Dos historias de amor, violencia y muerte

Durante años soportaron el maltrato de sus esposos en absoluto silencio, una de ellas en Trelew y la otra en Madryn.

07 MAY 2011 - 21:56 | Actualizado

Sufrieron décadas de humillación y maltrato en el más absoluto silencio hasta que un día decidieron defenderse, una con una olla de agua caliente, otra con un cuchillo de cocina. Valeria Pérez Aquino y Mirta Irene Gil intentaron resguardarse de los golpes de sus cónyuges y ocasionaron su muerte, dos historias trágicas de un flagelo que padecen miles de mujeres: la violencia de género. <br /><br />Los dos relatos conmovedores tuvieron lugar en Puerto Madryn y Trelew, sin embargo tienen muchos puntos en común. Ambas mujeres vienen de estratos sociales humildes, aunque la violencia de género no hace distinción de clases sociales, así lo indican las estadísticas. El sólido silencio de tantos años se quebró cuando fueron sometidas a juicio y pudo saberse lo que ocurría dentro de las paredes de su casa.<br /><br />El principio<br /><br />Valeria Pérez Aquino nació en Bolivia pero a muy temprana edad se mudó a Buenos Aires, lugar que dejó junto a su marido Julio Rocha Rocabado para mudarse a Puerto Madryn. Allí es donde vivió un verdadero calvario junto a sus tres hijos durante 35 años. Mercedes, Julio César – hijo con capacidades diferentes que sufrió la mayor parte de los maltratos de su padre – y Waldo fueron testigos y víctimas de la violencia ejercida por su padre. Dos de ellos se fueron muy jóvenes de su casa, huyendo de las agresiones de su progenitor. “Mis hijos se fueron escapando de su padre y sus golpes”, dijo Valeria. Aunque también fueron quienes insistieron para que sus padres se casaran legalmente tras tres décadas de concubinato.<br /><br />Mirta Irene Gil vive en Trelew. Ella proviene de una familia endogámica, donde su papá también habría sido su abuelo y su madre la habría tenido a los 12 años de edad. Su núcleo familiar era muy posesivo por lo que deja junto a una hermana su hogar cuando era aún una adolescente. <br /><br />Alos 17 años conoce a José Luis Quiroga, quien tenía 14 años e inician una relación que en un principio les brindó esa tan anhelada estabilidad. La pareja tuvo 4 hijos, en sus comienzos eran un matrimonio feliz, con problemas como todas las relaciones. Sin embargo, la repentina muerte de la hija menor a los 7 años por una deficiencia renal desestabilizó el frágil equilibrio de la pareja.<br /><br />La violencia<br /><br />Quiroga comienza a salir más seguido con amigos, tiene un consumo exacerbado de bebidas alcohólicas y poco a poco la violencia comienza a transformarse en un hábito. Por su parte, Mirta también comienza a beber, el trato psicológicamente agresivo y degradante que había recibido siempre se torna más abusivo.<br /><br />Ambas mujeres contaban con pocos recursos cognitivos y emocionales para hacer frente a la violencia. Sumidas en una relación de sometimiento degradante, optaron por aceptar el maltrato y naturalizarlo. <br /><br />Valeria contó con lágrimas en sus ojos que su esposo la golpeaba incluso estando embarazada. Por los golpes nunca fue asistida médicamente e incluso llegó a cicatrizar sus heridas a través de la orina como hacía legendariamente en las tribus de los pueblos originarios. Ella era golpeada, maltratada, humillada y abusada incluso delante de los ojos de su hijo discapacitado.<br /><br />Un animal<br /><br />“Nunca me respetó, ni a mí, ni a mis hijos, él volvía muchas veces borracho y era ahí cuando los golpes y el abuso eran más fuertes, me trató siempre como un animal, abusaba de mí frente a mí hijo diciendo que como era discapacitado no entendía qué pasaba, era terrible”.<br /><br />“Nunca pude contarle a nadie lo que me pasaba, me hizo creer que yo era un animal y me lo creí, pensé que yo era un animal y ¿quién le hace caso a un animal?”, reflexionó.<br /><br />Culturalmente no podía dejarlo, ya que cuando uno se casa lo hace para toda la vida. Aún su familia le aconsejaba que se mantuviera al lado de quien la sometía a todo tipo de vejaciones.<br /><br />Mirta guardaba en la profundo de su corazón la esperanza de que su esposo pudiera cambiar, incluso se lo pedía pero sólo recibía insultos y reproches. Ella estaba en medio de una relación de extrema indiferencia. Con una personalidad tendiente a la depresión, intentó en tres ocasiones suicidarse. En una oportunidad se tiró al río pero fue rescatada por uno de sus hijos y Quiroga, en otras se cortó las venas. <br /><br />Su hija comentó que una vez su padre le dio a su madre un golpe en el pecho que la dejó 15 días en cama. También recordó la ocasión en que la echó de su casa, hacía frío y ella tuvo que dormir en un colchón tirado en el patio.<br /><br />El miedo<br /><br />“Yo le tenía miedo, él me golpeaba y no le importaba dónde, no le importaba nada, yo tenía mucho miedo de lo que me pudiera hacer”, confesó. Ella también fue sometida sexualmente por su marido. Al igual que Valeria debió soportar la infidelidad y brutales golpizas cuando sus maridos llegaban ebrios al hogar.<br /><br />Sin embargo, Mirta continuaba con José Luis según la Psicóloga Forense Patricia Fernández porque tenía miedo de quedarse sola, pero según ella porque lo amaba. “Por amor uno soporta muchas cosas, hace muchas cosas”, afirmó.<br /><br />Hubo intenciones en las que intentaron escapar pero no pudieron. “Siempre fui golpeada, lastimada y abusada y una única vez pude pedir ayuda pero no me entendieron lo que decía”, contó Valeria, que aún habla el quichua, su lengua originaria.<br /><br />“Cuando volví ese día de Tribunales, queriendo explicar lo que pasaba, me dijo que yo era una animal y que a los animales nadie los entendía y llegué a pensar que tenía razón, que todo lo que me hacía era normal, era lo que debía ser”.<br /><br />Un error<br /><br />En tal sentido, Mirta una vez se fue a casa de uno de sus familiares en Comodoro para acabar con todo el maltrato. Pero a los pocos días volvió por pedido de su marido y de sus hijos. “Su hubiéramos realizado una denuncia o nos hubiéramos separado no habría pasado esto. Uno por amor perdona, pero hay que denunciar porque puede pasar a mayor”, admitió Mirta, después de reconocer que fue un error mantener el silencio.<br /><br />Presas de una situación que parecía perpetuarse, un día decidieron levantar sus manos para protegerse, sin pensar que ocasionarían la muerte de sus maridos.#<br /><br />

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07 MAY 2011 - 21:56

Sufrieron décadas de humillación y maltrato en el más absoluto silencio hasta que un día decidieron defenderse, una con una olla de agua caliente, otra con un cuchillo de cocina. Valeria Pérez Aquino y Mirta Irene Gil intentaron resguardarse de los golpes de sus cónyuges y ocasionaron su muerte, dos historias trágicas de un flagelo que padecen miles de mujeres: la violencia de género. <br /><br />Los dos relatos conmovedores tuvieron lugar en Puerto Madryn y Trelew, sin embargo tienen muchos puntos en común. Ambas mujeres vienen de estratos sociales humildes, aunque la violencia de género no hace distinción de clases sociales, así lo indican las estadísticas. El sólido silencio de tantos años se quebró cuando fueron sometidas a juicio y pudo saberse lo que ocurría dentro de las paredes de su casa.<br /><br />El principio<br /><br />Valeria Pérez Aquino nació en Bolivia pero a muy temprana edad se mudó a Buenos Aires, lugar que dejó junto a su marido Julio Rocha Rocabado para mudarse a Puerto Madryn. Allí es donde vivió un verdadero calvario junto a sus tres hijos durante 35 años. Mercedes, Julio César – hijo con capacidades diferentes que sufrió la mayor parte de los maltratos de su padre – y Waldo fueron testigos y víctimas de la violencia ejercida por su padre. Dos de ellos se fueron muy jóvenes de su casa, huyendo de las agresiones de su progenitor. “Mis hijos se fueron escapando de su padre y sus golpes”, dijo Valeria. Aunque también fueron quienes insistieron para que sus padres se casaran legalmente tras tres décadas de concubinato.<br /><br />Mirta Irene Gil vive en Trelew. Ella proviene de una familia endogámica, donde su papá también habría sido su abuelo y su madre la habría tenido a los 12 años de edad. Su núcleo familiar era muy posesivo por lo que deja junto a una hermana su hogar cuando era aún una adolescente. <br /><br />Alos 17 años conoce a José Luis Quiroga, quien tenía 14 años e inician una relación que en un principio les brindó esa tan anhelada estabilidad. La pareja tuvo 4 hijos, en sus comienzos eran un matrimonio feliz, con problemas como todas las relaciones. Sin embargo, la repentina muerte de la hija menor a los 7 años por una deficiencia renal desestabilizó el frágil equilibrio de la pareja.<br /><br />La violencia<br /><br />Quiroga comienza a salir más seguido con amigos, tiene un consumo exacerbado de bebidas alcohólicas y poco a poco la violencia comienza a transformarse en un hábito. Por su parte, Mirta también comienza a beber, el trato psicológicamente agresivo y degradante que había recibido siempre se torna más abusivo.<br /><br />Ambas mujeres contaban con pocos recursos cognitivos y emocionales para hacer frente a la violencia. Sumidas en una relación de sometimiento degradante, optaron por aceptar el maltrato y naturalizarlo. <br /><br />Valeria contó con lágrimas en sus ojos que su esposo la golpeaba incluso estando embarazada. Por los golpes nunca fue asistida médicamente e incluso llegó a cicatrizar sus heridas a través de la orina como hacía legendariamente en las tribus de los pueblos originarios. Ella era golpeada, maltratada, humillada y abusada incluso delante de los ojos de su hijo discapacitado.<br /><br />Un animal<br /><br />“Nunca me respetó, ni a mí, ni a mis hijos, él volvía muchas veces borracho y era ahí cuando los golpes y el abuso eran más fuertes, me trató siempre como un animal, abusaba de mí frente a mí hijo diciendo que como era discapacitado no entendía qué pasaba, era terrible”.<br /><br />“Nunca pude contarle a nadie lo que me pasaba, me hizo creer que yo era un animal y me lo creí, pensé que yo era un animal y ¿quién le hace caso a un animal?”, reflexionó.<br /><br />Culturalmente no podía dejarlo, ya que cuando uno se casa lo hace para toda la vida. Aún su familia le aconsejaba que se mantuviera al lado de quien la sometía a todo tipo de vejaciones.<br /><br />Mirta guardaba en la profundo de su corazón la esperanza de que su esposo pudiera cambiar, incluso se lo pedía pero sólo recibía insultos y reproches. Ella estaba en medio de una relación de extrema indiferencia. Con una personalidad tendiente a la depresión, intentó en tres ocasiones suicidarse. En una oportunidad se tiró al río pero fue rescatada por uno de sus hijos y Quiroga, en otras se cortó las venas. <br /><br />Su hija comentó que una vez su padre le dio a su madre un golpe en el pecho que la dejó 15 días en cama. También recordó la ocasión en que la echó de su casa, hacía frío y ella tuvo que dormir en un colchón tirado en el patio.<br /><br />El miedo<br /><br />“Yo le tenía miedo, él me golpeaba y no le importaba dónde, no le importaba nada, yo tenía mucho miedo de lo que me pudiera hacer”, confesó. Ella también fue sometida sexualmente por su marido. Al igual que Valeria debió soportar la infidelidad y brutales golpizas cuando sus maridos llegaban ebrios al hogar.<br /><br />Sin embargo, Mirta continuaba con José Luis según la Psicóloga Forense Patricia Fernández porque tenía miedo de quedarse sola, pero según ella porque lo amaba. “Por amor uno soporta muchas cosas, hace muchas cosas”, afirmó.<br /><br />Hubo intenciones en las que intentaron escapar pero no pudieron. “Siempre fui golpeada, lastimada y abusada y una única vez pude pedir ayuda pero no me entendieron lo que decía”, contó Valeria, que aún habla el quichua, su lengua originaria.<br /><br />“Cuando volví ese día de Tribunales, queriendo explicar lo que pasaba, me dijo que yo era una animal y que a los animales nadie los entendía y llegué a pensar que tenía razón, que todo lo que me hacía era normal, era lo que debía ser”.<br /><br />Un error<br /><br />En tal sentido, Mirta una vez se fue a casa de uno de sus familiares en Comodoro para acabar con todo el maltrato. Pero a los pocos días volvió por pedido de su marido y de sus hijos. “Su hubiéramos realizado una denuncia o nos hubiéramos separado no habría pasado esto. Uno por amor perdona, pero hay que denunciar porque puede pasar a mayor”, admitió Mirta, después de reconocer que fue un error mantener el silencio.<br /><br />Presas de una situación que parecía perpetuarse, un día decidieron levantar sus manos para protegerse, sin pensar que ocasionarían la muerte de sus maridos.#<br /><br />