Por Daniel Schulman / Psicologo forense
Ese día hacía más calor que de costumbre y la humedad de 99% no cedía, haciendo de ese calor un fastidio aún mayor. La sala se llenaba cada vez de más personas, y con ese discurrir de humanidades, el microambiente se hacía menos tolerable. Todo era un combo que generaba pequeñas grietas o roturas en alguna parte de la anatomía masculina.
Sumado a la cuestión, había otro tema no menor: la voz monocorde del que hablaba ayudado a veces por un micrófono hacía que ese tema que tanto me gusta lo percibiera como algo de mal gusto. Era como manejar una Ferrari escuchando una pelea de Guido Suller y Oggi Junco durante todo el trayecto. Así, por supuesto que cualquiera no disfrutaría ese placer tan exclusivo.
Pero esta cosa que estaba experimentando no tenía nada de exclusiva, aunque me encantaba, y todavía me encanta. Pero, insisto, el profesor que dictaba la clase era insoportablemente aburrido.
“Entonces, esteeeee, ¿cómo es?. Ah, sí. Como les decía, entonces Lombroso se sirve de teorías evolucionistas de este tipo… pucha… (pausa de 15 segundos sin emitir sonido) pucha…”, dirigiéndose de lleno al auditorio: “Este que anduvo ahí en el Beagle. El de la teoría de la evolución, que se peleó con la Iglesia…”. “Darwin”, contestó una piba que estaba sentada adelante de todo. “Ah, sí, ese. Bueno, se sirve de teorías de Darwin y de otro, otro evolucionista, pero no como Darwin. Otro evolucionista, que no me sale el nombre ahora… Peeeerooo… ¡Qué mal ando hoy, che! Terrible. No me acuerdo. No me acuerdo el nombre otro… (otra pausa de 20 segundos sin emitir sonido). Bueno, no me voy a acordar…”.
Y así siguió durante unos veinte o treinta minutos, dando crédito a los postulados de Einstein, afirmando que el tiempo, claro está, es relativo, porque en ese contexto cada minuto me parecía una hora o dos.
Hasta que hubo algo en ese tipo que me sacó de mi estado de semi – vigilia y me hizo focalizar la atención e interesarme en lo que decía. Así al pasar, mientras hablaba de Lombroso y sus contrapartes argentinos, mencionó un nombre que alguna vez al boleo había escuchado: “Mateocho”, o Mateo Banks, su nombre real. “Como les digo, Lombroso no tenía razón. Este fulano, que coexistió con el Petiso Orejudo, era la antípoda, y sin embargo, sin embargo terminó por ser igual o más macabro”. Ahí paré la oreja y el profesor ya no me parecía un pelotudo. Ahí me olvidé del calor y la humedad y la cantidad de gente que había en el aula, que sin darme cuenta que había rebasado con creces su capacidad máxima.
“Perdón, profesor, ¿quién es Mateo Banks?”, pregunté, antes de darle tiempo a que siguiera con sus temas. “Mateo Banks, un fulano de 44 años, estanciero, muy buena posición económica, aristócrata, que en 1922 más o menos, en la zona de Azul, provincia de Buenos Aires, mató en el lapso de unas horas a ocho personas. Por eso el apodo que le valió para toda la cosecha: Matéocho. Por los ocho que mató y por su nombre, ¿no?”.
Ahora se dirigía exclusivamente a mí el profesor. “Mateo Banks era un vago de mierda. Estaba lleno de guita pero era un vago. No hacía nada más que pasárselo en el cabarulo, en las carreras de caballos, o en cualquier otro antro donde pudiera dilapidar todo lo que su familia había construido con esfuerzo y sacrificio. Entonces, en uno de esos arranques medio maníacos que tenía, fue a las carreras de caballos y apostó una fortuna al caballo favorito, pero resultó ser un fiasco. Llegó al último lugar bien, bien, cómodo. Perdió una fortuna. Así que desesperado, fue hasta su estancia, y empezó a matar a familiares y peones, con el fin de declarar más adelante de que habían sido los peones los que habían matado a los familiares, y que por derecho de herencia, le correspondían todas las estancias.”
“En ese raid, que duró unas ocho horas entre el primer muerto y el último, mató a sus tres hermanos, una cuñada, dos sobrinos, y dos peones. Y después se disparó un tiro en el timbo y al juez le dijo que uno de los peones muertos le había disparado ahí después de matar a todo el resto de su familia, y que él, queriendo defenderse, le retrucó el tiro y lo mató. La cuestión es que el zapato quedó perforado, pero su pie andaba lo más bien. No tenía nada ahí en el pie. Entonces quedó adentro por un tiempo bastante largo… Creo que por más de veinte años.”
“Estuvo preso en la Cárcel de Ushuaia, hasta que la cárcel se cerró. El que pueda ir algún día, ahora está hecha museo. Mateo Banks está representado en una de las celdas. Cuando salió en libertad intentó volver a Azul, pero los vecinos lo sacaron cagando. No le quedó otra que irse a Buenos Aires. Ahí se hospedó en una pensión que no tenía baño privado. Él que supo tener estancia y toda la bola, pasó sus últimos días sin ningún tipo de comodidad. Vueltas de la vida, cuando fue al baño a ducharse, se le cayó el jabón al piso de la ducha y se dio un resbalón. Se desnucó con la caída. Y ahí quedó muerto el fulano…”
“Por eso digo que Lombroso no tenía razón. Mateo Banks, que es al menos uno de los casos conocidos, tira por tierra la teoría de Lombroso. No sé si en aquella época hubo algún otro caso así, pero en lo que a él concierne, no compartía con el Petiso Orejudo más que el hecho de haber matado gente. ¿Conocés algún otro?”, terminó por preguntarme.
“No, todavía no… Pero de enterarme le escribo un mensaje y le digo que lo lea en Diario Jornada…”.#
Por Daniel Schulman / Psicologo forense
Ese día hacía más calor que de costumbre y la humedad de 99% no cedía, haciendo de ese calor un fastidio aún mayor. La sala se llenaba cada vez de más personas, y con ese discurrir de humanidades, el microambiente se hacía menos tolerable. Todo era un combo que generaba pequeñas grietas o roturas en alguna parte de la anatomía masculina.
Sumado a la cuestión, había otro tema no menor: la voz monocorde del que hablaba ayudado a veces por un micrófono hacía que ese tema que tanto me gusta lo percibiera como algo de mal gusto. Era como manejar una Ferrari escuchando una pelea de Guido Suller y Oggi Junco durante todo el trayecto. Así, por supuesto que cualquiera no disfrutaría ese placer tan exclusivo.
Pero esta cosa que estaba experimentando no tenía nada de exclusiva, aunque me encantaba, y todavía me encanta. Pero, insisto, el profesor que dictaba la clase era insoportablemente aburrido.
“Entonces, esteeeee, ¿cómo es?. Ah, sí. Como les decía, entonces Lombroso se sirve de teorías evolucionistas de este tipo… pucha… (pausa de 15 segundos sin emitir sonido) pucha…”, dirigiéndose de lleno al auditorio: “Este que anduvo ahí en el Beagle. El de la teoría de la evolución, que se peleó con la Iglesia…”. “Darwin”, contestó una piba que estaba sentada adelante de todo. “Ah, sí, ese. Bueno, se sirve de teorías de Darwin y de otro, otro evolucionista, pero no como Darwin. Otro evolucionista, que no me sale el nombre ahora… Peeeerooo… ¡Qué mal ando hoy, che! Terrible. No me acuerdo. No me acuerdo el nombre otro… (otra pausa de 20 segundos sin emitir sonido). Bueno, no me voy a acordar…”.
Y así siguió durante unos veinte o treinta minutos, dando crédito a los postulados de Einstein, afirmando que el tiempo, claro está, es relativo, porque en ese contexto cada minuto me parecía una hora o dos.
Hasta que hubo algo en ese tipo que me sacó de mi estado de semi – vigilia y me hizo focalizar la atención e interesarme en lo que decía. Así al pasar, mientras hablaba de Lombroso y sus contrapartes argentinos, mencionó un nombre que alguna vez al boleo había escuchado: “Mateocho”, o Mateo Banks, su nombre real. “Como les digo, Lombroso no tenía razón. Este fulano, que coexistió con el Petiso Orejudo, era la antípoda, y sin embargo, sin embargo terminó por ser igual o más macabro”. Ahí paré la oreja y el profesor ya no me parecía un pelotudo. Ahí me olvidé del calor y la humedad y la cantidad de gente que había en el aula, que sin darme cuenta que había rebasado con creces su capacidad máxima.
“Perdón, profesor, ¿quién es Mateo Banks?”, pregunté, antes de darle tiempo a que siguiera con sus temas. “Mateo Banks, un fulano de 44 años, estanciero, muy buena posición económica, aristócrata, que en 1922 más o menos, en la zona de Azul, provincia de Buenos Aires, mató en el lapso de unas horas a ocho personas. Por eso el apodo que le valió para toda la cosecha: Matéocho. Por los ocho que mató y por su nombre, ¿no?”.
Ahora se dirigía exclusivamente a mí el profesor. “Mateo Banks era un vago de mierda. Estaba lleno de guita pero era un vago. No hacía nada más que pasárselo en el cabarulo, en las carreras de caballos, o en cualquier otro antro donde pudiera dilapidar todo lo que su familia había construido con esfuerzo y sacrificio. Entonces, en uno de esos arranques medio maníacos que tenía, fue a las carreras de caballos y apostó una fortuna al caballo favorito, pero resultó ser un fiasco. Llegó al último lugar bien, bien, cómodo. Perdió una fortuna. Así que desesperado, fue hasta su estancia, y empezó a matar a familiares y peones, con el fin de declarar más adelante de que habían sido los peones los que habían matado a los familiares, y que por derecho de herencia, le correspondían todas las estancias.”
“En ese raid, que duró unas ocho horas entre el primer muerto y el último, mató a sus tres hermanos, una cuñada, dos sobrinos, y dos peones. Y después se disparó un tiro en el timbo y al juez le dijo que uno de los peones muertos le había disparado ahí después de matar a todo el resto de su familia, y que él, queriendo defenderse, le retrucó el tiro y lo mató. La cuestión es que el zapato quedó perforado, pero su pie andaba lo más bien. No tenía nada ahí en el pie. Entonces quedó adentro por un tiempo bastante largo… Creo que por más de veinte años.”
“Estuvo preso en la Cárcel de Ushuaia, hasta que la cárcel se cerró. El que pueda ir algún día, ahora está hecha museo. Mateo Banks está representado en una de las celdas. Cuando salió en libertad intentó volver a Azul, pero los vecinos lo sacaron cagando. No le quedó otra que irse a Buenos Aires. Ahí se hospedó en una pensión que no tenía baño privado. Él que supo tener estancia y toda la bola, pasó sus últimos días sin ningún tipo de comodidad. Vueltas de la vida, cuando fue al baño a ducharse, se le cayó el jabón al piso de la ducha y se dio un resbalón. Se desnucó con la caída. Y ahí quedó muerto el fulano…”
“Por eso digo que Lombroso no tenía razón. Mateo Banks, que es al menos uno de los casos conocidos, tira por tierra la teoría de Lombroso. No sé si en aquella época hubo algún otro caso así, pero en lo que a él concierne, no compartía con el Petiso Orejudo más que el hecho de haber matado gente. ¿Conocés algún otro?”, terminó por preguntarme.
“No, todavía no… Pero de enterarme le escribo un mensaje y le digo que lo lea en Diario Jornada…”.#