Pero más allá de las historias que dan cuenta de su extravagante comportamiento por su tendencia a toda clase de excesos y de sus hazañas musicales, Charlie Parker marcó a fuego la historia del jazz por haberse apartado del estilo vertiginoso orientado al baile para hacer hincapié en la escucha reposada en la que, sin renunciar a la precisión rítmica, el carácter expresivo de cada nota tomaba el protagonismo.
En tal sentido, seguramente las palabras que mejor definen al genial artista sean las utilizadas por Julio Cortázar, uno de sus grandes admiradores, cuando hizo decir al protagonista de su famoso cuento “El perseguidor”, inspirado en la figura de Parker, “esto lo estoy tocando mañana”.
Pero acaso sea su apodo, “Bird”, el que mejor representa la personalidad, la genialidad y las leyendas en torno al músico. Algunos afirman que este mote respondía a su naturalidad para extraer sonidos perfectamente afinados y melódicos a su instrumento, mientras que otros sostienen que provenía de su desmedido gusto por el pollo frito, al que consumía a toda hora de manera devocional, en una muestra más de su conducta adictiva.
Así como mostró desde muy chico su talento y comenzó a forjar su propio destino, también es verdad que Parker era capaz de devorar con fruición pollo frito, consumir cantidades improbables de alcohol o demorar por horas una grabación o un ensayo por estar encerrado en el baño inyectándose heroína.
Lo curioso en el caso de este músico, a diferencia de otros casos similares y más allá de que todo esto desembocó en una lógica temprana muerte, su calidad artística nunca se vio afectada por sus erráticos comportamientos.
Por un lado, abundan historias que afirman que solía empeñar su instrumento para obtener dinero para drogas, al punto que un club nocturno en el que actuaba había contratado a una persona exclusivamente encargada de recuperar su saxofón, o que se lo podía ver paseando desnudo y con la mirada perdida por algún callejón a causa de su deplorable estado.
Aunque también resuenan las palabras de Miles Davis, quien alguna vez contó que, con vistas a una presentación, no se presentó a ninguno de los ensayos de la banda, pero el día del show apareció, tocó perfecto y hasta se permitió remarcar los compases en donde sus compañeros habían fallado alguna nota o perdido el ritmo.
O las historias que dan cuenta de cuando sus pares tenían que esperar en el estudio durante horas a que saliera del baño, pero que al hacerlo, totalmente drogado, era capaz de una interpretación magistral, sin necesidad de segundas tomas.
Más allá de lo anecdótico, el gran legado de Parker fue haberse corrido de la moda del swing imperante en la época, en la que predominaban figuras como Benny Goodman o Glenn Miller, para crear un nuevo estilo basado en la improvisación sobre una secuencia establecida de acordes, lo cual arrojaba, entre otros resultados, una casi infinita posibilidad de nuevas melodías que obligaban a una escucha más atenta.
De esta manera, el joven que a los 14 años abandonó los estudios para dedicarse a la música y que se empleó como lavacopas en un club de jazz para poder escuchar de cerca cada noche a Art Tatum, dio nacimiento junto a su socio Dizzy Gillespie al bebop, una corriente que tendría en Miles Davis a uno de sus más grandes, brillantes y determinantes continuadores.
Aunque el camino no resultó del todo fácil por la resistencia de los tradicionalistas del género, el talento inconmensurable de Parker, al que se le fueron acercando otros brillantes músicos, como el citado Davis o Charles Mingus, por citar algunos, dotaron a este estilo de una riqueza celebrada en círculos intelectuales que iría convirtiendo en obsoletas a las grandes orquestas bailables.
En todo el camino, el derrotero de drogas duras, comportamientos erráticos, internaciones en institutos psiquiátricos y, como golpe letal, la muerte de su hija por una neumonía mal atendida por falta de dinero, minaron la salud de Parker hasta provocar su temprana muerte.
Los últimos años de “Bird” lo mostraron como casi todo el resto de su vida: con su genialidad artística intacta pero con grandes problemas para mantener la cordura y controlar sus impulsos autodestructivos.
Nacido hace 100 años y fallecido 34 años después, Charlie Parker sigue escribiendo el futuro en cada nota que dejó grabada. El famoso “cadáver bien parecido” que pregonaba el apotegma que recomendaba “vivir rápido y morir joven”.
Pero más allá de las historias que dan cuenta de su extravagante comportamiento por su tendencia a toda clase de excesos y de sus hazañas musicales, Charlie Parker marcó a fuego la historia del jazz por haberse apartado del estilo vertiginoso orientado al baile para hacer hincapié en la escucha reposada en la que, sin renunciar a la precisión rítmica, el carácter expresivo de cada nota tomaba el protagonismo.
En tal sentido, seguramente las palabras que mejor definen al genial artista sean las utilizadas por Julio Cortázar, uno de sus grandes admiradores, cuando hizo decir al protagonista de su famoso cuento “El perseguidor”, inspirado en la figura de Parker, “esto lo estoy tocando mañana”.
Pero acaso sea su apodo, “Bird”, el que mejor representa la personalidad, la genialidad y las leyendas en torno al músico. Algunos afirman que este mote respondía a su naturalidad para extraer sonidos perfectamente afinados y melódicos a su instrumento, mientras que otros sostienen que provenía de su desmedido gusto por el pollo frito, al que consumía a toda hora de manera devocional, en una muestra más de su conducta adictiva.
Así como mostró desde muy chico su talento y comenzó a forjar su propio destino, también es verdad que Parker era capaz de devorar con fruición pollo frito, consumir cantidades improbables de alcohol o demorar por horas una grabación o un ensayo por estar encerrado en el baño inyectándose heroína.
Lo curioso en el caso de este músico, a diferencia de otros casos similares y más allá de que todo esto desembocó en una lógica temprana muerte, su calidad artística nunca se vio afectada por sus erráticos comportamientos.
Por un lado, abundan historias que afirman que solía empeñar su instrumento para obtener dinero para drogas, al punto que un club nocturno en el que actuaba había contratado a una persona exclusivamente encargada de recuperar su saxofón, o que se lo podía ver paseando desnudo y con la mirada perdida por algún callejón a causa de su deplorable estado.
Aunque también resuenan las palabras de Miles Davis, quien alguna vez contó que, con vistas a una presentación, no se presentó a ninguno de los ensayos de la banda, pero el día del show apareció, tocó perfecto y hasta se permitió remarcar los compases en donde sus compañeros habían fallado alguna nota o perdido el ritmo.
O las historias que dan cuenta de cuando sus pares tenían que esperar en el estudio durante horas a que saliera del baño, pero que al hacerlo, totalmente drogado, era capaz de una interpretación magistral, sin necesidad de segundas tomas.
Más allá de lo anecdótico, el gran legado de Parker fue haberse corrido de la moda del swing imperante en la época, en la que predominaban figuras como Benny Goodman o Glenn Miller, para crear un nuevo estilo basado en la improvisación sobre una secuencia establecida de acordes, lo cual arrojaba, entre otros resultados, una casi infinita posibilidad de nuevas melodías que obligaban a una escucha más atenta.
De esta manera, el joven que a los 14 años abandonó los estudios para dedicarse a la música y que se empleó como lavacopas en un club de jazz para poder escuchar de cerca cada noche a Art Tatum, dio nacimiento junto a su socio Dizzy Gillespie al bebop, una corriente que tendría en Miles Davis a uno de sus más grandes, brillantes y determinantes continuadores.
Aunque el camino no resultó del todo fácil por la resistencia de los tradicionalistas del género, el talento inconmensurable de Parker, al que se le fueron acercando otros brillantes músicos, como el citado Davis o Charles Mingus, por citar algunos, dotaron a este estilo de una riqueza celebrada en círculos intelectuales que iría convirtiendo en obsoletas a las grandes orquestas bailables.
En todo el camino, el derrotero de drogas duras, comportamientos erráticos, internaciones en institutos psiquiátricos y, como golpe letal, la muerte de su hija por una neumonía mal atendida por falta de dinero, minaron la salud de Parker hasta provocar su temprana muerte.
Los últimos años de “Bird” lo mostraron como casi todo el resto de su vida: con su genialidad artística intacta pero con grandes problemas para mantener la cordura y controlar sus impulsos autodestructivos.
Nacido hace 100 años y fallecido 34 años después, Charlie Parker sigue escribiendo el futuro en cada nota que dejó grabada. El famoso “cadáver bien parecido” que pregonaba el apotegma que recomendaba “vivir rápido y morir joven”.