y desde el costado derecho del área chica sacó un derechazo que infló la red. Y así terminó el partido: Alemania Oriental había vencido a su vecino, Alemania Occidental y ganaba la zona.
Al terminar el partido, debido al tenso clima político, los jugadores no se animaron a intercambiar sus camisetas en el campo de juego. Sin embargo, en el túnel, Paul Breitner, un maoísta confeso, que jugó en el Real Madrid y que tenía una interna de vestuario feroz con Franz Beckenbauer le pidió intercambiar camisetas al goleador Sparwasser, y éste accedió.
Fue una de las grandes sorpresas de la Copa del Mundo y de la historia de los Mundiales y obligó a Alemania Federal a jugar ante Polonia, Suecia y Yugoslavia y evitó curiosamente o no tanto a Brasil y Holanda y su “Naranja Mecánica” hasta una posible final que se logró venciéndola 2 a 1.
Años más tarde, Sparwasser se refirió a ese gol desde un costado más político: “Era golpear al enemigo donde más le duele. Mucha gente, entonces, lo veía así. Si en mi lápida pusieran “Hamburgo 74”, todos sabrían quién yace abajo”. Para Beckenbauer, en cambio, la lectura fue al revés: “El gol de Sparwasser nos despertó. Sin ese gol jamás habríamos ganado ese Mundial”, aunque nunca hizo ace referencia a que se salvaron de enfrentar al conjunto naranja. El goleador del partido, se fugó, años después a Alemania Occidental para no volver hasta la caída del Muro en 1989, aunque uno de los motivos por los que se cree que finalmente Sparwasser se fugó es qué tras el Mundial, lo silbaban en todos los estadios, desconfiados por ese gol que permitió a la RFA avanzar al grupo más fácil de la segunda fase, y así llegar y ganar la final más tarde.
La celebración post-partido de los alemanes democráticos incluyó una cena en el hotel y una excursión a la calle Reeparbahn, “la milla del pecado”, el foco más vivo de la prostitución en el Barrio Rojo de Hamburgo, incipiente cuna del movimiento okupa europeo y en donde tiene su base el otro club de Hamburgo, el Saint Pauli, la entidad de las prostitutas y de los obreros del puerto.
Ya en la segunda fase, los dirigidos por Schoen le ganaron a Yugoslavia, Suecia y Polonia y acceder a su segunda conquista ecuménica al vencer a Holanda en la final. Sus vecinos de territorio la pasaron más con pena que gloria al caer ante Brasil y Holanda e igualar con Argentina para no disputar más
una justa final futbolística y finalmente disolverse.
El 9 de noviembre de 1989 cayó definitivamente el Muro de Berlín y Alemania se unificó a pesar de la oposición de los ingleses. El origen tuvo que ver con el desmantelamiento de a valla eléctrica en la frontera entre Austria y Hungría en abril de ese año, un picnic multitudinario y unas inoportunas declaraciones del premier alemán oriental. Pero, esa es otra historia. Como ésta, cuando Alemania se midió con Alemania y le ganó. ¿O perdió?.
Por Juan Miguel Bigrevich
El sorteo -caprichoso- decidió que ambos países, que era uno sólo dividido luego de la segunda guerra mundial se enfrentaran en la última fecha de la primera fase del grupo A del certamen. Ambas Alemanias estaban divorciadas por una frontera sintetizada simbólicamente por el Muro de Berlín que simbolizada, más que nadie, la Guerra Fría entre los mundos capitalistas y socialista que se repartían el planeta entre acuerdos tácitos y no tanto.
El cotejo se jugó bajo una llovizna permanente en el estadio Volkparkstadion de la ciudad de Hamburgo ante más de 60.000 espectadores, casa de uno de los clubes germanos más grandes, Hamburgo SV, hoy venido a menos y jugando en la B, y el árbitro fue el uruguayo Ramón Barreto.
El 22 de junio de 1974, el “clima” alrededor del partido era diferente al de todos los anteriores y posteriores en ese torneo. Hubo helicópteros revoloteando sobre el estadio, perros olfateando eventuales explosivos por todos lados y francotiradores en las azoteas.
Los espectadores tuvieron que pasar hasta siete controles antes de llegar a sus lugares, incluyendo detectores de metales.
Alemania Occidental era el favorito. Era el organizador del torneo y el campeón vigente continental, su equipo base, Bayern Munich, tricampeón campeón europeo en el 73-74, 74-75 y 75-76). Le había ganado a Chile 1 a 0 y a Australia 3 a 0. Sus compatriotas habían vencido a Australia 2 a 0 e igualado con los trasandinos 1 a 1; por lo que los dos ya estaban clasificados a la segunda ronda.
Sin jugadores reconocidos, los alemanes del Este venían con el antecedente de un bronce en los Juegos Olímpicos de Munich dos años antes y un mes antes del Mundial, su equipo más poderoso, el Magdeburgo había derrotado al Milan en la final de la Recopa europea. Deberían haber jugado la Supercopa justamente contra el Bayern Munich, pero su Federación le negó al Magdeburgo el permiso. Igualito como con al seleccionado de la Unión Soviética que se negó a jugar la revancha ante Chile tras el golpe de Pinochet.
Cuando salieron los equipos a la cancha, se alinearon para los himnos y otra vez la sensación fue rara, porque además del tradicional himno alemán (“Deutschland, Deutschland Úber alles” (Alemania, Alemania sobre todo), también se escuchó el “Auferstanden aus Ruinen” (Resucitados de las ruinas), pero en la versión instrumental a partir desde el mutuo reconocimiento diplomático entre los dos países.
El partido fue fuerte pero limpio; hubo tres tarjetas amarillas, todas para alemanes del Este. El primer tiempo fue bastante aburrido. Los dos equipos atados, sin tomar riesgos, sin forzar jugadas de peligro.
Un par de hinchas invadieron la cancha y quemaron una bandera de Alemania Oriental. Parecía un 0-0 clavado. Pero a los 77 minutos, un pase de Hamann largo al área, de esos que no suelen traer consecuencias, la pelota que pica entre Vogts y Höttges, la indecisión de ambos por rechazar, y Jürgen Sparwasser, jugador del Magdeburgo de 26 años, ingeniero mecánico se filtró entre ellos y desde el costado derecho del área chica sacó un derechazo que infló la red. Y así terminó el partido: Alemania Oriental había vencido a su vecino, Alemania Occidental y ganaba la zona.
Al terminar el partido, debido al tenso clima político, los jugadores no se animaron a intercambiar sus camisetas en el campo de juego. Sin embargo, en el túnel, Paul Breitner, un maoísta confeso, que jugó en el Real Madrid y que tenía una interna de vestuario feroz con Franz Beckenbauer le pidió intercambiar camisetas al goleador Sparwasser, y éste accedió.
Fue una de las grandes sorpresas de la Copa del Mundo y de la historia de los Mundiales y obligó a Alemania Federal a jugar ante Polonia, Suecia y Yugoslavia y evitó curiosamente o no tanto a Brasil y Holanda y su “Naranja Mecánica” hasta una posible final que se logró venciéndola 2 a 1.
Años más tarde, Sparwasser se refirió a ese gol desde un costado más político: “Era golpear al enemigo donde más le duele. Mucha gente, entonces, lo veía así. Si en mi lápida pusieran “Hamburgo 74”, todos sabrían quién yace abajo”. Para Beckenbauer, en cambio, la lectura fue al revés: “El gol de Sparwasser nos despertó. Sin ese gol jamás habríamos ganado ese Mundial”, aunque nunca hizo ace referencia a que se salvaron de enfrentar al conjunto naranja. El goleador del partido, se fugó, años después a Alemania Occidental para no volver hasta la caída del Muro en 1989, aunque uno de los motivos por los que se cree que finalmente Sparwasser se fugó es qué tras el Mundial, lo silbaban en todos los estadios, desconfiados por ese gol que permitió a la RFA avanzar al grupo más fácil de la segunda fase, y así llegar y ganar la final más tarde.
La celebración post-partido de los alemanes democráticos incluyó una cena en el hotel y una excursión a la calle Reeparbahn, “la milla del pecado”, el foco más vivo de la prostitución en el Barrio Rojo de Hamburgo, incipiente cuna del movimiento okupa europeo y en donde tiene su base el otro club de Hamburgo, el Saint Pauli, la entidad de las prostitutas y de los obreros del puerto.
Ya en la segunda fase, los dirigidos por Schoen le ganaron a Yugoslavia, Suecia y Polonia y acceder a su segunda conquista ecuménica al vencer a Holanda en la final. Sus vecinos de territorio la pasaron más con pena que gloria al caer ante Brasil y Holanda e igualar con Argentina para no disputar más
una justa final futbolística y finalmente disolverse.
El 9 de noviembre de 1989 cayó definitivamente el Muro de Berlín y Alemania se unificó a pesar de la oposición de los ingleses. El origen tuvo que ver con el desmantelamiento de a valla eléctrica en la frontera entre Austria y Hungría en abril de ese año, un picnic multitudinario y unas inoportunas declaraciones del premier alemán oriental. Pero, esa es otra historia. Como ésta, cuando Alemania se midió con Alemania y le ganó. ¿O perdió?.