Tu triste y trágico final

Con el lamentable final de Leo Mattioli, se reaviva el debate acerca de las muertes tempranas en la movida tropical. Desde el accidente fatal del productor Roberto Fontana, hasta los ya legendarios Gilda y Rodrigo, toda una historia de gloria, dinero y muerte.

13 AGO 2011 - 21:00 | Actualizado

La muerte del cantante santafesino Leo Mattioli por una insuficiencia cardiovascular reavivó el debate de las muertes prematuras en la movida tropical. El final de quien supo cantarle a la cumbia romántica con notable éxito, disparó los cuestionamientos si su muerte, a los 39 años, era evitable. Si bien ya se había salvado de perecer en varias oportunidades, que él lo tomaba con sorna al indicar que aún le quedaban algunas vidas como los gatos, su precario estado de salud –que incluía secuelas de dos accidentes de auto, insuficiencias respiratorias y un reciente coma farmacológico– no sólo era una cuestión absolutamente personal, sino que también había cierta responsabilidad de un ambiente que lo exprimió hasta literalmente secarlo. De la misma manera en que la cultura necrológica necesita ídolos muertos prematuramente, la movida tropical parece tener predilección por los finales trágicos.

Así, entre 1996, cuando Gilda muere en un accidente en la ruta, y hoy, con la muerte de Mattioli, la lista de cumbieros o cuarteteros fallecidos de manera abrupta es larga e incluye a Carlos Chávez Navarrete, líder de Karicia y Karakol, asesinado en 1997; Rodrigo Bueno, muerto durante un choque en la Autopista Buenos Aires-La Plata en 2000; Walter Olmos, muerto de manera aún no esclarecida en 2002; Alejandro “El Ale” Mamani, fundador de Supermerk-2 y asesinado en 2006; y al Grupo Néctar, muerto en su totalidad durante un accidente de tránsito en 2007.

Ya sea por crímenes todavía irresueltos, por desgastes físicos o emocionales o por accidentes de tránsito derivados de lo anterior (con combis que viajan a toda velocidad por las pésimas rutas argentinas), la movida tropical viene acumulando muertes prematuras, “evitables”, que le imprimen un sello trágico a la actividad.

“El artista es el que te pide tocar más y más, nosotros no hacemos nada que el artista no quiera”, contó Daniel “La Tota Santillán”, conocido por sus escándalos mediáticos, pero también por ser un gran productor de la movida bailantera. El uso y abuso de los artistas bailanteros –que llegan acumular hasta 22 shows por fin de semana (como Los Cartageneros en su época dorada) no sólo se da cuando llegan a la cima, sino también cuando están en su ocaso, como el caso de Alcides, ya más metido como productor que como cantante, que llegó a realizar 17 espectáculos en un fin de semana completo.

Una altísima presión sin resguardo ni contención por parte de ese claroscuro entramado de managers, bolicheros, sellos y medios demandantes que abarca también aquellas muertes violentas o no debidamente esclarecidas. Es el caso, por ejemplo, de Ale Mamani, asesinado en una fiesta tras haber matado él mismo a otras dos personas en pleno apogeo de su banda, Supermerk-2.

Y es que al ritmo alocado que generalmente imprimen los propios artistas y representantes a sus carreras, hay que sumarle la propia presión de los sellos y las bailantas, que en el mundo tropical se cuentan con los dedos de una sola mano. “Yo siempre digo que a mí me secuestró la mafia. Durante más de un mes me tuvieron de cautiverio tocando de aquí para allá. En ese tiempo me hicieron perder 400.000 dólares”, acusó hace unos años Marcelo “Chelo” Torres, ex líder del Grupo Green, condenado, hace relativamente poco, a tres años de prisión por abuso sexual.La acusación del Chelo Torres, exagerada o no, se suma a las sospechas sobre los finales trágicos de Rodrigo y el Grupo Néctar, cuyas muertes nunca dejaron de estar relacionadas –en el imaginario popular– con teorías conspirativas donde los contratos onerosos, las internas entre bolicheros y los cambios de mano empresarial van a la orden del día. “Fue la mafia de la cumbia”, declararon familiares de Carlos Chávez Navarrete, líder de Karicia y Karakol, cuando su cuerpo apareció perforado por once balazos en un zanjón de la localidad de Korn, en 1997. Pero guiones policiales al margen, lo que tienen en común todas estas muertes es la urgencia y la falta de contención.

Las mafias

No todo es alegría, baile y pasiones desenfrenadas en el mundo de las bailantas: también hay estructuras organizativas que intervienen ferozmente, verdaderas mafias.

Es que en los últimos años, la movida tropical se convirtió en un campo de batalla en el que distintos intereses pugnan por quedarse con un negocio que sólo en la ciudad de Buenos Aires factura más de un millón de dólares por fin de semana.

Esa cifra no incluye los ingresos de las bailantas situadas en el Gran Buenos Aires, donde se concentra la mayor cantidad de locales bailables de la movida tropical; ni las ganancias por ventas de discos y el merchandising.

Según los registros en cada bailanta, cada uno de esos locales convoca un promedio de 3.000 personas por noche, que gastan no menos de 15 pesos entre la entrada y las consumiciones.

La mayor ganancia para los empresarios está en los tragos que se venden en las barras. Sin embargo, uno de los costados más espinosos de la actividad son los siempre discutidos contratos entre los empresarios y los músicos. Estos últimos se quejan porque cobran no más de 30 pesos por show, mientras que los asistentes, o plomos, denuncian que perciben sólo 5 por cargar equipos de luces y de sonido. También lo son los sabotajes mutuos entre dueños de boliches rivales.

Un integrante del grupo La Nueva Luna, al referirse a las condiciones de trabajo, expresó: "Acá nos jugamos la vida".

El bailantero se refería a la cantidad de shows que deben realizar por noche para poder obtener un cachet digno y a que deben recorrer grandes distancias en el Gran Buenos Aires para ir de una bailanta a otra. Muchas veces con el riesgo de sufrir algún accidente...

"Un día me dijeron: "Bueno, pibe, hasta acá llegaste, te tenemos que bajar"", recordó Marcelo “Chelo” Torres, líder de “Green”, una de las grandes bandas tropicales.

Poco tiempo después de la advertencia, el cantante desapareció y su familia denunció que fue secuestrado. Tras ese hecho, Green, que llegó a ganar varios discos de platino y llenaba cuanto local lo contrataba, dejó de sonar en las radios, al tiempo que las ventas cayeron en un tobogán sin fin.

Amenazas y sabotajes

Algunas circunstancias oscuras que rodearon la muerte de Rodrigo pusieron al descubierto la existencia de un submundo dominado por amenazas y sabotajes.

"Resultó muy curioso que en menos de 24 horas se editaran 250.000 copias de la compilación de temas de Rodrigo titulada "Un largo camino al cielo". Todavía no habían enterrado a Rodrigo y el disco ya estaba en la calle", recordó el abogado Pierri.

En tres días se vendieron 225.000 compacts. El disco llegó al público en una forma no tradicional, a través de los quioscos de diarios. Se vendieron como pan caliente a $ 14,90 junto con una revista de dos páginas.

Esta circunstancia constituye una característica de las empresas que explotan la movida tropical: no forman parte de ninguna de las cámaras que agrupan sellos discográficos ni locales bailables.

El ex músico y animador de televisión Johnny Allon fue uno de los que sufrieron las consecuencias de no adaptarse al sistema. Su negativa a negociar con los poderosos hizo que no fueran a tocar en su local de Constitución los grupos de mayor poder de convocatoria. Allon debió cerrar.#

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13 AGO 2011 - 21:00

La muerte del cantante santafesino Leo Mattioli por una insuficiencia cardiovascular reavivó el debate de las muertes prematuras en la movida tropical. El final de quien supo cantarle a la cumbia romántica con notable éxito, disparó los cuestionamientos si su muerte, a los 39 años, era evitable. Si bien ya se había salvado de perecer en varias oportunidades, que él lo tomaba con sorna al indicar que aún le quedaban algunas vidas como los gatos, su precario estado de salud –que incluía secuelas de dos accidentes de auto, insuficiencias respiratorias y un reciente coma farmacológico– no sólo era una cuestión absolutamente personal, sino que también había cierta responsabilidad de un ambiente que lo exprimió hasta literalmente secarlo. De la misma manera en que la cultura necrológica necesita ídolos muertos prematuramente, la movida tropical parece tener predilección por los finales trágicos.

Así, entre 1996, cuando Gilda muere en un accidente en la ruta, y hoy, con la muerte de Mattioli, la lista de cumbieros o cuarteteros fallecidos de manera abrupta es larga e incluye a Carlos Chávez Navarrete, líder de Karicia y Karakol, asesinado en 1997; Rodrigo Bueno, muerto durante un choque en la Autopista Buenos Aires-La Plata en 2000; Walter Olmos, muerto de manera aún no esclarecida en 2002; Alejandro “El Ale” Mamani, fundador de Supermerk-2 y asesinado en 2006; y al Grupo Néctar, muerto en su totalidad durante un accidente de tránsito en 2007.

Ya sea por crímenes todavía irresueltos, por desgastes físicos o emocionales o por accidentes de tránsito derivados de lo anterior (con combis que viajan a toda velocidad por las pésimas rutas argentinas), la movida tropical viene acumulando muertes prematuras, “evitables”, que le imprimen un sello trágico a la actividad.

“El artista es el que te pide tocar más y más, nosotros no hacemos nada que el artista no quiera”, contó Daniel “La Tota Santillán”, conocido por sus escándalos mediáticos, pero también por ser un gran productor de la movida bailantera. El uso y abuso de los artistas bailanteros –que llegan acumular hasta 22 shows por fin de semana (como Los Cartageneros en su época dorada) no sólo se da cuando llegan a la cima, sino también cuando están en su ocaso, como el caso de Alcides, ya más metido como productor que como cantante, que llegó a realizar 17 espectáculos en un fin de semana completo.

Una altísima presión sin resguardo ni contención por parte de ese claroscuro entramado de managers, bolicheros, sellos y medios demandantes que abarca también aquellas muertes violentas o no debidamente esclarecidas. Es el caso, por ejemplo, de Ale Mamani, asesinado en una fiesta tras haber matado él mismo a otras dos personas en pleno apogeo de su banda, Supermerk-2.

Y es que al ritmo alocado que generalmente imprimen los propios artistas y representantes a sus carreras, hay que sumarle la propia presión de los sellos y las bailantas, que en el mundo tropical se cuentan con los dedos de una sola mano. “Yo siempre digo que a mí me secuestró la mafia. Durante más de un mes me tuvieron de cautiverio tocando de aquí para allá. En ese tiempo me hicieron perder 400.000 dólares”, acusó hace unos años Marcelo “Chelo” Torres, ex líder del Grupo Green, condenado, hace relativamente poco, a tres años de prisión por abuso sexual.La acusación del Chelo Torres, exagerada o no, se suma a las sospechas sobre los finales trágicos de Rodrigo y el Grupo Néctar, cuyas muertes nunca dejaron de estar relacionadas –en el imaginario popular– con teorías conspirativas donde los contratos onerosos, las internas entre bolicheros y los cambios de mano empresarial van a la orden del día. “Fue la mafia de la cumbia”, declararon familiares de Carlos Chávez Navarrete, líder de Karicia y Karakol, cuando su cuerpo apareció perforado por once balazos en un zanjón de la localidad de Korn, en 1997. Pero guiones policiales al margen, lo que tienen en común todas estas muertes es la urgencia y la falta de contención.

Las mafias

No todo es alegría, baile y pasiones desenfrenadas en el mundo de las bailantas: también hay estructuras organizativas que intervienen ferozmente, verdaderas mafias.

Es que en los últimos años, la movida tropical se convirtió en un campo de batalla en el que distintos intereses pugnan por quedarse con un negocio que sólo en la ciudad de Buenos Aires factura más de un millón de dólares por fin de semana.

Esa cifra no incluye los ingresos de las bailantas situadas en el Gran Buenos Aires, donde se concentra la mayor cantidad de locales bailables de la movida tropical; ni las ganancias por ventas de discos y el merchandising.

Según los registros en cada bailanta, cada uno de esos locales convoca un promedio de 3.000 personas por noche, que gastan no menos de 15 pesos entre la entrada y las consumiciones.

La mayor ganancia para los empresarios está en los tragos que se venden en las barras. Sin embargo, uno de los costados más espinosos de la actividad son los siempre discutidos contratos entre los empresarios y los músicos. Estos últimos se quejan porque cobran no más de 30 pesos por show, mientras que los asistentes, o plomos, denuncian que perciben sólo 5 por cargar equipos de luces y de sonido. También lo son los sabotajes mutuos entre dueños de boliches rivales.

Un integrante del grupo La Nueva Luna, al referirse a las condiciones de trabajo, expresó: "Acá nos jugamos la vida".

El bailantero se refería a la cantidad de shows que deben realizar por noche para poder obtener un cachet digno y a que deben recorrer grandes distancias en el Gran Buenos Aires para ir de una bailanta a otra. Muchas veces con el riesgo de sufrir algún accidente...

"Un día me dijeron: "Bueno, pibe, hasta acá llegaste, te tenemos que bajar"", recordó Marcelo “Chelo” Torres, líder de “Green”, una de las grandes bandas tropicales.

Poco tiempo después de la advertencia, el cantante desapareció y su familia denunció que fue secuestrado. Tras ese hecho, Green, que llegó a ganar varios discos de platino y llenaba cuanto local lo contrataba, dejó de sonar en las radios, al tiempo que las ventas cayeron en un tobogán sin fin.

Amenazas y sabotajes

Algunas circunstancias oscuras que rodearon la muerte de Rodrigo pusieron al descubierto la existencia de un submundo dominado por amenazas y sabotajes.

"Resultó muy curioso que en menos de 24 horas se editaran 250.000 copias de la compilación de temas de Rodrigo titulada "Un largo camino al cielo". Todavía no habían enterrado a Rodrigo y el disco ya estaba en la calle", recordó el abogado Pierri.

En tres días se vendieron 225.000 compacts. El disco llegó al público en una forma no tradicional, a través de los quioscos de diarios. Se vendieron como pan caliente a $ 14,90 junto con una revista de dos páginas.

Esta circunstancia constituye una característica de las empresas que explotan la movida tropical: no forman parte de ninguna de las cámaras que agrupan sellos discográficos ni locales bailables.

El ex músico y animador de televisión Johnny Allon fue uno de los que sufrieron las consecuencias de no adaptarse al sistema. Su negativa a negociar con los poderosos hizo que no fueran a tocar en su local de Constitución los grupos de mayor poder de convocatoria. Allon debió cerrar.#