La “guinda” no se mancha

Al tener su cancha suspendida, la negativa de sus pares de prestarles el terreno, más la imposibilidad de que la levanten la sanción y cumplirla en una fecha del próximo torneo Oficial, Bigornia jugó las semifinales del torneo Austral de local en cancha auxiliar de Germinal en un hecho sin precedentes.

Unidos por Rawson y el deporte, Bigornia y Germinal juntos.
18 JUN 2023 - 20:07 | Actualizado 18 JUN 2023 - 20:15

Por Juan Miguel Bigrevich

Cuando Bigornia se reinventó fue un club “simpático”. Claro, se comía carros de hasta 50 puntos. Por varias temporadas había estado sin jugar y la inactividad lo iba a pagar. Pero, cuando se puso de pie nuevamente; tanto en el plano institucional como deportivo; esa simpatía dejó de ser tal. A la calificación de “negros de mierda” (contradictoriamente lo que piensa una parte de la sociedad rawsense equivocadamente), lo bombearon, lo sancionaron injustificadamente; tanto que tuvo que intervenir hasta Agustín Pichot para solucionar el quilombo. Y el yunque siguió ganando para convertirse en un faro, tanto a nivel local como regional y no sólo en las disciplinas que practica u beca; sino también en el plano institucional. Uno se dirige al fondo de la calle Changui Rios y es un privilegio para la vista y el alma ver el extraordinario crecimiento del club.

Ya con un medio siglo y monedas caminando, Bigornia Club padeció un feroz ataque por cuestiones que nada tienen que ver con su rico historial ni con la probidad de sus dirigentes. Bajo pueriles excusas, ninguno de sus pares de la Unión de Rugby local, le cedió su campo del juego para disputar la semifinal del Torneo Austral ante Calafate RC; olvidándose -algunos de ellos- la generosidad de la entidad que lleva los colores naranja y negro en tiempos no tan lejanos.

Ni el stick, ni las raquetas, ni los remos, ni menos aquellas balsas históricas salidas de la imaginación y la creatividad. Ni por las tapas del ya legendario “El Parche”, una generación amalgamada en la necesidad de trascender y de cambiar la historia, al menos de Rawson, que las futuras generaciones no pudimos o no supimos entender.

Esa pretensión de pretender ser más grande, chocó con una realidad virtual y paralela que está más emparentada con el todos contra todos y de la miseria humana en su más alta expresión
Quien escribe estas líneas, observó y vivió, sin ser “bigorniano” de paladar negro (tampoco pretende serlo ni simularlo), cómo se fomentó una institución deportiva y social que no sólo es espejo en la ciudad de Rawson, sino en toda la región patagónica.

Con una extraordinaria capacidad de gestión, esté quien esté al frente de los estamentos oficiales y dejando la politiquería barata en la puerta de ingreso al club; sus dirigentes gastan piel, ganas y horas en mejorar, aunque sea, cuestiones elementales en beneficio de un club al que lo sienten como suyo con un sentido de pertenencia conmovedor. De hecho, Bigornia ha tenido y tiene, legisladores municipales y provinciales, funcionarios y candidatos a diferentes estamentos en las próximas elecciones, sin que ello sea un impedimento para que la institución crezca; como sucede, lamentablemente, en otros lados.

Densos hasta el agotamiento de su interlocutor, cualquier entidad querría tener –al menos- un par de esos miembros de una Comisión Directiva que se mantiene sólida, a pesar del cambio de hombres, con un objetivo superior: el todo es más importante que las partes. Y eso se demuestra yendo una sola vez al predio que se encuentra al fondo del barrio Gregorio Mayo.

Ayer nomás

Hace un poco más de una década, los actuales conductores del “Yunque” tomaron un club prácticamente devastado. El rugby no intervenía ni en los certámenes locales, el hockey apenas sobrevivía por el empuje de unos pocos, Arturo Vilches hacía de todo para mantener la llama del tenis viva y el canotaje y el remo brillaba por su ausencia. Hoy, Bigornia es un faro ineludible en eso de los remos con campeones nacionales e internacionales; en el rugby no se cansa de ganar; en el hockey es un eterno candidato a obtener los títulos que juegan y en la categoría que sea y el tenis aún sigue vigente.

El éxito

Y ni hablar del crecimiento institucional. Campos de juego aptos para cualquier tipo de deportes tanto de césped natural como artificial e iluminados. Un gimnasio y un albergue envidiable, una guardería de botes de primera especial y un predio tan exquisito para la vista como respetado con su entorno ambiental; hacen del este club el que todos quisieran tener.

Es que su éxito, apoyado en una planificación a corto, mediano y largo plazo, a veces, no se perdona por aquellos dóciles y acomodaticios a todas las pequeñas oportunidades y adaptada a todas las temperaturas estacionales y que confunde parálisis con firmeza.

Producto de una costumbre desprovista de fantasía y pensando todo a ras del suelo, estos cuestionan todo y a todos y viviendo al borde de lo novelesco. Allí nunca es fácil separar cuál es la realidad y qué hechos, al parecer verdaderos, son también imaginarios. Condenada a una nostalgia eterna con adjetivaciones de un pasado mejor, perduran encrispados por lo que el otro hace, dice o piensa y se sorprende mirando el árbol, descuidando el hábito de cuidar el bosque.

En esa actitud, nace la intolerancia sin medir consecuencias. Con una moralidad de catecismo, sus habitantes cruzan el mundo a hurtadillas y temerosos de que alguien pueda reprocharles la osadía de existir en vano, como unos contrabandistas de la vida, secándose poquito a poco. Un mundo de todos contra todos, disfrutando la desgracia ajena y el éxito con los indeseables. Vegetando con malicia y feliz con las intrigas.

Con un sistema de coartadas simples y elementales y que sirven para lavar conciencias, los entusiasmos son exclusivamente propios y las culpas, por supuesto, ajenas. Como las responsabilidades. Casi un resumen perfecto de una realidad sin contraseñas. Sólo la alarmante pérdida de contacto con la realidad y la omnipotencia puede negar la tiranía de una rutina demoledora.
Ojalá qué en sus momentos de reflexión, estos escasamente solidarios haya dejado de buscar culpables y se haya señalado, a sí mismos, como los únicos arquitectos de sus destinos. Si lo logran, habrá conseguido algo muy importante. Nada menos que la verdad, la que tendrá más espinas que rosas, pero la que cerrará las voces de las críticas para abrir las del asombro. Caso contrario, no merecerán, siquiera, el desprecio, que fustiga a los perversos, mucho menos la apología, reservada a los virtuosos.

Espejo

En la prehistoria, Bigornia fue una bisagra de un mundo de libertad y sueños. Ese “parche” fue el germen que podría existir un mundo mejor.

Bigornia Club es un espejo de lo que podemos ser y, muchas veces, no podemos. Bigornia fue y es, el “Coco” Desiderio Pereyra que por la calle Roberto Jones pasaba a buscar a los chicos de la cuadra para ir al club los sábados de rugby. Fue y es Tomás Bastida y el “Chueco” Luis Yllana en la tapa del diario ganando épicamente una carrera en el río. Es el “Chino” y “Macro” Maldonado y después Ezequiel corriendo tras una guinda. Es el “León” Héctor Matschke, fisurado por sus lesiones, metiéndose en un maul. Es el “Viejo” Silva con sus Fiat y el hockey. Es Arturo y su memoria prodigiosa en los albores del rugby y la raqueta y sus hijos y sus nietos, los que están y los que no, pero que los sigue llevando dentro de él. Y Alejandro. Es María Rosa y el “Lenteja”; es el “Tato” Silva que donó lo que tenía que donar. Es Carlitos Rial y Martin Escalante con Los Duendes en su memoria. Es Federico Landau, tan tenaz como apasionado, por él y los suyos. Es el “Cacha” Ceccatto, ayudando, ya sea jugando o atendiendo a los heridos. Y los Bigodontes, eternos colaboradores. Son los Graña, es el “Cabezón” Carlos Coustet y Juan, su hijo y Ovidio, su viejo. Es el inolvidable “Pato” Oliva y Morgan James y el “Changui” Ríos. Son los viejos y los nuevos, los venidos y los que estaban.

Es el “Guigue” Bazán con sus jóvenes 70 años y sus botines marrones históricos. Es el “Nono” y el “Chuchi” Awstin. Es eso y mucho más. Es el cielo como límite. Por eso, un poco más de respeto a un club que en un poco más de medio siglo de vida, logró lo que otros aún no alcanzaron en una centena. En definitiva, Bigornia es una historia de amor, simple y desenfrenada, como debe ser. Por eso, un poco más de respeto.

Algunos párrafos fueron escritos hace un tiempo cuando se los atacó arteramente por otra cuestión sin merecer tamaño escarnio. Y un párrafo especial a Germinal. Fue empático cuando se abordó el Covi-19, una epidemia que se llevó a algunos seres queridos. Prestó su gimnasio, ese que es del pueblo; como lo es la divisa verde y blanca. Ahora, cedió -como corresponde- sus instalaciones y “Bigo” hará las veces de local en una de sus canchas. También como corresponde ayudando a un club hermano y vecino.

Orgullo, se siente contar con Germinal y Bigornia. Campeones. De la vida. Nacidos de una matriz plebeya que se llama Rawson y que nos dice que no importan cuantos son sino que vayan saliendo nomás.

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Unidos por Rawson y el deporte, Bigornia y Germinal juntos.
18 JUN 2023 - 20:07

Por Juan Miguel Bigrevich

Cuando Bigornia se reinventó fue un club “simpático”. Claro, se comía carros de hasta 50 puntos. Por varias temporadas había estado sin jugar y la inactividad lo iba a pagar. Pero, cuando se puso de pie nuevamente; tanto en el plano institucional como deportivo; esa simpatía dejó de ser tal. A la calificación de “negros de mierda” (contradictoriamente lo que piensa una parte de la sociedad rawsense equivocadamente), lo bombearon, lo sancionaron injustificadamente; tanto que tuvo que intervenir hasta Agustín Pichot para solucionar el quilombo. Y el yunque siguió ganando para convertirse en un faro, tanto a nivel local como regional y no sólo en las disciplinas que practica u beca; sino también en el plano institucional. Uno se dirige al fondo de la calle Changui Rios y es un privilegio para la vista y el alma ver el extraordinario crecimiento del club.

Ya con un medio siglo y monedas caminando, Bigornia Club padeció un feroz ataque por cuestiones que nada tienen que ver con su rico historial ni con la probidad de sus dirigentes. Bajo pueriles excusas, ninguno de sus pares de la Unión de Rugby local, le cedió su campo del juego para disputar la semifinal del Torneo Austral ante Calafate RC; olvidándose -algunos de ellos- la generosidad de la entidad que lleva los colores naranja y negro en tiempos no tan lejanos.

Ni el stick, ni las raquetas, ni los remos, ni menos aquellas balsas históricas salidas de la imaginación y la creatividad. Ni por las tapas del ya legendario “El Parche”, una generación amalgamada en la necesidad de trascender y de cambiar la historia, al menos de Rawson, que las futuras generaciones no pudimos o no supimos entender.

Esa pretensión de pretender ser más grande, chocó con una realidad virtual y paralela que está más emparentada con el todos contra todos y de la miseria humana en su más alta expresión
Quien escribe estas líneas, observó y vivió, sin ser “bigorniano” de paladar negro (tampoco pretende serlo ni simularlo), cómo se fomentó una institución deportiva y social que no sólo es espejo en la ciudad de Rawson, sino en toda la región patagónica.

Con una extraordinaria capacidad de gestión, esté quien esté al frente de los estamentos oficiales y dejando la politiquería barata en la puerta de ingreso al club; sus dirigentes gastan piel, ganas y horas en mejorar, aunque sea, cuestiones elementales en beneficio de un club al que lo sienten como suyo con un sentido de pertenencia conmovedor. De hecho, Bigornia ha tenido y tiene, legisladores municipales y provinciales, funcionarios y candidatos a diferentes estamentos en las próximas elecciones, sin que ello sea un impedimento para que la institución crezca; como sucede, lamentablemente, en otros lados.

Densos hasta el agotamiento de su interlocutor, cualquier entidad querría tener –al menos- un par de esos miembros de una Comisión Directiva que se mantiene sólida, a pesar del cambio de hombres, con un objetivo superior: el todo es más importante que las partes. Y eso se demuestra yendo una sola vez al predio que se encuentra al fondo del barrio Gregorio Mayo.

Ayer nomás

Hace un poco más de una década, los actuales conductores del “Yunque” tomaron un club prácticamente devastado. El rugby no intervenía ni en los certámenes locales, el hockey apenas sobrevivía por el empuje de unos pocos, Arturo Vilches hacía de todo para mantener la llama del tenis viva y el canotaje y el remo brillaba por su ausencia. Hoy, Bigornia es un faro ineludible en eso de los remos con campeones nacionales e internacionales; en el rugby no se cansa de ganar; en el hockey es un eterno candidato a obtener los títulos que juegan y en la categoría que sea y el tenis aún sigue vigente.

El éxito

Y ni hablar del crecimiento institucional. Campos de juego aptos para cualquier tipo de deportes tanto de césped natural como artificial e iluminados. Un gimnasio y un albergue envidiable, una guardería de botes de primera especial y un predio tan exquisito para la vista como respetado con su entorno ambiental; hacen del este club el que todos quisieran tener.

Es que su éxito, apoyado en una planificación a corto, mediano y largo plazo, a veces, no se perdona por aquellos dóciles y acomodaticios a todas las pequeñas oportunidades y adaptada a todas las temperaturas estacionales y que confunde parálisis con firmeza.

Producto de una costumbre desprovista de fantasía y pensando todo a ras del suelo, estos cuestionan todo y a todos y viviendo al borde de lo novelesco. Allí nunca es fácil separar cuál es la realidad y qué hechos, al parecer verdaderos, son también imaginarios. Condenada a una nostalgia eterna con adjetivaciones de un pasado mejor, perduran encrispados por lo que el otro hace, dice o piensa y se sorprende mirando el árbol, descuidando el hábito de cuidar el bosque.

En esa actitud, nace la intolerancia sin medir consecuencias. Con una moralidad de catecismo, sus habitantes cruzan el mundo a hurtadillas y temerosos de que alguien pueda reprocharles la osadía de existir en vano, como unos contrabandistas de la vida, secándose poquito a poco. Un mundo de todos contra todos, disfrutando la desgracia ajena y el éxito con los indeseables. Vegetando con malicia y feliz con las intrigas.

Con un sistema de coartadas simples y elementales y que sirven para lavar conciencias, los entusiasmos son exclusivamente propios y las culpas, por supuesto, ajenas. Como las responsabilidades. Casi un resumen perfecto de una realidad sin contraseñas. Sólo la alarmante pérdida de contacto con la realidad y la omnipotencia puede negar la tiranía de una rutina demoledora.
Ojalá qué en sus momentos de reflexión, estos escasamente solidarios haya dejado de buscar culpables y se haya señalado, a sí mismos, como los únicos arquitectos de sus destinos. Si lo logran, habrá conseguido algo muy importante. Nada menos que la verdad, la que tendrá más espinas que rosas, pero la que cerrará las voces de las críticas para abrir las del asombro. Caso contrario, no merecerán, siquiera, el desprecio, que fustiga a los perversos, mucho menos la apología, reservada a los virtuosos.

Espejo

En la prehistoria, Bigornia fue una bisagra de un mundo de libertad y sueños. Ese “parche” fue el germen que podría existir un mundo mejor.

Bigornia Club es un espejo de lo que podemos ser y, muchas veces, no podemos. Bigornia fue y es, el “Coco” Desiderio Pereyra que por la calle Roberto Jones pasaba a buscar a los chicos de la cuadra para ir al club los sábados de rugby. Fue y es Tomás Bastida y el “Chueco” Luis Yllana en la tapa del diario ganando épicamente una carrera en el río. Es el “Chino” y “Macro” Maldonado y después Ezequiel corriendo tras una guinda. Es el “León” Héctor Matschke, fisurado por sus lesiones, metiéndose en un maul. Es el “Viejo” Silva con sus Fiat y el hockey. Es Arturo y su memoria prodigiosa en los albores del rugby y la raqueta y sus hijos y sus nietos, los que están y los que no, pero que los sigue llevando dentro de él. Y Alejandro. Es María Rosa y el “Lenteja”; es el “Tato” Silva que donó lo que tenía que donar. Es Carlitos Rial y Martin Escalante con Los Duendes en su memoria. Es Federico Landau, tan tenaz como apasionado, por él y los suyos. Es el “Cacha” Ceccatto, ayudando, ya sea jugando o atendiendo a los heridos. Y los Bigodontes, eternos colaboradores. Son los Graña, es el “Cabezón” Carlos Coustet y Juan, su hijo y Ovidio, su viejo. Es el inolvidable “Pato” Oliva y Morgan James y el “Changui” Ríos. Son los viejos y los nuevos, los venidos y los que estaban.

Es el “Guigue” Bazán con sus jóvenes 70 años y sus botines marrones históricos. Es el “Nono” y el “Chuchi” Awstin. Es eso y mucho más. Es el cielo como límite. Por eso, un poco más de respeto a un club que en un poco más de medio siglo de vida, logró lo que otros aún no alcanzaron en una centena. En definitiva, Bigornia es una historia de amor, simple y desenfrenada, como debe ser. Por eso, un poco más de respeto.

Algunos párrafos fueron escritos hace un tiempo cuando se los atacó arteramente por otra cuestión sin merecer tamaño escarnio. Y un párrafo especial a Germinal. Fue empático cuando se abordó el Covi-19, una epidemia que se llevó a algunos seres queridos. Prestó su gimnasio, ese que es del pueblo; como lo es la divisa verde y blanca. Ahora, cedió -como corresponde- sus instalaciones y “Bigo” hará las veces de local en una de sus canchas. También como corresponde ayudando a un club hermano y vecino.

Orgullo, se siente contar con Germinal y Bigornia. Campeones. De la vida. Nacidos de una matriz plebeya que se llama Rawson y que nos dice que no importan cuantos son sino que vayan saliendo nomás.


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